martes, 23 de septiembre de 2014

El diario secretísimo


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling.

EL DIARIO SECRETÍSIMO

Aquí acaba —dijo Frank sonriendo a su mujer. Esa tomó esa sonrisa como una petición de que leyera ella y, sin importarle en absoluto, caminó hasta Frank y leyó en voz alta y algo extrañada—: El diario secretísimo.

Muchos miraron a Harry extrañados.

—Harry, nunca me habías dicho que tenías un diario —le dijo Neville divertido—.Tampoco te he visto nunca escribiendo en él, ¿Lo haces a escondidas? ¿Te avergüenzas de tenerlo?

—No tengo ningún diario —dijo Harry algo molesto.

Muchos le miraron más extrañados todavía, ¿Entonces a que venía el título del capítulo? 

Alice comenzó a leer.

Hermione pasó varias semanas en la enfermería. Corrieron rumores sobre su desaparición cuando el resto del colegio regresó a Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, porque naturalmente todos creyeron que la habían atacado. Eran tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería tratando de echarle la vista encima, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia cama y las puso en la de Hermione para ahorrarle la vergüenza de que la vieran con la cara peluda.

Hermione le sonrió a la señora Pomfrey, muy agradecida.

Harry y Ron iban a visitarla todas las noches. Cuando comenzó el nuevo trimestre, le llevaban cada día los deberes.

—¿Cómo sois tan malos amigos? —les preguntó Sirius impresionado—. En serio, eso es cruel.

Varios asintieron.

—¡Venga ya! ¡Es obvio que era Hermione la que nos pedía que se los lleváramos! —dijo Ron entornando los ojos y muchos supieron que era cierto, eso era muy Hermione.

Si a mí me hubieran salido bigotes de gato, aprovecharía para descansar —le dijo Ron una noche, dejando un montón de libros en la mesita que tenía Hermione junto a la cama.
Muchos asintieron mirando a Hermione como si fuera un bicho raro.

No seas tonto, Ron, tengo que mantenerme al día —replicó Hermione rotundamente. Estaba de mucho mejor humor porque ya le había desaparecido el pelo de la cara, y los ojos, poco a poco, recuperaban su habitual color marrón—. ¿Tenéis alguna pista nueva? —añadió en un susurro, para que la señora Pomfrey no pudiera oírla.

Nada —dijo Harry con tristeza.

Todos se dieron cuenta entonces de que el trío había vuelto al punto de partida y de que no tenían ninguna pista que seguir, ¿Qué harían?

Estaba tan convencido de que era Malfoy… —dijo Ron por centésima vez.

Malfoy bufó.

¿Qué es eso? —preguntó Harry, señalando algo dorado que sobresalía debajo de la almohada de Hermione.

Nada, una tarjeta para desearme que me ponga bien —dijo Hermione a toda prisa, intentando esconderla, pero Ron fue más rápido que ella. La sacó, la abrió y leyó en voz alta:

—¡Ronald! —le regañaron su madre y Hermione por haberse metido donde no debía.

A la señorita Granger, deseándole que se recupere muy pronto, de su preocupado profesor Gilderoy Lockhart, Caballero de tercera clase de la Orden de Merlín, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista «Corazón de Bruja».

Muchos bufaron.

—Dice más sobre sí mismo que sobre a quien desea que se recupere —bufó Remus—. ¡Ni que la hubiese escrito Sirius!

Ron miró a Hermione con disgusto.

¿Duermes con esto debajo de la almohada?

Algunos rieron, Hermione enrojeció y Ron bufó con ganas.

Pero Hermione no necesitó responder, porque la señora Pomfrey llegó con la medicina de la noche.

¿A que Lockhart es el tío más pelota que has conocido en tu vida? —dijo Ron a Harry al abandonar la enfermería y empezar a subir hacia la torre de Gryffindor.

—¿Alguien esta celoso? —preguntó Fred sonriendo divertido.

Ron negó con la cabeza rotundamente y, en cierto modo, era cierto. Él no había sentido nada hacia Hermione hasta su cuarto año aunque, ahora que lo pensaba, en realidad lo había sentido antes solo que se había dado cuenta ese año, ¿Cuánto tiempo llevaría enamorado de Hermione?

—Cómo va a estar celoso por una chica como esa —dijo Sally señalando a Hermione con desprecio. Hermione la miró con furia yabrió la boca para decir algo grosero pero James se adelantó, para prevenir una pela.

—No puede estar celoso, sino a nuestro Sirius le habría olido a celos, ¿No Canuto? —dijo divertido.
Hermione soltó una risita y se le olvidó lo que iba a decir.

Harry había notado que Hermione y Sally seguían enfadadas, y era natural. El mismo Harry estaba todavía muy cabreado con Ron, ¿Cómo podía haber desconfiado de él de esa manera? Él no era como Hermione y no le gustaba alejarse de sus amigos solo por un enfado, porque así era, Ron era su amigo. Su mejor amigo. Y aunque a veces no era capaz de entender que fuera tan sumamente idiota, el acabaría por perdonarle asi que, ¿Por qué no hacerlo cuanto antes? Aunque claro, eso no significaba que no estuviera enfadado, pero ya tenía la solución para eso. Se encargaría de saciar su enfado usando los diez favores que le debía Ron. Sonrió. Iba a ser divertido.

Snape les había mandado tantos deberes, que a Harry le parecía que no los terminaría antes de llegar al sexto curso. Precisamente Ron estaba diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había que echar a una poción crecepelo, cuando llegó hasta sus oídos un arranque de cólera que provenía del piso superior.

—Filch —adivinaron muchos. Pero era algo normal pues siempre era Filch.

Es Filch —susurró Harry, y subieron deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.

Espero que no hayan atacado a nadie más —dijo Ron, alarmado.

Todos asintieron, tragando saliva algo nerviosos.

Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.

—… aún más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.

Muchos suspiraron aliviados. Al menos no había habido ningún ataque.

Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos.

Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris. Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.

Los merodeadores sonrieron. Recordando cuando ellos habían inundado al mismo tiempo todos los baños de la escuela. No había sido demasiado el alboroto causado por esa broma pero habían pasado mucho tiempo preparándola, era un reto personal.

Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes de los aseos.

Varias chicas suspiraron asqueadas, la mayoría ya estaban hartos de los gritos de Myrtle. (N.A. Pobre Myrtle, todos la odian :c)

¿Qué le pasará ahora? —preguntó Ron.

—¿A quién le importa? —dijo Cho irritada. Myrtle le molestaba incluso si estaba en un libro.

Vamos a ver —propuso Harry, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y, haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron.

McGonagall, Lily, Molly y Percy negaron con la cabeza. No les gustaba que se tomaran tan a la ligera incumplir las normas. Aunque bueno, después de lo de la poción multijugos ya se esperaban cualquier cosa.

Myrtle la Llorona estaba llorando, si cabía, con más ganas y más sonoramente que nunca. Parecía estar metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.

¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Harry.

¿Quién es? —preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa?

Varios fruncieron el ceño, extrañados, ¿Por qué iba alguien a lanzarle algo?

Ginny tragó saliva, intuyendo que había sido ella. Bueno, tampoco es que se lo hubiese lanzado apropósito, simplemente lo lanzó y coincidió que ella estaba ahí. Aunque bueno, a ella tampoco debería molestarle, ¿No? El libro la habría atravesado.

Harry fue hacia el retrete y le preguntó:

¿Por qué tendría que hacerlo?

No sé —gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro…

—Bueno —dijo Sally—, no le va a doler que lo hagan. Solo la atravesaría.

Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?

Sally sonrió a Harry y este, olvidando la pelea con Hermione del día anterior, la sonrió también. 

Hermione miró a Harry con mala cara, ¿A qué venia esa sonrisita con esa tipa? Cho y Ginny miraron a Sally de muy mala manera pero alguien la miró de peor manera todavía, y fue Lily, a quien esa chica no le hacía ninguna gracia.

Sally era una chica de estatura media, con un largo y negro cabello rizado y unos ojos verdes que normalmente brillaban con diversión. No era una chica fácil. De hecho nunca había salido con ningún chico que se le hubiese declarado. Siempre ella era la que elegía a su presa, la usaba hasta quedar satisfecha y la dejaba olvidada, ¿Y qué presa podía ser más apetitosa que Ron Weasley o Harry Potter?

Acababa de meter la pata. Myrtle se sintió ofendida y chilló:

¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que se lo cuele por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!

—Suena divertido —dijo Sirius entonces—. ¿Por qué nunca lo hemos hecho?

—Porque A: Remus no nos dejaría. Y B: Lily nos mataría si se llega a enterar de que habíamos hecho eso—razonó James.

—Pero pensaba que a Lily no le agradaba Myrtle —dijo Sirius confuso.

—Y no lo hace, pero eso no es excusa para tratarla así —dijo Lily muy convencida.

Pero ¿quién te lo arrojó? —le preguntó Harry.

No lo sé… Estaba sentada en el sifón, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí, empapado.

Harry y Ron miraron debajo del lavabo, donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las cosas que había en los lavabos. Harry se acercó para cogerlo, pero Ron lo detuvo con el brazo.

Moody asintió.

—No es buena idea coger las cosas así a la ligera —dijo mientras continuaba asintiendo. Hizo una pequeña pausa y gritó—: ¡ALERTA PERMANENTE!

(N.A. ¿Por qué casi siempre que habla Moody en un fic acaba diciendo eso? Es un idea muy explotada ya, como lo de ¡Mi padre se enterara de eso!)

Ron sonrió satisfecho. Que el mismísimo Ojoloco Moody le dijera que había hecho algo bien le hacía algo feliz.

¿Qué pasa? —preguntó Harry.

¿Estás loco? —dijo Ron—. Podría resultar peligroso.

Varios asintieron.

¿Peligroso? —dijo Harry, riendo—. Venga, ¿cómo va a resultar peligroso?

Te sorprendería saber —dijo Ron, asustado, mirando el librito— que entre los libros que el Ministerio ha confiscado había uno que les quemó los ojos. Me lo ha dicho mi padre.

Muchos pusieron muecas de dolor y Molly se contuvo las ganas de reñir a su marido por contarle a su hijo cosas tan desagradables por la simple razón de que eso le había enseñado a Ron a no coger artículos abandonados a la ligera.

Y todos los que han leído Sonetos del hechicero han hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida.

Algunos rieron sin comprender que eso en realidad era algo que debía ser aterrador. Podía ser divertido un día o tal vez una semana, pero más...

¡Y una bruja vieja de Bath tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola mano. Y…
Vale, ya lo he entendido —dijo Harry. El librito seguía en el suelo, empapado y misterioso—.

—Pues no lo parece —le dijo Ron algo molesto, porque sabía que al final lo había cogido.

Bueno, pero si no le echamos un vistazo, no lo averiguaremos —dijo y, esquivando a Ron, lo recogió del suelo.

—¡Harry! —le regañaron muchos.

—Siempre tan inconsciente —dijo Ginny algo molesta.

Harry contuvo sus ganas de decirle a Ginny que ella también lo había cogido por que, aparte de que a ella se lo había colado en el caldero, no quería recordarle el todo eso. Sabía que aun así ella tendría esos hechos continuamente en la cabeza pero él no quería colaborar con eso, era lo único que podía hacer por ella.

Harry vio al instante que se trataba de un diario, y la desvaída fecha de la cubierta le indicó que tenía cincuenta años de antigüedad. Lo abrió intrigado. En la primera página podía leerse, con tinta emborronada, «T.S. Ryddle».

Varios fruncieron el ceño, sin saber quién era Ryddle. Ginny tragó saliva. Cerró los ojos y suspiró. No le gustaban esos recuerdos. Era agobiante saber que ella había sido la mano detrás de todos los ataques. Y por si fuera poco esos ataques podrían haber acabado fácilmente con la vida de los que habían sido atacados. Y ella había sido la idiota que se había dejado manejar por un estúpido diario. Ella había sido la niña débil que no había sido capaz de luchar contra él y que había necesitado que Harry le salvara la vida.

Sonrió.

Ella siempre había soñado con situaciones así, como en los cuentos de princesas muggles que le leía su padre. Ella era raptada por un malvado y Harry acudía raudo a su rescate. Había una batalla entre Harry y el malvado. Harry ganaba. Ella se casaba con Harry y ambos eran felices para siempre.
Y, excepto por lo de la boda y lo de felices para siempre sí que había sido así.

Pero no volvería a ocurrir. Ella ya no era una niña débil. No soñaba con ser rescatada. No soñaba con que otros pelearan por ella. Ahora era fuerte. Podía no solo defenderse a sí misma sino también defender a los que la necesitaban. Y lo haría. Por supuesto que lo haría.

Espera —dijo Ron, que se había acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Harry—, ese nombre me suena… T.S. Ryddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio.

Harry entrecerró los ojos con furia. Voldemort había acusado a Hagrid por algo que había hecho el. Y no solo se había salido con la suya sino que también había ganado ese estúpido premio.

—¿Y tú como lo sabes? —le preguntó Ginny extrañada.

—Oh, vamos Ginny, tu hermano no es tan tonto cómo crees —dijo Ron algo molesto.

—¿Seguro? —preguntó Harry irritado—. Porque yo juraría que es realmente idiota, ¡Tanto que sería capaz de pensar que su mejor amigo se había aprovechado de su hermana pequeña!

—Harry... Ya me he disculpado... —dijo Ron avergonzado.

—¿Y eso lo arregla todo? ¿Así es como tú arreglas las cosas? ¡Incluso Draco se lo ha montado mejor que tú! —hizo una pequeña pausa—. Eres mi mejor amigo. Nos hemos jugado la vida ambos demasiadas veces, pensaba que el lazo que teníamos era mayor —dijo irritado—. Pero parece que me equivocaba porque todavía ni siquiera confías en mí.

—¡Claro que confió en ti! —aseguró Ron—. ¡Te confiaría mi vida! Y lo he hecho varias veces, ¿O no llevo todos estos años siguiéndote en todas tus locuras? ¿Qué pensarías tu si descubres que he pasado la noche con tu hermana?

Harry se paró un momento a pensarlo. Si Ron hubiera pasado la noche con su hermana... Su hermana... ¿Hermione?

—Pues no me molestaría —aseguró—. Si los dos estáis de acuerdo tú y Hermione podéis hacer lo que querías.

Ron abrió la boca extrañado, ¿Hermione? Él le había hablado de una hermana hipotética.
Hermione se ruborizó completamente al imaginarlo pero aun así sonrió tiernamente a Harry por considerarla como su hermana.

Eso había descolocado tanto a Ron que no supo que más decir.

Varios adultos en la sala enlazaron rápidamente los hechos de que la última vez que la cámara había sido abierta había sido hacía cincuenta años y que, casualmente, ese joven había ganado el premio hacía cincuenta años, ¿Casualidad? Podía ser. Pero también podía ser que no.

Alice siguió leyendo.

¿Y cómo sabes eso? —preguntó Harry sorprendido.

Lo sé porque Filch me hizo limpiar su placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—. Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.

—Cierto —dijo Ginny molesta—. Incluso el imbécil de mi hermano puede llegar a recordar algo si lo limpia durante una hora.

Molly no le dijo nada por llamar a Ron imbécil.

Ginny también está enfadada con Ron. Había desconfiado de su mejor amigo y también de ella. ¡De ella! ¡Su propia hermana! Además, estaba muy claro que Harry no iba a aprovecharse de ella y aun siendo ese el caso ella sabía cómo defenderse. Fred y George se habían ocupado de enseñarle un par de cosas. Y bueno, Bill y Charlie se habían pasado un fin de semana entero enseñándole cosas y explicándole otras.

Harry separó las páginas humedecidas. Estaban en blanco. No había en ellas el más leve resto de escritura, ni siquiera «cumpleaños de tía Mabel» o «dentista, a las tres y media».

—¿Por qué alguien tiraría algo vacío al retrete? —preguntó Tonks extrañada.

No llegó a escribir nada —dijo Harry, decepcionado.

Me pregunto por qué querría alguien tirarlo al retrete —dijo Ron con curiosidad.

La mayoría se preguntaban lo mismo, aunque a otros les daba prácticamente igual. Solo era un estúpido diario vacío.

Harry volvió a mirar las tapas del cuaderno y vio impreso el nombre de un quiosco de la calle Vauxhall, en Londres.

Debió de ser de familia muggle —dijo Harry, especulando—, ya que compró el diario en la calle Vauxhall…

Bueno, eso da igual —dijo Ron. Luego añadió en voz muy baja—. Cincuenta puntos si lo pasas por la nariz de Myrtle.

Algunos rieron mientras otros miraban a Ron de mala manera.

Harry, sin embargo, se lo guardó en el bolsillo.

Muchos le miraron extrañados, ¿Por qué lo había guardado? ¿Quería tirarlo a la basura? Ginny no dijo nada, ella sabía el poder de atracción que producía el diario. Era difícil deshacerse de él.

Hermione salió de la enfermería, sin bigotes, sin cola y sin pelaje, a comienzos de febrero. La primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Harry le enseñó el diario de T.S. Ryddle y le contó la manera en que lo habían encontrado.

¡Aaah, podría tener poderes ocultos! —dijo con entusiasmo Hermione, cogiendo el diario y mirándolo de cerca.

Remus le sonrió orgulloso. Eso era lo que había pensado el también.

Si los tiene, los oculta muy bien —repuso Ron—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Harry.

Muchos asintieron pensando lo mismo.

Lo que me gustaría saber es por qué alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo consiguió Ryddle el Premio por Servicios Especiales.

—Tú eres demasiado curioso, Harry —le dijo Cho divertida—. ¿Qué importancia tiene eso?

—Más de la que crees —le dijo Harry sonriendo misteriosamente. (N.A. Este Harry, está hecho un malote, a mí la curiosidad me habría podido y habría usado la legeremancia en el para saberlo xD)

Por cualquier cosa —dijo Ron—. A lo mejor acumuló treinta matrículas de honor en Brujería o salvó a un profesor de los tentáculos de un calamar gigante. Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo lo consideró un gran servicio…

Harry y Ron se miraron impresionados, ¿Cuánta era la probabilidad de que eso ultimo estuviese tan cerca de la verdad? Porque, en efecto, Ryddle había sido el causante de la muerte de Myrtle y, en efecto, por esa muerte había ganado el premio. Aunque más que porque todos lo consideraran un favor fue porque encontró a alguien a quien acusar y así quedar como el que descubrió al asesino.

Pero Harry estaba seguro, por la cara de interés que ponía Hermione, de que ella estaba pensando lo mismo que él.

—Siempre me quedo de lado —gruñó Ron enfurruñado.

—No es nuestra culpa que seas tan bobo —dijo Harry demostrando que seguía cabreado con el—. Pídele un cerebro nuevo por navidades.

—Y no te preocupes por que sea de segunda mano, Weasley, seguro que sigue siendo mejor que el que tienes —dijo Malfoy con su habitual tono burlón. Entonces se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Lo que ocurrió fue extremadamente raro.

—Perdóname —dijo Draco arrodillado y con la cara mirando hacia el suelo. Todos le miraron extrañados—. No volverá a ocurrir.

Ron le miraba perplejo.

—Está bien, está bien, pero levántate de una vez —dijo Ron incómodo.

—Me alegra que te hayas disculpado, Draco, pero ¿Por qué tenías que arrodillarte? —dijo Hermione formulando la pregunta que todos estaban pensando.

—Porque es humillante —dijo Draco dejando perplejos a todos nuevamente—. Bueno, cambiar no es fácil, y si cada vez que fallo me disculpo de forma humillante y lo pasó mal, antes dejaré de fallar.

—Eso sí que es estar motivado —se le escapó a Ron, que se cabreó mucho consigo mismo por estar cayendo en el juego del rubio. El no caería, tenía que ser fuerte. Tenía que descubrir que se proponía Draco... ¡Malfoy! Y tenía que abrir los ojos a sus dos amigos que parecían haber perdido la razón, ¡Draco cambiando! ¡Ya! ¿Y qué más? ¿Sanpe lavándose el pelo?

¿Qué pasa? —dijo Ron, mirando a uno y a otro.

Bueno, la Cámara de los Secretos se abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry—. Al menos, eso nos dijo Malfoy.

—Oh —murmuró James entendiendo lo que Harry y Hermione estaban pensando.

Sí… —admitió Ron.

Y este diario tiene cincuenta años —dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo.

¿Y?

—¡Espabila, Ron! —le dijo Charlie algo irritado por lo lento que era su hermano.

Venga, Ron, despierta ya —dijo Hermione bruscamente—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.S. Ryddle le dieron un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a Ryddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? En su diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no?

—Una increíble deducción, señorita Grenger —dijo Moody entre satisfecho y sorprendido—. Cada vez estoy mas impresionado.

Es una teoría brillante, Hermione —dijo Ron—, pero tiene un pequeño defecto: que no hay nada escrito en el diario.

—Hay muchas maneras de ocultar las cosas —le dijo Percy entornando los ojos.

—¿Y cuantas maneras hay de hacerte comprender que eso ocurrió hace años y que eso ya lo sé? —replicó Ron entre burlón y molesto.

Pero Hermione sacó su varita mágica de la bolsa.

¡Podría ser tinta invisible! —susurró.

—Es una posibilidad —coincidió Tonks, quien, aunque normalmente pareciese alguien torpe e infantil, era una Auror, y una con gran habilidad.

Y dio tres golpecitos al cuaderno, diciendo:

¡Aparecium!

Pero no ocurrió nada.

Algunos se mordieron el labio, ¿Podría el trío averiguar lo que escondía el diario? En el caso de que escondiese algo, claro.

Impertérrita, volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de color rojo.

Es un revelador, lo compré en el callejón Diagon —dijo ella.

—Una chica previsora —dijo James guiñándole un ojo—. Me gusta.

—¡Vamos, Cornamenta! —bufó Sirius—. Solo dices eso porque Lily hacia lo mismo.

—¿Y? —preguntó James alzando una ceja.

—No sé —admitió Sirius encogiéndose de hombros—. Solo quería decirlo.

Frotó con fuerza donde ponía «1 de enero». Siguió sin pasar nada.

Muchos suspiraron, asqueados.

Ya te lo decía yo; no hay nada que encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Ryddle le regalaron un diario por Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.

—Esa también es una posibilidad —dijo Tonks no muy convencida.

Harry no podría haber explicado, ni siquiera a sí mismo, por qué no tiraba a la basura el diario de Ryddle. El caso es que aunque sabía que el diario estaba en blanco, pasaba las páginas atrás y adelante, concentrado en ellas, como si contaran una historia que quisiera acabar de leer.

Muchos miraron a Harry extrañados.

Y, aunque estaba seguro de no haber oído antes el nombre de T.S. Ryddle, le parecía que ese nombre le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado de la más remota infancia.

Las miradas extrañadas dirigidas a Harry aumentaron.

Pero era absurdo: no había tenido amigos antes de llegar a Hogwarts, Dudley se había encargado de eso.

Como de costumbre, todos gruñeron ante la mención de los Dursley.

Harry sonrió, se le acababa de ocurrir una tontería interesante.

—¡Voldemort! —dijo de repente.

Todos se estremecieron y le miraron molestos.

—¡Dursley!

Todos gruñeron.

—Voldemort.

Se estremecieron.

—Dursley.

Gruñeron.

—¡Voldemort Dursley!

Todos gruñeron mientras se estremecían.

Mientras, muchos reían descontroladamente.

—Eso ha sido increíble —le dijo James sonriendo.

—¡Y que lo digas! ¡Digno de mi ahijado! —dijo Sirius fingiendo que se quitaba una falsa lagrima de orgullo.

Sin embargo, Harry estaba determinado a averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, se dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle, acompañado por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.

Algunos rieron.

La placa de oro bruñido de Ryddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.

Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.

Varios rieron nuevamente.

Sin embargo, encontraron el nombre de Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían sido delegados.

Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, delegado…, supongo que sería el primero de la clase.

—Casi parece que piensas que es algo malo —dijo Lily algo molesta porque ella también había sido prefecta, delegada y la primera de la clase.

Lo dices como si fuera algo vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.

Ambas se sonrieron.

El sol había vuelto a brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia. Una tarde, Harry oyó que la señora Pomfrey decía a Filch amablemente:

Cuando se les haya ido el acné, estarán listas para volver a ser trasplantadas. Y entonces, las cortaremos y las coceremos inmediatamente. Dentro de poco tendrá a la Señora Norris con usted otra vez.

Muchos sonrieron, eso significaba que los petrificados volverían a la normalidad.

Harry pensaba que tal vez el heredero de Slytherin se había acobardado. Cada vez debía de resultar más arriesgado abrir la Cámara de los Secretos, con el colegio tan alerta y todo el mundo tan receloso. Tal vez el monstruo, fuera lo que fuera, se disponía a hibernar durante otros cincuenta años.

—Ojala —murmuró Harry para sí mismo.

Ernie Macmillan, de Hufflepuff, no era tan optimista. Seguía convencido de que Harry era el culpable y que se había delatado en el club de duelo.

Muchos fulminaron con la mirada a Ernie mientras este intentaba disculparse con Harry nuevamente.

Peeves no era precisamente una ayuda, pues iba por los abarrotados corredores saltando y cantando: «¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido…!», pero ahora además interpretando un baile al ritmo de la canción.

Muchos suspiraron, Peeves era verdaderamente exasperante.

Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques.

Muchos bufaron mientras los que todavía admiraban a Lockhart (que ya eran menos) escucharon extrañados.

Harry le oyó exponerlo así ante la profesora McGonagall mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transformaciones.

No creo que volvamos a tener problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía pillarlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que cayera sobre ellos…

Mas bufidos cubrieron el comedor.

Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero creo que sé qué es exactamente lo que…

De nuevo se tocó la nariz en prueba de su buen olfato y se alejó con paso decidido.

La idea que tenía Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero.

Ginny enrojeció instantáneamente. Todos iban a leer el vergonzoso poema que escribió para Harry. Este la miraba divertido. Sabía que debía ser muy vergonzoso pero no podía evitar sonreir.

Harry no había dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de la noche anterior y llegó al Gran Comedor corriendo, algo retrasado. Pensó, por un momento, que se había equivocado de puerta.

Varios fruncieron el ceño mientras los que habían estado allí ese año asentían, ellos habían sentido lo mismo.

Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones.

—¿Qué ha hecho semejante estupidez? —gruñó Sirius molesto porque estropearan la increíble belleza del Gran Comedor.

—¿No se te ocurre alguien? —preguntó Remus.

Sirius volvió a gruñir.

—Lockhart...

Harry se fue a la mesa de Gryffindor, en la que estaban Ron, con aire asqueado, y Hermione, que se reía tontamente.

¿Qué ocurre? —les preguntó Harry, sentándose y quitándose de encima el confeti.

Ron, que parecía estar demasiado enojado para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. Desde su asiento, Harry pudo ver a la profesora McGonagall con un tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un gran vaso de crecehuesos.

Muchos rieron imaginándose (o acordándose) de esa expresión en sus profesores.

¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos vosotros… ¡y no acaba aquí la cosa!

—¿Y ahora qué? —preguntó Sirius molesto.

Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.

—¿Va en serio? —preguntó Tonks que no sabía si reir o abrir la boca como una estúpida por lo ridículo de la situación.

—Pobres enanitos —dijo Lily con compasión.

¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —sonrió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no pedís al profesor Snape que os enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.

Snape asintió, era lo que había pensado hacer, y más ahora que veía como James, Remus, Sirius, e incluso Lily reían.

Por favor, Hermione, dime que no has sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaban el Gran Comedor para acudir a la primera clase.

—El pequeño Ron estaba celoso —comenzaron a cantar los gemelos—. Celoso...

Ron bufó molesto y no dijo nada.

Pero a Hermione de repente le entró la urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.

Ron fulminó a Hermione con la mirada, molesto, mientras esta bajaba la suya, avergonzada.

Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Harry.

Muchos miraron a Alice con atención, esperando averiguar quién le había mandado una tarjeta a Harry y que decía esta.

James y Sirius miraron a Harry con orgullos, ¡Incluso con doce años atraía chicas!
¿Hace falta mencionar que Ginny tenía la vista clavada en sus zapatos y que era difícil diferenciar su pelo de su piel?

¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry.

Ruborizándose al pensar que le iba a ofrecer una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de primero, entre los cuales estaba Ginny Weasley, Harry intentó escabullirse.

—Que majo —dijo Lily sonriendo—. No quería que Ginny se pusiera celosa al escuchar la tarjeta de Harry.

Harry tragó saliva, nervioso, mientras los gemelos reían con ganas recordando el poema.

El enano, sin embargo, se abrió camino a base de patadas en las espinillas y lo alcanzó antes de que diera dos pasos.

Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.

—¡Mensaje musical! —exclamaron Sirius y Tonks poniéndose de pie, emocionados y divertidos.

Ginny deseaba con ganas que a su asiento le entrara el apetito y quisiera comérsela, ¡Cualquier cosa antes de que todos leyeran su poema!

¡Aquí no! —dijo Harry enfadado, tratando de escapar.

Ginny intentaba reprimir sus ganas de asentir ante ese comentario, ¡Ella tampoco quería que todos escucharan su poema!

¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo.

¡Suéltame! —gritó Harry, tirando fuerte.

Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.

Harry intentó recogerlo todo antes de que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.

¿Qué pasa ahí? —Era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras.

Muchos bufaron, ahora incluso Malfoy estaba ahí.

Harry intentó febrilmente meterlo todo en la bolsa rota, desesperado por alejarse antes de que Malfoy pudiera oír su felicitación musical de San Valentín.

¿Por qué toda esta conmoción? —dijo otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba.

Más personas gruñeron, ¿Es que no iba a poder recibir su mensaje de San Valentin tranquilo? (N.A. Obvio que no, ¡Es Harry Potter! ¿Cuándo le pasa algo tranquilo?)

A la desesperada, Harry intentó escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y lo derribó.

Bien —dijo, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:

—¡NO! —chilló Ginny sin poder contenerse—. ¡NO LA LEAS! ¡NO LA LEAS!

Alice la miró extrañada. Entonces comprendió, junto a los demás, que Ginny había sido la que había escrito el mensaje musical para Harry.

—No la hagas caso —dijo Charlie con curiosidad—. Lee, por favor.

—¡NO! —volvió a chillar Ginny.

Tiene los ojos como un sapo en escabeche —empezó Harry mientras miraba a Ginny divertido. A él también le daba mucha vergüenza cantarlo el mismo pero ver como Ginny se ruborizaba de esa manera merecía la pena.

Y el pelo negro como una pizarra cuando anochece —siguieron cantando los gemelos mientras miraban con diversión como Ginny se tapaba la cara con las manos.

Quisiera que fuera mío porque es glorioso —continuó Harry.

¡Oh! ¡El héroe que venció al señor tenebroso! —terminaron los gemelos.

Entonces los tres empezaron a reír, seguidos de muchos otros alumnos.

Harry miraba a Ginny divertido hasta que vio su rostro apretado y su mirada furiosa. Supo que se había pasado.

—Idiota —le dijo la pelirroja furiosa y no volvió a mirarle.

Harry tragó saliva. Había olvidado que detrás de las divertidas palabras del poema estaban los sentimientos de Ginny. Y él lo había olvidado. Y se había reído de ellos. En este momento Harry se sentía la persona más despreciable del planeta. Sin saber que hacer o que decir permaneció en silencio.

Alice decidió leer el poema de carrerilla.

Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche
y el pelo negro como una pizarra cuando anochece.
Quisiera que fuera mío, porque es glorioso,
el héroe que venció al Señor Tenebroso.

Según termino de leerlo empezó con el siguiente párrafo, para no dar tiempo a nadie a hacer o decir nada.

Harry habría dado todo el oro de Gringotts por desvanecerse en aquel momento.

Así se sentía Ginny en este momento.

Intentando reírse con todos los demás, se levantó, con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras Percy Weasley hacía lo que podía para dispersar al montón de chavales, algunos de los cuales estaban llorando de risa.

Lily fulminó furiosa a todos los que se habían reído en el comedor, incluso a su propio hijo, que yo no podía encogerse más en su asiento.

¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.

Harry vio que Malfoy se agachaba y cogía algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Harry comprendió que lo que había recogido era el diario de Ryddle.

—Quince puntos menos para Slytherin —sentenció la profesora McGonagall—. Tiene que dejar ese hábito de coger las cosas de los demás, señor Malfoy.

¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.

¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry.

Malfoy sonrió levemente. Hasta este momento había pensado que el diario era de Harry.

Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada.

Muchos la miraron extrañada, ¿Por qué miraba Ginny así al diario? ¿Sabía algo de él?

Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.

Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry.

Muchos fulminaron a Malfoy con la mirada.

Percy dijo:

Como prefecto del colegio…

Pero Harry estaba fuera de sus casillas.

—Digno hijo de Lily —dijeron los tres merodeadores a coro.

Sacó su varita mágica y gritó:

¡Expelliarmus!

Y tal como Snape había desarmado a Lockhart, así Malfoy vio que el diario se le escapaba de las manos y salía volando.

—No puede ser —dijo Moody impresionado mientras todos escuchaban con la boca abierta.

Zacharias Smith le levantó de sus asiento cabreado y miró a Harry con furia.

—¡Te estas burlando de nosotros! —gritó—. ¡Todos en el E.D. esforzándonos por conseguir hacer el maldito expelliarmus y tu coges y, con doce años, lo haces a la primera! ¡Una burla! ¡Eso es lo que es! ¡Una jodida y asquerosa burla!

Le miró con odio una vez más y volvió a sentarse.

Harry tragó saliva y miró a Hermione, buscando una respuesta a ese comportamiento, pero esta también le miraba algo cabrada.

—¡Me pase todo el viaje de vuelta en el tren intentando practicarlo con vosotros y no llegué a conseguirlo y tú, con todo el morro, lo haces a la primera! —le reprochó, como si fuera algo malo.
Harry se giró hacia Ron, buscando en el la respuesta a ambos comportamientos pero, como no, el pelirrojo se limitó a encogerse de hombros.

—Harry —le dijo Lily—. El expelliarmus es un conjuro complicado. Tal vez no tanto pero definitivamente no es un conjuro que un estudiante de segundo pueda realizar, ¡Y menos a la primera!

—¡Ese es mi hijo/ahijado! —dijeron James y Sirius muy orgullosos.

—Esto, sin duda, es un logro increíble —dijo Moody con una mueca que podía ser interpretada como una sonrisa ladeada—. ¡Una poción multijugos y un expelliarmus a la primera con solo doce años! Estos niños son increíbles.

Muchos asintieron, todavía impresionados. Sobre todo los miembros del E.D., la mayoría todavía seguía intentando que el conjuro les funcionara correctamente, ¡Y ya llevaban varias sesiones practicándolo!

Ron sintió una punzada dentro de él. La poción había sido casi exclusivamente cosa de Hermione, aunque no le gustara reconocerlo. Y el conjuro había sido enteramente cosa de Harry. ¿Y que había hecho Ron? ¿Romper su varita? ¿Asustarse por las arañas? ¿Quedarse con Lockhart mientras Harry rescataba el solo a su hermana? Suspiró molesto, ¿Por qué el nunca hacia nada? Ron tenía algo muy claro. Sin importar lo que hubiera o no hubiera hecho antes, ahora se esforzaría por colaborar más en los líos en los que se metieran, ¡El sería el que descubriría el monstruo que escondía la siguiente cámara extraña que encontraran! ¡Y el sería el que, de manera heroica, derrotaría el terrible monstruo!

Ron, sonriendo, lo atrapó.

Ron bufó. Eso era todo lo que era el: el estúpido ayudante de Potter. El que, desde detrás, ayudaba a Potter con SUS hazañas. Un estúpido personaje de fondo al que a nadie le importa.

¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar de esto!

—¡Por favor! —bufó Tonks—. ¿Ves a un niño de doce años realizar un perfecto Expelliarmus y le dices eso? Además, Malfoy se lo estaba buscando.

Muchos asintieron.

Pero Harry no se preocupó. Le había ganado una a Malfoy, y eso bien valía cinco puntos de Gryffindor.

Todos los Gryffindor asintieron.

Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para entrar en el aula, le gritó despechado:

¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín!

—¡Serás idiota! —exclamó Cho—. ¿Cómo le dices algo así?

Ginny no pudo evitar mirar a Cho impresionada, ¿A que había venido eso? Cho fulminó a Malfoy con la mirada una vez más y se encontró con la mirada de Ginny, a quien fulminó también.

Ginny se tapó la cara con las manos y entró en clase corriendo.

Muchos miraron a Malfoy con furia mientras este bajaba la cabeza avergonzado, ¿Cómo había podido disfrutar haciendo llorar a una niña? Todos tenían razón, hasta ahora había sido completamente despreciable.

Dando un gruñido, Ron sacó también su varita mágica, pero Harry se la quitó de un tirón. Ron no tenía necesidad de pasarse la clase de Encantamientos vomitando babosas.

—Gracias amigo —le dijo Ron sin sonreírle pues el que Harry le hubiese impedido hechizar a Malfoy había causado que se sintiese impotente. Y Ron odiaba la impotencia. Se dio cuenta plenamente de eso cuando tuvo que esperar con Lockhart a que Harry volviese con Ginny. Fue terrible. Completamente terrible.

Harry no se dio cuenta de que algo raro había ocurrido en el diario de Ryddle hasta que llegaron a la clase del profesor Flitwick. Todos los demás libros estaban empapados de tinta roja. El diario, sin embargo, estaba tan limpio como antes de que la botellita de tinta se hubiera roto.

Muchos fruncieron el ceño, extrañados.

Intentó hacérselo ver a Ron, pero éste volvía a tener problemas con su varita mágica: de la punta salían pompas de color púrpura, y él no prestaba atención a nada más.

Algunos rieron.

Aquella noche, Harry fue el primero de su dormitorio en irse a dormir. En parte fue porque no creía poder soportar a Fred y George cantando: «Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche» una vez más,

Al ver la mirada de Ginny nadie rió, ni siquiera los gemelos.

y en parte, porque quería examinar de nuevo el diario de Ryddle, y sabía que Ron opinaba que eso era una pérdida de tiempo.

Todos se tensaron, ¿Averiguaría Harry por fin lo que ocultaba el diario? Porque, después de la importancia que le estaban dando, algo tenía que tener.

—¡Espera! —dijo una chica de Hufflepuff que debía estar en cuarto—. ¡No se ha mencionado la carta que te mandé yo por San Valentin!

—¡Ni la que te mandé yo! —dijo una alumna de sexto de Hufflepuff también.

Harry se encogió de hombros. En el libro solo aparecían cosas que tenían importancia y esas cartas no la tenían en absoluto.

Ginny no pudo evitar girarse hacia Harry impresionada, ¿Había aparecido su estúpido poema pero no el de las demás? Eso, aunque por una parte le avergonzaba, le hizo algo feliz y la tranquilizó bastante. Además, aunque Harry se hubiese reído del poema ella misma reconocía que era algo tonto, y por encima de eso ¡Harry se lo sabía de memoria! ¡Con melodía y todo!

Se sentó en la cama y hojeó las páginas en blanco; ninguna tenía la más ligera mancha de tinta roja. Luego sacó una nueva botellita de tinta del cajón de la mesita, mojó en ella su pluma y dejó caer una gota en la primera página del diario.

La tinta brilló intensamente sobre el papel durante un segundo y luego, como si la hubieran absorbido desde el interior de la página, se desvaneció.

—Increíble —dijeron varios impresionados.

Emocionado, Harry mojó de nuevo la pluma y escribió:

«Mi nombre es Harry Potter.»

—¿Para qué? —le preguntaron muchos extrañados y Harry se encogió de hombros.

Las palabras brillaron un instante en la página y desaparecieron también sin dejar huella. Entonces ocurrió algo.

Todos abrieron mucho los ojos, expectantes.

Rezumando de la página, en la misma tinta que había utilizado él, aparecieron unas palabras que Harry no había escrito:

«Hola, Harry Potter. Mi nombre es Tom Ryddle. ¿Cómo ha llegado a tus manos mi diario?»

—¡Genial! —dijo Sirius emocionado—. ¡Cornamenta, Lunatico, tenemos que saber cómo hacer eso!

—No sé a ti, Canuto, pero a mí me huele a magia oscura —dijo James.

—Y eso que no tienes el canino olfato de Canuto —dijo Remus divertido.

Estas palabras también se desvanecieron, pero no antes de que Harry comenzara de nuevo a escribir:

«Alguien intentó tirarlo por el retrete.»

Aguardó con impaciencia la respuesta de Ryddle.

«Menos mal que registré mis memorias en algo más duradero que la tinta. Siempre supe que habría gente que no querría que mi diario fuera leído.»

—¿Por qué? —preguntaron muchos con emoción y algo nerviosos.

«¿Qué quieres decir?», escribió Harry, emborronando la página debido a los nervios.

—¿Soy la única que piensa que este diario no va a ser algo bueno? —preguntó Tonks con preocupación.

Remus negó con la cabeza, él pensaba lo mismo.

«Quiero decir que este diario da fe de cosas horribles; cosas que fueron ocultadas; cosas que sucedieron en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.»

«Es donde estoy yo ahora», escribió Harry apresuradamente. «Estoy en Hogwarts, y también suceden cosas horribles. ¿Sabes algo sobre la Cámara de los Secretos?»

El corazón le latía violentamente. La réplica de Ryddle no se hizo esperar, pero la letra se volvió menos clara, como si tuviera prisa por consignar todo cuanto sabía.

Muchos respiraban agitados, mientras escuchaban nerviosos y expectantes.

«¡Por supuesto que sé algo sobre la Cámara de los Secretos! En mi época, nos decían que era sólo una leyenda, que no existía realmente. Pero no era cierto. Cuando yo estaba en quinto, la cámara se abrió y el monstruo atacó a varios estudiantes, y mató a uno. Yo atrapé a la persona que había abierto la cámara, y lo expulsaron. Pero el director, el profesor Dippet, avergonzado de que hubiera sucedido tal cosa en Hogwarts, me prohibió decir la verdad. Inventaron la historia de que la muchacha había muerto en un espantoso accidente. A mí me entregaron por mi actuación un trofeo muy bonito y muy brillante, con unas palabras grabadas, y me recomendaron que mantuviera la boca cerrada. Pero yo sabía que podía volver a ocurrir. El monstruo sobrevivió, y el que pudo liberarlo no fue encarcelado.»

—¿Entonces Ryddle es el que atrapó al culpable? —preguntó Sirius.

Harry estuvo tentado de gritar que no había atrapado el culpable porque Hagrid era inocente pero estaría desvelando gran parte de la historia, y eso le quitaría emoción a todo.

En su precipitación por escribir, Harry casi vuelca la botellita de la tinta.

«Ha vuelto a suceder. Ha habido tres ataques y nadie parece saber quién está detrás. ¿Quién fue en aquella ocasión?»

«Te lo puedo mostrar, si quieres», contestó Ryddle. «No necesitas leer mis palabras. Podrás ver dentro de mi memoria lo que ocurrió la noche en que lo capturé.»

—No lo hagas —le aconsejó (ordenó) James—. Puede ser muy peligroso, no dejes que toque tu mente.

Harry tragó saliva, no podía hacer nada para hacer caso a su padre.

Harry dudó, y la pluma se detuvo encima del diario. ¿Qué quería decir Ryddle? ¿Cómo podía alguien introducirse en la memoria de otro? Miró asustado la puerta del dormitorio; iba oscureciendo. Cuando retornó la vista al diario, vio que aparecían unas palabras nuevas:

«Deja que te lo enseñe.»

—No lo hagas —le rogaron muchos preocupados.

Harry meditó durante una fracción de segundo, y luego escribió una sola palabra:
«Vale.»

Muchos suspiraron resignados. Así era Harry Potter, un loco impulsivo que nunca pensaba en las consecuencias.

Las páginas del diario comenzaron a pasar, como si estuviera soplando un fuerte viento, y se detuvieron a mediados del mes de junio. Con la boca abierta, Harry vio que el pequeño cuadrado asignado al día 13 de junio se convertía en algo parecido a una minúscula pantalla de televisión. Las manos le temblaban ligeramente. Levantó el cuaderno para acercar uno de sus ojos a la ventanita, y antes de que comprendiera lo que sucedía, se estaba inclinando hacia delante. La ventana se ensanchaba, y sintió que su cuerpo dejaba la cama y era absorbido por la abertura de la página en un remolino de colores y sombras.

Muchos comenzaron a asustarse y a mirar a Alice preocupados, esperando a que cogiera aire para seguir leyendo.

Notó que pisaba tierra firme y se quedó temblando, mientras las formas borrosas que lo rodeaban se iban definiendo rápidamente.

Enseguida se dio cuenta de dónde estaba. Aquella sala circular con los retratos de gente dormida era el despacho de Dumbledore, pero no era Dumbledore quien estaba sentado detrás del escritorio. Un mago de aspecto delicado, con muchas arrugas y calvo, excepto por algunos pelos blancos, leía una carta a la luz de una vela. Harry no había visto nunca a aquel hombre.

—Dippet —adivinó Remus.

Lo siento —dijo con voz trémula—. No quería molestarle…

Algunos adultos sonrieron a Harry, Dippet no podía oírle, estaba viendo un recuerdo, no había viajado al pasado.

Pero el mago no levantó la vista. Siguió leyendo, frunciendo el entrecejo levemente. Harry se acercó más al escritorio y balbució:

¿Me-me voy?

Más personas eran conscientes de la situación y de que aquel mago no iba a poder escuchar a Harry.

El mago siguió sin prestarle atención. Ni siquiera parecía que le hubiera oído. Pensando que tal vez estuviera sordo, Harry levantó la voz.

Lamento molestarle, me iré ahora mismo —dijo casi a gritos.

—Harry —le dijo George—. Si estuviera sordo no podría oírte ni aunque gritaras.

—Hay diferentes grados de sordera —razonó Hermione.

—Técnicamente, cuando alguien oye poco se dice que está algo sordo, y cuando alguien dice que esta sordo es porque no oye nada —dijo Remus.

Con un suspiro, el mago dobló la carta, se levantó, pasó por delante de Harry sin mirarlo y fue hasta la ventana a descorrer las cortinas.

Ahora todos comprendían que Harry no estaba realmente allí.

El cielo, al otro lado de la ventana, estaba de un color rojo rubí; parecía el atardecer. El mago volvió al escritorio, se sentó y, mirando a la puerta, se puso a juguetear con los pulgares.
Harry contempló el despacho. No estaba Fawkes, el fénix, ni los artilugios metálicos que hacían ruiditos. Aquello era Hogwarts tal como debía ser en los tiempos de Ryddle, y aquel mago desconocido tenía que ser el director de entonces, no Dumbledore, y él, Harry, era una especie de fantasma, completamente invisible para la gente de hacía cincuenta años.

Muchos asintieron, Harry había asimilado la situación de manera extremadamente correcta.

Llamaron a la puerta.

Entre —dijo el viejo mago con una voz débil.

Un muchacho de unos dieciséis años entró quitándose el sombrero puntiagudo. En el pecho le brillaba una insignia plateada de prefecto. Era mucho más alto que Harry pero tenía, como él, el pelo de un negro azabache.

Dumbledore lo supo al instante, era Ryddle.

Ah, Ryddle —dijo el director.

¿Quería verme, profesor Dippet? —preguntó Ryddle. Parecía azorado.

Siéntese —indicó Dippet—. Acabo de leer la carta que me envió.

¡Ah! —exclamó Ryddle, y se sentó, cogiéndose las manos fuertemente.

Muchacho —dijo Dippet con aire bondadoso—, me temo que no puedo permitirle quedarse en el colegio durante el verano. Supongo que querrá ir a casa para pasar las vacaciones…

No —respondió Ryddle enseguida—, preferiría quedarme en Hogwarts a regresar a ese…, a ese…

Según creo, pasa las vacaciones en un orfanato muggle, ¿verdad? —preguntó Dippet con curiosidad.

Algunos sonrieron con tristeza.

Sí, señor —respondió Ryddle, ruborizándose ligeramente.

¿Es usted de familia muggle?

A medias, señor —respondió Ryddle—. De padre muggle y de madre bruja.

Harry sonrió, ¿Qué pensarían todos cuando supieran que Voldemort era mestizo?

¿Y tanto uno como otro están…?

Mi madre murió nada más nacer yo, señor. En el orfanato me dijeron que había vivido sólo lo suficiente para ponerme nombre: Tom por mi padre, y Sorvolo por mi abuelo.

Las miradas de tristeza aumentaron.

Dippet chasqueó la lengua en señal de compasión.

La cuestión es, Tom —suspiró—, que se podría haber hecho con usted una excepción, pero en las actuales circunstancias…

¿Se refiere a los ataques, señor? —dijo Ryddle, y a Harry el corazón le dio un brinco. Se acercó, porque no quería perderse ni una sílaba de lo que allí se dijera.

Todos comenzaron a alterarse, ahora iban a hablar de los ataques que ocurrieron en esa época cuando se abrió la cámara de los secretos.

Exactamente —dijo el director—. Muchacho, tiene que darse cuenta de lo irresponsable que sería que yo le permitiera quedarse en el castillo al término del trimestre. Especialmente después de la tragedia…, la muerte de esa pobre muchacha… Usted estará muchísimo más seguro en el orfanato. De hecho, el Ministerio de Magia se está planteando cerrar el colegio. No creo que vayamos a poder localizar al…, descubrir el origen de todos estos sucesos tan desagradables…

Muchos tragaron saliva, ¿No iban a poder hacer nada? ¿Iban a cerrar Hogwarts? Pero entonces... ¿Por qué seguía abierto?

Ryddle abrió más los ojos.

Señor, si esa persona fuera capturada… Si todo terminara…

¿Qué quiere decir? —preguntó Dippet, soltando un gallo. Se incorporó en el asiento—. ¿Ryddle, sabe usted algo sobre esas agresiones?

No, señor —respondió Ryddle con presteza.

Pero Harry estaba seguro de que aquel «no» era del mismo tipo que el que él mismo había dado a Dumbledore.

Harry asintió, había sido, por desgracia, aterradoramente similar.

Dippet volvió a hundirse en el asiento, ligeramente decepcionado.

Puede irse, Tom.

Ryddle se levantó del asiento y salió de la habitación pisando fuerte. Harry fue tras él.
Bajaron por la escalera de caracol que se movía sola, y salieron al corredor, que ya iba quedando en penumbra, junto a la gárgola. Ryddle se detuvo y Harry hizo lo mismo, mirándolo. Le pareció que Ryddle estaba concentrado: se mordía los labios y tenía la frente fruncida.

Luego, como si hubiera tomado una decisión repentina, salió precipitadamente, y Harry lo siguió en silencio. No vieron a nadie hasta llegar al vestíbulo, cuando un mago de gran estatura, con el cabello largo y ondulado de color castaño rojizo y con barba, llamó a Ryddle desde la escalera de mármol.

¿Qué hace paseando por aquí tan tarde, Tom?

Harry miró sorprendido al mago. No era otro que Dumbledore, con cincuenta años menos.

—¡Genial! —exclamaron los gemelos, Sirius y James.

Tenía que ver al director, señor —respondió Ryddle.

Bien, pues váyase enseguida a la cama —le dijo Dumbledore, dirigiéndole a Ryddle la misma mirada penetrante que Harry conocía tan bien—. Es mejor no andar por los pasillos durante estos días, desde que…

Suspiró hondo, dio las buenas noches a Ryddle y se marchó con paso decidido. Ryddle esperó que se fuera y a continuación, con rapidez, tomó el camino de las escaleras de piedra que bajaban a las mazmorras, seguido por Harry.

Pero, para su decepción, Ryddle no lo condujo a un pasadizo oculto ni a un túnel secreto, sino a la misma mazmorra en que Snape les daba clase.

Muchos fruncieron el ceño, extrañados.

Como las antorchas no estaban encendidas y Ryddle había cerrado casi completamente la puerta, lo único que Harry veía era a Ryddle, que, inmóvil tras la puerta, vigilaba el corredor que había al otro lado.

A Harry le pareció que permanecían allí al menos una hora. Seguía viendo únicamente la figura de Ryddle en la puerta, mirando por la rendija, aguardando inmóvil. Y cuando Harry dejó de sentirse expectante y tenso, y empezaron a entrarle ganas de volver al presente, oyó que se movía algo al otro lado de la puerta.

Todos se tensaron.

Alguien caminaba por el corredor sigilosamente. Quienquiera que fuese, pasó ante la mazmorra en la que estaban ocultos él y Ryddle. Éste, silencioso como una sombra, cruzó la puerta y lo siguió, con Harry detrás, que se ponía de puntillas, sin recordar que no le podían oír.

James sonrió y decidió decirle a Harry una frase que siempre le decía su padre a él.

—Practica el ser silencioso cuando no lo necesites y no necesitarás pensar en ello cuando lo necesites. (N.A. Eso pertenece a James Potter y la encrucijada de los mayores, pensé que era apropiado y me apeteció ponerlo, no me pertenece)

Persiguieron los pasos del desconocido durante unos cinco minutos, cuando de improviso Ryddle se detuvo, inclinando la cabeza hacia el lugar del que provenían unos ruidos. Harry oyó el chirrido de una puerta y luego a alguien que hablaba en un ronco susurro.

Vamos…, te voy a sacar de aquí ahora…, a la caja…

Muchos tragaron saliva, extrañados.

Algo le resultaba conocido en aquella voz.

Eso solo aumentó la curiosidad y la emoción de los presentes, ¿Quién? Nadie se percató de como Hagrid se removía incomodo en su asiento.

De repente, Ryddle dobló la esquina de un salto. Harry lo siguió y pudo ver la silueta de un muchacho alto como un gigante que estaba en cuclillas delante de una puerta abierta, junto a una caja muy grande.

Hola, Rubeus —dijo Ryddle con voz seria.

—¡Hagrid! —exclamaron muchos y miraron a Hagrid buscando una explicación. Explicación que este no dio y Alice, como buena persona que era, siguió leyendo para que no se sintiera incómodo.

El muchacho cerró la puerta de golpe y se levantó.

¿Qué haces aquí, Tom?

Ryddle se le acercó.

Todo ha terminado —dijo—. Voy a tener que entregarte, Rubeus. Dicen que cerrarán Hogwarts si los ataques no cesan.

—¡¿Qué?! —exclamaron muchos sorprendidos.

—¡No puede ser! —aseguró Lily convencida—. ¡Hagrid nunca haría daño a nadie!

—Lily, piénsalo. Ya sabíamos que a Hagrid le habían partido la varita, esta será la razón de eso pero también no han dicho que Hagrid era inocente, así que, en resumen, Hagrid nunca ha abierto la cámara de los secretos. Es inocente —razonó Remus. Eso tranquilizó a muchos en la sala.

¿Que vas a…?

No creo que quisieras matar a nadie. Pero los monstruos no son buenas mascotas. Me imagino que lo dejaste salir para que le diera el aire y…

Muchos abrieron exageradamente los ojos y comenzaron a realizar teorías propias, ¿Y si Hagrid se había encontrado un monstruo y había decidido cuidarlo y este había matado a alguien?

¡No ha matado a nadie! —interrumpió el muchachote, retrocediendo contra la puerta cerrada. Harry oía unos curiosos chasquidos y crujidos procedentes del otro lado de la puerta.

Vamos, Rubeus —dijo Ryddle, acercándose aún más—. Los padres de la chica muerta llegarán mañana. Lo menos que puede hacer Hogwarts es asegurarse de que lo que mató a su hija sea sacrificado…

Todos estaban muy alterados.

¡No fue él! —gritó el muchacho. Su voz resonaba en el oscuro corredor—. ¡No sería capaz! ¡Nunca!

—Ya —le dijo Ron irónicamente a Harry—. Seguro.

Hazte a un lado —dijo Ryddle, sacando su varita mágica.

Su conjuro iluminó el corredor con un resplandor repentino. La puerta que había detrás del muchacho se abrió con tal fuerza que golpeó contra el muro que había enfrente. Por el hueco salió algo que hizo a Harry proferir un grito que nadie sino él pudo oír.

Algunos dejaron salir un gemido, preocupados por lo que sea que había visto Harry que le haya hecho gritar.

Un cuerpo grande, peludo, casi a ras de suelo, y una maraña de patas negras, varios ojos resplandecientes y unas pinzas afiladas como navajas…

Ron comenzó a temblar, con una cara de puro terror. Aún tenía pesadillas con Aragog todavía.

Ryddle levantó de nuevo la varita, pero fue demasiado tarde. El monstruo lo derribó al escabullirse, enfilando a toda velocidad por el corredor y perdiéndose de vista. Ryddle se incorporó, buscando la varita. Consiguió cogerla, pero el muchachón se lanzó sobre él, se la arrancó de las manos y lo tiró de espaldas contra el suelo, al tiempo que gritaba: ¡NOOOOOOOO!

El corazón de todos en la sala latía con violencia, ¿Qué era exactamente lo que estaba pasando?

Todo empezó a dar vueltas y la oscuridad se hizo completa. Harry sintió que caía y aterrizó de golpe con los brazos y las piernas extendidos sobre su cama en el dormitorio de Gryffindor, y con el diario de Ryddle abierto sobre el abdomen.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, se abrió la puerta del dormitorio y entró Ron.

¡Estás aquí! —dijo.

Harry se sentó. Estaba sudoroso y temblaba.

¿Qué pasa? —dijo Ron, preocupado.

Fue Hagrid, Ron. Hagrid abrió la Cámara de los Secretos hace cincuenta años.

Todos se giraron hacia Hagrid, esperando que lo desmintiera, pero el semi-gigante no dijo nada. Odiaba hablar del tema y no iba a hacerlo ni para que se dieran cuenta de que él no había sido el culpable, además, el libro lo aclararía por él.

—Ha acabado el capítulo —suspiró Alice—. ¿Quién quiere leer el siguiente?

—Yo lo haré —dijo Bill mientras caminaba hasta la madre de Neville. Cogió el libro y leyó, mirando al ministro—: Cornelius Fudge.




Bueno, aquí lo dejo por hoy.

See You!

¡Y ahora citas aleatorias del sexto libro!

Vale, si eso opina Ro-Ro, será mejor que le hagas caso —replicó Hermione enfureciéndose—. Al fin y al cabo, ¿Alguna vez ha fallado el criterio de Ro-Ro?

No, Ron siempre tiene la razón y se ha demostrado durante todos los libros que Hermione nunca la ha tenido, ¿Cierto?

[...]
¡Ojalá nos pasara eso a Lavender y a mí! —exclamó Ron mientras miraba cómo Hermione, sin decir, nada, iba tocando con la punta de la varita cada una de las palabras mal escritas y las corregía—. Pero cuanto más le insinuó que quiero dejarlo, más se aferra a mí. Es como salir con el calamar gigante.

Haay, Luna, amiga mía... Parece que el resto de idiotas de Hogwarts aún no se han dado cuenta, ¿No? ¿Cuánto crees que tardaran en darle cuenta de que Lavender es en realidad el calamar gigante?

En realidad fue muy simple de averiguar. Siempre que iba al lago y veía al calamar gigante ¡Mira, que casualidad! Nunca tenía a Lavender a la vista en esas ocasiones, ¿Casualidad? Lo dudo mucho. Podrás averiguar los detalles en la siguiente impresión del Quisquilloso.



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