martes, 30 de septiembre de 2014

El dementor


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling

EL DEMENTOR

—Yo leeré ahora —dijo Tonks levantándose con energía. Cogió el libro y leyó en voz alta—. El dementor.

Harry y Sirius sintieron un escalofrió recorriendo su espalda.

A la mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té. Harry se vistió, y trataba de convencer a Hedwig de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puer­ta y entró enfadado, poniéndose la camisa.

—Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acu­sa de haber manchado de té su foto de Penelope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada...

Algunos rieron disimuladamente.

—Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo in­terrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habita­ción para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy.

Percy les miró mal a ambos.

Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo frun­cido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermio­ne de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.

—¿Mama había hecho un filtro amoroso? —preguntó Fred extrañado.

—Entonces papa... —empezó George.

—¡Ni se te ocurra pensar eso! —bufó Molly, luego bajó la cabeza algo avergonzada y confesó—: Fue para una broma.

Todos los hijos Weasley miraron a Molly parpadeando, incrédulos.

—¿Que qué? —preguntó Fred con nerviosismo.

Molly no dijo nada. Estaba completamente avergonzada de si misma por haber tenido un comportamiento tan infantil y ahora pensaba que, ademas, sus hijos comenzarían a quejarse porque ella podía gastar bromas cuando era joven pero ella no les dejaba a ellos hacerlo.

—¡Eso es genial mama! —exclamaron al mismo tiempo los siete hijos Weasley, incluido Percy, mientras Arthur sonreía con orgullo.

—Tienes que contarnos esa historia —dijo Ron emocionado.

—Eeh... Cuando volvamos a casa —dijo Molly avergonzada porque todos en el comedor lo escucharan.

Esas palabras tocaron el corazón de varios en la sala. Y la razón era simple. Muy simple. Cuando ellos volvieran a casa los del pasado volverían también. Y Lily y James morirían. Y Frank y Alice serían torturados hasta la locura.

Tonks decidió continuar.

—¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuan­do se sentaron.

—Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.

Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiem­po de hablar con Ron. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosa­mente.

—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la po­bre Scabbers?

—Tenía que habersela comido —bufó el pelirrojo.

—Pero así no podríamos haber probado la inocencia de Sirius —insistió Harry.

—Bueno, ahora la estamos probando, ¿No? Además, si se la hubiera comido Cedric seguiría vivo, probablemente, y Quien-tu-sabes no habría regresado.

Harry permaneció en silencio, pensaba seriamente que con la muerte de Colagusano las cosas no habrían cambiado tanto pero no podía asegurarlo.

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los co­ches del Ministerio, se asomó al interior.

—Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.

El señor Weasley condujo a Harry a través del corto tre­cho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

—Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trase­ra del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy.

Percy le lanzó una mirada molesta a su hermano.

El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo, compa­rado con el que Harry había hecho en el autobús noc­támbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon. Llegaron a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Minis­terio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, sa­ludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry du­rante todo el camino de la estación.

—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como so­mos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré prime­ro con Harry.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, se­gún parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mi­rada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.

Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Le­vantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén reple­to de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadea­ban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

—¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Varios rieron.

Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia relucien­te) a una chica de pelo largo y rizado.

Las risas volvieron con más ganas.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que esta­ba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron.

La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Her­mione y por último a Harry Éste se sintió embarazado pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más.

Lily y James sonrieron a Molly, agradecidos por su trato para con su hijo.

—Cuídate, Harry ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron... no, no son de conserva de buey.. Fred... ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño...!

—Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento.

Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió has­ta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley

Sirius tragó saliva, nervioso, mientras James cerraba los ojos, mentalizándose para escuchar más extrañas cosas sobre su amigo.

—Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa.

—No es necesario, señor Weasley Ya lo sé.

—¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo?

—Yo... eh... les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento...

—No quería que te enteraras de esa forma —dijo el se­ñor Weasley, nervioso.

—No... Ha sido la mejor manera. Así me he podido ente­rar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.

—Harry, debes de estar muy asustado...

—No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incré­dulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?

—Claro que no —dijo Lily—. Sirius no es malo.

—No se refería a eso —dijo Lupin con la mirada en el suelo.

—Lo se —confesó la pelirroja—, pero quería dejar eso claro.

Sirius sintió que se animaba un poco.

El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.

—Harry, sabía que estabas hecho..., bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas mie­do, pero...

—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se vol­vió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra...

—¿De que seré un buen chico y me quedaré en el casti­llo? —preguntó Harry con tristeza.

—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.

—¿Que? —preguntaron muchos perplejos.

—¿Porque iba a ir en busca de Sirius? —preguntó Lily con el corazón latiendole con violencia—. ¿Porque iba a ir en busca de alguien que, según vosotros, quería matarle?

Arthur tragó saliva y permaneció en silencio.

—Lily... —dijo suavemente Remus—. Por favor, intenta enterarte de eso por la historia, no es algo agradable...

Tonks se apresuró a seguir leyendo.

Harry lo miró fijamente.

—¿Qué?

Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias ce­rrando todas las puertas del tren.

—Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...

—¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quie­re matarme? —preguntó Harry, sin comprender.

Varios asintieron, con la misma pregunta en la cabeza.

—Prométeme que, oigas lo que oigas...

—¡Arthur; aprisa! —gritó la señora Weasley.

Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. 

—¡Corre! —exclamaron muchos.

Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. 

Varios suspiraron aliviados.

Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

—Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad.

—Vete, Ginny —dijo Ron.

Ginny bufó, irritada, y Harry, por alguna extraña razón, se sintió molesto por como le había hablado Ron a Ginny.

—¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal hu­mor; y se marchó muy ofendida.

—Normal que este ofendida —aseguró Lily también algo molesta.

Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.

En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que lle­vaba el carrito de la comida.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y re­mendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

—Lunático —comprendió James, hablando en voz alta por primera vez en un tiempo.

—¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.

—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de in­mediato.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Porque siempre lo sabe todo? —bufó Ron algo molesto.

—Lo pone en su maleta —respondió Hermione seña­lando el portaequipajes que había encima del hombre dor­mido, 

—Ah —dijo Ron—. Lo había olvidado.

Hermione rodó los ojos, algo divertida. Ella encontraba esta situación extraña, ¿No se suponía que ella y Ron estaban saliendo? ¿Y porque ambos se comportaban como siempre? ¿Sería porque habían sido amigos demasiado tiempo y estaban acostumbrados? ¿O sería porque habían comenzado a salir hace nada?

donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lu­pin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio des­prendidas.

—¿Entonces Lunático es profesor? —preguntó James emocionado—. ¡Eso es genial!

—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

—¿Tu que crees, Ron? Yo creo que han echado a McGonagall para que Remus enseñe Transformaciones —dijo Fred de manera burlona.

—Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una va­cante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado.

—Está gafado —aseguró Sirius.

—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. 

—Hey —se quejó Remus.

—Lo... lo lamento, profesor Lupin —dijo Ron algo nervioso.

Remus comenzó a reír.

—¿Profesor Lupin?

Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar?

Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:

—¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti? ¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas...

—Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.

Harry sonrió, orgulloso de su pasado yo.

James sonrió, orgulloso de su hijo.

—¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando.

Muchos asintieron.

Sirius cogió aire y lo echó lentamente, algo irritado de que no pararan de asegurar que quería matar a Harry.

Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había espe­rado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él.

—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.

—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione conven­cida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...

—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.

—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.

Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy apri­sa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensa­mente.

—¿Porque? —preguntó Lily extrañada.

—¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.

—Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviár­selo a Harry.

—¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.

—¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra ma­nera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?

—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, por­que su silbido les perforaba los oídos— o le despertará.

Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chi­vatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.

—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población entera­mente no muggle de Gran Bretaña...

—¿No es más fácil decir enteramente mágica? —preguntó Neville frunciendo el ceño.

—Bueno —dijo Hermione—, allí viven squibs, y ellos son gente no mágica.

—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Ho­neydukes!

Hermione bufó divertida, eso era muy Ron.

—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.

—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pi­mienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...

—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —pre­sionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se ges­tó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...

—... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lenguetazos —conti­nuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.

Varios rieron.

Hermione se volvió hacia Harry.

—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?

Muchos recordaron entonces que Harry no podía ir a Hogsmeade.

—Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.

—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autoriza­ción y Fudge tampoco quiso hacerlo.

Ron se quedó horrorizado.

—¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la for­ma... McGonagall o algún otro te dará permiso...

Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.

—Solo para que lo sepa, señor Potter, si no llega a ser por que Sirius Black estaba suelto se la habría firmado —aclaró la profesora McGonagall.

Harry le sonrió.

—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...

—¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black...

Sirius le dio una patada al suelo, cada vez más molesto.

—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.

—Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreve­rá a...

El comedor se llenó de risas.

—¿En serio, Ron? —dijo George riendose—. ¡Pareces Percy cuando creía que el monstruo de la cámara secreta no iba a atacar a un prefecto!

Ron bajó la cabeza algo avergonzado.

—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una ca­lle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?

Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks.

—¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron.

Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con li­gereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron esta­ba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un em­pujón irritado.

—¡Apártate de aquí!

—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.

Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lu­pin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligera­mente abierta, y siguió durmiendo.

James frunció el ceño, ¿No estaría Remus despierto y había hecho eso para que dejaran de discutir?

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin de­tenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.

A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instala­do en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo supe­rior.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

Eso hizo a James descartar su teoría.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándo­le a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuan­do la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero de­cir que... no está muerto, claro.

—Claro que no, Ron —resopló Ginny.

—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pas­tel en forma de caldero que le alargaba Harry

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la llu­via emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

Muchos suspiraron con cansancio, Draco el que más.

Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hog­warts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. 

Algunos rieron mientras otros asentían muy seriamente.

Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y lle­vaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goy­le llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

—¡Oh, venga ya! —se quejó George—. ¡Ni siquiera es gracioso!

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Ginny se pasó la lengua por los labios, deseando poder levantarse y darle un par de buenos tortazos a Malfoy, pero cuando le vio con la cabeza gacha, avergonzado y arrepentido, decidió controlarse.

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.

—¡Estabas despierto! —acusó Tonks—. ¡Ha roncado para que Malfoy se asustará! ¡Remus nunca ronca!

—¿Y tu como lo sabes? —preguntó Sirius frunciendo el ceño.

—¿Tu que crees? —preguntó Tonks divertida, alzando una ceja.

—No has podido dormir con el, Lunático duerme en la misma habitación que yo —Tonks soltó una risita, entonces Sirius abrió mucho los ojos—. ¡Lunático! ¡Te marchabas en cuanto me quedaba dormido y volvías por la mañana!

Remus bajó la cabeza, algo avergonzado.

—Oh, venga Remus, ya eres mayorcito. Puedes hacer lo que quieras. Deja de avergonzarte por venir a dormir conmigo —resopló Tonks mas divertida que molesta.

—No es eso de lo que me avergüenzo —aseguró Remus—. Sino de que lo sepa toda la escuela.

Tonks abrió mucho los ojos, siendo consciente en este momento de que todos habían estado escuchando la conversación, y, a pesar de que no se sonrojó, su cabello se tornó del mismo tono que el de Ron. Decidió seguir leyendo.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había le­vantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué de­cías, Malfoy?

Algunos sonrieron imaginándose la situación.

Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia.

Y desaparecieron.

Muchos suspiraron.

Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nu­dillos.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así so­bre mi familia, le cogeré la cabeza y...

Ron hizo un gesto violento.

—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al pro­fesor Lupin—. Cuidado...

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

—¿Se estaba haciendo el dormido? —preguntó Ginny con curiosidad.

—Que va, Remus no tarda nada en dormir —aseguró Tonks—. Siempre se queda dormido nada más terminamos de...

Y a toda prisa, intentando que ese ultimo comentario pasase desapercibido, siguió leyendo. Lastima que no hubiese pasado desapercibido para nadie.

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los comparti­mentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía dur­miendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lu­pin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cui­dado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fue­ra del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mi­rando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos?


—¿Es que no podéis tener ni un viaje normal? —se quejó Charlie.

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se aso­maban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una os­curidad total.

—¿Que? —preguntaron asustados los que no habían estado allí.

—¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

Harry volvió a tientas a su asiento.

—¿Habremos tenido una avería?

—No sé...

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subien­do gente...

—¡¿Que?! —preguntó Lily alarmada—. ¡¿Quien?!

La puerta del compartimento se abrió de repente y al­guien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.

—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...

—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.

Frank, Alice y Augusta sonrieron ante la aparición de Neville.

—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?

—¡No tengo ni idea! Siéntate...

Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.

Algunos rieron brevemente.

—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.

—¿Quién eres?

—¿Quién eres?

—¿Ginny?

—¿Hermione?

—¿Qué haces?

—Buscaba a Ron...

—Entra y siéntate...

—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!

—¡Ay! —exclamó Neville.

—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.

Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

—No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera al­canzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. 

Los corazones de muchos comenzaron a latir con violencia.

Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

Las respiraciones de los presentes estaban mas que agitadas.

Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.

Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

Algunos cerraron los ojos intentando calmarse, repitiéndose a si mismos que eso ya había pasado y que todo estaba bien.

Sirius temblaba.

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Ha­rry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

El terror gobernaba la sala.

Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastra­ba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...

Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. 

Muchos abrieron mucho los ojos, asustados.

Quería ayudar a quien fuera. 

Remus sonrió tristemente, sabiendo a quien pertenecía el grito, y sabiendo que Harry no podía hacer nada para ayudar.

Intentó mover los bra­zos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él...

Ginny tenía los ojos cerrados y apretados con fuerza. Ella también lo había pasado fatal.


—¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?

Alguien le daba palmadas en la cara.

Algunos suspiraron ya había pasado todo.

—¿Qué?

Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba... El expreso de Hogwarts se ponía en mar­cha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodilla­dos a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levan­tar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.

Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.

—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puer­ta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha suce­dido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?

—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.

En ese momento unos pocos más aparte de Remus intuyeron a quien pertenecía el grito.

Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos.

—Pero he oído gritos...

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.

Tonks no pudo evitar sonreír.

—Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo espe­cialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.

—Siempre ayuda —aseguró el licantropo.

Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.

—¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.

—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el cho­colate entre los demás—. Era uno de los dementores de Az­kaban.

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.

—Coméoslo —insistió—. Os vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista...

Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.

—¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry

—No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.

—Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándo­nos (es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú...

—Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígi­do, te caíste del asiento y empezaste a agitarte...

—Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue...

—Un patronus —comprendieron muchos.

—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando entró?

—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...

Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sen­tirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortaría.

Ambas se sonrieron.

—Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.

—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...

Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el con­trol de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?

Algunos adultos le sonrieron, sabiendo la razón, pero ninguno dijo nada.

El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró al­rededor y dijo con una breve sonrisa:

—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?

Todos dejaron salir una pequeña sonrisa.

Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.

—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el pro­fesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?

Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.

—Sí —dijo, un poco confuso.

No hablaron apenas durante el resto del viaje. Final­mente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pela­ba; la lluvia era una ducha de hielo.

—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz fami­liar. Harry, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asusta­dos) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.

—¿Estáis bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.

Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Harry) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

—No son caballos, son Thestrals —aseguró Luna.

—No empieces, Luna, ambas sabemos que nada tira de los carros —dijo Hermione ya cansada.

Luna sonrió con tristeza mientras miraba a Hermione con pena.

—Lo siento por ti —dijo simplemente.

Hermione abrió mucho los ojos, irritada, ¿Estaba Luna sintiendo pena por ella? ¡¿Pero que demonios le pasaba a esa chica?! ¡Los Thestrals no existían! ¡No existían! A Hermione le entraron de pronto unas enormes ganas de dedicar su vida a demostrar que los Thestrals no existían pero, después de respirar unas cuantas veces y tranquilizarse un poco, decidió ignorarlo.

La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba dé­bil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas sun­tuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que monta­ban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió ve­locidad por el largo y empinado camino que llevaba al casti­llo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:

—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?

—¡Oh, callate Malfoy! —gruñeron muchos.

—Además, Harry tiene derecho a desmayarse —dijo Fred asintiendo varias veces.

—Es cierto, ¡Ha matado un basilisco con una espada! —dijo George asintiendo igual que Fred.

Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la es­calinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

—¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apre­tadas.

—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Mal­foy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?

—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.

Molly, Arthur, James y Lily le sonrieron a Remus, algo agradecidos.

Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:

—Oh, no, eh... profesor...

Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subie­ron los tres hacia el castillo.

Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se die­ra prisa, y los tres se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con an­torchas y acogía una magnífica escalera de mármol que con­ducía a los pisos superiores.

A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nubla­do, cuando lo llamó una voz:

—¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!

Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transforma­ciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarca­ban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.

Varios asintieron varias veces, demostrando que habían sentido lo mismo en más de una ocasión.

—No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.

Ron gruñó levemente.

Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGo­nagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa mul­titud; la acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo.

Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acoge­dor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se senta­ran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:

—El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunican­do que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.

Antes de que Harry pudiera responder; se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastan­te embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.

James asintió, el habría pensado lo mismo de estar su situación.

—Estoy bien —dijo—, no necesito nada...

—Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.

—Ha sido un dementor; Poppy ——dijo la profesora McGo­nagall.

Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.

—Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada...

—¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.

—¡Ha matado un basilisco con una espada! —aportó Fred sonriendo.

—Por supuesto que no —admitió distraídamente la se­ñora Pomfrey, tomándole el pulso.

—¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la pro­fesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?

—¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.

—Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.

—Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.

—¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!

—¡Venga ya! —se quejó James—. ¡Remus usa el chocolate para todo!

—Es verdad —aseguró Sirius—. ¿Estas nervioso? Chocolate. ¿Tienes miedo? Chocolate. ¿No puedes dormir? Chocolate. ¿Te duele la tripa por tomar demasiado chocolate? Chocolate.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —pre­guntó la profesora McGonagall.

—Sí —dijo Harry.

—Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras ha­blo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.

Harry supuso que en ese momento McGonagall y Hermione habían hablado sobre el giratiempo.

Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, ha­cia el Gran Comedor.

Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas lar­gas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.

—¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.

Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por me­dio del Sombrero Seleccionador; que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor; Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin). La profesora McGonagall se diri­gió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, ha­cia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?

—Y que lo digas —dijo Lavender algo avergonzada. Y es que a ella le encantaba enterarse de todo tipo de noticias y, sobretodo, contarlas a personas que no las supieran.

Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.

—¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.

Comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el di­rector se puso en pie para hablar y Harry se calló.

El profesor Dumbledore, aunque viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. So­lían referirse a él como al mayor mago de la época, pero no era por eso por lo que Harry le tenía tanto respeto. No se po­día menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Harry lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquilo por vez primera desde que el dementor había en­trado en el compartimento del tren.

Algunos sonrieron.

—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro ex­celente banquete os deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del re­gistro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tene­mos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o dis­fraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Pre­mios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosa­mente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.

—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

En este momento, al contrario que en esa ocasión y porque sentían que se lo debían por ser el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, todos aplaudieron con mucho entusiasmo.

Remus no pudo evitar sonreír tímidamente.

Sirius le obligó a levantarse y le levantó la mano en alto, como si fuese el ganador de alguna clase de competición.

Cuando todos dejaron de aplaudir solo Tonks estuvo aplaudiendo unos segundos más, luego siguió con la lectura.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos. El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.

—¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.

El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profeso­res. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero inclu­so a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. 

James no pudo evitar fulminar a Snape con la mirada, no soportaba que nadie mirase con odio a su amigo.

Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.

Ahora Lily también fulminó a Snape con la mirada.

—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profe­sor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nues­tro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al fi­nal del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

Todos, sintiendo que no podían más que aplaudir ya que lo habían hecho con Remus, aplaudieron a Hagrid también.

Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que esta­ba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.

—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dan­do un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?

Algunos rieron de manera breve.

Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

Muchos le sonrieron a Hagrid.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!

Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repen­te se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tene­dores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto signi­ficaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmen­te cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.

Hagrid les sonrió a los tres.

Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de ca­labaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.

—¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

—Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la serville­ta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.

Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estu­diantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escale­ra de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corre­dores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa:

—¿Contraseña?

—¡Dejadme pasar; dejadme pasar! —gritaba Percy des­de detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortu­na Maior»!

—¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siem­pre tenía problemas para recordar las contraseñas.

Frank rió con ganas mientras Alice y Neville se sonrojaban y Augusta entornaba los ojos, divertida.

Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conoci­do dormitorio de forma circular; con sus cinco camas con do­sel, y Harry, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa.

Muchos sonrieron a Harry, quien sonreía también, con Dobby entre sus piernas.

—Es el fin del capitulo —anunció Tonks.

—Leeremos uno más e iremos a comer —anunció McGonagall.

El estomago de Ron rugió con entusiasmo.

—Yo leeré ahora —dijo Arthur, levantandose y caminando hasta Tonks, quien le tendió el libro y caminó apresuradamente a sentarse junto a Remus. Arthur leyó el titulo del siguiente capitulo—: Posos de té y garras de hipogrifo.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Carrera en el bosque prohibido


(Vaya, se me había colado este capitulo de la parte dos, pero bueno, aquí está)

Woo Hoo!

Pues hoy me siento mejor que ayer. Lo cual es raro porque hoy es Domingo, lo cual me recuerda que mañana es Lunes, y los Lunes... Clases :c

¡Hoy no hay lectura de libros! Nop. Hoy van a pasar muchas cosas inútiles. Si se encuentran una escena de Ron sin camisa no ha sido idea mía, ha sido de la novia de Jorge 4 y me lo he tomado como un reto (porque como chico que soy no tengo ni la menor idea de cómo reacciona una chica en casi ningún aspecto, y menos al ver a Ron sin camisa) Pero lo he intentado y espero que si os entrar ganas de matarme lo hagáis en persona en vez de contratar un sicario. Siempre es más agradable que te mate alguien por un sentimiento a que lo haga por que le pagan ;)

A leer, muggles.

Todos los personajes pertenecen a J.K. Rowling.

—Oh, Harry, Malfoy me ha dicho que quiere hablar contigo —le dijo Hermione haciendo que Harry frunciera el ceño extrañado. ¿Qué podía querer Malfoy de él?

Harry pasó toda la cena pensando en eso pero por mucho que pensaba no encontraba una razón. Si Malfoy le había dicho eso a Hermione había tenido que ser cuando volvieron juntos por lo que no podía tener relación alguna con el duelo. Pero entonces, ¿Qué quería decirle?

—Oye, Harry —dijo Ron quien, sin razón alguna, había esperado a tragar para empezar a hablar—. ¿Tu cuando empezaste a pensar en chicas?

Esa pregunta descolocó totalmente a Harry e hizo que se atragantara con el trozo de tarta de melaza que estaba comiendo.

—¿A qué viene eso? —preguntó frunciendo el ceño. Molesto por la pregunta y avergonzado por que se la hiciera delante de Hermione, Ginny e incluso su propia madre.

—Oh, en realidad no importa. Es que estaba pensando que seguramente aparezcan esos pensamientos en el libro y todos los escucharán —dijo Ron mientras se metía un enorme pedazo de tarta de queso a la boca—. A mbi mbe molphestharia.

Harry le entendió al instante (“A mí me molestaría”) pues estaba más que acostumbrado a escucharle hablar con la boca abierta. Suspiró. Sería algo incómodo. Muy incómodo y, en cierto modo, también algo humillante.

Cuando estaba a punto de servirse otro pedazo de tarta de melaza vio a Malfoy apoyado en la puerta del Gran Comedor, observándole, esperándole. Harry miró su pedazo de tarta y volvió a mirar a Malfoy, que seguía mirándole. Volvió a mirar a la tarta y suspiró, levantándose y dirigiéndose a la salida.

—Ven —dijo el rubio simplemente. Y comenzó a andar. Y Harry comenzó a seguirle. Y ninguno de los dos dijo nada. Y a ninguno le importó.



—¿A dónde ha ido este ahora? —preguntó Ron extrañado al ver a Harry caminando cerca de Malfoy.

—Draco quiere hablar con el —dijo Hermione encogiéndose de hombros.

—¿Draco? —preguntó Ron sintiéndose extrañado, molesto y casi traicionado—. ¿Cómo que Draco?

—Eh... Bueno, ya sabes, Malfoy —dijo Hermione algo nerviosa—. Dijo que quería hablar con Harry para...

—Eso no me importa, ¿Por qué le llamas Draco? —preguntó Ron comenzando a respirar agitadamente.

—Mira, Ron, ¿Te das cuenta? ¡Estamos a punto de volver a pelearnos! —intentó calmarle Hermione.

Ron bufó.

—Es lo que intentaba, ¿Cómo se te ocurre llamarle Draco? ¡Es Malfoy! ¡Es el tío que te ha tratado fatal durante toda su vida! ¿Por qué has vuelto tan cerca de él al comedor?

Hermione tragó saliva.

—Draco... ¡Sí, he dicho Draco! —repitió al ver que Ron volvía a bufar—. Y lo seguiré llamando así. Está cambiando. Quiere cambiar. Incluso ha prometido no volver a llamar a nadie sangre sucia.

—¡Y tú le crees! —exclamó Ron cabreado—. ¡Es Malfoy! ¡Malfoy! ¡Siempre miente! ¿O no mintió para que condenaran a muerte a Buckbeack? Pero claro, en cuanto alguien dice que va a dejar de portarse mal todo lo que ha hecho queda arreglado, ¿Verdad? —dijo irritado—. ¿O es que acaso también te gusta Malfoy como pasó con Lockhart?

Hermione alzó una ceja, sorprendida.

—¿Estás celoso? —preguntó divertida. Ron bufó—. ¡Estás celoso!

—¡¿Y qué si lo estoy?! —dijo Ron algo ofuscado y avergonzado. Se levantó y salió del comedor dejando su trozo de tarta de queso sin terminar.

Hermione se quedó con la boca ligeramente abierta. Entonces su rostro se tornó rojo. Sonrió tontamente. Ron celoso... Ron celoso... Ahora toda la anterior discusión más que algo molesto le pareció algo lindo. Ron estaba celoso... ¡Por Merlín! No pudo contener una pequeña risita de felicidad.

Lily observaba con diversión como Hermione enrojecía, sonreía y reía ella sola. En cierto modo le recordaba a su adolescencia. Ella y Hermione tenían mucho en común. Lily, al igual que Hermione, se refugiaba en los libros por su falta de seguridad en sí misma, tenía una extraña necesidad de saber siempre las respuestas para todo para que nadie viera lo insegura que era en realidad. Fue así hasta que se hizo amiga de sus compañeras de habitación. Y entonces James empezó a molestarla. Y después Lily comprendió sus sentimientos por James. Y pasó un buen tiempo hasta que los aceptó. Y después salió con James. Y entonces sintió que todo lo que la rodeaba brillaba, que la vida tenía sentido y que en el aire se respiraba felicidad. Y así era todavía, ¡Y con más razón! Ahora eran ella, su marido y su recién conocido hijo. Sonrió de la misma manera que Hermione. Como si ella también fuera una tonta adolecente enamorada.



—Bueno chicos, parece que no me queréis decir donde esta Colagusano pero dejando eso de lado, ¿Qué ha sido de vosotros? ¿Qué habéis estado haciendo estos años sin mí? —preguntó James a sus dos amigos.

Sirius tragó saliva y empalideció. Remus lo notó y dijo lo primero que le vino a la cabeza.

—Yo he sido profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras aquí en Hogwarts, le he dado clase a Harry.

La mención de Harry salvo la situación porque a James le entusiasmaba escuchar cualquier cosa sobre él.

—¿Y qué tal le fue? ¿Tiene talento? Claro, claro que lo tiene, no por nada yo y Lily somos sus padres —dijo asintiendo.

—Lily y yo, James —le corrigió Remus.

James bufó.

—Yo soy más importante —aseguró y Lily, que había estado escuchando, le miró a los ojos, sin decir nada. James se puso nervioso.

—Está bien, está bien. No es así. Pero solo Lily es más importante que yo, el resto vais por detrás de mí.

Lily sonrió divertida, Remus rodó los ojos y Sirius gruñó.

—¿Te estás poniendo por delante de mí, Cornamenta?

—Siempre he estado por delante de ti, Canuto. ¿O piensas comparar un simple chucho con un grande y majestuoso ciervo?

—¿Quieres que lo comparemos? —preguntó Sirius poniéndose en pie.

—¿Carrera en el bosque prohibido? —preguntó James emocionado.

—¡Carrera en el bosque prohibido! —dijo Sirius aceptando el desafío.

Ambos salieron corriendo del comedor dejando solos a Remus, Tonks y Lily.

Lily sonreía divertida, como Tonks. Remus sin embargo se mordía ligeramente la lengua, intentando contener las ganas de llorar. Nostalgia, tristeza, felicidad, sueños imposibles... Todo eso y mucho más golpeaba con fuerza su corazón. Tonks y Lily se dieron cuenta y ambas le cogieron de la mano, dándole apoyo. Remus le sonrió ambas, dejando salir un par de resbaladizas lágrimas.



Hermione subió a la sala común con otras chicas de Gryffindor.

—Oye, Hermione, ¿Qué piensas de Ron? —le preguntó Lavender sonriendo con emoción.

Hermione abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿Cómo que qué pienso de él? —preguntó nerviosa—. Es un buen chico. Es leal, buena persona y dispuesto a dar su vida por sus amigos.

Sus compañeras asintieron varias veces.

—Eso pensaba —dijo Lavender con un extraño brillo en los ojos—. Además, ¿Habéis visto cómo ha cambiado desde que ha entrado en el equipo de quidditch?

—Y que lo digas —dijo Sally, una alumna de sexto, asintiendo con la cabeza—. Cualquiera diría que lleva entrenando más tiempo que Harry.

Hermione tenía sentimientos contradictorios. Por una parte le gustaba que la gente comprendiera lo increíble que era Ron. Por dentro y por fuera. Pero por otra le molestaba que no pararan de hablar de él... Además Lavender lo hacía con un tono que le era a Hermione muy desagradable. Espera... ¿Hermione estaba celosa?

—¡Y cómo le queda el uniforme de quidditch! —dijo Dana, otra alumna de sexto, emocionada.

—Cierto, cierto —dijo Lavender con una sonrisa que a Hermione le molestó mucho—. Además, cuando juega y sale tan nervioso al campo... ¡Hay, es que es tan lindo!

Hermione no pudo más y decidió hacer algo, y se odió por lo que iba a hacer.

—¿Y qué me decís de Harry?

Ginny, que había permanecido callada todo el rato fulminó a Hermione con la mirada.

—Oh, sí, Harry... —empezó Sally, y a partir de ahí la conversación se desvió hacia el azabache, con una Ginny que no paraba de enviar miradas de furia a Hermione.



Malfoy había llevado a Harry a una clase vacía del quinto piso y entró en ella, esperó a que Harry entrara también y dejó la puerta abierta. Suspiró.

—Mira, Potter —comenzó con los ojos cerrados, como si en el fondo no quisiera decir lo que iba a tener que decir—. Nunca me has agradado demasiado.

—Tu a mí tampoco —comentó Harry sin entender la razón por la que estaba ahí, ¿Acaso Malfoy iba a intentar pegarle o algo? Harry estaba tenso, esperando tener que entrar en acción en cualquier momento.

—Bien. Vale. Como he dicho, nunca me has agradado...

—Tu a mí tampo...

—¡Me vas a dejar terminar! —bufó el rubio—. Como iba diciendo antes de que me volvieras a interrumpir: Nunca me has agradado demasiado, pero sé que me he pasado con lo que he hecho en muchas ocasiones. Y quería disculparme.

Harry dejo salir un extraño sonido de su garganta. Eso sí que no se lo esperaba.

—Vaya... —fue todo lo que llegó a decir.

—Por supuesto, no quiero que seamos amigos —se apresuró a decir Malfoy—. Solo que el disculparme por los errores que he cometido es el primer paso para conseguir madurar. Y quiero madurar. Quiero cambiar. Y quiero dejar de ser el idiota que siempre he sido.

Harry no sabía que decir. Ahí estaba Malfoy, diciéndole que sentía haberse portado mal y que quería cambiar.

—¿Es por una chica? —aventuró el azabache, curioso.

—No. Bueno, sí... Sí y no—dijo Malfoy dejando a Harry completamente confuso—. Yo quería cambiar desde antes, por mis propias razones, pero ahora también es por una chica.

—¡Ja! Malfoy enamorado, por Merlín, eso es algo increíblemente gracioso —dijo Harry soltando una carcajada.

—Oye, ¿Y a ti que te pasa? —bufó el rubio.

—Qué no sabía que podías llegar a tener sentimientos positivos —dijo Harry divertido—. En serio, el algo increíble, ¿Y quién es la pobre?

—¿Cómo que la pobre? —dijo Malfoy algo molesto—. Es Astoria Greengras. De quinto.

Harry asintió. Ya lo suponía, es decir, había visto a Astoria salir detrás de Malfoy en el comedor.

—Es guapa —dijo Harry—. Y según parece no tiene ningún prejuicio de sangre.

—No los tiene—aseguró Malfoy—. Y yo dejaré de tenerlos. Y sí, es muy guapa.

Harry le dirigió una sonrisa ladeada, algo divertido. Nunca se habría imaginado tener una conversación así con Draco Malfoy.

—Bueno, pues espero que te vaya bien —dijo apoyando su mano en su hombro mientras caminaba hacia la puerta—. Nos vemos, Draco.

Dicho eso Harry se marchó. Malfoy se quedó solo en el cuarto, sorprendido porque Harry le había llamado Draco y aun mas sorprendido porque no le había molestado. Malfoy suspiró. Había sido mucho más fácil de lo que había pensado aunque, por otra parte, hablar con Potter de manera amigable había empezado siendo algo forzado. Luego había acabado siendo real, Potter era una persona muy amigable.

Harry caminaba de vuelta a la sala común pensando en lo que acababa de ocurrir. Malfoy se había disculpado con él y suponía que también con Hermione, ¿Se disculparía con Ron también? Había sido raro hablar con Malfoy de esa manera pero tampoco había sido desagradable. Nunca serían amigos. Eso estaba claro. Pero si podían llegar a soportarse. Siempre y cuando, claro está, Draco... Es decir, Malfoy, siguiera comportándose así. Era raro notar que inconscientemente estaba pensando en Draco como Draco y no como Malfoy. No sabía a qué se debía y, a pesar de que por una parte le desagradaba la idea, por otra le parecía algo normal. Es decir, Draco estaba cambiando, ¿Por qué iba a molestarle a Harry llamar por su nombre a una persona que ya no se portaba mal?



Ron acababa de salir de la ducha. Neville siempre se duchaba primero y Harry siempre impedía que Seamus y Dean entraran a la ducha a quitarle la toalla y la ropa. Luego entraba Harry y entonces era Ron quien tenía que evitar que, por venganza, Seamus y Dean le quitaran la ropa a Harry. Pero ahora la habitación de los chicos estaba vacía y Ron había podido entrar el primero y no tener que temer que le quitaran la ropa. Estaba secándose el pelo con una pequeña toalla mientras tenía otra cubriéndole desde la cintura hasta las rodillas cuando escuchó un chillido.

—¡NOOOOOO! —era la voz de Hermione.

Ron, nervioso, preocupado y muy asustado salió corriendo en busca de su amiga sin pensárselo dos veces.



Hermione estaba en la sala común con sus compañeras de casa. Habían venido todo el camino hablando de Ron, de Harry y de cómo Ginny había cortado con Michael. Entonces le preguntaron a Hermione si le gustaba alguien. Entonces Hermione enrojeció y dijo que no. Entonces empezaron a presionarla. Entonces Hermione siguió negándolo. Entonces comenzaron a hacerle cosquillas. Entonces Hermione gritó. Y entonces apareció Ron corriendo.

Todas se detuvieron. Ron estaba delante de ellas. Semi-desnudo. Con una mísera toalla cubriendo sus partes. Vieron como suspiraba, aliviado de que nada le pasase a Hermione.

Hermione tenía la boca ligeramente abierta y no paraba de observar a Ron. Su cuerpo todavía estaba algo mojado y gotas de agua descendían desde sus hombros, pasando por su pecho, hasta llegar a esos trabajados abdominales. No era algo exagerado pero tampoco era poca cosa. Hermione no encontraba otra palabra para definirlos que no fuera “Perfectos”, ¡Y eso que ella no creía en la perfección!

Supo que tenía que apartar la vista del cuerpo de Ron. Supo que este la observaba extrañado. Supo que estaba completamente sonrojada. Y supo que tenía que verse ridícula con la boca ligeramente abierta observando atentamente cada detalle del cuerpo del pelirrojo. Cada gota de agua que se deslizaba por su cuerpo con envidiable lentitud. Cada lunar que adornaba un lugar que provocaba ser acariciado. Todo.

—Bueno, si estás bien me vuelvo a dentro —dijo Ron y desapareció por las escaleras que llevaban a los cuartos masculinos.

Cuando Ron desapareció fue cuando Hermione se dio cuenta de que no había respirado en todo este rato. Y cuando se dio cuenta también de que no estaba sola. Y de que todas las que estaban junto a ella tenían la misma cara de embobadas que ella. Y eso la cabreó. Mucho. Hermione no era una persona posesiva. No. Pero sentía que ella era la única que debía saber que partes del cuerpo del pelirrojo eran adornados con sus lindas pecas. Ella debía ser la única que viera a Ron con el cuerpo todavía mojado. Ella debía ser. Y solo ella. Y nadie más. Y tal vez estaba celosa pero no le importaba.

Cuando escuchó a Lavender soltando un chillido de emoción sintió unas terribles ganas de sacar su varita y borrarle la memoria. Sin importarle que no dominara el conjuro y sin importarle que podía llegar a borrarle todos y cada uno de los recuerdos en el intento.

Porque esa imagen que había tenido de Ron valía todo eso. Y es que ese cuerpo no debería ser real. Y es que no era posible que fuera legal. Debería ser un pecado ser tan... Tan... Ron. Y Deberían castigarle, ¡Con Azkaban! ¡AZKABAN!



En el bosque oscuro estaba ocurriendo algo muy inusual. Un ciervo y un perro estaban echando una carrera. Era una carrera llena de competitividad, pero muy amistosa. Ambos contendientes querían ganar, pero a ninguno le molestaba perder. Porque estaban entre amigos, entre hermanos. Sabían que si uno no ganaba ganaría el otro, y la idea no les resultaba ni frustrante ni molesta.

El ciervo era más ágil. Esquivaba los obstáculos y saltaba de manera espectacular, cosa que le hacía ganar mucho tiempo. El perro, a pesar de no ser tan ágil, tenía más experiencia, tenía una posición más apropiada para correr. Se notaba que era bastante más mayor que el ciervo. Con sus ventajas y sus desventajas.

Corrieron. Y siguieron corriendo. Y estaban cansados. Pero no les importaba. Seguían corriendo. Y les dolían las piernas. Pero no les importaba. Seguían corriendo. Eran felices. Corrían. Juntos. Como siempre debían haber estado.



Cuando Harry entró en la sala común se encontró con una escena que verdaderamente no esperaba encontrar: Sally estaba tumbada en el suelo gritando. Encima de ella estaba Hermione gritando. Ambas se estiraban del pelo. Ambas tenían las mejillas muy rojas.

—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó alarmado corriendo hacia ellas.

—Esta bestia se ha tirado hacia mí como una loca —gritó Sally haciendo fuerza para salir de debajo de Hermione, pero esta no le dejaba.

—¡Esta idiota estaba planeando darle un filtro de amor a Ron! —gritó Hermione cabreada.

—¡Era una broma! —le dijo Sally a Harry muy convencida.

Harry miró a Hermione, extrañado. Esta le miró con furia.

—Harry, ¿De verdad crees que voy a pelearme con alguien por una broma? —exclamó la castaña bastante enojada.

Fue entonces cuando Harry vio un bote con forma de corazón roto en el suelo, rodeado de un extraño líquido. Fue entonces cuando Harry comprendió que, como no, Hermione tenía razón.

—¡Querías darle un filtro de amor! —acusó Harry a Sally, algo cabreado, aunque ni siquiera sabía lo que era un filtro de amor. Aunque se hacía una idea.

—¡Y que! —exclamo está haciendo fuerza para salir de debajo de Hermione y ponerse de pie—. ¡Solo iba a divertirme un rato con el! ¡Y él lo disfrutaría también!

Hermione soltó un gemido y, sin pensárselo dos veces, abofeteó a Sally con fuerza. Fue entonces cuando Harry comprendió porque ambas tenían las mejillas tan rojas.

Harry decidió intervenir. Agarró con cuidado a una Hermione que seguía mirando a Sally con furia y se la llevó a un asiento para tranquilizarla.

—¿Y vosotros que miráis? —gruñó Hermione a todos los curiosos que había por la sala. Estos, viendo la furia en los ojos de la castaña, se marcharon rápidamente. Sally también.

Hermione resoplaba cabreada y Harry no sabía que hacer para que se tranquilizara.

Entonces bajó Ron. Con un inmensa sonrisa en el rostro y con una gran bolsa de grageas de todos los sabores.

—¿A que no sabéis lo que me he encontrado debajo de mi ca... —vio la cara de Hermione—. ¿Y esa cara? ¿Ha pasado algo?

—Nada —se apresuró a decir Hermione.

Ron bufó.

—Ya, claro —dijo entornando los ojos—. ¿Me lo vais a decir o no? Porque, la verdad, parece que alguien te haya estirado de los pelos y te haya abofeteado varias veces...

Hermione abrió mucho los ojos y Ron comprobó que su loca teoría era real. Su rostro se volvió serio y peligroso en un instante.

—¿Quién? —preguntó simplemente.

Hermione miró a Harry, pidiéndole ayuda.

—Nadie, Ron. Ya está todo arreglado y, por favor, si vas a preocuparte preocúpate por como esta Hermione y no por quien ha hecho que este como esta.

Entonces Ginny bajó corriendo hacia ellos.

—Chicos, una chica de mi cuarto me ha dicho que Hermione se ha... —vio la cara de Hermione—. Pienso matar a Sally.

—¿Sally? —preguntó Ron poniéndose en pie—. ¿Ha sido ella? Contesta.

Hermione fulminó a Ginny con la mirada, esta acababa de darse cuenta de que había metido la pata.

—Ron. Ya te he dicho que esta todo solucionado —dijo Harry.

—No. No lo está. Ha hecho daño a Hermione, ¡Mira como tiene la cara! —gruñó alterado.

—Peor tiene la cara ella —dijo Harry riendo levemente y Hermione rió también.

—¿Le has pegado? —le preguntó Ron a Hermione. Ella asintió algo avergonzada.

—Le ha dejado bien claro quién manda —dijo Harry sonriendo.

—¡Genial! —dijo Ron sentándose junto a Hermione.

—¿Y es cierto que la pelea ha empezado por que Sally quería darle a Ron un filtro amoroso? —preguntó Ginny curiosa.

Ron abrió mucho los ojos.

—Eso significa... —dijo mientras su cerebro gruñía satisfecho—. ¡No querías que me lo diera por que no querías que estuviera con ella! —dijo Ron y comenzó a caminar dando saltitos por la sala—. ¡Celosa! ¡Luego me decías a mí!

—¿Qué? ¡No! Solo me preocupaba por ti —intento excusarse Hermione mientras perseguía a Ron que seguía dando saltitos diciendo “Celosa, celosa”—. ¡No estaba celosa! ¡Jo! ¡Que no! ¡En serio! ¡Créeme! ¡Jo!

Harry y Ginny miraron a la pareja, se miraron entre ellos y comenzaron a reír.



En el bosque prohibido ya no había ningún perro ni ningún ciervo. En su lugar había dos hombres, una bastante más joven que el otro. Ambos tumbados en la hierba, agotados, riendo y viendo los pequeños resquicios de cielo que eran visibles a través de la inmensa cantidad de hojas que salían de los enormes árboles que había en esta parte tan profunda del bosque.

—Ha sido genial —dijo James respirando de manera agitada.

—Y que lo digas. No tengo fuerzas para levantarme —dijo Sirius resoplando.

—Estas hecho un viejales —se mofó James. Permaneció en silencio unos segundos y dijo—: Echaba de menos esto.

Sirius giró su cara hacia James.

—Yo te echaba de menos a ti —su bastante demacrado rostro dejó entrever alguna lágrima—. Te quiero, amigo.

—Y yo a ti —dijo James cerrando los ojos cansado—. Y yo a ti.



Minutos después todos estaban en sus respectivas camas (exceptuando a Sirius y James que acabaron yendo a la casa de los gritos a pasar la noche). (N.A. Lily durmió solita :c pobre)

Harry se quitó las gafas y las puso en su mesilla de noche, suspirando y dándose cuenta de la cantidad de cosas que habían ocurrido en estos últimos días: Habían aparecido libros del futuro, había conocido a su hijo, Ginny había cortado con Michael, Harry tenía sentimientos confusos, habían aparecido sus padres y los de Neville, Umbridge se había ido, Remus y Tonks estaban saliendo, Draco se quería cambiar y estaba enamorado, había ganado a Charlie en un partido de quidditch, Hermione se había pegado con Sally, todos sabían que Hagrid y Sirius eran inocentes y, por fin, Ron y Hermione estaban cerca de confesarse mutuamente sus sentimientos.

Harry sonrió, deseando que el día siguiente llegara cuanto antes. Desayunar con sus padres, hablar con sus amigos, entender sus confusos y extraños sentimientos hacia Ginny (le molestaba el no entenderlos pero, por alguna extraña razón, le gustaba pensar en ellos), ver como Remus y Tonks sonreían felices con su relación y, esperar resignado a que todos sus sentimientos fueran de conocimiento público debido a los libros.

Esa última parte sonaba horrible. Pobre Harry.

Hi! (again)

How are you Little monkeys? Don’t tell lies to me, I know you and I know that you suck cuts. Ok, I don’t know why. But I’m sure that it‘s true. Well, why do I start speaking in this freaking awesome English? Ok, you can kill me if you want.

Bueno, Alma, te podría contar sobre como mi hermano y yo, por llevar la contraria, no nos disfrazábamos el día de Carnaval, sino el siguiente. Y todos nos miraban raro. Y nosotros lo disfrutábamos (no sé por qué dejamos de hacerlo xD) También te podría contar sobre nuestra increíble "broma pesada de la salchicha", porque, sinceramente, fue demasiado brutal (aunque no apta para personas sensibles o demasiado jóvenes) y esa sí que tengo que contártela algún día. Pero hoy no. Hoy solo contaré una tontería divertida (hay que ir poco a poco, pequeño saltamontes).

Hace ya muchos años, en esa época en la que disfrutaba haciendo simples montañas de arena, mi hermano y yo estábamos cabreados. Y era normal. Habíamos pasado toda la mañana haciendo una increíble montaña. Fuimos a bañarnos, volvimos y, ¡Mira tú! La montaña estaba derrumbada, con huellas de pies por encima.
Mi hermano y yo nos miramos. Teníamos que hacer algo para que la gente dejara de cometer crueldades como esa. Acabamos arrancando muchos cardos (de esos que pinchan), colocándolos cerca de la entrada de la playa y haciendo una montaña de arena sobre ellos. Así, cuando las pisaran y se hicieran daño en los pies, se lo pensarían dos veces antes de pisar otra montaña de arena. Nunca olvidaré nuestras miradas de satisfacción cuando encontrábamos que una de las montañas había sido pisada. Así como tampoco olvidaré que el año pasado pisé sin darme cuenta una montaña de arena que, para mi sorpresa, escondía un cardo dentro. En lugar de cabrearme sonreí, al imaginar a otro par de hermanos “impartiendo justicia”, y, de verdad, la idea me hizo feliz. (Ahí estaba yo, con una planta clavada en el pie y sonriendo, si es que más loco no puedo estar XD)

Es divertido esto de contar anécdotas. Podéis contar vosotros también si tenéis tiempo. Me encantará leerlas y conoceros un poco mejor.

NOT MY DAUGHTER, YOU BITCH! (Molly Weasley, antes de matar a Bellatrix, amo ese momento)

Em... Sí, eso era la despedida.

P.D. Mañana la poción, que emoción, ¿Qué les dirán a Harry, Ron y Hermione? Se lo dejo a vuestra imaginación (Que trabaje ella ¬¬ que cansa un montón).