miércoles, 14 de octubre de 2015

Sortilegios Weasley


Querid@s patatas y potatos:

Hoy me a surgido una duda que no puedo resolver... Si el desarmar a alguien te hace el dueño de su varita... ¿porque el expelliarmus no está entre las maldiciones imperdonables? Vamos, o por lo menos, ¿porque no es un hechizo ilegal? Si cualquier persona que te desarme se vuelve el dueño de tu varita y cualquier alumno de segundo-tercero sabe desarmar... ¡Que locura!

Pero bueno, que tampoco me voy a volver loco con eso. Las novelas de fantasía tienes fallos y es lógico (es fantasía al fin y al cabo) así que, para disfrutar de ellas no tienes que anclarte en cada fallo que veas.

¿Respondo de una carrera y al capitulo? Mola.

Catalina Adriazola: La verdad, no estoy muy seguro. Creo que cerca de tres meses ya pero no me hagas mucho caso.

Isabel Gonzalo Colmenar: ¿Que cuando hago el vago? ¡Pues en clase! ¿Para que están las clases sino? Para dormir, dibujar y pasarse mensajitos estúpidos por el simple hecho de pasarse mensajitos estúpidos. Aunque ahora odie la escuela estoy seguro de que cuando deje de estudiar la echaré, aunque sea un poco, de menos.

LaurieAngel: Se como te sientes xD Cuando muere Sirius bueno, duele, y mucho, pero eres capaz de soportarlo. Al fin y al cabo Sirius ya estaba solo, ¡pero como puede morir Fred! George no es George sin Fred. Supongo que todos tuvimos que dejar de leer un tiempo esa página para limpiarnos las lagrimas y preguntarle a nuestra Rowling mental el porque hacernos sufrir así... A mi personalmente la muerte que más me afectó fue la de Hedwig. Me pareció totalmente gratuita. Sirius murió defendiendo lo que creía correcto, y con una sonrisa en los labios. También lo hizo Fred. Dobby murió defendiendo a Harry Potter y a sus amigos, seguro que está muy orgulloso de si mismo (¡eres un heroe Dobby!) Pero la muerte de Hedwig es totalmente innecesaria. Muere porque sí, dentro de su jaula, sin poder hacer nada para evitarlo. Se que es raro pero me dolió muchísimo.

Furia Nocturna: ¡Muerte a James! Vale no, pero si no muere... Nada tendría sentido... Harry Potter no sería el humilde Harry Potter que conocemos sino, seguramente, una variación de James Potter.

Eduardo Izaguirre: Este traductor de google... Hace magia xD

LarousseLucy: ¡Suerte con lo que te toca! Y si, yo también tengo miedo de acabar en el cementerio. Espero que al menos merezca la pena... ¡que narices, seguro que lo merece!

Luz_Azul: Se que sería divertido traerles... Lo se... Lo se pero... ¡Es una locura! No creo que aguantasen conscientes ni cinco minutos con tantos locos cabreados con ellos (ejemsiriusejem). Así que no, no creo que los traiga (tampoco quiero torturarlos de forma lenta y dolorosa... Bueno sí, pero me contendré).

Abby: Gracias por el picazón culo xD Y suerte con tu nueva "sobrinita adoptiva" ¡enséñale los placeres del batido de chocolate!

Sonia M. Fuentes: Si, supongo que tienes razón. Pero más que para el, es para mi mismo. Siendo lo locamente irresponsable que soy... No me veo ready... Pero si, supongo que tengo tiempo de sobra para comprarme chalecos de cuero, una moto y conseguir una forma animaga de un perro grandote. O eso espero.

Alma: No, no, no, no, no, no, no, no, no. No. No, no, no. No. ¿Como que "un buen truco de magia"? ¡Yo seré un mago de pacotilla! (es mi sueño) Seré ese tipo de mago que te dice "escoge una carta, ¿la tienes? ¿si? Bien, ahora ponla en mi mano. ¿es esta tu carta? ¡Woooooo! ¡Maaagia baybe!".
¿Coger un alligator? Vaya. Yo lo más parecido que he tenido en mis manos a sido una lagartija. Vamos, casi casi lo mismo.
Por aquí solo conozco uno llamado Bizkaia Boggarts y no es que sea un nombre tan espectacular. Yo de pequeño siempre jugaba en el salón a quidditch con mi hermano, y lo pasábamos genial, pero tiene que ser mucho más divertido jugarlo con dos equipos enteros. Aunque... Como han puesto a los buscadores y a la snitch lo arruina un poco (y no lo digo porque la snitch sea una persona con un pañuelito).


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.


SORTILEGIOS WEASLEY

—Está bien, leamos un último capítulo antes de comer —decidió Albus Dumbledore mientras cogía el libro "Harry Potter y el Cáliz de Fuego" de las manos de Ginny, manejadas por Harry— ¿Algún voluntario para leer pues, este capítulo?

—Yo misma —dijo Tonks saltando con agilidad desde su asiento y soplandole un beso a Remus.

—Me lo ha mandado a mi —le aseguró Sirius al hombre lobo—. Soy su tío, siempre lo hace.

Tonks, una vez con el libro en la mano, comenzó a leer:


Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la veloci­dad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

Harry sonrió, le encantaba esa casa.

—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.

—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?

—Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy conten­to—. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...

—Oye, podríais contratarle como conejillo de indias —les propuso James a los gemelos—. De todas formas dudo que encuentre un trabajo mejor...

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña coci­na; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George esta­ban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había vis­to nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

Bill y Charlie se sonrieron, por fin aparecían en la historia.

—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampo­llas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delga­dos. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Charlie, como de costumbre, intentó no ver la cara que ponía su madre cada vez que veía o escuchaba hablar sobre sus heridas o quemaduras.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Pre­mio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy

—¡Hey! —protestaron simultáneamente ambos hermanos. Era obvio que ninguno a ninguno de los dos le apetecía parecerse al otro.

: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) guay

—Hey Harry, ¿quieres un autógrafo de Bill? Podemos conseguirte varios —le propuso Fred buscando molestarle.

—¿Y que me dices de un enorme poster suyo sin camiseta? ¡Seguro que queda genial en la pared de tu habitación! —dijo George también.

Pero claro, a quien le estaban hablando no era a Harry, sino a Ginny, quien, acostumbrada a este tipo de comentarios por parte de sus hermanos (que generalmente hacían exactamente lo mismo pero con Harry en vez de con Bill) supo llevar la situación.

—¡Genial! Quiero dos, ¿y cuanto me pides por uno sin pantalones?

Eso descolocó totalmente a Fred y George. Pero claro, también al resto del mundo. Y más a Harry, que no sabía como reaccionar y parpadeaba sin cesar.

—Aunque me conformo con que me des los pantalones... ¿Y eso de quitarle su cepillo de dientes y cepillarme con el lo veis como un acto de amor o como el de un acosador psicópata? Porque si es la primera opción también quiero su cepillo.

De la garganta de Harry salía un débil y endiabladamente agudo chillido que demostraba su impotencia ante una situación tan extraña como impredecible. No quería ver la cara de nadie en la sala, pero, aún sin hacerlo, ya se imaginaba a todos con la boca abierta y sin saber como reaccionar. Siempre había admirado a Ginny por saber controlar a las masas pero... ¿esto no era pasarse un poquito?

—Estás... De broma ¿no? —le preguntó Fred sin saber realmente la respuesta.

—¿Hace falta preguntarlo? 

Fred y George se miraron y luego miraron a todos en el comedor, que estaban tan descolocados como ellos.

—¿Si? —preguntaron.

Entonces, y solo entonces, Ginny pensó que, tal vez y solo tal vez, se había pasado un poquito. Miró a Harry, quien ocupaba su cuerpo, y se lo encontró cubriéndose la cara con su cabello, como solía hacer para taparse la cicatriz, solo que con mucho más pelo.

—Emm... Pues sí... creía que estaba claro que era una broma... —explicó Ginny sin saber muy bien como hacerlo.

Aunque, para su alivio, para el resto del mundo fue muy fácil aceptar eso y descartar el loco cambio que suponía creer lo anteriormente dicho. Aunque, claro, que todos creyeran que eso era la verdad no significaba que todos fueran a olvidar lo ocurrido. Ni ha hacer bromas con ello. Harry, me apiado de ti... ¡Te espera una buena!

Ginny volvió a mirar a Harry, esperando ver en su mirada que no estaba enfadado o algo así, pero lo que vio (y muy claramente) eran sus propios labios formando las siguientes palabras sin hacer un solo sonido: tienes veinticuatro horas para conseguir un giratiempo.

(Durante unos segundos había pensado en borrarlo pero... Va, que narices, cosas peores he escrito.)

: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

—No es que sea muy difícil de distinguir que digamos... —comentó Charlie mirando con algo de reproche a su hermano, ¿cuantas veces había hablado con el sobre el hecho de que comprar ropa hecha con piel de dragón solo provocaba que se siguiesen cazando dragones para hacer más ropa?

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa ma­ligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

—Eso es cierto —comentó Tonks antes de seguir leyendo.

—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weas­ley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

—Y eso también es cierto —volvió a comentar Tonks.

—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

—¡Un metro de lengua! —rieron impresionados muchos estudiantes.

Fred y George cruzaron una mirada y, sin palabras, ambos decidieron que tenían que agradecer al escritor de estos libros por la publicidad que les estaba haciendo (y la que les iba a hacer).

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una so­nora carcajada.

—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchan­do contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

—¡Vamos papa! —protestó Bill—. ¿Que tiene que ver que sea muggle? Ese tío es un idiota, se merecía mucho más.

—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.

—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

—Uuuh... —comentaron muchos sintiendo lastima por los gemelos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy ama­ble, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su man­do—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había te­nido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. 

Este era otro de esos clásicos momentos en la vida de Arthur en los que su mujer le miraba con reproche, molesta por que sea siempre tan flojo con sus hijos.

Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weas­ley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante gran­des, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

—Oh, venga ya, ¡desde mucho antes de tu primera visita! —dijo Ron algo irritado por la molestia que supuso aguantar tanto tiempo a Ginny diciendo Harry por aquí y Harry por allá.

El hecho de que Harry, quien ahora era considerado Ginny por los demas, no dijera nada, hizo que Ron y sus hermano fruncieran el ceño ¿porque no mandaba a Ron callarse o algo similar?

—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weas­ley»...

Los gemelos se miraron, su madre realmente odiaba que "perdieran" el tiempo inventando artículos de broma. Aunque, según ellos, eso era solamente porque ella, como madre, no pensaba que solo vendiendo esas "tonterías" fueran a poder ganarse la vida. Claro que en realidad era también por muchas otras razones.

—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.

—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...

—Madre mía, Ron... —suspiró Ginny al ver lo lento que era su hermano.

—¿Que? —preguntó el pelirrojo—. Es cierto.

—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significa­tiva mirada.

—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.

—Vale, ahora lo entiendo —aseguró Ron enrojeciendo un poco.

—Sí, nosotros también vamos —dijo George.

Bill y Charlie rieron.

—No se ni porque te molestas en intentarlo —les dijo Charlie.

—¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.

—Estaba claro —comentó Bill.

Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompa­ñados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían.

Todos en el comedor sabían ya de ellos, bueno, con la obvia excepción de James y Lily y, tal vez, la abuela de Neville (que, por cierto, debido a su ya avanzada edad, ha pasado más tiempo dormida que prestando atención a la lectura).

Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.

—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de co­sas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. 

—¡Chicos! —llamó James a Sirius y a Remus—. ¿Como no hemos pensado nunca en eso?

—Bueno... Nunca hemos necesitado dinero para nada ¿no? ¿Para que íbamos a querer vender nuestros productos? —preguntó Sirius.

—No lo estás entendiendo, Canuto. No se trata de ganar dinero, bastaba con cobrar lo que gastábamos en hacerlos. La cosa era crear un Gryffindor armado, preparado para combatir a cualquier serpiente engreída que intentase molestar.

—Humm... No habría estado mal, no —reconoció Sirius.

Remus parpadeó un par de veces, sin creerse lo que estaba oyendo.

—Estáis de guasa ¿no? —les preguntó Remus—. ¿Cuantas veces os propusimos yo y... Peter... la idea de vender lo que creábamos? ¡Vosotros siempre os negabais diciendo que, ya que lo habíamos creado nosotros, solo nosotros podríamos usarlo!

Sirius y James se miraron.

—Bueno... Eso es cierto... No se como se me había olvidado, ¿por que razón estúpida estábamos pensado compartir nuestros geniales inventos? —dijo James.

—Por alguna tontería sobre ayudar a unos Gryffindor indefensos o algo así —le respondió Sirius.

—¡Va! Que se fastidien, no se merecen nuestros inventos.

Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inven­tando todo eso...

—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabri­cando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

—¡Y nos gusta! —aseguraron los gemelos.

—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi ma­dre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedi­do... 

Fred y George pusieron cara de sufrimiento al recordarlo. Bueno, de lo malo malo, aún seguían adelante como podían. Y cada vez iban mejor.

Además está enfadada con ellos porque no han conse­guido tan buenas notas como esperaba...

—Y también ha habido broncas porque mi madre quie­re que entren en el Ministerio de Magia como nuestro pa­dre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.

—¡Que estupidez! —escuchó Arthur que murmuraba su esposa.

El entendía tanto a los gemelos como a Molly. Fred y George tan solo querían dedicarse a lo que les gustaba, justo como hacía el, y eso era algo que Arthur apoyaba. Sin embargo, y siendo también comprensible, Molly pensaba en el futuro y bienestar de sus hijos. Sabía que con su tienda de bromas iban a pasárselo bien, pero dudaba seriamente que pudieran vivir bien con un trabajo como ese. Arthur tenía claro su papel en todo esto; dejar que las cosas fluyan. El no pondría ningún inconveniente y permitiría a sus hijos dedicarse a lo que ellos quisieran y, por supuesto, les ofrecería su apoyo en caso de que algo les saliese mal. Ese era su deber como padre. Y estaba seguro de que Molly, aunque gruñese un poco e insistiese con que dejaran todo ese mundo de las bromas, sabía que sus hijos seguirían adelante y pensaba como el.

Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y ex­presión de enfado.

—Buenos días, Percy —le saludaron los gemelos.

—Hola, Percy —saludó Harry.

—Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sa­béis? Tengo que terminar un informe para la oficina, y re­sulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber en­torpecido los asuntos reservados del Ministerio.

—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.

—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional —respondió Percy con aires de sufi­ciencia—. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo del­gados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cer­cana al tres por ciento anual...

—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese infor­me será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera pági­na de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Algunos rieron mientras Percy se sonrojaba.

Percy se sonrojó ligeramente.

—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso aca­loradamente—, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de produc­tos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían se­riamente en peligro...

Snape, cuyo único hobby (exceptuando el de seguir enamorado de una chica que llevaba quince años muerta y que se había casado y había tenido hijos con su peor enemigo) era preparar pociones, había preparado tantas y en tantos calderos diferentes que veía aquel tema como algo sumamente importante. Por esa misma razón le parecía bastante decepcionante que alguien como Percy Weasley hubiese tenido que encargarse del tema.

—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.

Percy cerró la puerta de su habitación dando un porta­zo. Mientras Harry, Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos procedentes de la co­cina. El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.

Los gemelos miraron a su padre con reproche mientras este silbaba una melodía aleatoria aunque sorprendentemente bien entonada. Ya se lo habían dicho sus padres muchas veces, el tenía un don con los silbidos. De hecho, entre los veinticinco y veintisiete años había participado en tres concursos de silbidos ¡y había ganado los tres! Varios hombres trajeados le habían ofrecido trabajar para ellos en diferentes ocasiones, y el había tenido que rechazarles explicándoles que solo silbaba por gusto. Para pasar el rato. Un pasatiempo. A los hombres esa respuesta no les sentó bien. Muchos matarían por tener un don como el que tu tienes, le habían dicho en todas las ocasiones, muchos pasan su vida esforzándose sin descanso y no alcanzan ni la mitad del potencial que les das tu a tus silbidos. Esas palabras siempre alteraban un poco a Arthur, se sentía mal (muy mal, de hecho) por poder silbar así. Pensaba que poseía un don que no merecía. Se avergonzaba de ello, así que durante un tiempo dejó completamente de silbar. Bueno, el tiempo justo que tardó Molly en descubrir todo este tema. Arthur sonrió al recordar las palabras de su esposa, "es cierto que tienes un don, Arthur, y es cierto que, posiblemente, no le vayas a dar a ese don la misma función que otras personas, pero eso es irrelevante. A ti te gusta silbar, así que puedes silbar. Y a mi me gusta oírte silbar, así que silba."

(En teoría debería hacer aquí algún comentario justificando.... eso de ahí arriba... Aunque en la practica... Pues ya lo veis. No tengo que hacerlo. Basta con poner un comentario sin sentido como este entre paréntesis para que lo leáis, se os olvide lo anterior y sigáis leyendo).

La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa estaba casi igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme. Ya no estaba Scabbers, la vieja rata de Ron, pero su lugar lo ocupaba la pequeña lechuza gris que había llevado la carta de Ron a Privet Drive para entregársela a Harry. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.

—¡Cállate, Pig! —le dijo Ron, abriéndose paso entre dos de las cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con nosotros porque Bill y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry—. Percy se queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar.

—¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó —Harry a Ron.

—Porque es tonto —dijo Ginny—. Su verdadero nom­bre es Pigwidgeon.

—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcástica­mente Ron—. Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adora­ble. 

Muchos miraron a Harry divertidos por el nombre, pensando que miraban a Ginny, y este, por reflejo, se cubrió su inexistente cicatriz de rayo con el cabello de Ginny.

Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig. Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En realidad, a mí también me molesta.

Hermione sonrió. Ron siempre hablaba así pero tenía muy claro que, aunque no lo dijera, le tenía mucho aprecio a Pig.

Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente por la jau­la, gorjeando de forma estridente. Harry conocía demasiado a Ron para tomar en serio sus palabras: siempre se había quejado de su vieja rata Scabbers, pero cuando creyó que Crookshanks, el gato de Hermione, se la había comido, se disgustó muchísimo.

—¿Dónde está Crookshanks? —preguntó Harry a Her­mione.

—Fuera, en el jardín, supongo. Le gusta perseguir a los gnomos; nunca los había visto.

—Pobres gnomos —se compadeció Ron.

—Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —in­quirió Harry, sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban y salían como balas de los pósters colgados en el techo.

—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.

Algunos rieron mientras, nuevamente, Percy se ruborizaba.

—¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—. ¿Recibiste nuestros paquetes de comida y todo lo demás?

—Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la vida.

—Casi literalmente —aseguró, por extraño que pueda parecerle a los lectores, Ginny. Aunque para todos en el Gran Comedor fue bastante natural que de la boca de Harry salieran esas palabras. Ginny estaba cogiéndole el tranquillo a todo esto.

—¿Y has tenido noticias de...? —comenzó Ron, pero se calló en respuesta a la mirada de Hermione.

Ginny suspiró. Ya estaban otra vez apartándola de todo.

Harry se dio cuenta de que Ron quería preguntarle por Sirius. Ron y Hermione se habían involucrado tanto en la fuga de Sirius que estaban casi tan preocupados por él como Harry. Sin embargo, no era prudente hablar de él delante de Ginny. 

—Por supuesto —murmuró Ginny para si misma algo molesta—. seguro que voy por ahí contándoselo a todo el mundo.

A excepción de ellos y del profesor Dumbledore, nadie sabía cómo había escapado Sirius ni creía en su ino­cencia.

—Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel instante de apuro, porque Ginny mi­raba con curiosidad tan pronto a Ron como a Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a vuestra madre con la cena?

—De acuerdo —aceptó Ron.

Los cuatro salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y encontraron a la señora Weasley sola en la coci­na, con aspecto de enfado.

—Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto en­traron—. Aquí no cabemos once personas. ¿Podríais sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Vosotros dos, llevad los cubiertos —les dijo a Ron y a Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un mon­tón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—. ¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pron­to, mientras sacaba cazuelas del armario. Harry compren­dió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.

—¡Claro que cuenta como ambición! —protestaron los gemelos, como si negar esa respuesta le quitase el sentido a su existencia.

Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una ca­zuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.

—No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada, mientras llevaba la cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita—, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.

La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cu­biertos, que se abrió de golpe. Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cor­tar las patatas que el recogedor acababa de devolver al fre­gadero.

—No sé en qué nos equivocamos con ellos —dijo la seño­ra Weasley posando la varita y sacando más cazuelas—. Llevamos años así, una cosa detrás de otra, y no hay mane­ra de que entiendan... ¡OH, NO, OTRA VEZ!

Al coger la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chilli­do y se convirtió en un ratón de goma gigante.

Fred y George tuvieron que contener la risa debido a la furiosa mirada de su madre.

—¡Otra de sus varitas falsas! —gritó—. ¿Cuántas veces les he dicho a esos dos que no las dejen por ahí?

Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa humeaba en el fuego.

—Vamos —le dijo Ron a Harry apresuradamente, co­giendo un puñado de cubiertos del cajón—. Vamos a echar­les una mano a Bill y a Charlie.

Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de atrás.

Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola de cepillo enhiesta y persiguien­do lo que parecía una patata con piernas llenas de barro. Harry recordó que aquello era un gnomo. Con su palmo de altura, golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma que había junto a la puerta. Harry oyó al gnomo riéndose a mandíbula batiente mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo. Al mismo tiempo, desde el otro lado de la casa lle­gó un ruido como de choque. Comprendieron qué era lo que había causado el ruido cuando entraron en el jardín y vieron que Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos me­sas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusias­mados, Ginny se reía y Hermione rondaba por el seto, apa­rentemente dividida entre la diversión y la preocupación.

—¡Oh, Hermione, suéltate un poco! ¡No es malo disfrutar de vez en cuando! —le aseguró George.

La mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.

—¿Queréis hacer menos ruido? —gritó.

—Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos de los calderos?

—Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana dando un golpe.

—Pobres culos de los calderos —comentó Luna con aspecto triste. Su empatía alcanzaba a los objetos inanimados.

Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica, Bill vol­vió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso. Para alguien que había estado alimentándose todo el verano de tartas cada vez más pasadas, aquello era un pa­raíso, y al principio Harry escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas cocidas y en­salada.

—¿Después de esto han dicho que tocaba comer no? —preguntó Ron impaciente.

—Sí, glotón, si —le respondió Hermione entre divertida y exasperada.

Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

—Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero de­cir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...

—Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable

—A nosotros no —comentaron los gemelos recordando, con cierta angustia, como habían sido estafados por Bagman.

—. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con pode­res sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...

—Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo compa­ro con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch inten­taría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...

Todos tragaron saliva. Sabían que había ocurrido con Bertha, y no era algo agradable de pensar.

—Sí, le he preguntado a Ludo —dijo el señor Weasley, frunciendo el entrecejo—. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces. Aunque, si fuera alguien de mi depar­tamento, me preocuparía...

—Por supuesto, Bertha es un caso perdido —siguió Percy—. Creo que se la han estado pasando de un departa­mento a otro durante años: da más problemas de los que resuelve. Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. 

Nadie quería decir nada sobre el tema.

El señor Crouch se ha interesado personalmente... Ya sa­bes que ella trabajó en otro tiempo en nuestro departamen­to, y creo que el señor Crouch le tiene estima. Pero Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente inter­pretó mal el mapa y llegó hasta Australia en vez de Alba­nia. En fin —Percy lanzó un impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco—, tenemos ya bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos de organizar otro gran evento después de los Mundiales. —Se aclaró la garganta como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde estaban sentados Harry, Ron y Hermione, antes de continuar—: Ya sabes de qué hablo, papá —levantó ligeramente la voz—: el asunto ultrasecreto.

—¿Que asunto? —preguntó inmediatamente Lily, muerta de curiosidad.

—¿Que prisa tienes? —habló James imitando la voz de su esposa de forma algo exagerada—. ¡seguro que ahora lo explican!

—No van a hacerlo, James, por eso he preguntado.

—Ya lo veremos...

Ron puso cara de resignación y les susurró a Harry y a Hermione:

—Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que empezó a trabajar. Seguramente es una ex­posición de calderos de culo delgado.

Muchos rieron otra vez mientras Percy realizaba, sin varita, un conjuro que le permitía tener la piel de la cara del mismo color que su pelo.

En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adqui­sición reciente.

—... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?

—Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.

—Y tu pelo da risa, cielo —dijo la señora Weasley, aca­riciando su varita—. Si me dejaras darle un corte...

—A mí me gusta —declaró Ginny, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú estás muy anticuada, mamá. Además, no tienes más que mirar el pelo del profesor Dumbledore...

—¿Le ocurre algo a mi cabello? —preguntó el director mirando directamente a Harry.

—No, nada señor. Nada —se apresuró a contestar este.

Junto a la señora Weasley, Fred, George y Charlie ha­blaban animadamente sobre los Mundiales.

—Va a ganar Irlanda —pronosticó Charlie con la boca llena de patata—. En las semifinales le dieron una paliza a Perú.

—¡¿Quien ganó?! —preguntó James.

—Eso si que se va a responder luego —le aseguró su mujer usando, de forma exagerada también, el tono de voz que antes James había intentado imitar.

—Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Krum —repuso Fred.

—¿Quien es Viktor Krum? —preguntó James con curiosidad.

—Oh, un famoso jugador de quidditch que estaba coladito por Hermione —le explicó Fred.

—¡¿En serio?! —preguntó James sorprendido.

—Claro —aseguró Fred asintiendo con la cabeza—. Cuentanos, Hermione, ¿hasta donde llegaste con el?

Hermione enrojeció rápidamente y se negó a contestar mientras Ron, con algo de oculta curiosidad, fulminaba a su hermano con la mirada por decir todo esto solo para molestar.

—Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete es­tupendos jugadores —sentenció Charlie—. Ojalá Inglate­rra hubiera pasado a la final. Fue vergonzoso, eso es lo que fue.

—¿Que ocurrió? —preguntó James algo decaído por el hecho de que Inglaterra hubiera perdido de forma vergonzosa.

—¿Qué ocurrió? —preguntó interesado Harry, lamen­tando más que nunca su aislamiento del mundo mágico mientras estaba en Privet Drive. Harry era un apasionado del quidditch. Jugaba de buscador en el equipo de Gryffindor desde el primer curso, y tenía una Saeta de Fuego, una de las mejores escobas de carreras del mundo.

—Fue derrotada por Transilvania, por trescientos no­venta a diez —repuso Charlie con tristeza

—¡Trescientos noventa a diez! —lloriqueó James.

—. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.

Antes de que tomaran el postre, helado casero de fre­sas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revolotea­ban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a ma­dreselva. 

(Una de las cosas increíbles de Harry Potter y que generalmente pasa desapercibida es que, en todo momento, sabemos que es exactamente lo que están comiendo los personajes. Es algo que a mi personalmente me encanta, ¡Gran trabajo Rowling!)

Harry había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corrien­do delante de Crookshanks.

Ron observó con atención al resto de su familia para asegurarse de que estaban todos distraídos hablando y le preguntó a Harry en voz muy baja:

—¿Has tenido últimamente noticias de Sirius?

Hermione vigilaba a los demás mientras no se perdía palabra.

—Sí —dijo Harry también en voz baja—, dos veces. Pa­rece que está muy bien. Anteayer le escribí. Es probable que envíe la contestación mientras estamos aquí.

Recordó de pronto el motivo por el que había escrito a Sirius y, por un instante, estuvo a punto de contarles a Ron y a Hermione que la cicatriz le había vuelto a doler y el sue­ño que había tenido... pero no quiso preocuparlos precisa­mente en aquel momento en que él mismo se sentía tan tranquilo y feliz.

Ninguno de los dos le dijo nada, pero ambos estaban de acuerdo en que Harry debía contarles cualquier cosa, por pequeña que fuera, en el momento en el que le ocurriera.

—Mirad qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendríais que estar to­dos en la cama, porque mañana os tendréis que levantar con el alba para llegar a la Copa. Harry, si me dejas la lista de la escuela, te puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

—¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entu­siasmado.

—Eso tiene que ser algo épico —dijo Ron, totalmente de acuerdo con su amigo.

—Eso decís ahora —intervinó Hermione—. Después de cinco horas seguidas incluso vosotros comenzaríais a aburriros, ¡así que ni hablemos de cinco días!

—Aguafiestas —le dijeron Ginny y Ron haciendo que esta les sacase la lengua y volviese a concentrarse en la lectura.

—Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralis­ta—. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asun­tos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

—Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? —dijo Fred.

—¡Era una muestra de fertilizante proveniente de No­ruega! —respondió Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!

—Sí que lo era —le susurró Fred a Harry, cuando se le­vantaban de la mesa—. Se la enviamos nosotros.

Con unas risas generales y con otro Percy ruborizado terminó en capítulo.

—Bueno —dijo Dumbledore poniéndose en pie antes de que Tonks, que estaba leyendo, pudiera avisar de que había terminado el capítulo—. Ya es hora de comer.


¡Por fin es hora de comer! - Ron, 19XX

Bueno, aquí lo dejo por hoy. Os aviso de que, por motivos ya bastante obvios para todos, en vez de los sábados actualizaré los viernes (los fines de semana no se madruga así que puedo trasnochar sin mayor problema).

Y con eso y un bizcocho hasta el viernes muy pasadas las ocho.

Bye!

12 comentarios :

  1. Bueno según lo que le dice Ollivander a Harry luego de quitarle una varita a su amo esta debe elegirte como su dueño

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    1. Me parece que te "ganas" la varita, así que depende de cuan leal sea tu varita, si la varita es muy leal, aunque la desarmes 10 veces no debería cambiar de lealtad (o eso es lo que yo entendí)

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  2. Noooo piedad pobre James quizás si lo dejas vivir pero q harry tenga todos los recuerdos y así no sea un mini james.
    Por cierto, me encanto el capítulo grax por escribirlo esperó el siguiente a ver si pasa algo entre giny y harry odio a cho esperó q se caiga en el lago o q fluffy se la coma.

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  3. jajajaja que buen capitulo dait,muy divertido,que bueno que no sacaste la parte que harry le decia a ginny que busque un giratiempo
    denle un premio a arthur weasly por ser un buen padre y aguantar las travesuras de los gemelos XD.
    PD:siiiiiiiiiiiiiii los mundiales vivaaaaaaaaaaa
    PD2:nunca pense lo del expeliarmus si fuera asi harry tendria la varita de malfoy en la camara secreta y el nombrado con las manos vacias
    bye nos leemos

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    1. a si pobre james estar sin informacion y cuando se enteren de la copa de los tres magos no se,se quedaria en shock y Lili terminaria desmayada

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  4. ¿Viernes 16? ¿En dos días? No me lo creeré hasta que no lo vea con mis propios ojos xD Me hace gracia lo de la fecha de las actualizaciones, primero miércoles, luego jueves, luego sábados, ahora viernes... tienes a los pobres lunes y martes marginados. Honestamente, mientras no abandones la historia todos seremos felices, actualiza cuando puedas, sin sentirte presionado.
    Me encanta la tranquilidad con la que acaba este capítulo. En el siguiente ya se nombra a Cedric... pobrecitos todos, lo van a pasar mal cada vez que se le nombre, sobre todo cierta Ravenclaw... seguro que llora xD
    Sobre lo que hablábamos antes, se supone que la muerte de Hedwig fue un símbolo de la inocencia perdida de Harry, según Rowling. A mí también me dio mucha pena, no tenía por qué morir...
    En fin, hasta.. dentro de dos días? Meh, hasta cuando sea que vayas a actualizar xD
    LaurieAngel
    P.D.: Es cosa mía o en este capítulo Percy tiene mucho más protagonismo de lo normal? Más que cualquier otro de los hermanos.

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  5. Desde siempre he seguido tu fic...
    Y tardes lo que tardes no lo abandonare, es realmente muy bueno y eres del único que se que se animo a hscer la historia desde el primer libro y aun no la ha abandonado
    Gracias por eso /u\
    Con respecto a tu duda segun lo que yo pienso se supone que la varita es leal al mago que elige y por eso al desaemar no cambia su lealtad
    En el caso de Ron y Hermione prácticamente obligaron a la varita a cambiar su lealtad pero no les funcionaba tan bien
    Hasta donde creo la única varita que cambia su lealtad es la de saúco por eso es que ha tenido muchos dueños.

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  6. Uuuu dos en la misma semana.
    Estoy deseando que empiece la accion, todo es tan dramatico en este libro...
    Me he dado cuenta de que tus parrafos desviados del tema son cada vez mas largos jajajajaj te vas emocionando y te vas. Un dia te liaras y antes de darte cuenta habras publicado un capitulo incompleto del libro.

    La verdad es que tienes mucha razón. Yo también soy de hacer mucho el vago en clase. Eso de leer ignorando al profesor, y captar justo lo necesario para no estar perdido esta genial. Ya tenemos el cerebro tan desarrollado para eso que puedes hacer el vago mucho mas. ¡Ole por nosotros!

    Bueno, si es verdad, nos volvemos a leer muy pronto. ¡Hasta el finde!

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  7. Holaa.. Me divertirtio mucho el capitulo sos muy ocurrente.. Esta bien entiendo nada d Dursleys..
    Pero tengo una pregunta.. Estaba esta mañana con mi hermana viendo Harry Potter y La cámara secreta, con ella preguntándome y cuestionando todoooo, y algunas preguntas me dejaron pensando.. ¿Como hacia el basilisco para salir de la camara y Ginny para ordenarlo? ¿Myrtle nunca los vio? ¿Por que echaron a Hagrid de la escuela, si Myrtle era un fantasma porque no le contó a alguien como murió? ¿Y por que llevaron a Lockhart a la cámara si era un inutil?, solo son algunas de las preguntas q me hizo y yo no sabía contestar.. si me las responden se los gradecere.. Saludos y éxitos!

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  8. Chinny? Wow y ¿ CEDRIC? Vaya!



    Atte DiL

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  9. Esto pasó hace mil mileños pero tu respuesta la obtuve hace poco... y dudo q a esta altura de la vida te importe pero bueee... el punto no es una maldición imperdonable pq estas sólo pueden ser 3 (representan el cuerpo el alma y el espíritu) y no es ilegal pq no pasa al desarmar al mago, pasa cuando la varita se considera tuya, por ejemplo el casi de draco y harry, la varita de draco ya no se consideraba de el pq de el era la varita de saco y todo eso, tal harry desarmarlo, es decir al harry no tener varita esta encontró dueño... así funciona... se q a esta altura te debe chupar 3 pijas pero quería demostrar mi intelecto como potterhead okn🙄😂

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