Yo!
¿Me echabais de menos?
¡Pues ahora acabareis echándome de más! Bueno, tal vez no, por eso de
que soy genial y todo eso... xD En fin, aquí estoy, con energías renovadas, listo
para haceros sufrir con 36 páginas de Word.
36 páginas de Word... ¿De verdad pensáis hacerme escribir capítulos de
semejante cantidad cada dos días? ¿No os parece cruel? Dudo que pueda mantener
el ritmo. Pero pensadlo, son 36 páginas, ¿Cuánto escribía antes? ¿La mitad? No
me acuerdo, pero seguro que mucho menos. La actualización pasará a 2 por
semana. Tal vez, y cuando digo tal vez estoy diciendo (prestad atención) que
tal vez, en alguna ocasión y si tengo tiempo actualice tres por semana. No lo
sé. Si os molesta tengo la solución, dividiros el capítulo. Son 36 páginas,
leéis 10 un día, otras diez otro, y así hasta que salga el siguiente... Eso sí, esto es solo porque este tercer libro tiene capítulos de muchas páginas. Con el siguiente libro actualizaré más de seguido, que tiene menos.
Creo que eso es todo lo serio que tengo que comentar. ¿Hora de
repuestas? Supongo que, como es natural, todos habréis olvidado ya que es lo que escribisteis, así que ir a revisarlo. Encontrareis allí las respuestas. (Os he respondido a todos e.e, y a algunos del capitulo anterior que no pude responder).
Al final estuve fuera más tiempo del planeado. ¡Lo he disfrutado! Pero echaba demasiado de menos vuestros comentarios... ahora mis desayunos son mucho más sosos, (Y no, no pienso echarles sal para que estén menos sosos).
Me gustaría decir que todo vuelve a ser como antes, pero desgraciadamente no es así. Se me ha olvidado como escribía antes xD Así que esta es una nueva versión de mi escritura. Ni mejor ni peor. Diferente. Aunque probablemente no lo notéis...
Todos los personajes y Harry Potter y el Prisionero de Azkaban son
propiedad de J.K. Rowling
EL MAPA DEL MERODEADOR
—Yo leeré —dijo Susan Bones
caminando hasta Ginny—. El
mapa del merodeador.
Los tres merodeadores compartieron una mirada
cómplice. Olvidando los años que habían pasado, olvidando que James moría y
olvidando que Sirius había estado en Azkaban, olvidando que ya no eran esos
revoltosos adolescentes que recorrían Hogwarts con una sonrisa maliciosa y los
bolsillos llenos de bombas fétidas.
La señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el
fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los
restos de la Nimbus 2.000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía
repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores
amigos.
Harry asintió, su Nimbus 2000 había sido y aún
era algo muy importante para él.
Lo visitó gente sin parar; todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid
le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y
Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma
había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se
metía debajo del frutero.
Varios rieron mientras Ginny se ponía colorada
y se giraba hacia Harry para disculparse por las molestias que le había causado
la tarjeta, Harry, al mismo tiempo, se giró hacia Ginny para disculparse por
haber metido la tarjeta debajo de un florero para que dejara de sonar.
El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez
con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en
absoluto. Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche.
Harry les sonrió agradecido.
Pero nada de cuanto dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry,
porque los demás sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba.
No había dicho nada a nadie acerca del Grim, ni siquiera a Ron y a Hermione,
porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría.
Ron asintió demostrando comprensión y Hermione
bufó.
—Vamos, no creo que fuera a burlarme, solo te
haría ver que no tiene sentido preocuparse por eso.
Ron alzó una ceja.
—Hermione, a esa edad eras tremendamente
repelente, ¿Sabes?
El hecho era, sin embargo, que el Grim se le había aparecido dos veces y
en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo
había atropellado el autobús noctámbulo. La segunda había caído de veinte metros
de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de
su vida esperando las apariciones del animal?
Muchos tragaron saliva, estremeciéndose.
Y luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que
pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero
nadie se desmayaba al verlos... Nadie más oía en su cabeza el eco de los
gritos de sus padres antes de morir.
James cerró los ojos, recordando como Ginny
había leído antes las últimas palabras de Lily antes de morir. A pesar de lo
que le había prometido a los del futuro no iba a poder simplemente volver y
dejar que todo pase. No tenía inconveniente con morir el pero no podía permitir
que Lily pasase por eso, que Lily tuviera que decir esas palabras, que tuviera
que suplicar de esa manera, que tuviese que morir. No podía permitirlo. Tenía
que hacer algo.
Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería,
desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna
dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban
los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de
lord Voldemort, y las carcajadas de lord Voldemort antes de matarla... Harry
dormía irregularmente, sumergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y
viscosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír
los gritos de su madre.
El corazón de Harry latía con fuerza mientras
miraba el suelo. Aún tenía esos sueños. Siempre lo pasaba mal pero en este
instante, con sus padres a su lado, todo era mucho peor. Mucho más doloroso.
Recordó el momento en el que entró a la habitación y se los encontró en pie,
esperando por él. Recordó los desayunos de estos días, las conversaciones
simples e insustanciales que habían tenido, y sonrió. Fue una sonrisa
aterradoramente triste. Cada vez que recordaba algo positivo sobre sus padres
una carcajada fría hacía eco por el fondo de su cabeza mientras se oían unos
agudos chillidos de súplica. Un par de lágrimas descendieron por sus ojos.
Entonces sintió algo cálido. Abrió los ojos y se encontró apretujado contra el
cuerpo de su madre. Le estaba abrazando. Sintió también una mano apoyada en su
hombro. La de su padre.
—Harry... —dijo este en voz baja y con un
notable eje de tristeza y desesperación—. Lo siento. Soy padre desde hace muy
poco y, sinceramente, no sé qué debo hacer en situaciones como esta. No sé qué
debo decir, ni cómo debo actuar... Solo puedo decir una cosa, y ya sé que no le
vas a ver demasiado valor pero es todo lo que puedo decir... —hizo una pausa
para respirar profundamente—. Estamos contigo, hijo. Te apoyamos—hizo otra
pausa—. Te queremos.
Los ojos de Harry se abrieron con fuerza y las
lágrimas comenzaron a fluir con mayor rapidez.
—Te queremos, Harry —dijo también Lily.
Harry se abrazó a su madre con más fuerza.
—Yo también os quiero —intento articular entre
lágrimas—. Mucho.
James no pudo evitarlo y se abrazó a ellos
también. A las dos personas que más quería. A las dos personas que menos quería
que sufrieran y que tanto estaban sufriendo. ¡Tenía que evitarlo! ¡No podía
permitir todo esto! Apretó los ojos con fuerza, lleno de impotencia.
Sirius tuvo que armarse de fuerza para no
acercarse a su ahijado, el sentía que debía estar ahí para él, pero pensaba que
ese era uno de los pocos momentos que iba a tener Harry para compartir a solas
con sus padres así que quiso dejarlo así.
Todo el mundo se mantuvo en absoluto silencio
hasta que los Potter estuvieron listos para continuar con la lectura.
Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado
a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco
Malfoy.
Draco suspiró, ya harto de su yo pasado. Harto
de lo imbécil e insensible que había sido todos estos años.
Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se
había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry. La
mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda
la mazmorra a los dementores.
—Por favor, ¡Que alguien le lance algo a ese
idiota! —bufó Sirius irritado.
Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un
corazón de cocodrilo grande y viscoso.
Sirius y Ron se sonrieron.
Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a
Gryffindor.
—¿Cincuenta? —preguntaron muchos molestos.
—Mereció la pena —aseguró el pelirrojo.
—Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré
enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo
Un pergamino rojo apareció en lo alto del
comedor y comenzó a reír sin ganas.
—Dale tiempo, unos tres años, y entonces sí
que disfrutaras mucho —dijo con cierta molestia una voz que a muchos se les
hizo familiar y desapareció.
Muchos compartieron una mirada preocupada.
—. Mira a ver quién está, Hermione.
Hermione se asomó al aula.
—¡Estupendo!
El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de
convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras. Sin
embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron
inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la
enfermedad de Lupin.
—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos
trabajo?
—No sabemos nada sobre los hombres lobo...
—¡... dos pergaminos!
—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí?
—preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.
Volvió a producirse un barullo.
—Si, pero dijo que íbamos muy atrasados...
—... no nos escuchó...
—¡... dos pergaminos!
El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las
caras.
—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el
trabajo.
—Ese es nuestro Lunático —dijo Sirius
palmeando fuertemente la espalda de Remus.
—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!
Algunos rieron brevemente.
Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de
cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que
parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva.
—Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los
alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al
paso, el viajero sigue la luz y entonces...
Sirius hizo un sonido aterrador mirando a los
alumnos de primer año, que se encogieron en su asiento algo asustados.
El hinkypunk produjo un chirrido horrible contra el cristal.
Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se
dirigieron a la puerta, pero...
—Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento
contigo.
Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk.
—Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los
libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible
arreglarla?
Harry suspiró levemente.
—No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.
Lupin suspiró.
—Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts.
—Plantaron el sauce boxeador porque llegaste a
Hogwarts —corrigió Snape en voz baja.
La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente
para tocar el tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se
nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.
Lily fulminó a Sirius con la mirada.
—¿Qué? —preguntó este.
—¿No recuerdas porque casi perdió un ojo
Gudgeon? —dijo la pelirroja con enfado.
—Lily, creo que ya te explique la
situación —replicó Sirius—. Si usé un
conjuro para bajarle los pantalones fue porque pensé que tendría el
autorreflejo de inclinarse para subírselos y así esquivaría la rama, ¡Yo
intentaba salvarle! ¡Nunca pensé que fuera tan estúpido como para darse la
vuelta para mirarme mal! Aunque bueno, si no se llega a dar la vuelta sí que
habría perdido un ojo... Pensándolo así yo salvé su ojo, ¿Algo que decir ahora,
señorita?
—Sí. Eres idiota, Sirius.
—¿Ha oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo.
Lupin le dirigió una mirada rápida.
—Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore.
Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los
terrenos del colegio... Fue la razón por la que te caíste, ¿no?
—Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba
por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy...?
—Por supuesto que no —dijeron Lily y Hermione
al mismo tiempo.
—No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente,
como si le hubiera leído el pensamiento—. Los dementores te afectan más que a
los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen.
Muchos tragaron saliva, incomodos.
—Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de
Lupin y las líneas de su joven rostro—. Los dementores están entre las
criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más
sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la
paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea. Incluso los muggles
perciben su presencia, aunque no pueden verlos. Si alguien se acerca mucho a un
dementor; éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el
último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta
convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra
cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry,
es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué
avergonzarte.
—Cuando hay alguno cerca de mí... —Harry miró la mesa de Lupin, con los
músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.
La mandíbula de James temblaba con violencia y
su mirada dejaba claro el odio que sentía por Voldemort. ¿Cómo había podido
permitir que alguien dañara a Lily? ¿Cómo había podido permitir que Harry
creciera sin padres? Sentía unas enormes ganas de desahogarse, de gritar, de
golpear algo y de hechizar a Snape.
Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry
por el hombro, pero lo pensó mejor. Hubo un momento de silencio y luego...
—¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.
—Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio
un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su
suministro de presas humanas se ha agotado... Supongo que no pudieron
resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción...
El ambiente caldeado... Para ellos, tenía que ser como un banquete.
—Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry
James miró de reojo a Sirius. Se había
enterado de que había pasado trece años en Azkaban y, por supuesto, estaba
preocupado.
Lupin asintió con melancolía.
—La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta
muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados
dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría
enloquece al cabo de unas semanas.
—Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó...
El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo:
—Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles
frente. Yo no lo habría creído posible... En teoría, los dementores quitan al
brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.
Sirius se mordió ligeramente el labio, le
dolía cada vez que Remus le llamaba Black.
—Usted ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente.
—Hay algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren
sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.
—¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?
James sonrió, satisfecho con el comportamiento
de Harry, aunque estuviese claro que un niño de trece años no fuese a ser capaz
de aprender a usar el encantamiento patronus.
—No soy ningún experto en la lucha contra los dementores, Harry. Más bien lo
contrario...
Tonks suspiró suavemente y apretó la mano de
Remus con cariño. Remus era increíblemente bueno realizando conjuros de todo
tipo y si no era un experto usando el patronus no era por falta de habilidad.
Desgraciadamente no era por eso. Era por falta de pensamientos felices. Tonks
tomó una decisión. Ella se encargaría de que Remus pudiera realizar el
encantamiento patronus con facilidad.
—Pero si los dementores acuden a otro partido de quidditch, tengo que tener
algún arma contra ellos.
Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:
—Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el
próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un
momento muy inoportuno para caer enfermo.
Lily frunció el ceño.
—¿Remus? ¿En serio estabas pensando en enseñar
a un niño de trece años el encantamiento patronus? —preguntó entre extrañada y
sorprendida.
—Hey Lily, él no es un niño de trece años, ¡Es
Harry Potter! —dijo Remus con una sonrisa.
Lily iba a replicar algo pero acabó sonriendo ella también.
Con la promesa de que Lupin le daría clases antidementores, la esperanza de
que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que
Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviembre,
el estado de ánimo de Harry mejoró mucho. Gryffindor no había perdido todas las
posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota.
Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de
costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre.
Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio.
La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.
Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente,
volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados
aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente
navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado su
aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban.
Los ojos de los alumnos de primer y segundo
año brillaron mientras se preguntaban si Filtwick iba a traer hadas ese año por
navidades.
Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones.
Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era
porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas, y Hermione alegó que necesitaba
utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para
hacerle compañía y él se sintió muy agradecido.
James y Lily miraron a Ron y a Hermione
sonriendo, verdaderamente encantados con los amigos que había hecho su hijo.
Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a
Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.
—¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis
padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!
Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood
su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre
los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las
escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a
trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia.
James asintió, su hijo no podía jugar partidos
con una de las escobas del colegio.
La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione,
envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía
a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy
tranquilo y silencioso.
—¡Pss, Harry!
Fred y George se miraron sonriendo.
Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George
que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.
—¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino
de Hogsmeade?
—Hemos venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred
guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí...
Harry les dio las gracias con la mirada, el
mapa le había servido de mucho todos estos años y, seguramente, seguiría
siéndole útil.
Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua
de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta
sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.
—Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.
Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el
brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado.
Muchos, la gran mayoría fruncieron el ceño
extrañados, y lo fruncieron más todavía al ver las miradas que tenían James,
Sirius y Lupin.
No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas
de Fred y George, lo miró con detenimiento.
—¿Qué es?
Eso era lo que se preguntaban todos.
—Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el
pergamino.
—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la
conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.
—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace
falta.
—¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.
—¡Un pergamino viejo! —exclamó Sirius
llevándose una mano al corazón y abriendo exageradamente los ojos en dirección
a Harry.
—¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de
dolor; como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.
—Bueno, Harry.. cuando estábamos en primero.. y éramos jóvenes, despreocupados
e inocentes... —Harry se rió. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes
alguna vez—.
Varios rieron también.
Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvimos un pequeño
problema con Filch.
—Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.
—Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual...
—... castigo...
—... de descuartizamiento...
Molly frunció el ceño molesta. Estaba de
acuerdo con que cuando sus hijos se comportaran mal les castigaran, pero nadie,
excepto ella, podía amenazar a sus hijos con descuartizarles.
—... y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que
ponía «Confiscado y altamente peligroso».
Ginny rodó los ojos sonriendo.
—No me digáis... —dijo Harry sonriendo.
—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo
lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí... esto.
—No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía
utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría
confiscado.
—¿Y sabéis utilizarlo?
—Si —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha
enseñado más que todos los profesores del colegio.
—¿Pero cómo conseguisteis aprender cómo
funcionaba? —preguntó Remus con curiosidad.
Fred y George se encogieron de hombros.
—Fue bastante simple —dijo Fred—. Solo tuve
que preguntarle a George, ¿Hey, George, si tu hubieras puesto una frase como
requisito para desbloquear los secretos de este pergamino cual sería?
Los merodeadores les sonrieron satisfechos.
—Me estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino.
—Ah, ¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George.
Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
—Como no —resopló Lily mirando con
desaprobación a los merodeadores, de la misma forma que Molly miraba a sus
hijos.
E inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George,
empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña.
Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de
las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte
superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban:
Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
proveedores de artículos para magos traviesos
están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR
Todos en el comedor estaban completamente
excitados por averiguar de qué servía ese tal “Mapa del merodeador”.
Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus
terrenos.
—Wow —dijo Dean impresionado.
Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se
movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta.
Estupefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de la esquina superior
izquierda, etiquetada con el nombre del profesor Dumbledore, lo mostraba
caminando por su estudio. La gata del portero, la Señora Norris, patrullaba por
la segunda planta, y Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los
trofeos, dando tumbos.
Lily tenía los ojos muy abiertos.
—Eso es... Eso es... —empezó a murmurar.
—¿Increíble? —la ayudó Sirius.
—¿Impresionante? —probó James.
—¿Alucinante? —intentó también Tonks.
Pero la expresión de Lily delataba que ninguna
de ellas se acercaba si quiera a lo que intentaba decir. Entonces se levantó de
golpe.
—¡Entonces así era como eras capaz de saber
siempre donde estaba! —dijo molesta.
—¿Es malo? —preguntó James inocentemente.
—¡Es enfermizo! ¡Es como el arma perfecta para
un acosador! —exclamó la pelirroja.
—Pero sin el “como” —dijo Sirius sonriendo—.
James fue un perfecto acosador con el arma perfecta para un acosador.
James le miró mal y luego se giró hacia Lily.
—Pero cariño...
—¡Ahora no pongas excusas, James! ¡Podías ver
donde estaba en todo momento!
—Lily... —dijo Remus suspirando—. No lo
hicimos para eso... Lo preparamos para apuntar todos nuestros conocimientos
sobre el castillo y para poder preparar travesuras sin ser descubiertos.
—Y para que James pudiera dárselo a el hijo
que iba a tener con Lily cuando este cumpliera once años —recordó Sirius con
una sonrisa.
Lily alzó una ceja, sorprendida.
—Estás loco, James.
McGonagall ahora entendía muchas cosas que
antes no tenían sentido.
—A pesar de que me molesta en gran medida un
invento como ese, debo decir que es algo realmente increíble y que, sin duda,
ni muchos magos expertos podrían haber creado un invento semejante. Estoy impresionada
—los merodeadores sonrieron con satisfacción, pero McGonagall no había
acabado—. Y ahora, señor Potter, ¿Haría el favor de entregarme ese mapa?
Los ojos de todos en el comedor se abrieron de
golpe.
Harry, Ron y Hermione cruzaron una mirada. Harry
estaba completamente en blanco y Ron no paraba de abrir y cerrar la boca como
un estúpido.
—Profesora, ¿Cree que iba a permitirle a Harry
tener un artículo semejante? El año pasado me encargué de quemarlo —aseguró
Hermione.
Ron tuvo que usar toda su fuerza interior para
no abalanzarse contra Hermione en ese mismo instante y comérsela a besos.
—¿Es eso cierto? —preguntó la profesora
McGonagall.
Harry bufó fingiendo molestia.
—Tomaré eso como un sí.
Harry contempló al profesor Dumbledore, dudaba
que él se hubiese creído la mentira de Hermione pero, aun así, Dumbledore no
dijo nada.
—Señorita Bones, puede continuar —dijo
afablemente el director.
Y mientras los ojos de Harry recorrían los pasillos que conocía, se
percató de otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él
no había entrado nunca. Muchos parecían conducir...
Los merodeadores sonrieron.
—Exactamente a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en
total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros
estamos seguros de que nadie más conoce estos otros.
Filch sonrió, ahora iba a poder conocer todos
los secretos del castillo.
¡FLASH!
Un enorme rayo cayó del techo del comedor y se
estrelló contra el conserje, que desapareció en ese mismo instante.
Un pequeño pergamino descendió hasta las manos
de Ron, que leyó con una sonrisa:
—Me
debéis una, inútiles.
Susan Bones parpadeó un par de veces,
asimilando la situación, y continuó con la lectura. A nadie parecía importarle
que Filch hubiese desaparecido.
Olvídate de éste de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos
utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado. Y
en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el
sauce boxeador está plantado justo en la entrada.
Remus tragó saliva.
Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos
atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula,
como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.
—Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando la
cabecera del mapa—. Les debemos tanto...
—Ahora podéis devolvérnoslo —dijo Sirius
sonriendo.
—Vamos Sirius, le han dado el mapa a Harry, es
suficiente —dijo Remus suspirando.
—Solo iba a pedir que nos dejaran ver los
artículos de broma esos que se pasan el verano haciendo... —dijo Sirius.
—Será un placer —dijeron los gemelos.
—Hombres nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación
de quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente.
—Bien —añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado.
—De lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia.
—No tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Travesura realizada!», y
se quedará en blanco.
—En serio —dijo Sirius impresionado—. Tenéis
que enseñarme como hacéis para dividiros así los diálogos.
—Así que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy admirablemente—, pórtate
bien.
—Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo.
Salieron del aula sonriendo con satisfacción.
Harry se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que
correspondía a la Señora Norris se volvía a la izquierda y se paraba a
olfatear algo en el suelo. Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que
pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí,
emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No
confíes en nada que piense si no ves dónde tiene el cerebro.»
Arthur sonrió, satisfecho con que Harry
tuviera eso presente.
Aquel mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el
señor Weasley les advertía. «Artículos para magos traviesos...» Ahora bien,
meditó Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo
que robar o atacar a alguien... Y Fred y George lo habían utilizado durante
años sin que ocurriera nada horrible.
Harry recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes.
Entonces, muy rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se
lo escondió en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La
abrió cinco centímetros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió
del aula y se colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta.
¿Qué tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había
aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se
encontraba exactamente donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del corredor
de la tercera planta. Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta parecía
golpear a la bruja con la varita.
Lily tuvo que reconocer que, por mucho que le
molestara, era un invento increíble.
Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos
golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un
diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.»
—¡Genial! —dijeron muchos impresionados con la
capacidad del mapa.
Los merodeadores, el trío y los gemelos
estaban bastante molestos con todo esto. Ahora todos iban a conocer muchos de
los pasadizos de la escuela, y eso ni les agradaba ni les convenía.
—¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la
bruja.
Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que
pudiera pasar por ella una persona delgada. Harry miró a ambos lados del
corredor, guardó el mapa, metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia
delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra
y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor.
Estaba totalmente oscuro. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se
encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro. Levantó el
mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura realizada!» El
mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se lo guardó en
la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo
emocionado y temeroso, se puso en camino.
Los merodeadores sonrieron, orgullosos del
comportamiento de Harry.
El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo
gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por
delante, tropezando de vez en cuando en el suelo irregular.
Tardó mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de
una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso.
Tenía la cara caliente y los pies muy fríos.
Diez minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en
las alturas. Procurando no hacer ruido, comenzó a subir. Cien escalones,
doscientos... perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies... Luego, de
improviso, su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla.
—Aún recuerdo como me choqué con ella la
primera vez que fuimos —dijo Sirius acariciándose la cabeza.
—Ni que fuese la única vez que te chocaste con
ella —dijo Remus divertido.
Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio,
levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.
Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Salió y volvió a
bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que
era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Harry anduvo sigilosamente
hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, además del tañido de una campana
y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.
Mientras se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de
él. Alguien se dirigía hacia allí.
—Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo
una voz femenina.
—¡Escóndete! —le urgieron muchos.
Un par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y
aguardó a que pasaran.
—Bien hecho —dijo Sirius asintiendo con la
cabeza.
Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente.
Tal vez no se presentara otra oportunidad...
Muchos contuvieron la respiración.
Rápida y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar
hacia atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en
una caja. Harry llegó a la puerta que estaba al final de la escalera, la
atravesó y se encontró tras el mostrador de Honeydukes. Agachó la cabeza,
salió a gatas y se volvió a incorporar.
—¡Genial! —dijeron muchos emocionados.
Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se fijó en
Harry.
Ron y Hermione comenzaron a reírse y varios
les miraron extrañados.
—¿Nadie se fijó en Harry Potter? —preguntó
Hermione.
—Eso es nuevo —dijo Ron sonriendo—.
Felicidades amigo, lo has conseguido.
Snape frunció el ceño, él siempre se había
imaginado a Harry pavoneándose delante de todos los alumnos de cómo, gracias a
su genialidad, había conseguido ir a Hogsmeade sin permiso. Snape ya era
consciente de lo mucho que se había equivocado con Harry pero a medida que la
lectura continuaba era más y más consciente de ello.
Pasó por detrás de ellos, mirando a su alrededor; y tuvo que contener la
risa al imaginarse la cara que pondría Dudley si pudiera ver dónde se
encontraba. La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más
apetitosos que se puedan imaginar.
Los alumnos de primero y de segundo escuchaban
con atención.
Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa trémulo,
gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos
en filas. Había un barril enorme lleno de alubias de sabores y otro de Meigas
Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra
pared había dulces de efectos especiales: el chicle droobles, que hacía los
mejores globos (podía llenar una habitación de globos de color jacinto que
tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta, diablillos
negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado
(«¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo
(«¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar hilado y
caramelos que estallaban.
—¿A alguien más le han entrado ganas de ir a
Hogsmeade? —preguntó Sirius.
—Y que lo digas —dijeron muchos, ya
acostumbrados a la presencia de Sirius y sin temerle como antes.
Harry se apretujó entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero
colgado en el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y
Hermione estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a
sangre. Harry se les acercó a hurtadillas por detrás.
—Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione.
—¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz
de Hermione.
—Aún peor —dijo Harry.
Ron miró mal a Harry.
A Ron casi se le cayó el bote.
Varios rieron y Fred, George, Tonks, Sirius y
James le sonrieron a Harry con aprobación.
—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo... como lo has hecho...?
—¡Ahí va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has aprendido a materializarte!
—¿En serio has llegado a pensar eso, Ron?
—preguntó Hermione divertida—. Era imposible que hubiese aprendido.
—¿Y por qué no? —replicó Ron—. Ha sobrevivido
a una maldición asesina, ha sacado la piedra filosofal de una prueba preparada
por el mismo Dumbledore y la ha protegido de quien tú ya sabes, ha matado un
basilisco con la espada de Godric Gryffindor... Y no digo más porque estaría
quitándole la emoción a los siguientes libros. Así que dime, ¿Cuántas de esas
cosas te habrían parecido imposibles si no las hubiera conseguido?
Hermione tuvo que admitir que Ron tenía un
punto, pero no dijo nada.
—Por supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto
pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador.
—¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!
Ron miró de mala manera a Fred y George pero
estos le ignoraron totalmente fingiendo que tenían una muy interesante
conversación a susurros.
—¡Pero Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—.
Se lo entregará a la profesora McGonagall. ¿A que sí, Harry?
—¡Estás loca! —exclamaron muchos alarmados.
—¡No! —contestó Harry
Muchos asintieron energéticamente.
—¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo
tan estupendo?
—¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de
que Fred y George se lo cogieron.
—Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de
los pasadizos del mapa para entrar en el castillo! ¡Los profesores tienen que
saberlo!
—No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos
secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en
cuanto a los otros tres... uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro
tiene plantado en la entrada el sauce boxeador; de forma que no se puede salir;
y el que acabo de atravesar yo..., bien..., es realmente difícil distinguir la
entrada, ahí abajo, en el sótano... Así que a menos que supiera que se encontraba
allí...
James, Sirius y Remus se mordieron el labio y
negaron con la cabeza, divertidos por el hecho de que Harry había estado
preguntándose a ver si uno de los creadores del mapa conocía uno de los
pasadizos ahí dibujados.
Harry dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadizo estaba allí?
—¡Claro que lo sabía! —dijo Sirius indignado.
Ron, sin embargo, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba
pegado en la parte interior de la puerta de la tienda:
POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA
Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las
calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida
pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la
captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos
finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche.
¡Felices Pascuas!
—¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar
en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los
propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.
—Sí, pero... —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—.
Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no
tiene autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y
todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si
apareciera ahora?
James volvió ponerse serio, todo esto sobre
Sirius persiguiendo a Harry podía con él, a pesar de que sabía que, al parecer,
en este momento todo estaba bien.
—¿Soy la única que piensa que Hermione buscaba
quedarse a solas con Ron? —preguntó Ginny buscando quitarle la tensión al
ambiente, cosa que logró espléndidamente, ya que las increíblemente rojas caras
de Ron y Hermione hicieron que James sonriera, y eso hizo que Sirius, que
también estaba algo tenso, se tranquilizara.
—Pues que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando
con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas
con parteluz. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso.
Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.
—¿Me vas a delatar? —le preguntó Harry con una sonrisa.
—Claro que no, pero, la verdad...
—¿Has visto las Meigas Fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y
llevándoselo hasta el tonel en que estaban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y
las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero
en la lengua.
Molly lanzó una mirada feroz a Fred, ¿Cómo era
capaz de hacerle algo así a su propio hermano pequeño?
Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se
quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y
cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes?
Fred y George negaron con la cabeza varias
veces luciendo decepcionados con la ocurrencia de Ron.
Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca
de la calle.
Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre
de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había
adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.
A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había cogido
su capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y
Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.
—Ahí está correos.
—Zonko está allí.
—Podríamos ir a la casa de los gritos.
—Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si
tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?
A Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenía las manos
congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el
bar.
Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de
buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.
—¿Guapa y de buena figura? —repitió Sirius
sonriendo pícaramente.
Harry, que no estaba acostumbrado a hablar de
ese tipo de cosas, en una situación normal se habría ruborizado completamente.
Pero en este caso, con sus padres presentes, se ruborizó más todavía.
—Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió
sonrojándose un poco.
A Ron se le volvieron las orejas coloradas al
ver lo obvio de sus intenciones.
Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre
una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la
chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y
espumosa cerveza de mantequilla.
—¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.
Harry bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida,
y reconfortaba cada célula del cuerpo.
Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta
de Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se
atragantó.
El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar
con una ráfaga de copos de nieve.
—¿Pero cómo puedes tener tanta mala suerte?
—preguntaron Ginny y Malfoy al mismo tiempo.
Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un
hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa
de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
Ginny no sabía si reír o si llorar por lo
absurdo de la situación. No solo habían entrado los profesores en el lugar en
el que Harry estaba, ¡Sino que el ministro de magia también! ¿Es que Harry
tenía algún tipo de maldición?
En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y
esconderse debajo de la mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cerveza
de mantequilla y en cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry
observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían,
se daban la vuelta y avanzaban hacia donde él estaba.
—¡Hacer algo! —les instaron muchos.
Hermione susurró:
—¡Mobiliarbo!
El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se
corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos,
ocultándolos.
—¡Genial! —dijeron muchos emocionados pero
Hermione no se dio cuenta de ello porque Ron la había sujetado de los hombros y
le había plantado un beso en los labios, dejando a Hermione completamente
colorada.
—¡Hoo! El pequeño Roonie se está haciendo un
hombre —dijo Charlie, burlón haciendo que Ron se diera cuenta de lo que acababa
de hacer y delante de quienes.
Harry le palmeó varias veces la espalda.
—Es lo que tiene ser tan impulsivo —le dijo
sabiamente—. Tienes que pensar un poco antes de hacer las cosas, mírame a mí,
nunca haré algo parecido —añadió muy convencido.
Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de
cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y
al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.
Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa
brillante, y oyó una voz femenina:
—Una tacita de alhelí...
—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.
—Dos litros de hidromiel caliente con especias...
—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.
—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.
—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.
—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.
—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a
verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...
—Está hecho un pervertido, señor ministro
—dijo Sirius divertido.
—Muchas gracias, señor ministro.
Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del
corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los
profesores era el último fin de semana del trimestre?
—No te preocupes —le dijo James comprensivo—.
Suele pasar.
—Eso es porque no consideras a los profesores
seres humanos —explicó Sirius—. Nos pasa a todos.
¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaba tiempo para volver
a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella
noche... A la pierna de Hermione le dio un tic.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Ron.
—¡No lo hice yo! ¡El tic me salió solo!
—aseguró Hermione.
—Le decía a Harry —aclaró el pelirrojo—. ¿Cómo
lo haces para darte cuenta de todo?
Hermione se interesó también por la respuesta.
—La respuesta es mucho más simple de lo que
parece —aseguró Harry. Muchos escuchaban atentamente—. Solo tienes que... Ser
Harry Potter.
—Oh, venga ya Harry, no juegues conmigo
—resopló el pelirrojo irritado.
—¿Prefieres que te diga que es gracias a que
he crecido dentro de una alacena donde no pasaba nada y lo único que podía
hacer era concentrarme en los pequeños detalles que tenía? ¿A que nunca he
podido entrar en una conversación y lo único que he podido hacer ha sido
observar los patrones de estas? ¿A que nunca he podido ir a ningún sitio y
tenido que aprendérmelos de memoria gracias a fotos? —dijo Harry algo molesto.
Ron tragó saliva. Prefería la otra respuesta.
—Eeh... Continua, por favor, señorita Bones
—pidió la profesora McGonagall.
—¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora
Rosmerta.
Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si
estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:
—¿Qué va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en
el colegio en Halloween.
Todos sabían a que se refería el ministro.
Nadie dijo nada.
—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.
—¿Se lo contaste a todo el bar; Hagrid? —dijo la profesora McGonagall
enfadada.
—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora
Rosmerta.
—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.
—¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la
señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio,
señor ministro.
—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—.
Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme
con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los
terrenos del castillo.
—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.
—¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?
—Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies
colgaban a treinta centímetros del suelo.
—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho
peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...
—¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De
toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que
hubiera pensado...
Sirius sonrió.
—Rosmerta se merece que le haga una visita.
Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me
hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir; habría creído que habíais
tomado demasiado hidromiel.
—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La
gente desconoce lo peor.
Todos se tensaron y James estaba completamente
rígido.
—¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—.
¿Peor que matar a toda esa gente?
Sirius gruño levemente.
—Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.
—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?
—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la
profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?
James sonrió con orgullo.
—Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno
sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par
de cómicos, Sirius Black y James Potter!
A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal.
Ron le dio con el pie.
Muchos tragaron saliva, sabiendo que eso sería
un gran golpe para Harry. Y no se referían precisamente a la patada de Ron...
—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su
pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo
que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.
—Pobre Remus —dijo Sirius suspirando—. Nadie
reconoce su existencia.
—Yo era un buen estudiante, ¿Recuerdas? No un
alborotador.
—Ya —dijo James sonriendo—. De cara al
público.
Remus no pudo contener una pequeña sonrisa.
—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían
dejarlos atrás.
—Gracias, Hagrid —dijo George sonriendo.
—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el
profesor Flitwick
—¡Nosotros mismo lo decimos! —aseguraron
ambos.
—. ¡Inseparables!
Ambos tragaron saliva, ninguno de los dos dijo
nada.
—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en
ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino
de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no
sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.
Muchos lucían preocupados, preguntándose como
iba a reaccionar ahora que lo sabía.
—¿Porque Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.
Sirius volvió a gruñir.
—Aún peor; querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi
inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos.
Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto
número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a
James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes
no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo
que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.
James asintió.
—Ha eso hemos llegado en nuestro tiempo.
—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó.
—Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone
el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se
oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo
es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por
divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes
podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca,
aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
Muchos lucían impresionados, pero era lógico,
era un encantamiento impresionante.
—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora
Rosmerta.
Los ojos de James y de Lily se abrieron de
golpe.
—Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a
Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que
Black estaba pensando en ocultarse él también... Y aun así, Dumbledore seguía
preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.
La respiración de James era fuerte y pesada,
como si le costará hacerlo. Lily no paraba de parpadear, como se no fuese capaz
de creer el pensamiento que golpeaba sin cesar su cabeza.
—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.
—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había
informado a Quien Tú Sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall
con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro
bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.
—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera
Black?
James cerró los ojos con fuerza. Quisiera o no
ahora todo cuadraba en su cabeza. El encantamiento fidelio, el que acabo siendo realmente guardián de los
secretos, su muerte y la de Lily, el hecho de que Peter no estuviese con
ellos... Todo cuadraba. Y lo odiaba.
La tensión en el ambiente era palpable.
Lily trago saliva, pálida como la cera y con
los ojos tan abiertos que parecía un cadáver de alguien al que acababan de
apuñalar por la espalda. Lily abrió la boca.
—¡No digas nada! —ordenó Remus—. No digas nada
ahora —repitió—. Espera a que acabe el capítulo.
Susan Bones, nerviosa y sintiendo cientos de
miradas sobre ella, decidió seguir leyendo.
—Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado
a cabo el encantamiento Fidelio...
—¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.
—Desde luego.
Ninguno entendía porque nadie se lanzaba
contra Sirius.
Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar
abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes. Y parece que tenía la intención de
hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos,
Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes
destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una
situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había
descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...
—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó
en silencio.
Sirius lucía fúnebre.
—Chist —dijo la profesora McGonagall.
—¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes
de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de
Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas,
pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto... Y
Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me
ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido
el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de
Quien Vosotros Sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba
pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR
ASESINO! —exclamó Hagrid.
Eso solo hacía más extraña la situación. ¿Por
qué James y Lily estaban rígidos y observaban el libro sin moverse ni un ápice?
¿Por qué Harry miraba atentamente sus zapatos? ¿Por qué Ron y Hermione estaban
encogidos en sus asientos y dados de la mano? ¡¿Por qué nadie le hacía nada a
Sirius Black?!
—Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.
—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a
Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Vosotros Sabéis! Y
entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él...»
¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore
me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero
al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta
la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado
cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la
daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja
demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el
guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el
Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry,
eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor
amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie
que le importe...
Sirius tenía los ojos apretados con fuerza.
Sentía rabia y furia... Dolor y tristeza... Impotencia...
Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta
dijo con cierta satisfacción:
—Pero no consiguió huir; ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día
siguiente.
—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge con amargura—. No
fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter.
Enloquecido de dolor; sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de
los Black, él mismo lo persiguió.
Lily abría la boca y la cerraba sin cesar,
queriendo decir algo pero sin poder hacerlo. Todo esto era demasiado para ella.
Parecía a punto de quebrarse.
—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la
señora Rosmerta.
El estado de James no era mucho mejor que el
de Lily. Tenía los ojos fijos en el libro e intentaba no parpadear, intentaba
no sentir. Pero sentía. Y mucho.
—Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No
era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis
imaginaros cómo me pesa ahora... —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado
repentino.
Remus tenía una vena palpitante en la frente y
la furia que reflejaban sus ojos haría que cualquiera pensará que había una
brillante luna llena en el cielo y que Remus se estaba transformando.
—Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un
héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la
memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que
sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste...?» Y entonces sacó la
varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.
Los corazones de James y de Lily comenzaron a
acelerarse.
La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:
—¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía
que habérselo dejado al Ministerio...
—Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría
perdido el tiempo con varitas... Lo habría descuartizado, miembro por miembro
—gruñó Hagrid.
—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los
muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales
habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En
aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el
Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los
hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré.
Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan
profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas
partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew
delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.
Sirius tenía los ojos cerrados con fuerza.
Recordaba cómo se había sentido en ese instante. Las sensaciones irracionales
que había sentido. Como un par de días el mundo había dejado de tener sentido.
Como ya nada importaba...
La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.
—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo
llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y
Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que
creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde
entonces en Azkaban.
La señora Rosmerta dio un largo suspiro.
—¿Es cierto que está loco, señor ministro?
—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que
la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de
Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y
desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de
Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la
oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido
de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez.
Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría. Me preguntó si
había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar; me dijo
que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el
escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los
que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta
día y noche.
Muchos miraron a Sirius entre sorprendidos e
impresionados, pero nadie dijo nada, nadie sabía cómo reaccionar ante toda esta
información.
—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor
ministro! No intentará reunirse con Quien Usted Sabe, ¿verdad?
—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge
evasivamente
—¡Espere ministro! —dijo Ron sin poder
contenerse—. ¿Pero Quién Usted Sabe no estaba muerto?
—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes,
solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco
al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...
Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había
dejado su vaso.
—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos
acercando al castillo.
Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus
propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos
tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a
abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los
profesores desaparecieron.
—¿Harry?
Sirius tragó saliva, ¿Cómo reaccionaría Harry?
Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron
fijamente, sin saber qué decir.
Susan Bones levantó la vista del libro,
claramente aliviada de poder dejar de leer.
—Bu-bueno... —comenzó la profesora
McGonagall—. No creo que haga falta mencionaros que nos tomaremos un... descanso,
por un tiempo.
—Chicos, salgamos a hablar —dijo
Remus.
Sirius asintió y se puso de pie.
—Remus —llamó Lily.
—¿Qué pasa?
—Hay un problema.
El asiento de James estaba vació.
Si os soy sincero me habría gustado hacer de este capitulo algo super épico para volver con una gran entrada, pero no se me ha ocurrido nada alucinante. Bueno sí, me habría molado meter dragones, dementores, trolls y acromantulas y a todos muriendo. Que sobreviviesen solo Ginny, Harry, Ron, Hermione y Neville y que fueran perdices y comieran felices. Pero muchos os quejaríais :c
Os informaré sobre algo simple pero útil. He puesto en cada uno de los capítulos anteriores un link al capitulo siguiente. Así la lectura será más cómoda para los que empiecen a leer o a los que se les acumulen varios capítulos. (Es que subí algunos en desorden y si se sigue el orden del "Archivo del blog" uno como mínimo no coincide con el orden correcto).
Bueno, supongo que eso a sido todo.
¿Como se tomarán Lily y James la traición de Peter? ¿Como reaccionaran?