viernes, 25 de septiembre de 2015

La invitación


¡Hola, damas y caballos! ¿Que tal os va? 

A mi bastante bien. Bueno, regular. Vaaaale... Mal. Muy mal. Me despierto a las 6 todos los días y, aunque siempre digo "Hoy me acuesto a las 10 para poder dormir 8 horas" acabo durmiéndome mucho más tarde, así que llego al finde agotado. Me paso el sabado durmiendo y, para cuando me doy cuenta ya es domingo. Y todos sabemos que el 50% del domingo es llorar por nuestra miseria, dado que ya no queda nada para el lunes.

De todos modos esta a sido una semana fructífera. En clase de programación mientras el resto hacia ejercicios yo me he puesto a hacer un "elige tu propia aventura" a código, que cuenta la historia de una joven y huérfana ladrona que finge ser una bruja para meter miedo a los guardias que intentan arrestarla. Además, ayer yo y un amigo no fuimos a clase para comprar juegos de mesa molones (si, lo se, cuando la gente no va a clase no suele ir a comprar juegos de mesa, pero nosotros somos especiales). Y estoy bastante satisfecho con mi compra (aunque mis ahorros se han reducido un 50%). Ahora solo falta tiempo para jugarlos. Tiempo... ¿A alguien le sobra un poco? Pago con abrazos y con mini pizzas.

Y sobre lo de aprovechar la idea de el intercambio de cuerpos... ¡Aún queda mucho tiempo para que pasen los tres días! Ya vamos por el cuarto libro y ¿cuantos días han pasado en todo este tiempo? Eso es, los días duran mucho. Además, me gusta más mantener el tiempo de lectura como tiempo de lectura y la comida, cena y tiempo libre para las locuras.

Ok, lets go with the answers:

Anonimo: Si... Yo tampoco soy un gran fan del cuarto libro. Me gusta, como todos, pero no tanto como otros. Sobre el horario, el año pasado tenía clases por la tarde por eso actualizaba por la mañana, pero como este año tengo las clases por la mañana me toca actualizar por las tardes, ¡ya siento la confusión!

Ah, por cierto, intenta dejar un nombre en el comentario para que pueda responderte a ti (anónimos sin nombre hay muchos, y no puedo responder a tantas personas con el mismo nombre :p).

Maria Ordoñez: Si que me acuerdo de ti, si. Es bueno tenerte de vuelta por aquí. Y sí, sería muy raro besar desde otro cuerpo a tu propio cuerpo xD Muuuuy raro.

Isabel Gonzalo Colmenar: Es lo malo de publicar una historia capitulo a capitulo y no libro a libro. Lo que hago yo con los mangas que sigo (que se publican semanalmente o mensualmente) es acumular varios capítulos y luego leerlos todos de golpe. Siempre puedes ir probando diferentes métodos de lectura. Y sí, los animales son una monada. Bueno, casi todos, siempre hay alguna que otra excepción (como el murciélago dphaeronycteris toxophyllum o la rata topo).

LaurieAngel: Pues te daría alguna pista de lo que va a pasar con Ginny y Harry. Si van a ser descubiertos o no, o cualquier otra cosa. Pero, por desgracia, no tengo ni idea. Ya se me ocurrirá algo interesante cuando llegue el momento (ya veo que mi sistema de aplazar los problemas para después sigue en perfecto estado, es bueno saberlo). Aunque sí, eso sería genial. Es algo innegable.

LarousseLucy: Pues, la verdad, la idea suena algo tentadora. Aunque, la verdad, no me gusta sobrecargar los capítulos de lectura. Prefiero que los capítulos en los que haya que leer, se lea y aparezcan reacciones y en los capítulos de "asimilación" (en los que se hace de todo menos asimilar lo que ha ocurrido en el libro) se haga de todo menos asimilar lo que ha ocurrido en el libro.
PD: A mi me gustan los animales pequeñitos. Tanto perros, como gatos, hamsters, conejos ¡cualquier cosa pequeñita! ¡incluso las pulgas de mar!

Olga Br: Se ha dicho que tres días, aunque a saber. Yo no me fiaría de los hijos de un Potter y una Weasley...

Anonimus Maximus: Mi debate inicial era o emparejarla con Neville o con Rolf (creo que, de hecho, algo de esto apareció en los primeros capitulos del fic xd) Aunque mi mente se ha vuelto algo loca y, como pista, te diré que entre mis planes secretos sobre la historia... aún no hay nada escrito. Pero sí, no se me olvidará meter a Rolf. Ya veremos que es lo que ocurre.
Y con lo de Albus Severus... Tengo mis razones para ponerle en la casa que le ponga, razones que ya expondré mas adelante. No te digo ni que si ni que no. (Aunque... ¿Personalidades? Lo poco que se vio en el ultimo libro es que Albus quería ir a Griffindor, sobre personalidades se vio poca cosa).

Nashi Dragneel: Si, estoy leyendo 5 elementos y, de hecho, tengo comprados los dos primeros tomos (algún día comprare el resto, pero tengo muchos mangas que comprar y no tanto dinero como me gustaría).

Alma: Oh, ¡La amnesia provocada por la adrenalina! ¿Que le pregunte a los alumnos por ella? ¡Pero si se abalanzan sobre mi para describírmela al detalle! (creo que he escuchado ya unas 12 versiones diferentes). Y, aunque me alegro de que disfrutes como comentadora, voy a pedirte que tengas un poco de respeto con los nombres... ¿Que diantres es una buggle? ¿Querías decir bludger?

Viendo como funciona todo esto dudo que en un par de años pueda impartir otra asignatura... ¡Mira sino al director que estaba antes que Minerva! Casi cuarenta años para conseguir dar clase de DCAO y, un año después de conseguir el puesto, muere. Y no me vengas con el mito de que el puesto esta maldito, porque con eso solo vas a conseguir que intente volverme profesor de defensa para demostrar que no es cierto.

Oh, y aunque yo te tutee, tu sigue sin hacerlo. Me hace sentir una figura de autoridad y tengo que creerme que lo soy antes de que los estudiantes comiencen a colgarse de mis brazos como niños de preescolar sin ningún tipo de respeto por su cuidador.

PD: No les digas a los que cursen mi asignatura que el martes hay examen sorpresa por menos de 2 Sickle (y ya sabes, uno para ti y uno para mi, que mi sueldo no da para comprar todos los libros que me gustaría).


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

LA INVITACIÓN

Dumbledore sonrió un poco y se encogió de hombros.

—Sigue leyendo entonces.

Luna, visiblemente contenta por poder leer un capitulo más, pasó la página y siguió con la lectura.

La invitación:

Los tres Dursley ya se encontraban sentados a la mesa cuan­do Harry llegó a la cocina. Ninguno de ellos levantó la vista cuando él entró y se sentó. El rostro de tío Vernon, grande y colorado, estaba oculto detrás de un periódico sensacionalis­ta, y tía Petunia cortaba en cuatro trozos un pomelo, con los labios fruncidos contra sus dientes de conejo.

Dudley parecía furioso, y daba la sensación de que ocu­paba más espacio del habitual, que ya es decir, porque él siempre abarcaba un lado entero de la mesa cuadrada. Cuando tía Petunia le puso en el plato uno de los trozos de pomelo sin azúcar con un temeroso «Aquí tienes, Dudley, cariñín», él la miró ceñudo. Su vida se había vuelto bastante más desagradable desde que había llegado con el informe escolar de fin de curso.

Algunos pocos sonrieron, con la esperanza de que, gracias a los avisos de los profesores, los Dursley se dieran cuenta de lo violento e idiota que era su hijo.

Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían lo­grado encontrar disculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en que Dudley era un mucha­cho de gran talento incomprendido por sus profesores, 

Algunos, incluido el propio Harry, bufaron al escucharle.

en tanto que tío Vernon aseguraba que no quería «tener por hijo a uno de esos mariquitas empollones». 

Más bufidos cubrieron la sala y (sin hacerlo por generalizar) varios quejidos se dejaron escuchar en la zona de los Ravenclaw.

Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento. («¡Es un niño un poco inquie­to, pero no le haría daño a una mosca!», dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos.)

—No soy ni una mosca —lloriqueo Ginny con el cuerpo de Harry ganandose una mirada furiosa por parte de este.

Pero al final del informe había unos bien medidos co­mentarios de la enfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieron soslayar. 

Varios sonrieron.

Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era de complexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito sa­ludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien: el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. 

—¡Vaya! —comentó Ron—. Pensaba que cuando le describías exagerabas, pero ya veo que no. Pues si que estaba gordo, si.

La enfermera del cole­gio había visto lo que los ojos de tía Petunia (tan agudos cuando se trataba de descubrir marcas de dedos en las bri­llantes paredes de su casa o de espiar las idas y venidas de los vecinos) sencillamente se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo, Dudley había alcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.

—Eso es bastante —opinó Luna haciendo una pausa.

Y de esa manera, después de muchas rabietas y discu­siones que hicieron temblar el suelo del dormitorio de Harry y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del frigorífico la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, y el frigorífico mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley (bebidas gaseosas, pasteles, tabletas de chocolate y hamburguesas) y llenado en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba «comida de conejo». 

—Así esta el —rió Harry con sorna.

—¿Y tu como sabes como está? —le preguntó Ron a su hermana, extrañado.

—¿No puedes suponerlo? No creo que sea tan difícil, ni siquiera para ti Ronald —le respondió Harry. No era tan difícil hacerse pasar por Ginny respondiendo a Ron.

Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistido en que toda la familia siguiera el régimen. En aquel momento le sirvió su trozo de pomelo a Harry, quien notó que era mucho más pequeño que el de Dudley. A juzgar por las apariencias, tía Petunia pensaba que la mejor manera de levantar la moral a Dudley era ase­gurarse de que, por lo menos, podía comer más que Harry.

—Menudo idiota —dijo Ginny, y el padre de Harry le dio la razón llamándole hijo.

Pero tía Petunia no sabía lo que se ocultaba bajo la tabla suelta del piso de arriba. No tenía ni idea de que Harry no es­taba siguiendo el régimen. 

Digno hijo de su padre —dijó James con una sonrisa mirando a Ginny.

—Suena mucho mejor digno ahijado de su padrino —opinó Sirius mirando también a Ginny.

En cuanto éste se había enterado de que tenía que pasar el verano alimentándose de tiras de zanahoria, había enviado a Hedwig a casa de sus amigos pi­diéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamen­te: Hedwig había vuelto de casa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar (los padres de Hermione eran dentistas)

—Gracias Hermione —le agradeció Harry mientras esta seguía haciendo cosas extrañas con su ahora largo y pelirrojo cabello.

; Hagrid, el guardabosque de Hog­warts, le había enviado una bolsa llena de bollos de frutos se­cos hechos por él (Harry ni siquiera los había tocado: ya había experimentado las dotes culinarias de Hagrid)

—Aunque gracias, Hagrid —le dijo Ginny al semigigante ganandose una sonrisa por parte de este y otra por parte de Harry.

; en cuanto a la señora Weasley, le había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas. 

—Gracias... Molly —le dijo Ginny a su madre, sintiendose rara al llamarla por su nombre.

Molly también le miró extrañada, Harry nunca la llamaba por su nombre, siempre había sido "la señora Weasley". Le hizo ilusión y esperaba que a partir de ahora la llamase por su nombre.

El pobre Errol, que era viejo y débil, tardó cinco días en recupe­rarse del viaje. Y luego, el día de su cumpleaños (que los Dursley habían pasado olímpicamente por alto), había recibi­do cuatro tartas estupendas enviadas por Ron, Hermione, Hagrid y Sirius. 

Ginny les sonrió a todos, cansada de agradecer a la gente con palabras ¿como podía aguantar Harry siendo siempre tan educado? Aunque este año había estado bastante irritante...

Todavía le quedaban dos, y por eso, impa­ciente por tomarse un desayuno de verdad cuando volviera a su habitación, empezó a comerse el pomelo sin una queja.

Tío Vernon dejó el periódico a un lado con un resoplido de disgusto y observó su trozo de pomelo.

—¿Esto es el desayuno? —preguntó de mal humor a tía Petunia.

—¡Si! ¡Cómetelo, conejito! —dijo Fred con felicidad.

Ella le dirigió una severa mirada y luego asintió con la cabeza, mirando de forma harto significativa a Dudley, que había terminado ya su parte de pomelo y observaba el de Harry con una expresión muy amarga en sus pequeños ojos de cerdito.

Tío Vernon lanzó un intenso suspiro que le alborotó el poblado bigote y cogió la cuchara.

Llamaron al timbre de la puerta. Tío Vernon se levantó con mucho esfuerzo y fue al recibidor. Veloz como un rayo, mientras su madre preparaba el té, Dudley le robó a su pa­dre lo que le quedaba de pomelo.

Algunos se debatían entre la idea de agradecer a Dudley por robarle la comida a su odioso padre o por meterse con el.

Harry oyó un murmullo en la entrada, a alguien riéndo­se y a tío Vernon respondiendo de manera cortante. Luego se cerró la puerta y oyó rasgar un papel en el recibidor.

Tía Petunia posó la tetera en la mesa y miró a su alre­dedor preguntándose dónde se había metido tío Vernon. No tardó en averiguarlo: regresó un minuto después, lívido.

—Tú —le gritó a Harry—. Ven a la sala, ahora mismo.

(DN: Esto me recuerda a mi madre xD Cuando pasa cualquier cosa que esta fuera de mi control me echa la bronca a mi, porque si. El otro día sin ir más lejos fue "Esta lloviendo... ¡Dait! ¿Te has dado cuenta o que? ¡ESTÁ LLOVIENDO!" Mi madre cree que todo lo malo de su vida es por mi culpa... Por eso mi obliga a comer las patatas quemadas si se le queman :c Vale no, pero si que me deja comérmelas si insisto (son patatas al fin y al cabo, no se pueden desperdiciar))

Desconcertado, preguntándose qué demonios había he­cho en aquella ocasión, Harry se levantó, salió de la cocina detrás de tío Vernon y fue con él hasta la habitación conti­gua. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza detrás de ellos.

—Vaya —dijo, yendo hasta la chimenea y volviéndose hacia Harry como si estuviera a punto de pronunciar la sen­tencia de su arresto—. Vaya.

—¿Vaya que? —preguntó Ginny molesta.

A Harry le hubiera encantado preguntar «¿Vaya qué?», 

—No has cambiado nada —rió Ron divertido.

Ginny sonrió, al parecer estaba mejorando su interpretación.

pero no juzgó prudente poner a prueba el humor de tío Vernon tan temprano, y menos teniendo en cuenta que éste se encontraba sometido a una fuerte tensión por la carencia de alimento. Así que decidió adoptar una expresión de cortés desconcierto.

—Buena elección —le elogió Tonks a Ginny—. Es mi favorita.

—Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo de papel de color púrpura—. Una carta. Sobre ti.

El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le es­cribiría a tío Vernon sobre él? ¿Conocía a alguien que envia­ra cartas por correo?

Molly y Arthur se miraron incómodos, recordaban bien todo ese asunto.

Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó a leer:

Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy se­gura de que Harry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron.

—No lo has hecho —observó Ron.

—¡Pues claro que no! —repuso Ginny—. ¿Por que iba a hacerlo? ¡Pero tu te das cuenta de las estupideces que dices! ¡Son los Dursley!

—Tranqui tío... Estaba de broma... Ni que fueras mi hermana, oye —le dijo Ron sorprendido por la respuesta de su amigo.

Ginny parpadeó un par de veces.

—Oh, vale...

Harry, que observaba a Luna rezando por que siguiera con la lectura antes de que Ginny hiciera que les descubrieran, vio en los ojos de su peculiar amiga el desconcierto ¿podría ser que Luna sospechase algo? Bueno, de ser así, seguro que lo sospecha de todo el mundo. O tal vez crea que el cuerpo de Harry lo está controlando el espirito de Diarrea, el Kobold Travieso.

Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lu­nes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de con­seguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

—¡Mas les vale dejarte ir! —dijo James emocionado.

—Muchas gracias por esto, Arthur, Molly —les agradeció Lily.

Espero que nos permitan llevar a Harry al par­tido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfi­triona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de va­caciones de verano y acompañarlo al tren que lo lle­vará de nuevo al colegio.

Sería preferible que Harry nos enviara la res­puesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cor­dialmente

Molly Weasley

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.

Harry rió, recordando lo de los sellos.

Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bol­sillo superior y sacó otra cosa.

—Mira esto —gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Todo el so­bre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.

Los hijos de muggles o los que habían prestado suficiente atención a la asignatura de Estudios Muggles rieron al escucharlo causando con ello que el matrimonio Weasley enrojeciese.

—Creo que si que han puesto bastantes sellos —comen­tó Harry, como si cualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

—El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apre­tados—. Estaba muy interesado en saber de dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

—Oh, por Merlín, eso debe de ser horrible —dijo Ron con sarcasmo.

Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernon armaba tanto escándalo porque alguien hu­biera puesto demasiados sellos en un sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para no comprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que al­guien pudiera averiguar que tenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.

Los Weasley bufaron, ¡como si a ellos fuera a gustarles también tener algo de relación con esos Dursley!

Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresión neutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistir al mejor espectáculo de su vida. Esperó a que tío Vernon añadiera algo, pero simplemente seguía mirándolo. Harry decidió rom­per el silencio.

—Entonces, ¿puedo ir? —preguntó.

Muchos tragaron saliva, casi tan nerviosos como Harry lo estuvo aquel día..

Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote. Harry creía saber lo que te­nía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos más básicos en tío Vernon. Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años. Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos sema­nas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa. Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.

—¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la fir­ma con desagrado.

Arthur bufó. No entendía como alguien podía mirar a Molly con desagrado.

(Todo el mundo bufa en este capítulo... Van a acabar convertidos en bufones).

—La conoces —respondió Harry—. Es la madre de mi amigo Ron. Lo estaba esperando cuando llegamos en el ex­preso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.

Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habría irritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.

Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara de recordar algo muy desagradable.

—¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un mon­tón de niños pelirrojos?

Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernon llamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr lo que había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho que alto.

—Si hubieras dicho eso en voz alta te habría dado un beso en la boca —le dijo Ginny a Harry al oído.

Harry, al escuchar una frase como esa saliendo de su propia boca, se sintió muy raro.

—Tenía que haberlo dicho en alto entonces —bromeó Harry también.

Tío Vernon volvió a examinar la carta.

—Quidditch —murmuró entre dientes—, quidditch. ¿Qué demonios es eso?

Harry sintió una segunda punzada de irritación.

—Es un deporte —dijo lacónicamente— que se juega sobre esc...

—¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.

Varios sonrieron, divertidos con la reacción de Vernon.

Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo. Daba la impresión de que sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar. Disimuló volviendo a examinar la carta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».

—¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? —pre­guntó irritado.

—Habitual para nosotros —explicó Harry y, antes de que su tío pudiera detenerlo, añadió—: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entre magos.

Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por la ventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidad bajo este techo? 

—¡Anormalia! —exclamaron muchos sintiéndose ofendidos y olvidando que esto ya había ocurrido antes—. ¿Pero como se atreve?

—dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo te hemos da...

—Después de que Dudley la usó —lo interrumpió Harry con frialdad; de hecho, llevaba una sudadera tan grande para él que tenía que dar cinco vueltas a las man­gas para poder utilizar las manos y que le caía hasta más abajo de las rodillas de unos vaqueros extremadamente anchos.

Lily y James se miraron, culpándose a si mismos por la miserias que pasado su hijo.

—¡No consentiré que se me hable en ese tono! —excla­mó tío Vernon, temblando de ira.

Pero Harry no pensaba resignarse. Ya habían pasado los tiempos en que se había visto obligado a aceptar cada una de las estúpidas disposiciones de los Dursley. No estaba siguiendo el régimen de Dudley, y no se iba a quedar sin ir a los Mundiales de quidditch por culpa de tío Vernon si podía evitarlo. Harry respiró hondo para relajarse y luego dijo:

—Vale, no iré a los Mundiales. ¿Puedo subir ya a mi ha­bitación? Tengo que terminar una carta para Sirius. Ya sa­bes... mi padrino.

—¡Genial! —le aplaudieron a Ginny los gemelos.

—Eres un buen estratega —le elogió Bill guiñándole un ojo a su hermana.

Sirius se limitó a sonreír, satisfecho con el hecho de que, aún estando a distancia, pudiera serle útil de algún modo a Harry,

Lo había hecho, había pronunciado las palabras mági­cas. Vio cómo la colorada piel de tío Vernon palidecía a ron­chas, dándole el aspecto de un helado de grosellas mal mezclado.

—Le... ¿le vas a escribir, de verdad? —dijo tío Vernon, intentando aparentar tranquilidad. Pero Harry había visto cómo se le contraían de miedo los diminutos ojos.

—¿Es normal que este disfrutando con esto? —preguntó Lily sintiéndose algo culpable.

—Sería raro si no lo estuvieras —le aseguró su marido con una sonrisa.

—Bueno, sí... —contestó Harry, como sin darle impor­tancia—. Hace tiempo que no ha tenido noticias mías y, bue­no, si no le escribo puede pensar que algo va mal.

Las sonrisas crecían por momentos.

Se detuvo para disfrutar el efecto de sus palabras. Casi podía ver funcionar los engranajes del cerebro de tío Vernon debajo de su grueso y oscuro cabello peinado con una raya muy recta. Si intentaba impedir que Harry escribiera a Sirius, éste pensaría que lo maltrataban. Si no lo dejaba ir a los Mundiales de quidditch, Harry se lo contaría a Sirius, y Sirius sabría que lo maltrataban. A tío Vernon sólo le quedaba una salida, y Harry pudo ver esa conclusión for­mársele en el cerebro como si el rostro grande adornado con el bigote fuera transparente. Harry trató de no reírse y de mantener la cara tan inexpresiva como le fuera posible. Y luego...

—Bien, de acuerdo. Puedes ir a esa condenada... a esa estúpida... a esa Copa del Mundo. 

—¡Estupendo! —celebraron muchos con alegría.

Escríbeles a esos... a esos Weasley para que vengan a recogerte, porque yo no tengo tiempo para llevarte a ningún lado. Y puedes pasar con ellos el resto del verano. Y dile a tu... tu padrino... dile... dile que vas.

—Muy bien —asintió Harry, muy contento.

Se volvió y fue hacia la puerta de la sala, reprimiendo el impulso de gritar y dar saltos. Iba a... ¡Se iba con los Weas­ley! ¡Iba a presenciar la final de los Mundiales! En el recibi­dor estuvo a punto de atropellar a Dudley, que acechaba detrás de la puerta esperando oír una buena reprimenda contra Harry y se quedó desconcertado al ver su amplia son­risa.

—¡Qué buen desayuno!, ¿verdad? —le dijo Harry—. Estoy lleno, ¿tú no?

Algunos rieron imaginándose la cara de Dudley.

Riéndose de la cara atónita de Dudley, Harry subió los escalones de tres en tres y entró en su habitación como un bólido.

Lo primero que vio fue que Hedwig ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico como hacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le mo­lestaba en aquella ocasión.

—¡Ay! —gritó.

—¿Otro elfo domestico? —preguntó George.

—¿Un dementor? —probó Fred.

—¿O es un semi-gigante esta vez? —lo intentó Tonks también.

Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que pare­cía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plu­mas. 

—Oh, Harry, nos decepcionas —dijeron los gemelos—. Solo es Pig... Ese no es tu estilo.

Harry se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que, como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación. Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre. Dentro había una nota escrita apre­suradamente:

Harry: ¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS! Irlanda contra Bulgaria, el lunes por la noche. Mi madre les ha escrito a los muggles para pedirles que te dejen venir y quedarte. A lo mejor ya han recibido la carta, no sé cuánto tarda el correo muggle. De to­das maneras, he querido enviarte esta nota por medio de Pig.

—Pero... ¿Por que se llama Pig? —preguntó James—. ¿Tiene cara de cerdo o algo?

—Se llama Pigwidgeon —explicó Ginny—. Pig es un diminutivo.

—Pigwidgeon... Se lo puso mi hermana —confesó Ron—. Es un nombre horrible.

—A mi me parece un nombre muy mono —comentó Ginny haciendo que Ron mirase al cuerpo de su amigo sin comprender que demonios le pasaba en la cabeza.

—Vale, punto a tener en cuenta, Harry debería de ser el que le ponga nombre a nuestros nietos —bromeó James hablándole a Lily al oído—. No queremos que nuestro nietos se acabes llamando Pantagruel o Dowsabel ¿no?

—Bueno, igual Harry pone nombres todavía peores —dijo Lily encogiendose de hombros.

—¿Peores? —preguntó James—. ¿Que, va a llamar a su hijo Severus?

—No he dicho eso, pero aunque lo hiciera sería tu nieto ¡así que nada de discriminarle por llamarse Severus!

—Bueno, al menos estoy seguro de que algo como eso es imposible que pase y... bueno... Nunca vamos a poder conocerlos...

Lily tragó saliva, eso parecía ser cierto... Aunque... ¿No podrían estar sus nietos entre los visitantes del futuro?

Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuza que zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pare­ciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la le­tra de Ron. Siguió leyendo:

Vamos a ir a buscarte tanto si quieren los mug­gles como si no, porque no te puedes perder los Mun­diales. 

—¡Así se habla Ron! —le dijo James emocionado.

Lo que pasa es que mis padres pensaban que era mejor pedirles su consentimiento. Si dicen que te dejan, envía a Pig inmediatamente con la respues­ta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envía también a Pig e ire­mos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco.

Varios rieron divertidos.

—Siempre es mejor hacerlo primero por las buenas—dijo la señora Weasley, y luego miro a esos traviesos gemelos hijos suyos—. Pero cuando lo dices una vez por las buenas, y otra, y otra, y otra, y no hacen lo que se les dice... ¡se les castiga sin inventos tontos!

Fred y George tragaron saliva. No era fácil intentar crear una empresa de venta de bromas si tu madre no solo no lo apoyaba sino que además se entrometía. Bueno, aunque para ellos sí, no por nada eran Fred y George.

Hermione llega esta tarde. Percy ha comenzado a trabajar: en el Departamento de Cooperación Má­gica Internacional. No menciones nada sobre el ex­tranjero mientras estés aquí a menos que quieras que te mate de aburrimiento.

Percy bufó.

(¿Me falta alguien de la familia al que hacer bufar?)

Hasta pronto,

Ron

—¡Cálmate! —dijo Harry a la pequeña lechuza, que re­voloteaba por encima de su cabeza gorjeando como loca (Harry supuso que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta)—. ¡Ven aquí! Tienes que lle­var la contestación.

La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de Hedwig, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a coger su pluma de águi­la y un trozo de pergamino, y escribió:

Todo perfecto, Ron: los muggles me dejan ir. Hasta mañana a las cinco. ¡Me muero de impaciencia!

Harry


Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmen­sa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada. En cuanto la nota estuvo asegu­rada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y se perdió de vista.

Harry se volvió hacia Hedwig.

—¿Estás lista para un viaje largo? —le preguntó. Hedwig ululó henchida de dignidad.

—¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? —le pidió, cogiendo la carta—. Espera: tengo que termi­narla.

Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:

Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigo Ron hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradas para los Mun­diales de quidditch!
Muchos sonrieron, pensando que era un bonito final de capitulo, pero Luna siguió leyendo.

Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de Hedwig, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una le­chuza mensajera.

Varios sonrieron divertidos.

—Creo que estoy enamorada de tu lechuza —le comentó Hermione a Harry.

—Estaré en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Harry.

Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana.

Harry la observó mientras desaparecía. Luego se metió debajo de la cama, tiró de la tabla suelta y sacó un buen tro­zo de tarta de cumpleaños. Se lo comió sentado en el suelo, disfrutando de la felicidad que lo embargaba: tenía tarta, mientras que Dudley sólo tenía pomelo; era un radiante día de verano; se iría de casa de los Dursley al día siguien­te, la cicatriz ya había dejado de dolerle e iba a presenciar los Mundiales de quidditch. 

—Si, realmente suena genial —comentó Ron con algo de gula por la mención de la tarta.

Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

Estremecimientos y blablabla, os lo imagináis.

—Y fin del capitulo —terminó Luna.

—¿Ha quedado satisfecha? —le preguntó Dumbledore—. ¿o quiere leer otro capitulo más?

—Leería otro con gusto —aseguró—. Pero seguro que hay muchas otras personas que lo harían también, ¡suficiente que he leído dos!

Dumbledore sonrió, cogió el libro de las manos de Luna y esta volvió a su asiento.

—Bien —dijo para toda la sala—. ¿Quien quiere leer ahora? ¿Señorita Weasley?

Harry esperó tranquilamente a que Ginny se levantara. Esperó, y esperó y esperó.

—¿Señorita Weasley? —volvió a preguntar el director.

Y en ese momento, gracias a un pellizco de Hermione, Harry comprendió que ahora el era la señorita Weasley.

—Oh, yo, si, si, claro. Leeré, leeré —dijo con torpeza mientras se levantaba y se esforzaba por caminar imitando a Ginny hasta Dumbledore. Cuando llegó hasta el ambos se miraron a los ojos durante un segundo y Harry tuvo la sospecha de que Dumbledore lo sabía todo. Y de que se divertía con ello.

Y vivieron felices y atraparon snitches.

Ya queda menos para el mundial... Y para ver a cierto hombretón búlgaro al que le cuesta pronunciar el nombre de nuestra empollona favorita.

¿Nos vemos el jueves que viene? Tal vez el viernes porque siempre acabo subiendo el capitulo pasadas las 00:00... Mea culpa, si, como siempre mama. Lo siento por hacer que llueva, no volveré a cantar en la ducha...

En fino, Bye!

PD: Nuevamente este es un capitulo que esta completamente sin corregir, cualquier fallo avisad para que pueda corregirlo. Thanks.

sábado, 19 de septiembre de 2015

La cicatriz


Vale, allá vamos, después de dos semanas de descanso no tan intencionado por fin me siento a escribir. Son las 22:30 de la noche así que cuando acabe supongo que ya habrá acabado el día pero, en fin, uno hace lo que puede.

¡La gatita es genial! Salta, trepa, corre y da volteretas en el aire. No te cansas de mirarla, ¡Ni de acariciarla! Cada rato se sienta encima tuyo y se hace una bolita. Según la tocas ya se pone a ronronear... Aún sin verme sois capaces de imaginaros como se me está cayendo la babita ahora mismo ¿verdad?

El nombre se lo han puesto mi hermano (el responsable oficial) y nuestro amigo "El Artillero". Han decidido llamarla Gominola (aún que mi hermano siempre decía "golosina" sin darse cuenta). Yo la llamo Gomi.

A pesar de no haber pasado tanto tiempo han pasado miles de cosas. Al principio no se dejaba tocar y ahora es ella la que viene a ser tocada... El primer día intenté recurrir a la técnica de Hagrid de presentarse a un hipogrifo, pero al parecer solo funciona con hipogrifos porque estuve un buen rato esperando pero su reverencia no llegó... Yo creo que lo que más me gusto de ese día es cuando ella se echó a dormir y yo me puse a dormir un rato a su lado (los dos en el suelo xD). Cuando me desperté un ratito después estaba durmiendo con la cabeza encima de mi mano. Fue muy bonito.

Oh, aunque no todo es bonito. Por ejemplo, aunque cuando pasa de lo abstracto a lo concreto lo hace donde tiene que hacerlo, cuando hace pis... No siempre lo hace donde debería... Estuvimos un tiempo preocupados por las pocas veces que meaba pero al final descubrimos que en realidad meaba lo que debía, solo que lo hacía dentro de una carcasa vacía de ordenador que no me apetecía tirar a la basura. Cuando me deshice de la carcasa pude decir sin equivocarme que había "matado dos pájaros de un tiro". Y no me equivocaba, la carcasa ya no estorbaba y Gomi no ha vuelto a orinar en lugares extraños.

Vale, ya paro de hablar de mi gato y me pongo a responder.

Anonimo: Soy de España también, solo que como escribo por las tardes-noches para cuando subo el capitulo ya es el día siguiente.

Left Lie: Tengo 18 añitos cumplidos este abril :3 (técnicamente puedo sacarme el carnet de conducir pero ¿quier querría esa estupidez cuando hace un año que tiene permitido aparecerse?)

Anonimus Maximus: Para saber mi edad lea la respuesta superior, estimado Maximus.

Catalina Adriazola: Siento lo de tu comentario... No llegué a conocerle pero que descanse en paz. Gracias por comentar aún habiendo pasado eso :D

LaurieAngel: Realmente no tengo a que responderte, pero me apetece escribir algo... ¡¿Que hago?! Oh, eso ya ha sido algo. Me vale.

Alma: Es curioso que la asignatura que imparta sea la que menos me interesa, pero es un intercambio de información. Todos salimos ganando; yo tengo un despacho más grande que el de Flitwick y derecho a elegir el primero el horario de mis clases (aunque hay quien que eso es porque Estudios Muggles son muy pocas horas y una vez estén repartidas las asignaturas grandes pueden empezar a distribuirse a gusto poniendo dos seguidas en vez de una...).
Y no deberías abusar del pobre Neville (profesor Longbottom para ti), porque si no te acaba castigando el tendré que hacerlo yo ¡y no creo que te guste pasar una hora bebiendo zumo de calabaza mientras yo bebo batido de chocolate delante de ti! (aún no ha pasado, pero estoy seguro de que en un tiempo acabaré siendo conocido como el profesor más despiadado de la escuela).
Con mis abuelos y mis tíos pasa lo mismo, por eso nunca habíamos tenido una mascota hasta ahora. Hasta ahora. Ya han marcado el fin de sus estancias aquí y han dejado muy claro que si queremos verles tendremos que ir nosotros. En fin, tampoco es que me vaya a morir por eso... Oh si, quien sabe... TIN TIN TIN.


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.



LA CICATRIZ


—¡Yo! —se ofreció Luna sonriendo y caminando hacia el director. Cogió su libro y leyó—: La cicatriz.

Las miradas de los estudiantes no tardaron en ser dirigidas de forma casi automática hacia la cicatriz de Harry, que ahora pertenecía a Ginny, quien no tardó en comprender como se sentía Harry la mayor parte del tiempo. Se encogió en su asiento, pero contuvo las ganas de cubrirse con el flequillo la cicatriz con forma de rayo.

Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.

Si, la cicatriz dolía, pero ahora Harry era mucho más consciente de otro tipo de dolor que, en circunstancias normales, no tenía que sufrir. Y daba las gracias por ello.

Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormito­rio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.

Muchos fueron conscientes entonces de que Harry volvía a estar con los Dursley. Algunos suspiros, gruñidos y quejidos comenzaron a dejarse ver por el comedor.

Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Un delgado mucha­cho de catorce años le devolvió la mirada con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro. Examinó más de cerca la ci­catriz en forma de rayo del reflejo. Parecía normal, pero se­guía escociéndole.

Harry intentó recordar lo que soñaba antes de desper­tarse. Había sido tan real... Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...

Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penum­bra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera desliza­do por la garganta hasta el estómago.

Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspec­to tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el es­pasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz?

Por la expresión de Molly, Voldemort iba a ganarse una buena regañina por hacer que Harry pasase por esto.

¿Y quién era aquel anciano? Porque ya tenía claro que en el sueño aparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes le llegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó represen­tarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tra­tar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos. Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo.

Muchos tragaron saliva, entre asustados y angustiados, pero con cierto alivio al saber que, por lo menos, ese año Harry no había llegado a morir. Aunque había alguien que si lo había hecho. Cho tuvo que frotarse varias veces los ojos al recordarlo.

Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y ob­servó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama había un baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un calde­ro, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embru­jos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca; en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Todas las fotos del libro se mo­vían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja bri­llante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pe­lota roja.

Lily no sabía si reñir a Harry por el desorden de su habitación. Por una parte era su madre y debía hacerlo, pero por otra ella no vivía con el (ni podría llegar a hacerlo nunca), aparte de que eso era un hecho de un año anterior. No, no tenía ningún sentido reñirle por eso, aunque Lily, como madre novata, estaba algo confusa. Miró a su marido y padre de su hijo ¿que pensaría el sobre esto?

—¿Naranja brillante? —le preguntó James a su hijo—. ¿Eres de los Cannons?

Ginny, sientiendo la mirada de su hermano sobre el y la de el mismo Harry, no supo que responder. Se encogió de hombros, pero, por alguna razón, Lily estaba regañando a James sobre algo así que se libró de dar una respuesta.

Harry fue hasta el libro, lo cogió y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pe­lota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch (en opinión de Harry, el mejor deporte del mundo)

El comedor no tardó en llenarse de gente que le daba la razón a Ginny por algo que ella (aunque pensara lo mismo) no había pensado.

podía distraerlo en aquel momento. Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.

El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un sába­do. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.

Y aun así, aun así... Nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba: estaba acostumbrado al dolor y a las heridas. En una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuel­to a crecer, muy dolorosamente. No mucho después, un col­millo de treinta centímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo. Y durante el último curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora a quince me­tros de altura. 

Ahora son buenas anecdotas ¿no? —le preguntó Luna, levantado la vista del libro para mirar a Harry.

Harry abrió la boca para contestar, pero pudo frenarse en el último segundo. El ahora no era Harry.

—Si que lo son, Luna —dijo Ginny con una sonrisa poco propia de Harry.

Luna parpadeó un par de veces pero siguió con la lectura.

Estaba habituado a sufrir extraños acciden­tes y heridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, 

—El lugar más seguro de todos —canturrearon Fred y George—. ¿No es así, Hagrid?

—Cerrad el pico —les dijo el guardabosques algo molesto—. Y dejad de hablar a la vez.

y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de problemas.

—Mejor que la de tu padre —le aseguró Sirius a Ginny sin referirse al padre de esta.

No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos... La misma idea de que lord Voldemort me­rodeara por Privet Drive era absurda, imposible.

Harry escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujido de algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.

Harry se reprendió mentalmente. Se estaba compor­tando como un estúpido: en la casa no había nadie aparte de él y de tío Vernon, tía Petunia y Dudley, y era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema ni dolor había perturbado su sueño.

Cuando más le gustaban los Dursley a Harry era cuan­do estaban dormidos; despiertos nunca constituían para él una ayuda. 

Los suspiros volvieron a dejarse mostrar por el comedor.

Tío Vernon, tía Petunia y Dudley eran los úni­cos parientes vivos que tenía. Eran muggles (no magos) que odiaban y despreciaban la magia en cualquiera de sus for­mas, lo que suponía que Harry era tan bienvenido en aque­lla casa como una plaga de termitas. Habían explicado sus largas ausencias durante el curso en Hogwarts los últimos tres años diciendo a todo el mundo que estaba internado en el Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juve­niles Incurables. Los Dursley estaban al corriente de que, como mago menor de edad, a Harry no le permitían hacer magia fuera de Hogwarts, pero aun así le echaban la culpa de todo cuanto iba mal en la casa. Harry no había podido confiar nunca en ellos, ni contarles nada sobre su vida en el mundo de los magos. La sola idea de explicarles que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudiera estar cerca, le resultaba graciosa.

Sirius tenía ya bastantes ganas de ir a la casa de los Dudley, aparecer como el padrino criminal fugitivo que era y destrozarles las vidas. Nadie tenía permitido tratar mal a su ahijado.

Y sin embargo había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harry viviera con los Dursley. De no ser por él, Harry no tendría la cicatriz en la frente. De no ser por él, Harry todavía tendría padres...

Sirius entrecerró los ojos, también tendría que destrozarle la vida a Voldemort. Y, a poder ser, de forma más literal.

Tenía apenas un año la noche en que Voldemort (el mago tenebroso más poderoso del último siglo, un brujo que había ido adquiriendo poder durante once años) llegó a su casa y mató a sus padres. Voldemort dirigió su varita hacia Harry, lanzó la maldición con la que había eliminado a tantos magos y brujas adultos en su ascensión al poder e, increíblemente, ésta no hizo efecto: en lugar de matar al bebé, la maldición había rebotado contra Voldemort. Harry había sobrevivido sin otra lesión que una herida con forma de rayo en la fren­te, en tanto que Voldemort quedaba reducido a algo que ape­nas estaba vivo. Desprovisto de su poder y casi moribundo, Voldemort había huido; el terror que había atenazado a la comunidad mágica durante tanto tiempo se disipó, sus seguidores huyeron en desbandada y Harry se hizo famoso.

Fue bastante impactante para él enterarse, el día de su undécimo cumpleaños, de que era un mago. Y aún había re­sultado más desconcertante descubrir que en el mundo de los magos todos conocían su nombre. Al llegar a Hogwarts, las cabezas se volvían y los cuchicheos lo seguían por donde­quiera que iba. Pero ya se había acostumbrado: al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo.

Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?

De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza:

¿Que te duele la cicatriz? Harry, eso es tremendamente grave... ¡Escribe al profesor Dumbledore! Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes... Quizá encuentre algo sobre cicatrices produci­das por maldiciones...

Ron rió y Hermione, algo molesta al saber que sería justo eso lo que habría ocurrido, comenzó a mover la varita con violencia, haciendo que el cabello de Ginny (el cual estaba peinando) se enredase completamente.

—¿Pero que demonios? ¡Hermione! —exclamó Harry asustado por la actuación repentina.

Sí, ése sería el consejo de Hermione: acudir sin demora al director de Hogwarts, y entretanto consultar un libro. Harry observó a través de la ventana el oscuro cielo entre negro y azul. Dudaba mucho que un libro pudiera ayudarlo en aquel momento. Por lo que sabía, era la única persona viva que había sobrevivido a una maldición como la de Vol­demort, así que era muy improbable que encontrara sus síntomas en Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes. 

Remus asintió y, aunque Hermione sabía que era cierto, también sabía que lo seguiría haciendo. No podía simplemente quedarse quieta por que sabía que no iba a encontrar lo que buscaba. No.

En cuanto a lo de informar al director, Harry no tenía la más remota idea de adónde iba Dumbledore en sus vacacio­nes de verano. Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago y sombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar del mundo y dándose loción protectora en su curvada na­riz. 

Algunos, pero sobretodo Luna y el mismo Dumbledore, rieron al escuchar eso. Cuando Luna dejó de reir retomó la lectura, pero aún con una enorme sonrisa en los labios.

Pero, dondequiera que estuviera Dumbledore, Harry estaba seguro de que Hedwig lo encontraría: la lechuza de Harry nunca había dejado de entregar una carta a su desti­natario, aunque careciera de dirección. Pero ¿qué pondría en ella?

Querido profesor Dumbledore: Siento molestarlo, pero la cicatriz me ha dolido esta mañana. Atenta­mente, Harry Potter.

Incluso en su mente, las palabras sonaban tontas.

—Bueno Harry —le dijo Hermione al oído de Ginny—. Es que no tenías que haber puesto eso.

—¿Y que más da? Sonaría estúpido lo pusiera como lo pusiera.

—Si hubieras puesto...

—Déjalo Hermione, te creo, pero ahora Dumbledore ya lo sabe. Ya no importa.

Hermione bufó, algo molesta por no haber podido acabar, pero no dijo más.

Así que intentó imaginarse la reacción de su otro mejor amigo, Ron Weasley, y al instante el pecoso rostro de Ron, con su larga nariz, flotaba ante él con una expresión de des­concierto:

¿Que te duele la cicatriz? Pero... pero no puede ser que Quien-tú-sabes esté ahí cerca, ¿verdad? Quiero decir... que te habrías dado cuenta, ¿no? Intentaría liquidarte, ¿no es cierto? No sé, Harry, a lo mejor las cicatrices producidas por maldiciones duelen siempre un poco... Le preguntaré a mi padre...

Ron volvió a reír.

—Es impresionante, deberías jugar a ser yo algún día.

—Sería divertido —coincidió Ginny.

El señor Weasley era un mago plenamente cualificado que trabajaba en el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles del Ministerio de Magia, 

Arthur no pudo evitar sonreír al escuchar a Luna decir "mago plenamente cualificado".

pero no te­nía experiencia en materia de maldiciones, que Harry su­piera. En cualquier caso, no le hacía gracia la idea de que toda la familia Weasley se enterara de que él, Harry, se ha­bía preocupado mucho a causa de un dolor que seguramente duraría muy poco. La señora Weasley alborotaría aún más que Hermione; y Fred y George, los gemelos de dieciséis años hermanos de Ron, podrían pensar que Harry estaba perdiendo el valor. 

—Venga ya Harry —le dijo George a Ginny—. Sabes que nunca diríamos eso.

Pero Ginny no estaba tan segura, ella había crecido viendo las cosas que hacían sus hermanos y como se reían de Ron o Percy cada vez que les pasaba algo malo y estos sufrían.

Los Weasley eran su familia favorita: es­peraba que pudieran invitarlo a quedarse algún tiempo con ellos (Ron le había mencionado algo sobre los Mundiales de quidditch), y no quería que esa visita estuviera salpicada de indagaciones sobre su cicatriz.

Harry se frotó la frente con los nudillos. Lo que real­mente quería (y casi le avergonzaba admitirlo ante sí mis­mo) era alguien como... alguien como un padre: un mago adulto al que pudiera pedir consejo sin sentirse estúpido, alguien que lo cuidara, que hubiera tenido experiencia con la magia oscura...

James suspiró, volviendo a castigarse a si mismo por no haber podido estar allí para su hijo, ¿en serio no había ninguna forma de evitar eso? No creía poder soportarlo.

Y entonces encontró la solución. Era tan simple y tan obvia, que no podía creer que hubiera tardado tanto en dar con ella: Sirius.

James y Lily sonrieron a Sirius, al menos podían contar con el.

Harry saltó de un brinco de la cama, fue rápidamente al otro extremo del dormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un tro­zo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuál sería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extra­ñarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nada sorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguado que Sirius era su padrino.

Había un motivo muy simple para explicar la total au­sencia de Sirius en la vida de Harry: había estado en Azkaban, la horrenda prisión del mundo mágico vigilada por unas criaturas llamadas dementores, unos monstruos cie­gos que absorbían el alma y que habían ido hasta Hogwarts en persecución de Sirius cuando éste escapó. Pero Sirius era inocente, ya que los asesinatos por los que lo habían conde­nado eran en realidad obra de Colagusano, el secuaz de Vol­demort a quien casi todo el mundo creía muerto. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, sabían que la verdad era otra: el curso anterior habían tenido a Colagusano frente a frente, aunque luego sólo el profesor Dumbledore les había creído.

—Y menos mal —agradeció Sirius.

Durante una hora de gloriosa felicidad, Harry había creído que podría abandonar a los Dursley, porque Sirius le había ofrecido un hogar una vez que su nombre estuviera rehabilitado. Pero aquella oportunidad se había esfumado muy pronto: Colagusano se había escapado antes de que hu­bieran podido llevarlo al Ministerio de Magia, y Sirius ha­bía tenido que huir volando para salvar la vida. Harry lo había ayudado a hacerlo sobre el lomo de un hipogrifo lla­mado Buckbeak, y desde entonces Sirius permanecía oculto. Harry se había pasado el verano pensando en la casa que habría tenido si Colagusano no se hubiera escapado. Había resultado especialmente duro volver con los Dursley sa­biendo que había estado a punto de librarse de ellos para siempre.

Harry suspiró, le habría encantado irse a vivir solo con Sirius. A finales de verano había estado viviendo de alguna manera con el, pero con mucha más gente. No era lo mismo. Tal vez ahora que el ministro sabía de la inocencia de Sirius podría irse a vivir con el, aunque ahora que había conocido a sus verdaderos padres no lo veía como algo tan impresionante.

No obstante, y aunque no pudiera estar con Sirius, éste había sido de cierta ayuda para Harry. Gracias a Sirius, ahora podía tener todas sus cosas con él en el dormitorio. Antes, los Dursley no lo habían consentido: su deseo de ha­cerle la vida a Harry tan penosa como fuera posible, unido al miedo que les inspiraba su poder, habían hecho que todos los veranos precedentes guardaran bajo llave el baúl esco­lar de Harry en la alacena que había debajo de la escalera. Pero su actitud había cambiado al averiguar que su sobrino tenía como padrino a un asesino peligroso (oportunamente, Harry había olvidado decirles que Sirius era inocente).

—Estoy orgulloso —le aseguró Sirius dándole una palmada en el hombro a Ginny, quien le sonrió fingiendo ser Harry.

Desde que había vuelto a Privet Drive, Harry había re­cibido dos cartas de Sirius. No se las había entregado una le­chuza, como era habitual en el correo entre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores. A Hedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de vol­ver a emprender el vuelo. A Harry, en cambio, le habían gus­tado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius (él nunca decía dónde, por si interceptaban la carta) se lo estuviera pasando bien. Harry dudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur. 

—Chico listo —afirmó Sirius sin dar pistas sobre unas posibles segundas intenciones por las que haya podido ir a lugares con playa.

Las cartas de su padrino (ocultas bajo la utilísima tabla suelta que había debajo de la cama de Harry) mostraban un tono alegre, y en ambas le in­sistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba...

La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris que precede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse rui­do en la habitación de tío Vernon y tía Petunia, Harry des­pejó la mesa de trozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:

Querido Sirius:

Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podía entrar por la ventana.

Aquí todo sigue como siempre. La dieta de Dudley no va demasiado bien. Mi tía lo descubrió ayer escondiendo en su habitación unas rosquillas que había traído de la calle. Le dijeron que ten­drían que rebajarle la paga si seguía haciéndolo, y él se puso como loco y tiró la videoconsola por la ventana. Es una especie de ordenador en el que se puede jugar. Fue algo bastante tonto, realmente, porque ahora ni siquiera puede evadirse con su Mega-Mutilation, tercera generación.

Yo estoy bien, sobre todo gracias a que tienen muchísimo miedo de que aparezcas de pronto y los conviertas en murciélagos.

Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz me ha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemort estaba en Hog­warts. Pero supongo que es imposible que él ronde ahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatrices producidas por maldiciones duelan años después?

Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.

Harry


«Sí —pensó Harry—, no está mal así.» No había por qué explicar lo del sueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado. 

Sirius suspiró, le habría gustado que se lo hubiese contado todo.

Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volviera Hed­wig. Luego se puso de pie, se desperezó y abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.

—Aquí acaba —anunció Luna.

—Bien, bien, ¿quien se anima a leer el siguiente? —preguntó Dumbledore.

—¡Yo! —pidió Luna.

Dumbledore sonrió un poco y se encogió de hombros.

—Sigue leyendo entonces.


Si, si, lo se. Dos semanas de espera se merecían más que esto. Pero yo no tengo toda la culpa. Más o menos. El asunto es que, debido a las clases pensaba que tendría que subir solo uno cada dos semanas, pero mientras sean tan cortos como este creo que podré manejarlo a uno por semana.

Oh, y Krum y Delacour... Ya se que dije que hoy pero... He cambiado de opinión, cuando hagan falta vendrán.

En fin, a partir de ahora, por comodidad, actualizaré los jueves en vez de los miercoles.

¡Así que hasta el jueves!

jueves, 3 de septiembre de 2015

La mansión de los Ryddle


¡Se venden patatas! ¡Patatas buenas! ¡A muy buen precio, señor, señora y gato robado del patio del vecino! ¡Compren sus patatitas! ¡Directas a la puerta de su casa!

Y otra semana más que actualizo el jueves de madrugada en lugar del miércoles ¿cuantas van ya? I'm sorry guys :c

Bueno, el caso es que el primer capitulo del cuarto libro es muuuuuuy aburrido de leer cuando ya lo has leído miles de veces (generalmente me lo salto) pero aquí no podía saltármelo ¿o si? Así que lo que he optado por hacer ha sido... Bueno, ya lo veréis vosotros mismos en unos minutos.

Answer time: 

Nana Hinamori: De hecho si, estaba pensando en lo de la semana roja de Ginny. Aunque tampoco había llegado a lo de los "hechizos matutinos" de Harry algo habrá, sí.
Pd: Eso suena peligroso para Harry, aunque seguro que lo disfrutaría.

Nashi Dragneel: Me alegro de que te gustara :) Y sí, Theo es Slytherin. Oh, y sobre lo del libro... Es complicado eso de recomendar libros a alguien de quien no sabes la edad o sus gustos pero, estoy (casi) seguro de que cualquier libro de Laura Gallego podrá satisfacerte.

Anonimus Maximus: No por el momento, pero ya veremos :)

LaurieAngel: ¡Ha sido completamente intencionado! Me refería a frió de freír ¿como has podido confundirte? Vale, no, ha sido completamente fallo mio. Me ha hecho gracia ver que he escrito más veces frió que frío ¿como ha podido pasar? Supongo que por escribir rápido pero... Madre mía. Me alegro de que te haya gustado el capítulo y, por supuesto, de haber acabado el tercer libro. Gracias por seguir diciéndome donde he fallado, ser consciente de tus errores es el primer paso para poder solucionarlos (de hecho ¿de que otra forma podía haber corregido lo de frió) Así que gracias :3

Kalita Bell: ¡Eso es cierto! Vaya, que palo... Bueno, mantengamoslo en secreto ¿vale? Recemos porque nadie más lo note y esperemos a que tenga tiempo y ganas de cambiarlo. Gracias por avisarme (y por la indirecta inicial que no entendí xD).

Erica: Gracias entonces por tomarte el tiempo para comentar :) Y gracias por las felicitaciones.

Alma: Si, es una parte de una poesía japonesa que no había leído hasta ese momento. Quería poner alguna poesía (o fragmento de una) que tuviese alguna relación con el frió. Mi viejo amigo Google me llevo hasta ella, me bastó con leer lo de "oh, espantapájaros" para convencerme de que quería que fuese esa. Me alegro que te haya gustado lo de Theo y Luna. Luna es un personaje genial (cosa que al terminar los libros espero que le haya quedado clara a todo el mundo) Y de Theo se sabe muy poco, apenas nada, pero yo me identifico mucho con la versión de el que tengo en mi cabeza.
Espera ¿soy un mal datil? Pero ya sabes lo que dicen: "Al mal datil, alma da til" Sea lo que sea til. (TIL son las siglas de Tratamiento Integrado de Lenguas, y no te lo tomes como una rara insinuación)
PD: Sobre el siguiente review que me acabo de dar cuenta de que existe... ¡NOOOOOOO! Me niego rotundamente a creer que tu también estuviste en el expreso de Hogwarts y no me viste. Y no me pongas la excusa de que un graciosillo de turno me desconfiguró la cara con un hechizo punzante y no te diste cuenta, porque no me vale.
PD2: No me había dado cuenta de que no habías puesto que eras tu hasta que leí que se te había olvidado ponerlo.


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

LA MANSIÓN DE LOS RYDDLE


Alguien, sin preocuparse en absoluto por quien era realmente, caminaba arrastrando los pies por un pasillo poco iluminado. No se fijaba demasiado en lo que había a su alrededor, no tenía tiempo para preocuparse por detalles. Al final del pasillo había una puerta. Tenía que llegar a ella. Comenzó a correr. Tenía que atravesar esa puerta. No sabía que había detrás, pero tenía que ir. Llegó a ella, su cuerpo se detuvo, falto de aliento, pero no notaba cansancio. Estaba frente a la puerta. Estaba tan cerca...

—¡Harry! —gritaba una molesta voz—. ¡Harry despierta!

Su frente comenzaba a arder, algo en su cabeza quería viajar al lugar desde el que provenía esa voz, pero estaba tan cerca... Extendió su mano. Si tan solo pudiera abrirla...

Soltó un gemido de dolor. El extraño pasillo había desaparecido, ahora se encontraba en un dormitorio, rodeado de chicos asustados. Se cubrió con la manta instintivamente.

—¿Qu-que hacéis aquí? —preguntó asustada.

—Bueno... —empezó un joven pelirrojo al que recordaba bien como su hermano—. Estabas teniendo una pesadilla. Sudabas y te revolvías... Pensábamos que debíamos despertarte.

—¡Es cierto Harry! —aseguró un muchacho de cara redonda al que recordaba como Neville.

—¿Harry? —preguntó confundida—. ¿Como que Harry?

Los dos jóvenes se miraron tan confundidos como ella.

—¿Estas bien? ¿Has perdido la memoria? —le preguntó el pelirrojo mientras le pasaba la mano frente a la cara.

—Aparta la mano, Ron.

—¡Bien, te acuerdas de mi!

—¡Pues claro que te recuerdo! ¡Eres mi hermano!

—Yo opino lo mismo, tío —le dijo Ron sonriendo.

Ginny estaba muy confundida ¿que hacían Ron y Neville en su habitación? ¿Porque le trataban como si fuera Harry? Aún estaba mareada y le dolía la cabeza. ¿Porque había estado tan preocupada por cruzar esa puerta? Además, ¿que clase de sueño siniestro era ese? Se dejó caer sobre la cama. No entendía nada.

—No es por meterte prisa, Harry, pero si no te levantas ahora no te va a dar tiempo a ducharte antes de desayunar. 

¡Desayuno! Ginny tenía hambre. Tenía la tripa algo revuelta, pero estaba segura de que era porque tenía hambre. Intentó levantarse de un salto, pero se acabó tendida en el suelo. No había sido capaz de saltar bien, eso era raro...

—¿Estás bien? —volvió a preguntarle Ron. Ginny asintió—. Bueno, pues yo voy bajando... Hermione me está esperando.

Ginny le habría dicho algo para molestarle en otra ocasión pero estaba demasiado confundida, algo muy raro estaba pasando y por fin estaba empezando a entenderlo. Ella era Harry Potter. Volvió a sentarse en la cama de Harry mientras repasaba los recuerdos que iban apareciendo nuevamente. Cuando termino de recordarlo todo tuvo ganas de encerrarse en el baúl de Harry y no salir nunca. Pero no podía hacerlo, el cuerpo de Harry era ahora una responsabilidad suya y no podía descuidarse, ¿haría Harry algo de ejercicio por las mañanas? Tal vez debería hacer unas flexiones antes de ducharse... ¿o tal vez unos abdominales? ¿un poco de cada? No. No podía perder el tiempo si quería llegar al desayuno, y ya había escuchado a Ron. Tenía que darse prisa.

No le supuso ningún esfuerzo prepararse para ducharse. Tampoco caminar hasta la ducha. Pero ahora llegaba lo complicado, lo primero era desvestirse, lo cual, fácil o no, hacía que estuviese nerviosa. ¡Y ducharse! Limpiar cada parte del cuerpo de Harry... Para que negarlo, había fantaseado con ducharse con el alguna vez, ¡pero esto era muy distinto! Una cosa era ducharse con el y otra muy diferente era ducharse por el.

Cogió aire y se quitó la parte de arriba del pijama de Harry, dejando su cuerpo al descubierto. Al ver el cuerpo de Harry frente al espejo tuvo una idea. Caminó hacia el espejo despacio, con una arrogante media sonrisa.

—Buenos días, Weasley —dijo con la voz más grave que pudo conseguir—. ¿Como has dormido? ¿Has soñado conmigo? Seguro que si... Vaya... ¿Ibas a ducharte? Está bien, me voy, no te molesto mas... A no ser... Que quieras que te moleste...

Le guiñó el ojo al espejo con descaro.

—Está bien Ginny, duchemonos juntos.

Por una parte le hacia gracia ver a Harry diciendo todas esas cosas y por otra parte le hacía emocionarse... Ligeramente. Sí, ligeramente suena más razonable. Tal vez hacer esto no fuera... apropiado, pero ¡venga ya! era una oportunidad única en la vida. De hecho, tenía que disfrutar más de todo esto. 

Comenzó a ducharse. A limpiar el cuerpo de Harry de arriba a abajo. Tomándose su tiempo, el desayuno podía esperar. Debido a su incesante e inapropiado monologo y a el autocontacto inevitable has estarse duchando tuvo una visita inesperada, o tal vez no tanto...

—Oh, Ginny... Eres toda una pervertida —dijo la voz de Harry por ordenes suyas.

...

—Hey, Ginny.

Ginny, es decir, Harry, estaba durmiendo pacíficamente en la habitación de las chicas sin que estas fueran conscientes de quien era en realidad. De hecho, estaban tan inocentemente lejos de saberlo que hicieron la siguiente pregunta:

—¿Vas a ducharte con nosotras o no?

Harry se levantó de golpe.

—¿Como has dicho?

—Ya me has oído, vamos a ducharnos, bueno, todas menos Ariane, que se ducho anoche por que pasa de nosotras —le explicó Diana, la chica a la que debía dar respuestas cortas.

—¡Yo no paso de vosotras! Simplemente me gusta ducharme antes de dormir.

—Ya, ¿y cuando empezó a gustarte eso de ducharte sola? ¿ayer?

—No tiene nada que ver con hacerlo sola.

—Lo que tu digas Ariane —Diana volvió a dirigirse a Harry—. En fin Ginny, espero que tu no nos traiciones.

Harry no podía asimilar todo esto, ¿tenía que ducharse con un grupo de chicas? No, no podía ser cierto, sería demasiado bueno como para que pudiera pasarle a el.

—Bueno, nosotras vamos entrando, ven rápido —le dijo Dorothy mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el baño.

Entraron y cerraron la puerta del baño mientras Ariane le informaba que ella bajaba ya al Gran Comedor. Y así fue como Harry se quedó solo en la habitación de las chicas, sentado en la cama de la hermana pequeña de su mejor amigo, lugar donde había pasado la noche, con el pijama de ella puesto. Parpadeó un par de veces. Puesto así sonaba a locura impresionante, pero no era algo tan loco en realidad ¿no? Tenía que convencerse de eso.

Cogió aire, ahora tenía otras cosas por las que preocuparse. Estaba seguro de que, en este momento, solo una estúpida puerta se interponía entre el y la verdadera felicidad. Y era una puerta que, por lo visto, tenía permitido cruzar. El sabía que si no entraba por esa puerta se arrepentiría por el resto de su vida, pero también sabía que si entraba se arrepentiría por el resto de su vida. Solo había una forma de que no se arrepintiese, y era que pasara algo inesperado, algo que impidiera que pudiera tomar una elección.

Y el milagro ocurrió.

Aunque, bueno, no era exactamente lo que uno llamaría milagro...

...

Ginny estaba sentada tranquilamente en la sala común con una sonrisa de oreja a oreja mientras esperaba pacientemente a Harry. Tenía que reconocer que estaba algo nerviosa por las mil setecientas sesenta y dos cosas que podían estar pasando ahora mismo en su habitación, pero estaba segura de que Harry podría arreglárselas de alguna manera. En ese momento vio a su cuerpo entrar en la sala común, le sonrió y se puso en pie.

—Buenos días, Gi...

—Tienes que ayudarme —le rogó Harry en un susurro, Ginny frunció el ceño.

—¿Que te pasa?

—Me estoy muriendo —le explicó a la ahora más confundida Ginny—. Lo siento, en serio. Te prometo que he tenido cuidado y que no he tocado nada que no debía tocar pero ha pasado algo...

Ginny creía entender por donde iban los tiros.

—¡Voy a morir desangrado! —terminó de explicar Harry.

Ginny, sin saber bien como tomarse la noticia, comenzó a reír.

—¿Te hace gracia? —le preguntó Harry molesto—. ¡Yo me estoy muriendo y tu te ríes! ¡Esto es increíble!

—¿No lo entiendes, Harry? —le preguntó Ginny sin dejar de sonreír—. ¡Acaba de bajarte la regla!

Ginny contempló divertida como la expresión de enfado de Harry fue, poco a poco, a medida que el joven comprendía lo que significaban sus palabras, cambiando hasta llegar a poner una cara que rogaba por cualquier tipo de señal que le indicará que estaba siendo la victima de una broma de muy mal gusto.

—No —afirmo el chico negando con la cabeza—. No puede ser.

—Lo siento, Harry, pero así es. Ahora sube de nuevo a mi habitación, mira en mi baúl y coge un tampón.

—¿Que? —preguntó Harry abriendo mucho los ojos—. No, no, no, no, no. Ni hablar, ¡vamos, somos magos! No hay algún tipo de conjuro que...

—Si, hay uno, lo que pasa es que todas las brujas somos tan estúpidas como para no utilizarlo ¡Vamos Harry, si lo hubiera te lo habría dicho! Ahora sube y haz lo que te he dicho.

—Pero Ginny... ¿te das cuenta de lo que me estas diciendo que haga?

En ese momento a Ginny le dieron ganas de darle patadas a todo lo que había a su alrededor y de hacer explotar el castillo entero.

—Es una locura... —dijo Ginny, que en vez de destruirlo todo había optado por sujetarse la frente con la mano y suspirar.

—Hay... una forma de hacer esto —le informó Harry—. Vista desde fuera es un poco rara, pero creo que es lo mejor que podemos hacer.

—Sorprenderme.

—Subo a tu habitación, cojo uno de esos... esos, y vamos a mi habitación y... me lo pones tu. Te lo pones tu. Creo que es lo apropiado.

—¿Me estas diciendo que le ponga a mi cuerpo un tampón con tus manos?

—Mira, ya se que no es el mejor de los planes pero...

—Sí, creo que es la mejor salida aunque sea una locura.

—Espérame en mi cama.

Harry subió corriendo a la habitación de las chicas, rogando que ninguna hubiese salido todavía de la ducha. Y, por suerte, así fue. Harry rebuscó a todo correr en el baúl de Ginny hasta que los encontró. Suspiró, esto no iba a ser fácil.

—Ya estoy aquí —le informó a Ginny al entrar a la habitación de los chicos.

—¿Como te sientes?

Harry suspiró pensando en como describirlo.

—Duele —dijo al final—. Mucho. Es como si... Como si después de hacer, yo que se, trescientos abdominales alguien me hubiese dado una patada bajo el ombligo.

Ginny le dedicó una pequeña sonrisa mientras Harry comenzaba a admirar más a todas las mujeres que afrontaban cosas como estas cada mes.

—Oye... ¿y no tienes una de esas... compresas?

—Venga ya Harry, ya estoy mayorcita para esas cosas.

—Lo que estás es completamente loca.

—¿Que has dicho?

—¡Nada!

—Más te vale, ahora túmbate en la cama, cierra los ojos y relájate.

...

—Oye, ¿no está Harry tardando mucho? —le preguntó Hermione a Ron.

—Si... Hoy estaba muy raro... Debería ir a ver que pasa —dijo Ron mientras se ponía de pie.

—Ya voy yo... Tú aún no has terminado de desayunar.

—Eres la mejor —le dijo Ron sonriendo mientras Hermione pasaba por detrás de el y se dirigía a la salida del comedor.

...

Harry, quien estaba tumbado sobre su cama con el pijama de Ginny con los ojos fuertemente cerrados, dejó que Ginny le quitará el pantalón de pijama y las bragas que había decidido no quitarse la noche anterior. Escuchó a Ginny pronunciar un hechizo que, al parecer, hizo desaparecer toda la sangre que había ahí abajo. Harry estaba resistiendo todo lo que podía para que su cuerpo no empezara a temblar. Todo esto era aterrador.

Escuchó el ruido de un plástico. Ginny iba a abrir el envoltorio que tenía el tampón que había cogido.

...

Hermione caminaba por los pasillos de la escuela algo preocupada, su cabeza estaba llena de teorías sobre conspiraciones científicamente razonables, teorías que no podría desechar hasta comprobar que Harry estaba bien.

—¡Buenos días! —le saludó una alegre vocecita.

—Sí... Buenos días, Luna —saludó Hermione forzando una sonrisa a la alegre Ravenclaw que caminaba dando saltitos.

...

—Vale... Relajate... Voy a... —Ginny quería explicarle a Harry que es lo que iba a hacer antes de hacer nada.

—¡Espera! ¿No deberías bloquear la puerta antes de nada? Por si alguien intenta entrar.

Ginny suspiró.

—Se que tienes algo de miedo, y es normal, así que deja de buscar excusas tontas y poco razonables y vamos a empezar ya.

—Pero...

—Vamos, relájate. Coge aire, echalo... Sí, otra vez. Bien, ahora voy aah...

...

—¡Que está pasando aquí! —exclamó Hermione alarmada.

Dos Hufflepuff de segundo estaban teniendo un duelo en mitad del pasillo del séptimo piso.

—¡Dejad las varitas inmediatamente! ¡Y diez puntos menos para Hufflepuff!

—¡¿Diez?! —protestaron ambos.

—Si, diez puntos, por cada uno.

Soltando un par de maldiciones por lo bajo ambos muchachos caminaron juntos hacia las escaleras.

—Siempre había querido hacer eso —confesó Hermione en voz baja mientras se acercaba al retrato de la Dama Gorda.

—¿Otro más? —protestó la Dama Gorda—. Los retratos también tenemos cosas que hacer ¿sabes? ¿No deberíais estar todos abajo?

...

Para Ginny este momento fue uno de los momentos más incómodos del año, aunque para Harry estaría en la lista de los diez peores de su vida. Nunca se había sentido tan vulnerable. Sintió como Ginny intentaba deslizar... esa cosa... dentro de el (aunque en este momento casi prefería pensar en si mismo como en ella). Le temblaron las piernas y Ginny se detuvo.

—¿Estas bien?

—Nunca había estado mejor —dijo Harry algo molesto.

Ginny, con toda la paciencia del mundo, cogió aire y volvió a intentarlo. Harry sentía que, cuando no se deslizaba bien Ginny lo giraba con cuidado, o lo movía suavemente de derecha a izquierda mientras empujaba.

—Bien, ya es...

—¡PERO QUE COÑO!

Ambos se giraron hacia la puerta asustados. Ginny del susto se había puesto de pie y Harry del susto había apretado tanto su cuerpo que casi lanza el por fin introducido tampón fuera.

—¡Sirius! —exclamaron ambos sin poder creer lo que veían. Se miraron entre ellos ¿que debían hacer ahora?

—¿Quien ha gritado? ¿Estáis todos bien? —preguntó otra persona entrando en la habitación de golpe y encontrándose con la desnuda de cintura para abajo Ginny y el nervioso Harry—. ¡¿Pero que coño?!

—Eso he dicho yo —le dijo Sirius sin mirar a Hermione en absoluto.

Harry hacía rato que se había sentado y que se había cubierto con el pantalón.

—¿Vais a decir algo o no? —preguntó Hermione, que parecía bastante molesta—. ¡¿Harry?!

Ginny miró a Harry, ¿que debía decir? Se le ocurrió una tal vez algo malvada idea.

—Bueno Hermione... Ambos estábamos de acuerdo con esto...

—¡Pero que dices tu ahora! —le gritó Harry a Ginny que no se creía lo que estaba oyendo.

—¿Entonces Ginny no estaba de acuerdo? ¡Harry James Potter! ¿Que cojones estabas haciendo? —bramó Sirius.

—Escuchadme primero —pidió Ginny algo intimidada por los gritos de Sirius—. Fue Ginny quien sugirió el subir aquí y el hacer esto, ¿o no?

—Bueno... Sí... Pero esto...

—¿Veis?

Sirius suspiró.

—Entonces por mi vale, pero cuidado con lo que hacéis ¿vale?

—¡No, no, no! ¡Claro que no vale! ¿Que se supone que haces Harry?

Ginny se acercó a Harry para hablarle al oído.

—¿Sabes que pasara si se enteran de que yo soy tu y tu eres yo? —le preguntó, pero no esperaba respuesta—. Que sabrán que hemos tenido que mear con el cuerpo del otro, que hemos tenido que ducharnos con el cuerpo del otro y... Bueno, creo que con eso te haces una idea.

—¡¿Pero no podías decir algo que no diera a entender que nosotros estábamos...

—Bueno, parecía divertido —dijo Ginny encogiéndose de hombros.

—¿Divertido? ¡Tus hermanos van a matarme!

Ginny frunció el ceño ¿era posible que Harry le hubiese dado vueltas anteriormente a un asunto como ese para que le saliera tan fácil?

—¿Y que podía haber dicho?

—¡Y yo que se!

Sirius se acercó a ellos.

—Si es un problema el que nos hayamos enterado no tenemos porque decírselo a nadie —les dijo, aunque estaba feliz por muchas razones, pues esto podía indicar que por fin iba a ganarle una apuesta a Remus. Si Harry y Ginny se juntaban en su quinto curso este año en el quinto libro también debían hacerlo.

—¡Por favor! —rogó Harry con el cuerpo de Ginny.

—¡Estoy sellado! —aseguró Sirius caminando hacia la puerta—. Yo dejo de interrumpir ya, cuando... uhum... acabéis... bajar rápido.

Y se fue.

Harry y Ginny miraron a Hermione sin saber bien que decir.

—Podéis contármelo —les dijo la chica.

—¿Que? —preguntaron ambos extrañados.

—Tal vez a Sirius le baste con eso, pero yo no me lo trago, ¿que ha pasado en realidad? ¿y que hace ese envoltorio de tampones en el suelo?

Ginny suspiró, tal vez a Hermione si que debían contarselo. Podía serles de mucha ayuda y, sobre todo, si no se lo decían iba a intentar averiguarlo por todos los medíos y sería una molestia enorme.

—Hemos cambiado de cuerpos.

Hermione se tomó unos segundos para asimilarlo y asintió con la cabeza.

—¿No dudas de nosotros? —le preguntó Harry extrañado.

—Vamos, suena mucho más realista el hecho de que hayáis cambiado de cuerpos a todo esto, ¿como ha pasado?

Harry y Ginny le contaron la historia, omitiendo ciertos detalles que Hermione no tenía porque saber.

Hermione asintió con la cabeza nuevamente.

—¿Entonces estabas ayudando a Harry porque le ha bajado hoy? —ambos asintieron—. Hay que tener mala suerte.

—Bueno, este ya es el segundo día, ya solo queda mañana —se consoló Harry.

—¿Recuerdas que aún no has ni desayunado verdad? —le preguntó Ginny.

—Cierto... oh, y tengo que ducharme...

Hermione abrió mucho los ojos y miró a Ginny.

—Espera... Tu te has duchado... ¿con el cuerpo de Harry?

Ginny asintió tímidamente mientras se preguntaba como reaccionaría su amiga si se enterara de las otras cosas que había hecho con el cuerpo de Harry.

—Y Harry va a ducharse... ¿con tu cuerpo?

Ambos volvieron a asentir suspirando.

—No me parece muy apropiado...

—¿Y que quieres sugieres? —le preguntó Ginny.

—¿No puedes ir con el y lavarle tu?

—¿Estás loca Hermione? Siguen siendo el cuerpo de un chico y una chica desnudos en el baño.

—Bueno... ¿y si voy yo? Entonces solo sera el cuerpo de dos chicas.

Harry parpadeó un par de veces intentando dejar de prestar atención a la imagen de Hermione enjabonando el cuerpo desnudo de Ginny.

—Hermione... —empezó Harry—. Sabes que aunque tenga el cuerpo de Ginny sigo siendo un chico ¿no? ¿De verdad te parece apropiado que te duches conmigo y me limpies tu a mi?

—Ya se que es raro, Harry, pero... Si lo haces tu solo... Tendrás que limpiar eso... ¡Y eso otro!

Harry se rascó la cabeza incomodo.

—No te preocupes Hermione —le dijo Ginny, aunque ella también estaba preocupada—. Yo me he duchado siendo el, así que el puede ducharse siendo yo.

—Pero...

—No, Hermione, en serio, no te preocupes.

—Está bien... Supongo... Pero más os vale casaros después de todo esto —les dijo Hermione antes de salir de la habitación—. Y no os preocupéis no se lo diré a nadie.

Harry y Ginny se miraron sin saber que decir.

—Eh... Pues... Si... Supongo que iré a ducharme.

—Oh, si claro, yo iré abajo a desayunar, si aún se puede.

Ambos salieron de la habitación de los chicos. Ginny atravesó el retrato de la Dama Gorda y bajó al Gran Comedor, donde no solo se había acabado la hora de desayunar, sino que estaban a punto de empezar con el primer capitulo.

La mansión de los Ryddle —leyó Dumbledore en voz alta para todo el comedor.

—Oh, Harry, menos mal —le dijo Ron mientras le indicaba con la mano que tenía un sitio libre a su lado. Ginny se sentó junto a el—. Por cierto, ¿has visto a Ginny?

...

Harry estaba listo para ducharse. Había dedicado todo el tiempo que había podido para retrasar el momento. Había dejado preparado el uniforme de Ginny y había elegido a conciencia que champú y que gel usar (había leído hasta la más pequeña de las letras que tenían los botes solo para ganar algo de tiempo). No había pasado demasiado tiempo eligiendo ropa interior, aunque se aseguro de que los sujetadores se soltaran de la misma forma que los que había llevado el día anterior. Esos ya sabía manejarlos. Se había estado preguntando si debía ducharse con el tampón o no, porque lo más seguro era que, aunque pudiera ducharse con el, no debiera hacerlo para limpiarse también esa zona del cuerpo. Aunque no sabía si iba a atreverse a hacerlo. Además, luego tendría que ponerse otro y no sabía si iba a ser capaz, aunque ya supiese como se hacía.

Ya no podía retrasarse más, respiró hondo un par de veces y comenzó a desnudarse. Ahora solo quedaba quitarse el tampón y entrar en la ducha. 

...

Pero la mala hierba no era lo único contra lo que tenía que bregar Frank. Los niños de la aldea habían tomado la costumbre de tirar piedras a las ventanas de la Mansión de los Ryddle, y pasaban con las bicicletas por encima del cés­ped que con tanto esfuerzo Frank mantenía en buen estado. En una o dos ocasiones habían entrado en la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba vene­ración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando, blandiendo su cayado y gritándoles con su ronca voz. 

Ojoloco soltó un gruñido, molesto por la falta de respeto de los jóvenes hacia los mayores.

Frank, por su parte, pensaba que los niños querían cas­tigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que era un asesino. Así que cuando se despertó una noche de agosto y vio algo raro arriba en la vieja casa, dio por supuesto que los niños habían ido un poco más lejos que otras veces en su intento de mortificarlo.

Esto suena a peligro —dijo Lily algo asustada.

—Si, supongo que pasará algo —coincidió James—. Sino no tendría sentido que nos contaran la vida de este tío.

...

—Vale Harry, ya falta poco —se animaba a si mismo cada poco—. Había estado evitando ciertos lugares, pero sabía que no podía irse de allí sin limpiarlos también.

...

En el rellano, Frank torció a la derecha y vio de inme­diato dónde se hallaban los intrusos: al final del corredor había una puerta entornada, y una luz titilante brillaba a través del resquicio, proyectando sobre el negro suelo una línea dorada. Frank se fue acercando pegado a la pared, con el cayado firmemente asido. Cuando se hallaba a un metro de la entrada distinguió una estrecha franja de la estancia que había al otro lado.

Pudo ver entonces que estaba encendido el fuego en la chimenea, cosa que lo sorprendió. Se quedó inmóvil y escu­chó con toda atención, porque del interior de la estancia lle­gaba la voz de un hombre que parecía tímido y acobardado.

—Queda un poco más en la botella, señor, si seguís hambriento.


No hicieron falta nombres para que muchos intuyeran quien era este individuo. Los merodeadores comenzaron a respirar pesadamente.

—Luego —dijo una segunda voz. También ésta era de hombre, pero extrañamente aguda y tan iría como una re­pentina ráfaga de viento helado. Algo tenía aquella voz que erizó los escasos pelos de la nuca de Frank—. Acércame más al fuego, Colagusano.

Tampoco hizo falta escuchar ningún nombre para que todos en el Gran Comedor tuvieran claro de quien se trataba. Nadie era capaz de decir nada.

...

Harry ya estaba secando su cuerpo (o el de Ginny), alegre de que ya hubiese pasado lo peor. De hecho, incluso estaba silbando, olvidando por un momento que, en realidad, aún tenía que volver a enfrentarse a lo peor.

—¡Mierda! ¡Tengo que ponerme otra de esas cosas!

...

—Se podría hacer sin Harry Potter, señor. 

Lily y James se miraron.

—Está... ¿Intentando evitar que le pase algo a Harry?

Sirius bufó.

—Supongo que está en deuda con el pero dudo que eso llegue a importarle un carajo si su propia seguridad está en juego.

Hubo otra pausa, ahora más prolongada, y luego se es­cuchó musitar a la segunda voz:

—¿Sin Harry Potter? Ya veo...

—¡Señor, no lo digo porque me preocupe el muchacho! —exclamó Colagusano, alzando la voz hasta convertirla en un chillido—. El chico no significa nada para mí, ¡nada en absoluto! Sólo lo digo porque si empleáramos a otro mago o bruja, el que fuera, se podría llevar a cabo con más rapidez. Si me permitierais ausentarme brevemente (ya sabéis que se me da muy bien disfrazarme), podría regresar dentro de dos días con alguien apropiado.

—Podría utilizar a cualquier otro mago —dijo con sua­vidad la segunda voz—, es cierto...

—¡Entonces porque mi hijo, capullo! —quiso gritar Lily pero de su boca solo salió un débil gemido.

—Muy sensato, señor —añadió Colagusano, que pare­cía sensiblemente aliviado—. Echarle la mano encima a Harry Potter resultaría muy difícil. Está tan bien protegi­do...

—¿O sea que te prestas a ir a buscar un sustituto? Me pregunto si tal vez... la tarea de cuidarme se te ha llegado a hacer demasiado penosa, Colagusano. ¡Quién sabe si tu pro­puesta de abandonar el plan no será en realidad un intento de desertar de mi bando!

—¡Señor! Yo... yo no tengo ningún deseo de abandonaros, en absoluto.

—¡No me mientas! —dijo la segunda voz entre dien­tes—. ¡Sé lo que digo, Colagusano! Lamentas haber vuelto conmigo. Te doy asco. Veo cómo te estremeces cada vez que me miras, noto el escalofrío que te recorre cuando me to­cas...

—¡No! Mi devoción a Su Señoría...

—Tu devoción no es otra cosa que cobardía. No estarías aquí si tuvieras otro lugar al que ir. ¿Cómo voy a sobrevi­vir sin ti, cuando necesito alimentarme cada pocas horas? ¿Quién ordeñará a Nagini?

—Pero ya estáis mucho más fuerte, señor.

—Mentiroso —musitó la segunda voz—. No me encuen­tro más fuerte, y unos pocos días bastarían para hacerme perder la escasa salud que he recuperado con tus torpes atenciones. ¡Silencio!

Cada vez que hablaba Voldemort, aunque fuese Dumbledore quien leía, todos escuchaban atemorizados.

Colagusano, que había estado barbotando incoherente­mente, se calló al instante. Durante unos segundos, Frank no pudo oír otra cosa que el crepitar de la hoguera. Luego volvió a hablar el segundo hombre en un siseo que era casi un silbido.

—Tengo mis motivos para utilizar a ese chico, como te he explicado, y no usaré a ningún otro. He aguardado tre­ce años. Unos meses más darán lo mismo. Por lo que respecta a la protección que lo rodea, estoy convencido de que mi plan dará resultado. Lo único que se necesita es un poco de valor por tu parte... Un valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de lord Voldemort.

Los alumnos estaban atemorizados.

—¡Señor, dejadme hablar! —dijo Colagusano con una nota de pánico en la voz—. Durante el viaje le he dado vuel­tas en la cabeza al plan... Señor, no tardarán en darse cuenta de la desaparición de Bertha Jorkins. Y, si seguimos ade­lante, si yo echo la maldición... 

—¿Bertha Jorkins? —preguntó James sorprendido—. ¿No estaba ella unos cursos más arriba que nosotros en Hogwarts?

Sirius suspiró y asintió con la cabeza.

—Está... ¿muerta?

Sirius volvió a asentir.

James se mordió el labio inferior, molesto por todo esto. Suspiró, al menos sabía que su hijo iba a encargarse de ese asqueroso de Voldemort. No arreglaba todo lo que había pasado, pero era un consuelo saber que todo acabaría.

—¿«Si»? —susurró la otra voz—. Si sigues el plan, Colagusano, el Ministerio no tendrá que enterarse de que ha de­saparecido nadie más. Lo harás discretamente, sin alboroto. Ya me gustaría poder hacerlo por mí mismo, pero en estas condiciones... Vamos, Colagusano, otro obstáculo menos y tendremos despejado el camino hacia Harry Potter. No te estoy pidiendo que lo hagas solo. Para entonces, mi fiel vasa­llo se habrá unido a nosotros.

—Yo también soy un vasallo fiel —repuso Colagusano con una levísima nota de resentimiento en la voz.

—Colagusano, necesito a alguien con cerebro, alguien cuya lealtad no haya flaqueado nunca. Y tú, por desgracia, no cumples ninguno de esos requisitos.

—Yo os encontré —contestó Colagusano, y esta vez ha­bía un claro tono de aspereza en su voz—. Fui el que os en­contró, y os traje a Bertha Jorkins.

—Eso es verdad —admitió el segundo hombre, aparen­temente divertido—. Un golpe brillante del que no te hu­biera creído capaz, Colagusano. Aunque, a decir verdad, ni te imaginabas lo útil que nos sería cuando la atrapaste, ¿a que no?

—Pen... pensaba que podía serlo, señor.

—Mentiroso —dijo de nuevo la otra voz con un regoci­jo cruel más evidente que nunca—. Sin embargo, no niego que su información resultó enormemente valiosa. Sin ella, yo nunca habría podido maquinar nuestro plan, y por eso recibirás tu recompensa, Colagusano. Te permitiré llevar a cabo una labor esencial para mí; muchos de mis seguido­res darían su mano derecha por tener el honor de desem­peñarla...

Hermione soltó un bufido por la literalidad de la frase.

—¿De... de verdad, señor? —Colagusano parecía de nuevo aterrorizado—. ¿Y qué...?

—¡Ah, Colagusano, no querrás que te lo descubra y eche a perder la sorpresa! Tu parte llegará al final de todo... pero te lo prometo: tendrás el honor de resultar tan útil como Bertha Jorkins.

—Vos... Vos... —La voz de Colagusano sonó repentina­mente ronca, como si se le hubiera quedado la boca comple­tamente seca—. Vos... ¿vais a matarme... también a mí?

Aunque Sirius odiara tanto a Peter que lo mataría sin dudarlo un segundo si volvía a encontrarse con el, estaba seguro de que le molestaría que fuera Voldemort quien le matara.

...

—Vale, ya está dentro —dijo Harry tremendamente aliviado por una parte, aunque, por otra, seguía doliendole muchisimo. Estaba seguro de que sería capaz de tomarse una de esas pociones raras de la señorita Pomfrey sin escupir para que se le fuera el dolor—. Ahora tengo que vestirme.

...

Una maldición más... mi fiel vasallo en Hogwarts... Harry Potter es prácticamente mío, Colagusano. Está decidido. No lo discutiremos más. Silencio... Creo que oigo a Nagini...

Todos los alumnos estaban completamente en silencio, sintiendo muchísimas cosas al mismo tiempo. Sobretodo hacia Harry, que tenía que aguantar a un asesino psicópata que estaba obsesionado con el. Muchos miraban a Ginny intentarlo darle a entender que entendían lo que sentía, pero claro, ellos no sabía que quien creían que era Harry era en realidad Ginny.

...

—Oye, pues esto de ponerse el sujetador es más difícil que quitárselo —concluyó Harry despues de varios intentos fallidos—. No me gusta.

...

—Nagini tiene interesantes noticias, Colagusano —dijo.

—¿De... de verdad, señor?

—Sí, de verdad —afirmó la voz—. Según Nagini, hay un muggle viejo al otro lado de la puerta, escuchando todo lo que decimos.

—Oh, no... —murmuraron muchos.

Frank no tuvo posibilidad de ocultarse. Oyó primero unos pasos, y luego la puerta de la habitación se abrió de golpe.

Un hombre bajo y calvo con algo de pelo gris, nariz pun­tiaguda y ojos pequeños y llorosos apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.

—Invítalo a entrar, Colagusano. ¿Dónde está tu buena educación?

La fría voz provenía de la vieja butaca que había delan­te de la chimenea, pero Frank no pudo ver al que hablaba. La serpiente estaba enrollada sobre la podrida alfombra que había al lado del fuego, como una horrible parodia de perro hogareño.

...

—¡Por fin! —exclamó Harry, alegre de haber conseguido ponerse bien el sujetador—. ¿Que viene ahora?

...

—¿Es verdad eso? —respondió Frank bruscamente—. ¿Es usted un lord? Bien, no es que sus modales me parezcan muy refinados, milord. Vuélvase y dé la cara como un hom­bre. ¿Por qué no lo hace?

—No tenías que haber dicho eso, no tenías que haber dicho eso —decía Tonks una y otra vez.

—Pero es que yo no soy un hombre, muggle —dijo la fría voz, apenas audible por encima del crepitar de las lla­mas—. Soy mucho, mucho más que un hombre. Sin embargo... ¿por qué no? Daré la cara... Colagusano, ven a girar mi butaca.

—Esto no es bueno —dijo Remus nervioso.

El vasallo profirió un quejido.

—Ya me has oído, Colagusano.

Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecillo dio unos pasos hacia delante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra.

Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El cayado se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un gri­to. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplan­dor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.

Los corazones de todos en el comedor latían con violencia. Nadie dijo nada durante varios segundos, luego Dumbledore terminó el capitulo:

A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho lla­mado Harry Potter se despertó sobresaltado.

—¿trescientos kilómetros? —preguntó Lily asustada—. ¡Eso es muy poco!

—Lily, tranquila, Harry está bien —le dijo James a su esposa—. Mírale aquí sentado.

Ginny les dirigió una sonrisa a los padres de Harry y no dijo nada.

Entonces la puerta del comedor se abrió y entró Ginny Weasley. Bueno, técnicamente era Harry Potter, pero eso nadie tiene porque saberlo. Tenía el pelo mojado y al parecer no había tenido tiempo de peinarlo.

—Por fin llegas, Weasley —le dijo Sirius con una picara sonrisa—. ¿Y esos pelos?

Entonces Harry se dio cuenta de lo que había pasado por alto.

—No te preocupes, Ginny, ven aquí —le dijo Hermione señalando el sitio que había a su izquierda—. Yo me encargo.

Harry suspiró aliviado, si Hermione estaba con ellos nada iba a salirles demasiado mal.

—¿Algún voluntario para leer el siguiente capitulo? —pidió Dumbledore.

—¡Yo! —se ofreció Luna sonriendo y caminando hacia el director. Cogió su libro y leyó—: La cicatriz.

De alguna manera me he ahorrado poner el primer capitulo entero... Es un alivio. Ya lo siento por los fans de este primer capitulo, es que no lo soporto, en serio, se me hace muy muy pesado.

¡Y quietos antes de gritarme nada sobre el búlgaro y la francesa! Darles algo de tiempo, ya sabéis que son muy tímidos los dos, ¿o acaso creéis que uno de ellos es un famoso jugador de quidditch y la otra alguien que ama que le presten atención? Vale, puede que sean justo eso, pero ya aparecerán en el siguiente capitulo.

That's all for now.

pd: Como siempre, cualquier error que veáis es porque son las 6:32 de la mañana. Avisadme y lo corrijo.