sábado, 17 de octubre de 2015

Los desbarajustes de el Ginny y la Harry



Saludos, aquí el hombre-dátil, saludando desde su escondite secreto (también conocido como su casa).

Hoy no me he retrasado tanto con el capitulo ¿no? solo 3 horitas, bien, bien, estoy satisfecho con ello. Sobre el capítulo de hoy... Es algo corto, pero es que hoy no tocaba lectura así que... Sí, ha quedado bastante corto.

Hoy me ahorro responder ¿puedo? Es tarde de narices, así que, sin mas preámbulos, el capítulo:

Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

LOS DESBARAJUSTES DE EL GINNY Y LA HARRY

-¡Comida! —ladró Sirius comenzando a ensalivar cual lindo y peludo cachorro.

Los asientos desaparecieron y, en su lugar, el comedor se llenó de largos bancos y amplias mesas de madera. Sobre ellas, y luciendo despampanantes, cientos de diferentes manjares posaban de diferentes maneras sobre plateadas bandejas. Los hambrientos alumnos, sintiendo comprensible atracción por dicha vista,  no tardaron en abalanzarse sobre el festín que les esperaba. Harry, un joven estudiante que comía sin mucho afán, reflexionaba mentalmente sobre lo extraño que le resultaba la idea de que el resto de estudiantes prefiriesen pasar las vacaciones en sus  lejanas casas en lugar de en escuela. ¿Acaso en sus casas tenían tanta variedad de comida? ¿Acaso en sus casas se organizaban fiestas más espectaculares que las que se preparaban en el castillo? Harry lo dudaba. No obstante, era capaz de entender la razón principal por la que lo hacían. Razón que el no compartía de ninguna de las maneras, por lo que, y sin dudarlo en segundo, el preferiría poder prescindir totalmente del frió lugar donde vivía actualmente y poder alojarse en Hogwarts, un lugar que para el era más un hogar que una escuela.

(No me preguntéis porque he escrito eso, ni siquiera yo lo entiendo.)

—Ginny —escuchó Harry que decía la voz de su mejor amiga. Parecía algo irritada, como si Ginny (la persona a la que claramente intentaba llamar) estuviese ignorando sus continuas llamadas—. ¡Ginny!

—¡Au! —exclamó Harry al sentir un fuerte puntapié en la espinilla—. ¡Eso duele, Hermione! ¿A que ha venido eso?

Por supuesto, por muy lento que nuestro protagonista pueda llegar a ser, todo tenía una explicación. Y es que Harry Potter, el niño que vivió, el elegido, el hombre cuya única cualidad es estar en el lugar apropiado en el momento apropiado, estaba, por gracia o por desgracia, atrapado dentro del cuerpo de la hermana de su mejor amigo. La cual, a su vez, estaba apresada dentro del cuerpo del mejor amigo de su hermano. Aunque lo que tal vez sea lo más complicado de todo esto resulta ser que, por casualidades de la vida (y tal vez de un pícaro destino), los causantes de este despropósito para el héroe de la historia hayan sido sus propios y todavía inexistentes hijos, los cuales, en un intento de tal vez, intentar juntar a sus padres antes de lo que marcaba la historia original o de, tal vez, divertirse a costa de lo indefensos que estaban sus jóvenes futuros padres o, quien sabe, tal vez de ambas cosas.

—¡Oh, ahora no te hagas el idiota! —le espetó su amiga agitando su pierna deseosa de soltar otro puntapié.

—¿El idiota? Ginny es chica, Hermione —le corrigió Ron con la boca tan llena que solo un experto o alguien que lleve un mínimo de cuatro años y varios meses conociéndole podría entender sus palabras—. ¿Como has podido confundirte?

—Ah... Ha... Es que me pones algo nerviosa —intentó Hermione a la desesperada.

—¡No, tu me pones nervioso a mi, tontita! —aseguró Ron con cara de bobo.

(Pido perdón, a veces no puedo resistirme a la tentación ¡el señor oscuro es demasiado fuerte!)

Ginny no pudo evitar reír al ver a Harry haciendo como que vomitaba encima de su comida. Espera... ¿o estaba vomitando de verdad?

—¡¿Estas bien?! —le preguntó Ginny sorprendida.

—Si —se apresuró a decir Harry—. Bueno, no. No lo se. Estoy mareado, creo que voy a ir a tumbarme a la sala común.

—Te acompaño —le informó Ginny sin darle la opción de negarse.

Lentamente, y no sin que antes Ginny cogiese un gran trozo de tarta de melaza (que por alguna razón ahora le gustaba más que antes), ambos se pusieron en camino.

—¿Es normal tener ganas de vomitar teniendo la... ya sabes? —le preguntó Harry al salir del gran comedor y acercarse a las escaleras del amplio vestíbulo.

—¿La regla? Bueno, pues yo no suelo vomitar... Pero tengo algunas amigas que si que se marean y vomitan cuando la tienen —explicó Ginny.

—¿Y si tu no vomitas porque yo estoy vomitando? Es tu cuerpo al fin y al cabo... —cuestionó Harry algo molesto por tener que pasar por todo esto cuando ni la dueña original del cuerpo en cuestión tenía que hacerlo.

—¿Y a mi que me preguntas? ¡Ni que fuese experta en el comportamiento de los cuerpos al intercambiarse!

—Pues deberías serlo, si lo fueras no tendría que pasar por toda esta estupidez —le contestó Harry algo borde.

Ginny suspiró y decidió no contestar; a palabras incoherentes oídos persicopéticos.

El resto de trayecto lo pasaron en silencio, con Ginny teniendo que aguantar los continuos suspiros lastimosos de su amigo.

—Echate un rato —le aconsejó Ginny al llegar al cuadro de la Dama Gorda—. Yo voy a ir a buscar a la señora Pomfrey para que me de algo que te quite el malestar.

Por alguna extraña, absurda, siniestra, incoherente e innecesaria razón Harry no quería que Ginny se fuera, pero no tenía las agallas para pedirle que se quedará a su lado. Y menos aún para decirle que, probablemente, eso tendría mejores efectos que cualquier potingue de la señora Pomfrey.

—Vuelvo enseguida —le aseguró la anteriormente pelirroja.

—Hasta ahora —se despidió el que ya no necesitaba lentes.

.

—Oye —les preguntó la joven a sus hermanos mayores—. ¿Estáis seguros de que hemos hecho bien?

—¿En serio lo estás preguntando? —se impresionó James—. ¡Pues claro! ¡Es la mejor idea que hemos tenido nunca!

—Bueno, yo sigo pensando que la mejor fue la de llegar al acuerdo con papa de no dejarle desayunar en calzoncillos —opinó Albus.

—Si, esta también fue buena —coincidió su hermano mayor.

—Opino lo mismo —aseguró la pequeña, tal vez para no sentirse excluida, aunque no. Los tres estaban completamente de acuerdo en esto (cosa que rara vez pasaba).

—En fin, ¿que decías de nuestro plan maestro? —preguntó James alzando las cejas esperando por una respuesta.

—Que... Bueno... ¡Es una locura! ¡Y no podéis negarlo! ¿Cuantas cosas podrían salir mal? ¡Tal vez incluso lleguen a odiarse para siempre y nosotros no lleguemos a nacer nunca!

—Bue, que tontería, entonces, si vemos que se odian, solo tendríamos que volver otra vez al pasado para arreglarlo —razonó James.

—¡Pero serás idiota! ¿Es que no entendiste nada de lo que nos explicó Hermione sobre los viajes en el tiempo y sobre este en particular?

—Era una broma, Lily —mintió James para no dejar ver que no tenía ni idea.

—¿Entonces que? ¿Eh? ¿Que hacemos si todo sale mal y se odian?

—Venga, Lily, estamos hablando de papa y mama ¿no? ¡Sí se pasan más tiempo abrazados que trabajando!

Lily sabía que, probablemente, ese no fuera un argumento valido para la infinita rama de posibilidades que ofrecía cambiar el pasado pero, como hija de ambos, había visto con sus propios ojos (y por desgracia a diario) la relación de su padre y su madre. También había oído cosas en ocasiones que le gustaría olvidar cuanto antes, aunque no estaba segura de hasta donde eso valía como prueba.

—No, James, Lily tiene razón. No podemos dejar esto en manos del destino —dijo Albus muy serio—. Tenemos que preparar algo.

En ese momento Lily fue consciente de que tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada desde el principio.

.

—¿Que hago yo aquí? —preguntó una voz que hacía mucho que este Harry adulto no escuchaba.

—Hay una buena y algo egoísta razón detrás de esto —le explicó—. Aunque por ahora ven, hay alguien a quien quiero que veas.

.

Ginny, después de contarle a la señora Pomfrey una versión inventada para que le preparase algo que pudiese darle a Harry, se encontraba de vuelta hacia la sala común de Gryffindor, donde debía esperarle Harry (porque, pensó Ginny, más le valía no haber ido a la habitación de las chicas ahora que ella no podía entrar allí),

—¡Harry, te estaba buscando! —dijo una voz que Ginny no esperaba (ni quería escuchar).

—Hola, Cho.

Cho Chang, la asiática y atractiva estudiante de Ravenclaw de la que era bastante obvio que Harry estaba enamorado, estaba frente a ella, sonriendole de forma amistosa y revolviéndose su negro cabello con los dedos. Ginny se permitió sonreír por un segundo al darse cuenta de lo divertido que era poder verla desde arriba ahora que era una cabeza más alta que ella.

—He visto como salias del comedor con la chica Weasley así que he aprovechado para salir para hablar contigo —le explicó Cho—. Que por cierto ¿donde está?

Ginny alzó una ceja, tal vez algo molesta por ser "la chica Weasley" o tal vez simplemente molesta porque se trataba de Cho, quien nunca había llegado a agradarle. Hacía unos días habían jugado juntas un partido de quidditch, y tenía que admitir que lo hicieron bien juntas, pero eso no tenía nada que ver.

—En la sala común —respondió sin molestarse en explicar nada—. ¿Que querías?

Cho, claramente cortada por lo directo que estaba siendo Harry, tardó un par de segundos en responder.

—Bueno... La verdad es que lo he estado pensando y... Ya estamos en el cuarto libro, es decir, el que corresponde a el curso pasado y... —cogió aire—. Bueno, tu sabes mejor que yo todo lo que ocurrió ¿no? así que qué voy a contarte —rió un poco de forma forzada e hizo una pequeña pausa—. Estoy segura de que voy a llorar cada vez que se hable de el —confesó suspirando levemente haciendo una clara referencia a Cedric Diggory—. Y, bueno, también estoy segura de que pensar tanto en el me va a hacer pensar en un montón de cosas... De todo tipo... Por eso quería hablar contigo antes.

Ginny parpadeó, le gustaría ser grosera y cortante con ella pero... ¿como podía hacerlo? Estaba completamente desarmada ahora mismo.

Cho tragó saliva y dio un pequeño paso hacia Harry.

Oh no, pensó Ginny intuyendo lo que se avecinaba, o no...

Sentía como los ojos de Cho miraban fijamente los suyos y no fue consciente de como, dando pasos tan pequeños como los daba, había llegado a situarse tan cerca de ella.

—Por eso tenía que comprobar si...

Ginny vió, lentamente, como Cho cerraba los ojos y acercaba su rostro hacia el suyo. Todo esto era tan irreal... ¿Como debía reaccionar? Ella no era Harry, no podía decir o hacer nada en una situación como esta, y, aunque pudiera ¿que podía hacer?

Entonces ocurrió, los labios de Cho tocaron los suyos. Su corazón se detuvo. Esto no podía estar pasando. Cho se separó un poco de el, vio el rostro de Harry, tan sorprendido como estaba. Sonrió un poco y volvió a acercarse. Ginny, paralizada y con los ojos completamente abiertos, no pudo más que soportar los que tal vez fueron los peores segundos de su vida. Cho volvió a separarse de ella, algo confusa.

—¿Que acabas de hacer? —le preguntó Ginny llevándose una mano a los labios, aterrorizada por lo que acababa de pasar. Cho Chang acababa de besarle en la boca, ¡tenía que ser una broma!

Cho torció un poco la cabeza y sonrió con tristeza y aceptación.

—Supongo que es así entonces... —suspiró levemente—. Lo siento entonces por esto, Harry.

Ginny no sabía como reaccionar así que se limitó a parpadear el doble de rápido de lo que lo hacía una persona normal.

—Bueno... Adiós... —y, estando claramente incomoda, Cho se despidió de ella y se marchó rápidamente.

Ginny seguía sin querer asimilar lo que acababa de pasar. Si no lo hacía tal vez pudiera vivir pensando que esto no había ocurrido nunca. Pero, aún así, había una enorme pregunta rondandole por la cabeza...

¿Que debía contarle a Harry?

.

—¡No puedo creerme que estés aquí! ¡No puedo creerlo! —lloriqueaba el hombre una y otra vez.

—En serio, no entiendo nada, ¿que diablos a pasado? —preguntó la voz causante de los lloriqueos del hombre.

—Supongo que tenemos que ponerte al día —comentó un Harry adulto con un suspiro.

.

—Toma —le dijo Ginny tendiéndole una pequeña taza llena de un extraño liquido algo espeso de color morado—. Bebetelo, te hará bien.

—Has tardado mucho —comentó Harry mientras cogía la taza de las manos de Ginny.

—Han pasado cosas —se limitó a decir ella.

—¿Que cosas? —preguntó Harry mientras se llevaba la taza a los labios y comenzaba a beber.

Ginny no sabía como contárselo.

—Bueno... Me he encontrado con Cho y... Me ha besado.

Harry, por la sorpresa, lanzó toda la poción que tenía en la boca.

—¡¿Que has dicho?!

—Ya me has oído, he dicho que Cho me ha besado —repitió Ginny algo molesta por la alegría con la que se lo estaba tomando Harry—. También me ha dicho que con todo lo de este libro va a llorar mucho por Cedric y que, el pensar tanto en él, seguramente haga que piense sobre muchas cosas y se replantee muchas otras.

Harry suspiró con tristeza, intuyendo lo que eso seguramente significaba.

—¿Entonces te ha besado? —volvió a preguntar Harry, aún sin creérselo del todo.

—¡Deja eso de una vez, pervertido!

—¿Pervertido por qué? Solo he preguntado sí...

—Que sepas que he notado como se ha comportado cierta parte de tu cuerpo cuando Cho me ha besado —mintió Ginny para molestarle.

—¿Que? No me fastidies Ginny —dijo Harry terriblemente avergonzado—. Dime que es una broma...

Ginny se encogió de hombros y se sentó a su lado.

—Venga, bebete lo que queda ¡y esta vez no lo tires!


Más o menos treinta minutos después, una vez la poción hizo efecto, Harry se veía preparado para continuar con la lectura, así que tanto Harry como Ginny bajaron al Gran Comedor, donde ambos pensaban que ya habían comenzado a leer el siguiente capitulo, pero se llevaron una gran sorpresa, porque no solo aún no habían comenzado a leer...

—No puede ser... —dijeron Harry como Ginny al mismo tiempo—. ¿Cedric?


Estoy seguro de que habrá más palabras mal escritas que al contrario... En fin, hoy no me lo tengáis en cuenta. Tampoco estoy muy seguro de lo que he escrito y, sobre Cedric... Ni siquiera se que va a pasar, ya sabéis que escribo lo que me da la gana en el momento.

Esto es todo por esta semana. Nos vemos la semana que viene.

Bye!

¡Lee el siguiente capítulo!
(El día 23 si todo va chupi piruli)

miércoles, 14 de octubre de 2015

Sortilegios Weasley


Querid@s patatas y potatos:

Hoy me a surgido una duda que no puedo resolver... Si el desarmar a alguien te hace el dueño de su varita... ¿porque el expelliarmus no está entre las maldiciones imperdonables? Vamos, o por lo menos, ¿porque no es un hechizo ilegal? Si cualquier persona que te desarme se vuelve el dueño de tu varita y cualquier alumno de segundo-tercero sabe desarmar... ¡Que locura!

Pero bueno, que tampoco me voy a volver loco con eso. Las novelas de fantasía tienes fallos y es lógico (es fantasía al fin y al cabo) así que, para disfrutar de ellas no tienes que anclarte en cada fallo que veas.

¿Respondo de una carrera y al capitulo? Mola.

Catalina Adriazola: La verdad, no estoy muy seguro. Creo que cerca de tres meses ya pero no me hagas mucho caso.

Isabel Gonzalo Colmenar: ¿Que cuando hago el vago? ¡Pues en clase! ¿Para que están las clases sino? Para dormir, dibujar y pasarse mensajitos estúpidos por el simple hecho de pasarse mensajitos estúpidos. Aunque ahora odie la escuela estoy seguro de que cuando deje de estudiar la echaré, aunque sea un poco, de menos.

LaurieAngel: Se como te sientes xD Cuando muere Sirius bueno, duele, y mucho, pero eres capaz de soportarlo. Al fin y al cabo Sirius ya estaba solo, ¡pero como puede morir Fred! George no es George sin Fred. Supongo que todos tuvimos que dejar de leer un tiempo esa página para limpiarnos las lagrimas y preguntarle a nuestra Rowling mental el porque hacernos sufrir así... A mi personalmente la muerte que más me afectó fue la de Hedwig. Me pareció totalmente gratuita. Sirius murió defendiendo lo que creía correcto, y con una sonrisa en los labios. También lo hizo Fred. Dobby murió defendiendo a Harry Potter y a sus amigos, seguro que está muy orgulloso de si mismo (¡eres un heroe Dobby!) Pero la muerte de Hedwig es totalmente innecesaria. Muere porque sí, dentro de su jaula, sin poder hacer nada para evitarlo. Se que es raro pero me dolió muchísimo.

Furia Nocturna: ¡Muerte a James! Vale no, pero si no muere... Nada tendría sentido... Harry Potter no sería el humilde Harry Potter que conocemos sino, seguramente, una variación de James Potter.

Eduardo Izaguirre: Este traductor de google... Hace magia xD

LarousseLucy: ¡Suerte con lo que te toca! Y si, yo también tengo miedo de acabar en el cementerio. Espero que al menos merezca la pena... ¡que narices, seguro que lo merece!

Luz_Azul: Se que sería divertido traerles... Lo se... Lo se pero... ¡Es una locura! No creo que aguantasen conscientes ni cinco minutos con tantos locos cabreados con ellos (ejemsiriusejem). Así que no, no creo que los traiga (tampoco quiero torturarlos de forma lenta y dolorosa... Bueno sí, pero me contendré).

Abby: Gracias por el picazón culo xD Y suerte con tu nueva "sobrinita adoptiva" ¡enséñale los placeres del batido de chocolate!

Sonia M. Fuentes: Si, supongo que tienes razón. Pero más que para el, es para mi mismo. Siendo lo locamente irresponsable que soy... No me veo ready... Pero si, supongo que tengo tiempo de sobra para comprarme chalecos de cuero, una moto y conseguir una forma animaga de un perro grandote. O eso espero.

Alma: No, no, no, no, no, no, no, no, no. No. No, no, no. No. ¿Como que "un buen truco de magia"? ¡Yo seré un mago de pacotilla! (es mi sueño) Seré ese tipo de mago que te dice "escoge una carta, ¿la tienes? ¿si? Bien, ahora ponla en mi mano. ¿es esta tu carta? ¡Woooooo! ¡Maaagia baybe!".
¿Coger un alligator? Vaya. Yo lo más parecido que he tenido en mis manos a sido una lagartija. Vamos, casi casi lo mismo.
Por aquí solo conozco uno llamado Bizkaia Boggarts y no es que sea un nombre tan espectacular. Yo de pequeño siempre jugaba en el salón a quidditch con mi hermano, y lo pasábamos genial, pero tiene que ser mucho más divertido jugarlo con dos equipos enteros. Aunque... Como han puesto a los buscadores y a la snitch lo arruina un poco (y no lo digo porque la snitch sea una persona con un pañuelito).


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.


SORTILEGIOS WEASLEY

—Está bien, leamos un último capítulo antes de comer —decidió Albus Dumbledore mientras cogía el libro "Harry Potter y el Cáliz de Fuego" de las manos de Ginny, manejadas por Harry— ¿Algún voluntario para leer pues, este capítulo?

—Yo misma —dijo Tonks saltando con agilidad desde su asiento y soplandole un beso a Remus.

—Me lo ha mandado a mi —le aseguró Sirius al hombre lobo—. Soy su tío, siempre lo hace.

Tonks, una vez con el libro en la mano, comenzó a leer:


Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la veloci­dad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

Harry sonrió, le encantaba esa casa.

—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.

—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?

—Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy conten­to—. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...

—Oye, podríais contratarle como conejillo de indias —les propuso James a los gemelos—. De todas formas dudo que encuentre un trabajo mejor...

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña coci­na; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George esta­ban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había vis­to nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

Bill y Charlie se sonrieron, por fin aparecían en la historia.

—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampo­llas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delga­dos. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Charlie, como de costumbre, intentó no ver la cara que ponía su madre cada vez que veía o escuchaba hablar sobre sus heridas o quemaduras.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Pre­mio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy

—¡Hey! —protestaron simultáneamente ambos hermanos. Era obvio que ninguno a ninguno de los dos le apetecía parecerse al otro.

: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) guay

—Hey Harry, ¿quieres un autógrafo de Bill? Podemos conseguirte varios —le propuso Fred buscando molestarle.

—¿Y que me dices de un enorme poster suyo sin camiseta? ¡Seguro que queda genial en la pared de tu habitación! —dijo George también.

Pero claro, a quien le estaban hablando no era a Harry, sino a Ginny, quien, acostumbrada a este tipo de comentarios por parte de sus hermanos (que generalmente hacían exactamente lo mismo pero con Harry en vez de con Bill) supo llevar la situación.

—¡Genial! Quiero dos, ¿y cuanto me pides por uno sin pantalones?

Eso descolocó totalmente a Fred y George. Pero claro, también al resto del mundo. Y más a Harry, que no sabía como reaccionar y parpadeaba sin cesar.

—Aunque me conformo con que me des los pantalones... ¿Y eso de quitarle su cepillo de dientes y cepillarme con el lo veis como un acto de amor o como el de un acosador psicópata? Porque si es la primera opción también quiero su cepillo.

De la garganta de Harry salía un débil y endiabladamente agudo chillido que demostraba su impotencia ante una situación tan extraña como impredecible. No quería ver la cara de nadie en la sala, pero, aún sin hacerlo, ya se imaginaba a todos con la boca abierta y sin saber como reaccionar. Siempre había admirado a Ginny por saber controlar a las masas pero... ¿esto no era pasarse un poquito?

—Estás... De broma ¿no? —le preguntó Fred sin saber realmente la respuesta.

—¿Hace falta preguntarlo? 

Fred y George se miraron y luego miraron a todos en el comedor, que estaban tan descolocados como ellos.

—¿Si? —preguntaron.

Entonces, y solo entonces, Ginny pensó que, tal vez y solo tal vez, se había pasado un poquito. Miró a Harry, quien ocupaba su cuerpo, y se lo encontró cubriéndose la cara con su cabello, como solía hacer para taparse la cicatriz, solo que con mucho más pelo.

—Emm... Pues sí... creía que estaba claro que era una broma... —explicó Ginny sin saber muy bien como hacerlo.

Aunque, para su alivio, para el resto del mundo fue muy fácil aceptar eso y descartar el loco cambio que suponía creer lo anteriormente dicho. Aunque, claro, que todos creyeran que eso era la verdad no significaba que todos fueran a olvidar lo ocurrido. Ni ha hacer bromas con ello. Harry, me apiado de ti... ¡Te espera una buena!

Ginny volvió a mirar a Harry, esperando ver en su mirada que no estaba enfadado o algo así, pero lo que vio (y muy claramente) eran sus propios labios formando las siguientes palabras sin hacer un solo sonido: tienes veinticuatro horas para conseguir un giratiempo.

(Durante unos segundos había pensado en borrarlo pero... Va, que narices, cosas peores he escrito.)

: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

—No es que sea muy difícil de distinguir que digamos... —comentó Charlie mirando con algo de reproche a su hermano, ¿cuantas veces había hablado con el sobre el hecho de que comprar ropa hecha con piel de dragón solo provocaba que se siguiesen cazando dragones para hacer más ropa?

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa ma­ligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

—Eso es cierto —comentó Tonks antes de seguir leyendo.

—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weas­ley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

—Y eso también es cierto —volvió a comentar Tonks.

—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

—¡Un metro de lengua! —rieron impresionados muchos estudiantes.

Fred y George cruzaron una mirada y, sin palabras, ambos decidieron que tenían que agradecer al escritor de estos libros por la publicidad que les estaba haciendo (y la que les iba a hacer).

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una so­nora carcajada.

—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchan­do contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

—¡Vamos papa! —protestó Bill—. ¿Que tiene que ver que sea muggle? Ese tío es un idiota, se merecía mucho más.

—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.

—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

—Uuuh... —comentaron muchos sintiendo lastima por los gemelos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy ama­ble, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su man­do—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había te­nido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. 

Este era otro de esos clásicos momentos en la vida de Arthur en los que su mujer le miraba con reproche, molesta por que sea siempre tan flojo con sus hijos.

Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weas­ley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante gran­des, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

—Oh, venga ya, ¡desde mucho antes de tu primera visita! —dijo Ron algo irritado por la molestia que supuso aguantar tanto tiempo a Ginny diciendo Harry por aquí y Harry por allá.

El hecho de que Harry, quien ahora era considerado Ginny por los demas, no dijera nada, hizo que Ron y sus hermano fruncieran el ceño ¿porque no mandaba a Ron callarse o algo similar?

—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weas­ley»...

Los gemelos se miraron, su madre realmente odiaba que "perdieran" el tiempo inventando artículos de broma. Aunque, según ellos, eso era solamente porque ella, como madre, no pensaba que solo vendiendo esas "tonterías" fueran a poder ganarse la vida. Claro que en realidad era también por muchas otras razones.

—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.

—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...

—Madre mía, Ron... —suspiró Ginny al ver lo lento que era su hermano.

—¿Que? —preguntó el pelirrojo—. Es cierto.

—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significa­tiva mirada.

—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.

—Vale, ahora lo entiendo —aseguró Ron enrojeciendo un poco.

—Sí, nosotros también vamos —dijo George.

Bill y Charlie rieron.

—No se ni porque te molestas en intentarlo —les dijo Charlie.

—¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.

—Estaba claro —comentó Bill.

Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompa­ñados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían.

Todos en el comedor sabían ya de ellos, bueno, con la obvia excepción de James y Lily y, tal vez, la abuela de Neville (que, por cierto, debido a su ya avanzada edad, ha pasado más tiempo dormida que prestando atención a la lectura).

Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.

—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de co­sas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. 

—¡Chicos! —llamó James a Sirius y a Remus—. ¿Como no hemos pensado nunca en eso?

—Bueno... Nunca hemos necesitado dinero para nada ¿no? ¿Para que íbamos a querer vender nuestros productos? —preguntó Sirius.

—No lo estás entendiendo, Canuto. No se trata de ganar dinero, bastaba con cobrar lo que gastábamos en hacerlos. La cosa era crear un Gryffindor armado, preparado para combatir a cualquier serpiente engreída que intentase molestar.

—Humm... No habría estado mal, no —reconoció Sirius.

Remus parpadeó un par de veces, sin creerse lo que estaba oyendo.

—Estáis de guasa ¿no? —les preguntó Remus—. ¿Cuantas veces os propusimos yo y... Peter... la idea de vender lo que creábamos? ¡Vosotros siempre os negabais diciendo que, ya que lo habíamos creado nosotros, solo nosotros podríamos usarlo!

Sirius y James se miraron.

—Bueno... Eso es cierto... No se como se me había olvidado, ¿por que razón estúpida estábamos pensado compartir nuestros geniales inventos? —dijo James.

—Por alguna tontería sobre ayudar a unos Gryffindor indefensos o algo así —le respondió Sirius.

—¡Va! Que se fastidien, no se merecen nuestros inventos.

Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inven­tando todo eso...

—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabri­cando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

—¡Y nos gusta! —aseguraron los gemelos.

—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi ma­dre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedi­do... 

Fred y George pusieron cara de sufrimiento al recordarlo. Bueno, de lo malo malo, aún seguían adelante como podían. Y cada vez iban mejor.

Además está enfadada con ellos porque no han conse­guido tan buenas notas como esperaba...

—Y también ha habido broncas porque mi madre quie­re que entren en el Ministerio de Magia como nuestro pa­dre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.

—¡Que estupidez! —escuchó Arthur que murmuraba su esposa.

El entendía tanto a los gemelos como a Molly. Fred y George tan solo querían dedicarse a lo que les gustaba, justo como hacía el, y eso era algo que Arthur apoyaba. Sin embargo, y siendo también comprensible, Molly pensaba en el futuro y bienestar de sus hijos. Sabía que con su tienda de bromas iban a pasárselo bien, pero dudaba seriamente que pudieran vivir bien con un trabajo como ese. Arthur tenía claro su papel en todo esto; dejar que las cosas fluyan. El no pondría ningún inconveniente y permitiría a sus hijos dedicarse a lo que ellos quisieran y, por supuesto, les ofrecería su apoyo en caso de que algo les saliese mal. Ese era su deber como padre. Y estaba seguro de que Molly, aunque gruñese un poco e insistiese con que dejaran todo ese mundo de las bromas, sabía que sus hijos seguirían adelante y pensaba como el.

Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y ex­presión de enfado.

—Buenos días, Percy —le saludaron los gemelos.

—Hola, Percy —saludó Harry.

—Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sa­béis? Tengo que terminar un informe para la oficina, y re­sulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber en­torpecido los asuntos reservados del Ministerio.

—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.

—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional —respondió Percy con aires de sufi­ciencia—. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo del­gados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cer­cana al tres por ciento anual...

—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese infor­me será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera pági­na de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Algunos rieron mientras Percy se sonrojaba.

Percy se sonrojó ligeramente.

—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso aca­loradamente—, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de produc­tos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían se­riamente en peligro...

Snape, cuyo único hobby (exceptuando el de seguir enamorado de una chica que llevaba quince años muerta y que se había casado y había tenido hijos con su peor enemigo) era preparar pociones, había preparado tantas y en tantos calderos diferentes que veía aquel tema como algo sumamente importante. Por esa misma razón le parecía bastante decepcionante que alguien como Percy Weasley hubiese tenido que encargarse del tema.

—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.

Percy cerró la puerta de su habitación dando un porta­zo. Mientras Harry, Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos procedentes de la co­cina. El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.

Los gemelos miraron a su padre con reproche mientras este silbaba una melodía aleatoria aunque sorprendentemente bien entonada. Ya se lo habían dicho sus padres muchas veces, el tenía un don con los silbidos. De hecho, entre los veinticinco y veintisiete años había participado en tres concursos de silbidos ¡y había ganado los tres! Varios hombres trajeados le habían ofrecido trabajar para ellos en diferentes ocasiones, y el había tenido que rechazarles explicándoles que solo silbaba por gusto. Para pasar el rato. Un pasatiempo. A los hombres esa respuesta no les sentó bien. Muchos matarían por tener un don como el que tu tienes, le habían dicho en todas las ocasiones, muchos pasan su vida esforzándose sin descanso y no alcanzan ni la mitad del potencial que les das tu a tus silbidos. Esas palabras siempre alteraban un poco a Arthur, se sentía mal (muy mal, de hecho) por poder silbar así. Pensaba que poseía un don que no merecía. Se avergonzaba de ello, así que durante un tiempo dejó completamente de silbar. Bueno, el tiempo justo que tardó Molly en descubrir todo este tema. Arthur sonrió al recordar las palabras de su esposa, "es cierto que tienes un don, Arthur, y es cierto que, posiblemente, no le vayas a dar a ese don la misma función que otras personas, pero eso es irrelevante. A ti te gusta silbar, así que puedes silbar. Y a mi me gusta oírte silbar, así que silba."

(En teoría debería hacer aquí algún comentario justificando.... eso de ahí arriba... Aunque en la practica... Pues ya lo veis. No tengo que hacerlo. Basta con poner un comentario sin sentido como este entre paréntesis para que lo leáis, se os olvide lo anterior y sigáis leyendo).

La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa estaba casi igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme. Ya no estaba Scabbers, la vieja rata de Ron, pero su lugar lo ocupaba la pequeña lechuza gris que había llevado la carta de Ron a Privet Drive para entregársela a Harry. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.

—¡Cállate, Pig! —le dijo Ron, abriéndose paso entre dos de las cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con nosotros porque Bill y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry—. Percy se queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar.

—¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó —Harry a Ron.

—Porque es tonto —dijo Ginny—. Su verdadero nom­bre es Pigwidgeon.

—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcástica­mente Ron—. Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adora­ble. 

Muchos miraron a Harry divertidos por el nombre, pensando que miraban a Ginny, y este, por reflejo, se cubrió su inexistente cicatriz de rayo con el cabello de Ginny.

Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig. Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En realidad, a mí también me molesta.

Hermione sonrió. Ron siempre hablaba así pero tenía muy claro que, aunque no lo dijera, le tenía mucho aprecio a Pig.

Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente por la jau­la, gorjeando de forma estridente. Harry conocía demasiado a Ron para tomar en serio sus palabras: siempre se había quejado de su vieja rata Scabbers, pero cuando creyó que Crookshanks, el gato de Hermione, se la había comido, se disgustó muchísimo.

—¿Dónde está Crookshanks? —preguntó Harry a Her­mione.

—Fuera, en el jardín, supongo. Le gusta perseguir a los gnomos; nunca los había visto.

—Pobres gnomos —se compadeció Ron.

—Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —in­quirió Harry, sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban y salían como balas de los pósters colgados en el techo.

—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.

Algunos rieron mientras, nuevamente, Percy se ruborizaba.

—¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—. ¿Recibiste nuestros paquetes de comida y todo lo demás?

—Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la vida.

—Casi literalmente —aseguró, por extraño que pueda parecerle a los lectores, Ginny. Aunque para todos en el Gran Comedor fue bastante natural que de la boca de Harry salieran esas palabras. Ginny estaba cogiéndole el tranquillo a todo esto.

—¿Y has tenido noticias de...? —comenzó Ron, pero se calló en respuesta a la mirada de Hermione.

Ginny suspiró. Ya estaban otra vez apartándola de todo.

Harry se dio cuenta de que Ron quería preguntarle por Sirius. Ron y Hermione se habían involucrado tanto en la fuga de Sirius que estaban casi tan preocupados por él como Harry. Sin embargo, no era prudente hablar de él delante de Ginny. 

—Por supuesto —murmuró Ginny para si misma algo molesta—. seguro que voy por ahí contándoselo a todo el mundo.

A excepción de ellos y del profesor Dumbledore, nadie sabía cómo había escapado Sirius ni creía en su ino­cencia.

—Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel instante de apuro, porque Ginny mi­raba con curiosidad tan pronto a Ron como a Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a vuestra madre con la cena?

—De acuerdo —aceptó Ron.

Los cuatro salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y encontraron a la señora Weasley sola en la coci­na, con aspecto de enfado.

—Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto en­traron—. Aquí no cabemos once personas. ¿Podríais sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Vosotros dos, llevad los cubiertos —les dijo a Ron y a Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un mon­tón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—. ¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pron­to, mientras sacaba cazuelas del armario. Harry compren­dió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.

—¡Claro que cuenta como ambición! —protestaron los gemelos, como si negar esa respuesta le quitase el sentido a su existencia.

Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una ca­zuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.

—No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada, mientras llevaba la cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita—, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.

La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cu­biertos, que se abrió de golpe. Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cor­tar las patatas que el recogedor acababa de devolver al fre­gadero.

—No sé en qué nos equivocamos con ellos —dijo la seño­ra Weasley posando la varita y sacando más cazuelas—. Llevamos años así, una cosa detrás de otra, y no hay mane­ra de que entiendan... ¡OH, NO, OTRA VEZ!

Al coger la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chilli­do y se convirtió en un ratón de goma gigante.

Fred y George tuvieron que contener la risa debido a la furiosa mirada de su madre.

—¡Otra de sus varitas falsas! —gritó—. ¿Cuántas veces les he dicho a esos dos que no las dejen por ahí?

Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa humeaba en el fuego.

—Vamos —le dijo Ron a Harry apresuradamente, co­giendo un puñado de cubiertos del cajón—. Vamos a echar­les una mano a Bill y a Charlie.

Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de atrás.

Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola de cepillo enhiesta y persiguien­do lo que parecía una patata con piernas llenas de barro. Harry recordó que aquello era un gnomo. Con su palmo de altura, golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma que había junto a la puerta. Harry oyó al gnomo riéndose a mandíbula batiente mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo. Al mismo tiempo, desde el otro lado de la casa lle­gó un ruido como de choque. Comprendieron qué era lo que había causado el ruido cuando entraron en el jardín y vieron que Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos me­sas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusias­mados, Ginny se reía y Hermione rondaba por el seto, apa­rentemente dividida entre la diversión y la preocupación.

—¡Oh, Hermione, suéltate un poco! ¡No es malo disfrutar de vez en cuando! —le aseguró George.

La mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.

—¿Queréis hacer menos ruido? —gritó.

—Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos de los calderos?

—Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana dando un golpe.

—Pobres culos de los calderos —comentó Luna con aspecto triste. Su empatía alcanzaba a los objetos inanimados.

Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica, Bill vol­vió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso. Para alguien que había estado alimentándose todo el verano de tartas cada vez más pasadas, aquello era un pa­raíso, y al principio Harry escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas cocidas y en­salada.

—¿Después de esto han dicho que tocaba comer no? —preguntó Ron impaciente.

—Sí, glotón, si —le respondió Hermione entre divertida y exasperada.

Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

—Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero de­cir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...

—Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable

—A nosotros no —comentaron los gemelos recordando, con cierta angustia, como habían sido estafados por Bagman.

—. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con pode­res sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...

—Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo compa­ro con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch inten­taría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...

Todos tragaron saliva. Sabían que había ocurrido con Bertha, y no era algo agradable de pensar.

—Sí, le he preguntado a Ludo —dijo el señor Weasley, frunciendo el entrecejo—. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces. Aunque, si fuera alguien de mi depar­tamento, me preocuparía...

—Por supuesto, Bertha es un caso perdido —siguió Percy—. Creo que se la han estado pasando de un departa­mento a otro durante años: da más problemas de los que resuelve. Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. 

Nadie quería decir nada sobre el tema.

El señor Crouch se ha interesado personalmente... Ya sa­bes que ella trabajó en otro tiempo en nuestro departamen­to, y creo que el señor Crouch le tiene estima. Pero Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente inter­pretó mal el mapa y llegó hasta Australia en vez de Alba­nia. En fin —Percy lanzó un impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco—, tenemos ya bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos de organizar otro gran evento después de los Mundiales. —Se aclaró la garganta como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde estaban sentados Harry, Ron y Hermione, antes de continuar—: Ya sabes de qué hablo, papá —levantó ligeramente la voz—: el asunto ultrasecreto.

—¿Que asunto? —preguntó inmediatamente Lily, muerta de curiosidad.

—¿Que prisa tienes? —habló James imitando la voz de su esposa de forma algo exagerada—. ¡seguro que ahora lo explican!

—No van a hacerlo, James, por eso he preguntado.

—Ya lo veremos...

Ron puso cara de resignación y les susurró a Harry y a Hermione:

—Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que empezó a trabajar. Seguramente es una ex­posición de calderos de culo delgado.

Muchos rieron otra vez mientras Percy realizaba, sin varita, un conjuro que le permitía tener la piel de la cara del mismo color que su pelo.

En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adqui­sición reciente.

—... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?

—Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.

—Y tu pelo da risa, cielo —dijo la señora Weasley, aca­riciando su varita—. Si me dejaras darle un corte...

—A mí me gusta —declaró Ginny, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú estás muy anticuada, mamá. Además, no tienes más que mirar el pelo del profesor Dumbledore...

—¿Le ocurre algo a mi cabello? —preguntó el director mirando directamente a Harry.

—No, nada señor. Nada —se apresuró a contestar este.

Junto a la señora Weasley, Fred, George y Charlie ha­blaban animadamente sobre los Mundiales.

—Va a ganar Irlanda —pronosticó Charlie con la boca llena de patata—. En las semifinales le dieron una paliza a Perú.

—¡¿Quien ganó?! —preguntó James.

—Eso si que se va a responder luego —le aseguró su mujer usando, de forma exagerada también, el tono de voz que antes James había intentado imitar.

—Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Krum —repuso Fred.

—¿Quien es Viktor Krum? —preguntó James con curiosidad.

—Oh, un famoso jugador de quidditch que estaba coladito por Hermione —le explicó Fred.

—¡¿En serio?! —preguntó James sorprendido.

—Claro —aseguró Fred asintiendo con la cabeza—. Cuentanos, Hermione, ¿hasta donde llegaste con el?

Hermione enrojeció rápidamente y se negó a contestar mientras Ron, con algo de oculta curiosidad, fulminaba a su hermano con la mirada por decir todo esto solo para molestar.

—Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete es­tupendos jugadores —sentenció Charlie—. Ojalá Inglate­rra hubiera pasado a la final. Fue vergonzoso, eso es lo que fue.

—¿Que ocurrió? —preguntó James algo decaído por el hecho de que Inglaterra hubiera perdido de forma vergonzosa.

—¿Qué ocurrió? —preguntó interesado Harry, lamen­tando más que nunca su aislamiento del mundo mágico mientras estaba en Privet Drive. Harry era un apasionado del quidditch. Jugaba de buscador en el equipo de Gryffindor desde el primer curso, y tenía una Saeta de Fuego, una de las mejores escobas de carreras del mundo.

—Fue derrotada por Transilvania, por trescientos no­venta a diez —repuso Charlie con tristeza

—¡Trescientos noventa a diez! —lloriqueó James.

—. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.

Antes de que tomaran el postre, helado casero de fre­sas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revolotea­ban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a ma­dreselva. 

(Una de las cosas increíbles de Harry Potter y que generalmente pasa desapercibida es que, en todo momento, sabemos que es exactamente lo que están comiendo los personajes. Es algo que a mi personalmente me encanta, ¡Gran trabajo Rowling!)

Harry había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corrien­do delante de Crookshanks.

Ron observó con atención al resto de su familia para asegurarse de que estaban todos distraídos hablando y le preguntó a Harry en voz muy baja:

—¿Has tenido últimamente noticias de Sirius?

Hermione vigilaba a los demás mientras no se perdía palabra.

—Sí —dijo Harry también en voz baja—, dos veces. Pa­rece que está muy bien. Anteayer le escribí. Es probable que envíe la contestación mientras estamos aquí.

Recordó de pronto el motivo por el que había escrito a Sirius y, por un instante, estuvo a punto de contarles a Ron y a Hermione que la cicatriz le había vuelto a doler y el sue­ño que había tenido... pero no quiso preocuparlos precisa­mente en aquel momento en que él mismo se sentía tan tranquilo y feliz.

Ninguno de los dos le dijo nada, pero ambos estaban de acuerdo en que Harry debía contarles cualquier cosa, por pequeña que fuera, en el momento en el que le ocurriera.

—Mirad qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendríais que estar to­dos en la cama, porque mañana os tendréis que levantar con el alba para llegar a la Copa. Harry, si me dejas la lista de la escuela, te puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

—¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entu­siasmado.

—Eso tiene que ser algo épico —dijo Ron, totalmente de acuerdo con su amigo.

—Eso decís ahora —intervinó Hermione—. Después de cinco horas seguidas incluso vosotros comenzaríais a aburriros, ¡así que ni hablemos de cinco días!

—Aguafiestas —le dijeron Ginny y Ron haciendo que esta les sacase la lengua y volviese a concentrarse en la lectura.

—Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralis­ta—. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asun­tos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

—Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? —dijo Fred.

—¡Era una muestra de fertilizante proveniente de No­ruega! —respondió Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!

—Sí que lo era —le susurró Fred a Harry, cuando se le­vantaban de la mesa—. Se la enviamos nosotros.

Con unas risas generales y con otro Percy ruborizado terminó en capítulo.

—Bueno —dijo Dumbledore poniéndose en pie antes de que Tonks, que estaba leyendo, pudiera avisar de que había terminado el capítulo—. Ya es hora de comer.


¡Por fin es hora de comer! - Ron, 19XX

Bueno, aquí lo dejo por hoy. Os aviso de que, por motivos ya bastante obvios para todos, en vez de los sábados actualizaré los viernes (los fines de semana no se madruga así que puedo trasnochar sin mayor problema).

Y con eso y un bizcocho hasta el viernes muy pasadas las ocho.

Bye!

sábado, 3 de octubre de 2015

Retorno a La Madriguera


                 الحمار الحكة لي

(si, eso era el saludo, por si no os habíais dado cuenta)

Vale, dejando las chorradas a un lado quiero deciros que estoy muy emocionado. ¡Voy a tener un primito! Eso significa solo una cosa, pero conlleva muchas más. Por poneros un ejemplo rápido, tengo que madurar lo que no he madurado en 10 años en solo 6 meses ¿y porque? os preguntareis... Bueno, eso es obvio: Tengo que ser el "primito molón". Eso incluye aprender trucos de magia, reunir todos los juguetes molones que tengo en el trastero y que no están destrozados, no afeitarme demasiado a menudo (todos sabemos que la barba te hace parecer más maduro) y, por supuesto, hacer que vea lo chulos que son los libros, los juegos de rol, la música con instrumentos y el ajedrez (le guste o no tiene que aprender a jugar, esta escrito en donde se escriben las cosas). 

Esta vez me tocará a mi ser el responsable del grupo terrorista de los no-adultos. Ya sabéis, ese grupo de no-adultos que se encarga de hacer bromas durante las navidades, cuando se juntas todos los miembros de la familia. Supongo que no estaría mal empezar con los clasicos... Los míticos chicles trampa, cambiar el color del grifo y todas esas cosas que de tanto usarse han perdido la gracia, ¡pero para el aún no! Y seguro que lo disfruta.

Y no todo será diversión para el. Yo voy a tener la oportunidad de gastar la broma más asquerosa, cruel y dura del mundo... Seguro que me gano una buena pero... Merece la pena. Venga va, os la escribo:

Paso 1 - Coge el bebé de los brazos de algún adulto responsable y sal con el, lentamente, de la sala en la que os encontréis.

Paso 2 - Deja al bebé en un lugar seguro y coge a "Nadie" (ese muñeco que nunca quisiste y que tu madre te regaló y que, molesto por ello, cuando quiso que le pusieras un nombre quisiste decirle que no ibas a hacerlo pero como no sabías hablar demasiado bien y estabas enfadado dijiste "nadie", si, ese muñeco).

Paso 3 - Vuelve al lugar inicial, acunando con tus brazos al muñeco como si fuera el bebé.

Paso 4 - ¡Déjalo caer! (y grita, eso es imprescindible)

Paso 5 - Escucha las reacciones de terror y de pánico de la gente a tu alrededor e intenta disfrutar de ello.

Paso 6 - Si te sientes mal por haberlo hecho piensa que la creadora de esta broma la realizó por primera vez contigo cuando tu eras un bebé y que, por tanto, el karma tiene derecho a hacer presencia.

Extra: Si por alguna razón la bronca siguiente a la broma se te hace demasiado pesada... Échale la culpa al bebé y hazle cosquillas, su inocente risa será suficiente para hacer que las babas caigan y la gente deje de prestarte atención.

El siguiente capitulo se llama: Las ventajas de ser invisible.

En fin, dejando esas cosas aún lado (aunque, la verdad, me habría gustado bastante más escribir solo de la de cosas que quiero hacer con mi pequeño y todavía no formado primito) no estoy aquí por eso, así que respondo y volvemos a la Madriguera.

Nashi Dragneel: La verdad, no se cuantos días han pasado desde que empezaron a leer los libros, pero no demasiados. Piensa que leen 4-6 capítulos antes de comer y otros 4-6 antes de cenar. Más o menos 8-12 capítulos por día.

LaurieAngel: Eso tiene que ser brutal... Es tan rematadamente genial que no tengo la menor idea de como reaccionarían ni Harry ni Snape de saberlo. Imagínate un momento bonito entre ellos, en plan medio cortados diciéndose cosas como "Pues... Em... Gracias por ponerle mi nombre a tu hijo" "Oh... Ah... No ha sido nada... Profesor". Sin mirarse a la cara XD Muero.
PD: No pasa nada, has escrito 7 veces Harry. Y relacionar el 7 con cualquier palabra relacionada con la magia es correcto, así que good. Gran trabajo. 

Isabel Gonzalo Colmenar: Pues, al verdad, este año tengo un horario de locura. Voy a tocar todas las semanas con unos amigos a una sala de ensayo, las clases, desarrollo de aplicaciones (para practicar) con unos amigos, los domingos de rol, el fic y, por supuesto, algo de tiempo libre... Es una locura, no creo que pueda ni ir a japones este curso. Cada año tengo más cosas por hacer. Ojala pudiera multiplicarme por diez y mandar a nueve clones a hacer cosas y yo tumbarme y disfrutar de no hacer nada todo el día.
anonimus maximus: Solo me estás dando la razón. Digamos que James, es como James. Que Lily es como Ginny. Y que Albus es como Harry. Teniendo esos datos podemos obtener de forma sencilla y casi sin margen de error la casa a la que Albus a podido ir.
marina92: Saludos, nueva lectora. Me congratula que disfrutes con la lectura y, por defenderme de algún modo, diré que si no añado tantas interrupciones a la lectura como pides es porque siempre he pensado que era al revés. Que demasiadas interrupciones innecesarias volvían pesada la lectura. Aunque, si tu dices que no lo son, tal vez no lo sean. Ya veré que hago.
Alma: Créeme que me he mirado todas las asignaturas que podría impartir (tanto las que ya se están impartiendo como ese otro listado de posibles asignaturas que no se llevan a cabo porque ya hay suficientes) Aunque, si quieres mi opinión, cambiaría inmediatamente la clase de adivinación por la de el estudio de los helados. Parece mucho más fiable. 
Estudios muggles. Si, no está tan mal. Mandar de deberes cosas tan ridículas como que busquen la diferencia principal entre un bolígrafo y un lápiz o que me expliquen porque los libros de fantasía tienen criaturas reales es divertido. Aunque siento algo de miedo cuando pienso que voy a tener que explicar como se almacenan sonidos en un disco de plástico con una capa reflectora de mercurio...
Esta Gomi... Aceptando tratos que no me convienen... Nada, como castigo hoy no juego con ella al "Captura a Peter". Así aprenderá. Vale no, en cuanto me maullé un par de veces no podré resistirme, ¡pero lo voy a intentar!
Siempre es duro decir que no. Aunque supongo que lo será más recibirlo, ¡es por eso por lo que hay que estar muy seguros antes de actuar! (o usar amortentia y hacer que rellene un contrato). ¡Y no te metas con mi amada [tan(90 - X)=cot X]!
Gomi está genial, cada día salta más y se sube a más sitios (y tira más cosas). El otro día tiró todo (completamente todo) lo que había encima del piano de la sala. Lo gracioso es que yo estaba tumbado en el sofá tan embobado contemplando el arte con el que lo hacía que, hasta que terminó, no me di cuenta de que había cosas que se podían haber roto (que por suerte no lo han hecho).
La única pega (por poner una) que para el resto del mundo es algo divertido, es que por las mañanas, cuando voy con tanta prisa que tengo que cepillarme los dientes sin haber desayunado, Gomi me ve como un objetivo a derrotar y a ella como un misil. Se queda en una esquina del pasillo y se lanza contra mi. Una vez recibo el golpe se marcha corriendo y se prepara para volver a lanzarse. Y así hasta que me marcho.
PD: El otro día soñé que se escondía en mi mochila y la llevaba a clase. Fue muy divertido porque a mitad de la primera clase se escapó de la mochila y a colarse entre las mochilas de los demás para traerme sus deberes. Luego, cuando de repente estaba desnudo delante de todos con un cocodrilo al lado dejó de ser tan divertido. Hasta que me desperté, entonces eso me pareció lo más divertido.
PD2: ¿Y tu hermana se ha despertado sin pelo?


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.


RETORNO A LA MADRIGUERA


—Oh, yo, si, si, claro. Leeré, leeré —dijo Harry con torpeza mientras se levantaba y se esforzaba por caminar imitando a Ginny hasta Dumbledore. Cuando llegó hasta el ambos se miraron a los ojos durante un segundo y Harry tuvo la sospecha de que Dumbledore lo sabía todo. Y de que se divertía con ello.

Mirando las primeras palabras en el libro se dio cuenta de lo estúpido que resultaba toda esta situación. Ginny iba a leer un libro traído desde el futuro que contaba la vida de Harry Potter. Aunque, para ser totalmente correctos, Harry iba a leer con el cuerpo de Ginny un libro traído desde el futuro que contaba su propia vida mientras intentaba que todos pensaran que el era Ginny y no el protagonista de dicho libro.

—En fin... —murmuró antes de empezar a leer—. Retorno a La Madriguera.

A las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su padre, la escoba voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de Hog­warts que le habían dado Fred y George el curso anterior. 

Una capa invisible, un mapa que revela todos los pasadizos y a todas las personas del castillo y una escoba de carreras profesional... Esas habrían sido las posesiones más preciadas de cualquier persona que pudiera tenerlas, y todos lo tenían bastante claro.

Había vaciado de todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despe­gado de la pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hog­warts.

El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. 

Harry, recordando lo que había pasado ese día con la llegada de los Weasley,  levantó la mirada del libro para sonreír a Ron, transmitiendo con ello todo el mensaje que intentaba transmitirle. Al parecer no lo consiguió porque su amigo le miró extrañado y sus labios se movieron pronunciando algo parecido a "Hermana rarita".  

Tío Vernon se asustó mucho cuando Harry le informó de que los Weasley llegarían al día siguiente a las cinco en punto.

—Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente —gruñó de inmediato—. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.

El señor Weasley tragó saliva. Había llegado a comprender que no había salido muy bien aquella visita, y ahora tenía la oportunidad de saber cada una de las razones. Tenía que permanecer atento, iba a descubrir muchas cosas.

Harry tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy ra­ramente había visto a los padres de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de «normal». Los hijos a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harry no le inquietaba lo que pensa­ran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían resul­tar los Dursley con los Weasley si aparecían con el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos.

Lily suspiró y negó con la cabeza, desaprobando el comportamiento de su hermana y su marido.

Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien po­dría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar. Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta estuviera por fin dando resultado, sino al pánico. La última vez que Dudley se había encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía de los pantalones, y tía Petunia y tío Vernon tu­vieron que llevarlo a un hospital privado de Londres para que se la extirparan. 

Algunas risas volvieron a recorrer la sala mientras otros (sorprendentemente incluyendo a algún que otro profesor) sonreían o felicitaban al guardabosques.

Por eso no era sorprendente que Dud­ley se pasara todo el tiempo restregándose la mano nervio­samente por la rabadilla y caminando de una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al ene­migo el mismo objetivo.

Algunos rieron mientras Harry murmuraba "Dudley..." divertido.

La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio. Dudley ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como mastican­do la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harry.

—Claro, porque acaba de portarse fatal —protestó Sirius molesto.

—Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.

—Ehhh... —Harry no supo qué contestar.

A Arthur le habría gustado llevar encima una libreta para poder ir apuntando las cosas importantes que debería hacer la próxima vez pero, como no la tenía, no le quedaba otra opción aparte de confiar en su ya no tan productiva memoria. Ir en coche, se dijo a si mismo, y a ser posible en modo invisible para molestar lo menos posible.

La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. 

Harry volvió a sonreír a Ron, esperando algún tipo de reconocimiento en sus ojos por todos aquellos momentos con el coche, pero Ron volvió a mirarle raro. Harry parpadeó un par de veces ¿que ocurría con el bobo de su amigo? Tardó varios segundo en comprender que su amigo pensaba que el era su hermana y no Harry.

Sin embar­go, el año anterior el Ministerio de Magia le había prestado un coche al señor Weasley. ¿Haría lo mismo en aquella oca­sión?

—No —dijo Harry antes de seguir leyendo.

—Creo que sí —respondió al final.

El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres por el ta­maño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.

Un Ferrari no es suficiente, se dijo el señor Weasley a si mismo, hace falta algo más elegante... Algo como... ¡Una furgoneta de helados! ¡Eso es perfecto! ¡Con musiquita y todo! Como son grandes y caras (porque tienen musiquita) tienen que encantarles a los Dursley. 

(Arthur, eres un genio, yo también quiero una de esas... ¿Y quien no? Tienen helado infinito...)

Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habita­ción. No podía soportar la visión de tía Petunia escudri­ñando a través de los visillos cada pocos segundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un sillón, con las ma­nos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firme­mente la rabadilla. Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios.

Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puer­ta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

—¡Se retrasan! —le gruñó a Harry.

Retrasarse no es bueno para los muggles... Eso es importante, parece ser que con ellos no funciona la técnica de Molly para las fiestas.

—Ya lo sé —murmuró Harry—. A lo mejor hay proble­mas de tráfico, yo qué sé.

Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harry ya empeza­ba a preocuparse. A las cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.

—No tienen consideración.

—Podríamos haber tenido un compromiso.

—Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.

Arthur parpadeó ¿estaban insinuando que querían que se quedaran a cenar?

—Ni soñarlo —dijo tío Vernon. 

Arthur parpadeó de nuevo, había vuelto a equivocarse ¿se habría equivocado también con la furgoneta de los helados? No, por supuesto que no. Eso era un plan maestro.

Harry lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso... si es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez de coche tienen una cafe­tera que se les ha avena... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!

Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que hacían los Dursley moviéndose ate­rrorizados y descontroladamente por la sala. Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, com­pletamente lívido.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Qué ocurre? Pero Dudley parecía incapaz de hablar y, con movi­mientos de pato y agarrándose todavía las nalgas con las manos, entró en la cocina. En el interior de la chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una estufa eléctrica que simulaba un falso fuego, se oían golpes y rasguños.

James, Lily, Sirius y Remus compartieron una mirada y, segundos después, comenzaron a reírse sin control.

—¡No me lo creo! —rió James dirigiéndose a Arthur—. ¿En serio intentasteis viajar con polvos flu?

Molly le dirigió a su marido una mirada de reproche, aún no había llegado a presentarse a los Durley y ya les había dado una mala impresión ¿como iban a desarrollarse los acontecimientos después de algo como eso?

—¿Qué es eso? —preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedido hacia la pared y miraba aterrorizada la estufa—. ¿Qué es, Vernon?

La duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chi­menea cegada se podían oír voces.

—¡Ay! No, Fred... Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George que no... ¡Ay! No, George, no hay espa­cio. Regresa enseguida y dile a Ron...

—A lo mejor Harry nos puede oír, papá... A lo mejor puede ayudarnos a salir...

Se oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.

—¡Harry! Harry, ¿nos oyes?

Los Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.

—¿Qué es eso? —gruñó tío Vernon—. ¿Qué pasa?

—Han... han intentado llegar con polvos flu —explicó Harry, conteniendo unas ganas locas de reírse—. 

Varios en la sala pero, sobre todo los hijos de muggles y los adultos, reían también.

Pueden viajar de una chimenea a otra... pero no se imaginaban que la chimenea estaría obstruida. Un momento...

Se acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:

—¡Señor Weasley! ¿Me oye?

El martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chis­tó: «¡Shh!»

—¡Soy Harry, señor Weasley. ..! La chimenea está cegada. No podrán entrar por aquí.

—¡Maldita sea! —dijo la voz del señor Weasley—. ¿Para qué diablos taparon la chimenea?

—Tienen una estufa eléctrica —explicó Harry.

—¿De verdad? —preguntó emocionado el señor Weas­ley—. ¿Has dicho ecléctica? ¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo...! Pensemos... 

Las risas volvieron a cubrir el comedor, a la mayoría de alumnos ya les agradaba bastante el señor Weasley, incluso en el generalmente impasible rostro de Malfoy se asomaba una sonrisa.

¡Ah, Ron!

La voz de Ron se unió a la de los otros.

—¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?

—No, Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el sitio al que queríamos venir.

—No le hables así a tu hermano —le dijo Molly a uno de los gemelos.

—Sí, nos lo estamos pasando en grande —añadió Geor­ge, cuya voz sonaba ahogada, como si lo estuvieran aplas­tando contra la pared.

—Tu tampoco, George —le dijo al otro gemelo.

—Antes de reñirnos aprender a diferenciarnos —protestó Fred.

—¿Que? ¿He vuelto a confundirme?

Ambos gemelos asintieron.

Y se ganaron una buena colleja.

—¿Cuantos años pensáis que voy a seguir cayendo? ¡Soy perfectamente capaz de distinguiros!

Fred y George se miraron.

—La vida ya no tiene sentido —dijo George con tristeza.

—Ya no hay razones para sonreír... —le siguió Fred.

—Oh, dejarlo ya, chicos.

—Muchachos, muchachos... —dijo vagamente el señor Weasley—. Estoy intentando pensar qué podemos hacer... Sí... el único modo... Harry, échate atrás.

—¡No! —exclamó la señora Weasley—. ¿En serio Arthur? ¿En serio?

Arthur se encogió de hombros. Ya había pasado un año, no tenía sentido discutir sobre eso, aunque Molly quisiese. Aún así, en su lista mental, apunto con subrayado: "No volar cosas por los aires aunque estés atrapado en una estufa de mentiras".

Harry se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.

—¡Esperen un momento! —bramó en dirección a la chi­menea—. ¿Qué es lo que pretenden...?

¡BUM!

La estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuando todas las tablas que tapaban la chime­nea saltaron de golpe y expulsaron al señor Weasley, Fred, George y Ron entre una nube de escombros y gravilla suelta. Tía Petunia dio un grito y cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la cogió antes de que pegara contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin habla, mirando a los Weasley, todos con el pelo de color rojo vivo, incluyendo a Fred y George, que eran idénticos hasta el último detalle.

Angelina frunció el ceño ¿sería eso cierto? ¿Eran realmente idénticos hasta en el último detalle? No tenía forma de saberlo, pero le parecía gracioso que ese último detalle fuera exactamente igual tanto en uno como en el otro.

—Así está mejor —dijo el señor Weasley, jadeante, sa­cudiéndose el polvo de la larga túnica verde y colocándose bien las gafas—. ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos de Harry!

Alto, delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, pero tío Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petunia e incapaz de pro­nunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvo blanco, así como el cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años más viejo.

—Eh... bueno... disculpe todo esto —dijo el señor Weas­ley, bajando la mano y observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea—. Ha sido culpa mía: no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chi­menea a la Red Flu, ¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramos recoger a Harry. Se supone que las chimeneas de los muggles no deben conectarse... pero tengo un conocido en el Equipo de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor. Puedo dejarlo como estaba en un segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego para que regresen los mu­chachos, y repararé su chimenea antes de desaparecer yo mismo.

Molly sonrió, al menos eso siempre iba a ser así. Arthur era siempre correcto y educado. Tal vez algo raro y despistado, pero siempre desde el buen sentido. Nunca habría volado en pedazos algo que no pudiera reconstruir.

Harry sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguían mirando al señor Weasley con la boca abierta, estupefactos. Con dificultad, tía Petunia se alzó y se ocultó detrás de tío Vernon.

—¡Hola, Harry! —saludó alegremente el señor Weas­ley—. ¿Tienes listo el baúl?

—Arriba, en la habitación —respondió Harry, devol­viéndole la sonrisa.

—Vamos por él —dijo Fred de inmediato. Él y George salieron de la sala guiñándole un ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo habían ayu­dado a fugarse de ella en plena noche. A Harry le dio la im­presión de que Fred y George esperaban echarle un vistazo a Dudley, porque les había hablado mucho de él.

—Chicos... —les advirtió la señora Weasley aunque no estuviese muy segura de si debía reñirles o no.

—Bueno —dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazos mientras trataba de encontrar palabras con las que romper el incómodo silencio—. Tie... tienen ustedes una casa muy agradable.

Como la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvo y trozos de ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley. 

A los muggles no les gusta el polvo ni los trozos de ladrillo, se dijo nuevamente Arthur a si mismo, es bueno saberlo, siempre puedo limpiar fácilmente todo el polvo y cambiar las paredes de ladrillos por madera o barro.

El rostro de tío Vernon se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse bo­quiabierta. Pero tanto uno como otro estaban demasiado asustados para decir nada.

El señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado con los muggles. Harry lo notó impacien­te por ir a examinar la televisión y el vídeo.

Mientras muchos sonreían divertidos Molly negaba con la cabeza, aunque también divertida al fin y al cabo.

—Funcionan por eclectricidad, ¿verdad? —dijo en tono de entendido—. ¡Ah, sí, ya veo los enchufes! Yo colecciono enchufes —añadió dirigiéndose a tío Vernon—. Y pilas. Tengo una buena colección de pilas. 

Lily se apretaba con fuerza la barriga, la cual le dolía de tanto reir.

Mi mujer cree que estoy chiflado, pero ya ve.

Era evidente que la opinión de Molly era compartida por muchos en la sala, pero desde el buen sentido, claro.

Era evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley. Se movió ligeramente hacia la de­recha para ponerse delante de tía Petunia, como si pensa­ra que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.

Dudley apareció de repente en la sala. Harry oyó el gol­peteo del baúl en los peldaños y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue caminando pe­gado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desor­bitados, e intentó ocultarse detrás de sus padres. Por des­gracia, las dimensiones de tío Vernon, que bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera podían hacer lo mismo con Dudley.

—¡Ah, éste es tu primo!, ¿no, Harry? —dijo el señor Weasley, tratando de entablar conversación.

—Sí —dijo Harry—, es Dudley.

Él y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de echarse a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como si tuviera miedo de que se le cayera. El señor Weasley, en cambio, parecía sinceramente preocupado por el peculiar comportamiento de Dudley. Por el tono de voz que empleó al volver a hablar, Harry comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza como los Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía hacia el mucha­cho más conmiseración que miedo.

—¿Estás pasando unas buenas vacaciones, Dudley? —preguntó cortésmente.

Dudley gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero.

A Harry, a quien esto le hacía más gracia que al resto, le costó varios segundos poder retomar la lectura.

Fred y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry. Miraron a su alrededor en el momen­to en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les iluminó la cara con idéntica y maligna sonrisa.

Molly les miró con los ojos entrecerrados, sabiendo que debía reñirles, pero sin ganas ni demasiadas razones para hacerlo.

—¡Ah, bien! —dijo el señor Weasley—. Será mejor darse prisa.

Se remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás contra la pared, como si fueran uno solo.

—¡Incendio! —exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en la pared.

De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El señor Weasley se sacó del bolsi­llo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.

—Tú primero, Fred —indicó el señor Weasley.

—Voy —dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad...

A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.

Los Merodeadores miraron a Fred sonriendo. Una estrategia simple y efectiva, como todas debían ser.

Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una es­pecie de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.

—Ahora tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.

Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las llamas y George desapareció a su vez.

—Te toca, Ron —indicó el señor Weasley.

—Hasta luego —se despidió alegremente Ron. Tras di­rigirle a Harry una amplia sonrisa, entró en la hoguera, gri­tó «¡La Madriguera!» y desapareció.

Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.

—Bueno... Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.

Pero ellos no respondieron. 

Algunos negaron con la cabeza, como si ya se lo esperaran mientras otros soltaban varios improperios contra la falta de educación de esa familia.

Harry avanzó hacia el fue­go; pero, justo cuando llegaba ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.

—Harry les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?

Muchos miraron a Ginny con lastima durante el tiempo justo que tardó ella en darse cuenta de la razón por la que lo hacían.

—No tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da igual.

Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.

—No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío Vernon—. ¿No piensa despedirse de él?

El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado aquel estropicio en su sala de es­tar le enseñara modales era insoportable. Pero el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:

—Adiós.

—En serio Lily —le dijo Sirius—. Se que es el marido de tu hermana y todo eso, pero hay momentos en los que olvido hasta que soy mago y quiero darle en su estúpida cara con mis propias manos.

—No eres el único, Sirius, créeme que no lo eres —le respondió Lily con una seria mirada.

—Hasta luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que resultaba de una agrada­ble tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un ho­rrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.

Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.

Los gemelos realizaron aquel complicado movimiento denominado comúnmente en países ingleses como "high five.

Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela;

—¡Que loca! —exclamaron muchos—. ¡Intentar arrancarle la lengua a su propio hijo!

como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los bra­zos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.

—¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avan­zando hacia Dudley con la mano tendida.

Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.

—¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desespe­rado—. Es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que un en­cantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...

Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una his­térica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancár­sela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con to­das sus fuerzas. Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.

—¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blan­diendo la varita—. ¡Yo sólo trataba de ayudar!

Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon aga­rró otra pieza de adorno.

—¡Ya está! —exclamó Molly molesta—. ¡Que les den, Arthur! Ellos se lo han buscado, marchate sin ayudarles.

—¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!

Arthur volvió a encogerse de hombros mientras Molly suspiraba, Arthur siempre era igual. Si podía hacer algo para ayudar lo hacía, aunque nadie mereciese su ayuda.

Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por en­cima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo últi­mo que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pi­tón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante des­pués, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de co­lor esmeralda.

—Aquí acaba —dijo Harry aliviado.

—Gracias... Señorita... Weasley —dijo el profesor Dumbledore sonriendo y a Harry no le cupo ninguna duda. Dumbledore lo sabía, ¿como hacía para saberlo siempre todo? O acaso... No, eso era imposible. Pero... ¿y si el había tenido algo que ver con la transformación? Algo como un intercambio de cuerpos no tenía pinta de ser algo fácil.


Y aquí acaba otro capitulo más. Aún queda mucho para llegar a Hogwarts, pero no tanto para que vengan los dos ex-concursantes del último torneo de los 3(4) magos.

En fin, haber si la semana que viene soy capaz de actualizar a tiempo.

Bye!

¡Lee el siguiente capítulo!