martes, 23 de septiembre de 2014

Cornelius Fudge


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling (Si, a esa chica que nadie conoce y a la que un servidor no planea jamas hacerle una enorme estatua de chocolate)

CORNELIUS FUDGE

Yo lo haré —dijo Bill mientras caminaba hasta la madre de Neville. Cogió el libro y leyó, mirando al ministro—: Cornelius Fudge.

Harry y Ron fulminaron al ministro, recordando que es lo que hizo ese año. Se había llevado a Hagrid a Azkaban.

Harry, Ron y Hermione siempre habían sabido que Hagrid sentía una desgraciada afición por las criaturas grandes y monstruosas.

Varios asintieron, así seguía siendo y, probablemente, así seguiría.

Durante el curso anterior en Hogwarts había intentado criar un dragón en su pequeña cabaña de madera, y pasaría mucho tiempo antes de que pudieran olvidar al perro gigante de tres cabezas al que había puesto por nombre Fluffy.

(N.A. Nuestro nuevo reportero del Quisquilloso, Grytherin18, ha dado pruebas irrefutables de que Malfoy es en realidad Fluffy, tenerlo en cuenta y, si os apetece, releer los libros para comprobarlo. ¿Habéis visto alguna vez a Fluffy mientras veías a Malfoy? ¡No! ¿Acaso se necesitan más pruebas?)

Harry estaba seguro de que si, de niño, Hagrid se enteró de que había un monstruo oculto en algún lugar del castillo, hizo lo imposible por echarle un vistazo.

Hagrid no pudo negarlo.

Seguro que le parecía inhumano haber tenido encerrado al monstruo tanto tiempo y debía de pensar que el pobre tenía derecho a estirar un poco sus numerosas piernas.

A más de uno eso les parecía inhumano pero la mayoría no pensarían siquiera en intentar ayudarlo. (N.A. malotes ¬¬)

Podía imaginarse perfectamente a Hagrid, con trece años, intentando ponerle un collar y una correa.

Varios rieron, incluso el propio Hagrid.

Pero también estaba seguro de que él nunca había tenido intención de matar a nadie.

Todos asintieron, más que seguros de eso. Hagrid le sonrió a Harry, feliz.

Harry casi habría preferido no haber averiguado el funcionamiento del diario de Ryddle.

Ginny le sonrió tristemente, ella se había pasado el curso pensando lo mismo, pero una vez algo está hecho nada se puede hacer para revertirlo.

Ron y Hermione le pedían constantemente que les contase una y otra vez todo lo que había visto, hasta que se cansaba de tanto hablar y de las largas conversaciones que seguían a su relato y que no conducían a ninguna parte.

A lo mejor Ryddle se equivocó de culpable —decía Hermione—. A lo mejor el que atacaba a la gente era otro monstruo…

Hermione sonrió satisfecha mientras Ron y Harry bufaban, ¿Cómo lo hacía para estar siempre en lo correcto?

¿Cuántos monstruos crees que puede albergar este castillo? —le preguntó Ron, aburrido.

—Vale —dijo Ron molesto—. Que nadie diga nada.

Ya sabíamos que a Hagrid lo habían expulsado —dijo Harry, apenado—. Y supongo que entonces los ataques cesaron. Si no hubiera sido así, a Ryddle no le habrían dado ningún premio.

—Eso tiene sentido —admitió Neville.

Ron intentó verlo de otro modo.

Ryddle me recuerda a Percy. Pero ¿por qué tuvo que delatar a Hagrid?

—El monstruo había matado a una persona —dijo Percy.

El monstruo había matado a una persona, Ron —contestó Hermione.

Algunos rieron.

Y Ryddle habría tenido que volver al orfanato muggle si hubieran cerrado Hogwarts —dijo Harry—. No lo culpo por querer quedarse aquí.

Varios asintieron, Hogwarts era un buen lugar y si no tenías uno al que querer volver, Hogwarts bien podía ser un hogar.

Ron se mordió un labio y luego vaciló al decir:

Tú te encontraste a Hagrid en el callejón Knockturn, ¿verdad, Harry?

—¿En que estabas pensando? —le preguntó Hermione frunciendo el ceño.

—Nada, olvídalo —dijo Ron dándose cuenta de que había sido un idiota al desconfiar de Hagrid.

Dijo que había ido a comprar un repelente contra las babosas carnívoras —dijo Harry con presteza.

Hagrid le sonrió a Harry, satisfecho con que recordara lo que le decía y alegre de que le defendiera.

Se quedaron en silencio. Tras una pausa prolongada, Hermione tuvo una idea elemental.

¿Por qué no vamos y le preguntamos a Hagrid?

—¿En serio, Hermione? —le preguntó Ginny sonriendo divertida. Sonriendo hasta que Sally rió con burla, entonces se giró para fulminarla con la mirada. Nunca había pensado que fuera una mala persona pero en un día había descubierto que quería dar a Ron un filtro de amor y que se había peleado con Hermione. Su visión de ella había cambiado drásticamente.

Sería una visita muy cortés —dijo Ron—. Hola, Hagrid, dinos, ¿has estado últimamente dejando en libertad por el castillo a una cosa furiosa y peluda?

Algunos rieron y Hermione se sonrojó un poco, sintiéndose algo estúpida por haber propuesto algo así.

Al final, decidieron no decir nada a Hagrid si no había otro ataque, y como los días se sucedieron sin siquiera un susurro de la voz que no salía de ningún sitio, albergaban la esperanza de no tener que hablar con él sobre el motivo de su expulsión.

Ron y Harry tragaron saliva, recordando quien había sido la siguiente en ser petrificada.

Ya habían pasado casi cuatro meses desde que petrificaron a Justin y a Nick Casi Decapitado, y parecía que todo el mundo creía que el agresor, quienquiera que fuese, se había retirado, afortunadamente. Peeves se había cansado por fin de su canción ¡Oh, Potter, eres un zote!; Ernie Macmillan, un día, en la clase de Herbología, le pidió cortésmente a Harry que le pasara un cubo de hongos saltarines, y en marzo algunas mandrágoras montaron una escandalosa fiesta en el Invernadero 3. Esto puso muy contenta a la profesora Sprout.

En cuanto empiecen a querer cambiarse unas a las macetas de otras, sabremos que han alcanzado la madurez —dijo a Harry—. Entonces podremos revivir a esos pobrecillos de la enfermería.

—¡Cree que Harry es el culpable! —acusó Sirius a la profesora Sprout y todos le miraron extrañados—. ¿Por qué sino le contaría siempre a él en qué estado se encuentran las mandrágoras y cuando podrán revivir a los petrificados?

Sprout bufó.

—Tal vez porque sabía que todos le acusaba y que los petrificados volvieran a la normalidad significaría el fin de eso —dijo mirando a Sirius algo enojada—, No sé cómo ha podido creer eso de mí, señor Black.

Sirius suspiró y se disculpó con ella. En un principio Sirius nunca habría dudado de ella, ¡Claro que no! Siempre tan amable y bondadosa... Pero los acontecimientos con el pequeño, cobarde y bueno de Peter habían hecho que pudiera dudar de cualquiera. Sobre todo cuando estaban cerca de su ahijado.

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Durante las vacaciones de Semana Santa, los de segundo tuvieron algo nuevo en que pensar. Había llegado el momento de elegir optativas para el curso siguiente, decisión que al menos Hermione se tomó muy en serio.

—Por supuesto —aseguró Hermione.

—Más te vale habértelo tomado en serio tú también, jovencito —le dijo Lily con el dedo índice alzado y agitándolo mientras hablaba, haciendo clara la gravedad del asunto.

Harry tragó saliva.

Podría afectar a todo nuestro futuro —dijo a Harry y Ron, mientras repasaban minuciosamente la lista de las nuevas materias, señalándolas.

Lily y Remus asintieron con ganas.

Lo único que quiero es no tener Pociones —dijo Harry.

—No puedes hacer eso —dijo Lily sonriendo. Al menos su hijo seguiría cursando las importantes.

Imposible —dijo Ron con tristeza—. Seguiremos con todas las materias que tenemos ahora. Si no, yo me libraría de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Muchos le miraron como si estuviera loco.

—Bueno, es que con Lockhart como profesor... —dijo Ron suspirando—. Al menos era una asignatura obligatoria y tuve que cogerla. Y menos mal, no podría haber aguantado ser el único que no asistiera a las increíbles clases que tuvimos en tercero.

Remus sonrió satisfecho. Él había sido su profesor ese año y que a sus alumnos les hubiesen gustado sus clases era algo que le hacía feliz.

¡Pero si ésa es muy importante! —dijo Hermione, sorprendida.

No tal como la imparte Lockhart —repuso Ron—. Lo único que me ha enseñado es que no hay que dejar sueltos a los duendecillos.

Algunos bufaron, incluidos los profesores.

Neville Longbottom había recibido carta de todos los magos y brujas de su familia, y cada uno le aconsejaba materias distintas.

Alice y Frank bufaron molestos.

Confundido y preocupado, se sentó a leer la lista de las materias y les preguntaba a todos si pensaban que Aritmancia era más difícil que Adivinación Antigua.

—Lo es —le aseguró Lily—. Pero porque adivinación es una estupidez.

—¡Es un aprobado fácil! —dijo James—. Es mucho mejor que elijas esa.

—¡Pero no sirve para nada! ¡Y Artimancia es una asignatura increíble! —dijo Lily alterada.

—Emm... ¿Papa? ¿Mama? Neville esta en quinto, ya ha elegido esas optativas —les comentó Harry.

—¡¿Y que ha elegido?! —exclamaron ambos, como si la respuesta a esa pregunta declarara cuál de las dos asignaturas era la que era correcto elegir.

—Adivinación —dijo Hermione en un bufido.

Lily bufó también mientras James se levantaba e interpretaba el baile de la victoria. Bill, divertido por los extraños pases de baile que realizaba James, esperó sin prisa a que acabara de bailar. En cuanto lo hizo muchos aplaudieron con fuerza mientras Lily y Remus rodaban los ojos y Sirius y los gemelos derramaban unas falsas lágrimas declarando que había sido lo más emotivo que habían visto nunca.

Dean Thomas, que, como Harry, se había criado con muggles, terminó cerrando los ojos y apuntando a la lista con la varita mágica, y escogió las materias que había tocado al azar.

Algunos rieron mientras otros negaban con la cabeza en señal de desaprobación.

Hermione no siguió el consejo de nadie y las escogió todas.

—¡Estás loca! —exclamaron muchos asombrados.

Lily soltó una risita.

—Pero coger todas es imposible —aseguró—. Coinciden unas clases con otras, no hay manera de conseguirlo.

Hermione sonrió de manera enigmática, ¿A qué se debía eso? ¿Qué escondía esa sonrisa?

Harry sonrió tristemente al imaginar lo que habrían dicho tío Vernon y tía Petunia si les consultara sobre su futuro de mago. Pero alguien lo ayudó: Percy Weasley se desvivía por hacerle partícipe de su experiencia.

James, Lily y Harry sonrieron a Percy. Tambien lo hicieron los padres de este, contentos de que Percy le ayudara.

Depende de adónde quieras llegar, Harry —le dijo—. Nunca es demasiado pronto para pensar en el futuro, así que yo te recomendaría Adivinación.

Hermione le miró a Percy extrañada. Nunca habría pensado que él quisiera cursar algo tan ineficiente como adivinación. Entonces recordó que Percy estaba obsesionado con estudiar y ganar puntos para conseguir un buen futuro, y, en ese aspecto, la clase de adivinación podía darle expectativas (aunque fuesen de muerte, como de costumbre).

La gente dice que los estudios muggles son la salida más fácil, pero personalmente creo que los magos deberíamos tener completos conocimientos de la comunidad no mágica, especialmente si queremos trabajar en estrecho contacto con ellos.

Arthur miró a su hijo sonriendo abiertamente, orgulloso de que entendiera lo importante que era tener conocimientos sobre la comunidad no mágica.

Mira a mi padre, tiene que tratar todo el tiempo con muggles. A mi hermano Charlie siempre le gustó el trabajo al aire libre, así que escogió Cuidado de Criaturas Mágicas. Escoge aquello para lo que valgas, Harry.

—Buen consejo —dijo Remus sonriendo.

Pero lo único que a Harry le parecía que se le daba realmente bien era el quidditch.

Muchos le miraron sorprendidos.

—¿Y ese expelliarmus? —le preguntó James alzando una ceja.

Harry se encogió de hombros, él nunca había pensado que era algo increíble.

Terminó eligiendo las mismas optativas que Ron, pensando que si era muy malo en ellas, al menos contaría con alguien que podría ayudarle.

—Casi que tendrías que ayudarme tu —le dijo Ron divertido.

—Difícil, suerte que siempre hemos contado con Hermione —dijo Harry agradecido.

Hermione sonrió satisfecha. Le gustaba que apreciaran lo que hacía por ellos.

A Gryffindor le tocaba jugar el siguiente partido de quidditch contra Hufflepuff.

Todos se emocionaron, sobre todo los jugadores, olvidando lo que había ocurrido en esa ocasión.

Wood los machacaba con entrenamientos en equipo cada noche después de cenar, de forma que Harry no tenía tiempo para nada más que para el quidditch y para hacer los deberes.

—Mejor —opinó Lily—. Así no tienes tiempo para hacer investigaciones peligrosas o meterte en lios.

—Yo no me meto en líos —se quejó Harry poniendo morritos—. Los líos vienen a que me meta en ellos.

—Pero tú te metes en ellos, al fin y al cabo.

Harry bufó.

—Como si tuviera otra opción.

Sin embargo, los entrenamientos iban mejor, y la noche anterior al partido del sábado se fue a la cama pensando que Gryffindor nunca había tenido más posibilidades de ganar la copa.

Oliver sonrió satisfecho.

Pero su alegría no duró mucho. Al final de las escaleras que conducían al dormitorio se encontró con Neville Longbottom, que lo miraba desesperado.

Muchos escuchaban extrañados, ¿Qué pasaba?

Harry, no sé quién lo hizo. Yo me lo encontré…

Varios tragaron saliva, ¿Qué iban a encontrar ahora?

Mirando a Harry aterrorizado, Neville abrió la puerta.

La expectación de todos crecía por momentos y que Bill permaneciera callado con los ojos muy abiertos no ayudaba.

El contenido del baúl de Harry estaba esparcido por todas partes. Su capa estaba en el suelo, rasgada. Le habían levantado las sábanas y las mantas de la cama, y habían sacado el cajón de la mesita y el contenido estaba desparramado sobre el colchón.

—¿QUÉ? —exclamaron muchos alarmados.

Ginny no podía mirar a Harry a la cara.

Harry fue hacia la cama, pisando algunas páginas sueltas de Recorridos con los trols. No podía creer lo que había sucedido.

Ni él ni ninguno de los presentes.

En el momento en que Neville y él hacían la cama, entraron Ron, Dean y Seamus. Dean gritó:

¿Qué ha sucedido, Harry?

No tengo ni idea —contestó. Ron examinaba la túnica de Harry. Habían dado la vuelta a todos los bolsillos.

—Así que no ha sido un simple acto vandálico en contra del supuesto heredero de Slytherin —dijo Remus descartando una posibilidad—. Así que buscaban algo... ¿Pero qué?

Alguien ha estado buscando algo —dijo Ron—. ¿Qué te falta?

Muchos asintieron, eso era lo importante ahora.

Harry empezó a coger sus cosas y a dejarlas en el baúl. Hasta que hubo separado el último libro de Lockhart, no se dio cuenta de qué era lo que faltaba.

Se han llevado el diario de Ryddle —dijo a Ron en voz baja.

—¿Qué? —preguntaron muchos impresionados.

¿Qué?

Harry señaló con la cabeza hacia la puerta del dormitorio, y Ron lo siguió. Bajaron corriendo hasta la sala común de Gryffindor, que estaba medio vacía, y encontraron a Hermione, sentada, sola, leyendo un libro titulado La adivinación antigua al alcance de todos.

Lily soltó un pequeño bufido. No se había esperado que a Hermione le gustara la adivinación.

—Vamos, Lily, incluso tu leíste algo sobre el tema antes de decidir que no te gustaba —le dijo James—. Seguro que es lo mismo con ella.

A Hermione la noticia la dejó aterrorizada.

Pero… sólo puede haber sido alguien de Gryffindor. Nadie más conoce la contraseña.

—Bueno —dijo Sirius divertido—. Tal vez a Neville se le había ocurrido escribirlas para acordarse y tal vez haya perdido el papel.

Neville bajó la cabeza avergonzado.

—No ha sido culpa de Neville —aclaró Ginny rápidamente, sabiendo que la culpa en realidad había sido de ell...

—Ni de ningún alumno, en realidad —añadió Harry adivinando los pensamientos de Ginny, ¿Por qué tendía a echarse la culpa de lo que había ocurrido? ¡Ella solo tenía once años! ¿Cómo iba a enfrentarse al propio Voldemort? Además, todo lo que hizo lo hizo sin ser consciente de que lo hacía. Ella no tenía la culpa desde ningún punto de vista.

En efecto —confirmó Harry.

Despertaron al día siguiente con un sol intenso y una brisa ligera y refrescante.

¡Perfectas condiciones para jugar al quidditch! —dijo Wood emocionado a los de la mesa de Gryffindor, llevando los platos con los huevos revueltos—. ¡Harry, levanta el ánimo, necesitas un buen desayuno!

Muchos se emocionaron por la mención del quidditch, ¿Qué ocurriría en este nuevo partido de Harry?

Harry había estado observando la mesa abarrotada de Gryffindor, preguntándose si tendría delante de las narices al nuevo poseedor del diario de Ryddle.

Y lo había tenido, entendió Harry con tristeza. Si hubiera sabido que Ginny tenía el diario seguramente habría podido ayudarla, ¿Por qué siempre tenía que ser tan inútil? ¿Por qué siempre tenía que acabar haciendo las cosas en el último momento? Harry se sentía un completo inútil. Había estado tan cerca de perder a Ginny... Tragó saliva. Tan solo el imaginárselo se le hacía terrible.

Hermione lo intentaba convencer de que notificara el robo, pero a Harry no le gustaba la idea. Tendría que contar todo lo referente al diario a algún profesor, ¿y cuánta gente sabía por qué habían expulsado a Hagrid hacía cincuenta años? No quería ser él quien lo sacara de nuevo a la luz.

Varios sonrieron a Harry pero nadie tan contento por su consideración que el propio semi-gigante.

Al abandonar el Gran Comedor con Ron y Hermione para ir a recoger su equipo de quidditch, otro motivo de preocupación se añadió a la creciente lista de Harry. Acababa de poner los pies en la escalera de mármol cuando oyó de nuevo aquella voz:

Matar esta vez… Déjame desgarrar… Despedazar…

Todos comenzaron a alterarse nuevamente y a abrir los ojos con preocupación.

Harry dio un grito, y Ron y Hermione se separaron de él asustados.

¡La voz! —dijo Harry, mirando a un lado—. Acabo de oírla de nuevo, ¿vosotros no?

Todos sabían que no la habían oído. Al parecer Harry era el único que podía oírla.

Ron, con los ojos muy abiertos, negó con la cabeza. Hermione, sin embargo, se llevó una mano a la frente.

¡Harry, creo que acabo de comprender algo! ¡Tengo que ir a la biblioteca!

—¿El qué? —dijeron muchos expectantes.

Los adultos la miraban entre recelosos e impresionados, ¿Podría realmente haber descubierto algo de valor? Ni siquiera ellos habían comprendido nada.

Y se fue corriendo por las escaleras.

—¿Por qué nunca nos cuenta lo que ha entendido? —se quejo Ron irritado.

¿Qué habrá comprendido? —dijo Harry distraídamente, mirando alrededor, intentando averiguar de dónde podía provenir la voz.

Muchas más cosas que yo —respondió Ron, negando con la cabeza.

Algunos rieron brevemente.

Pero ¿por qué habrá tenido que irse a la biblioteca?

—Bueno, es Hermione ¿No? La biblioteca es su segunda casa —dijo Neville divertido.

Porque eso es lo que Hermione hace siempre —contestó Ron, encogiéndose de hombros—. Cuando le entra alguna duda, ¡a la biblioteca!

Hermione tuvo que admitir que Ron estaba en lo cierto. Y Ron tuvo que admitir que ese método siempre le funcionaba, además, ¿Qué mejor sitio para resolver dudas que la biblioteca?

Harry se quedó indeciso, intentando volver a captar la voz, pero los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor hablando alto, hacia la puerta principal. Iban al campo de quidditch.

Será mejor que te muevas —dijo Ron—. Son casi las once…, el partido.

Todos volvieron a emocionarse por el partido.

Harry subió a la carrera la torre de Gryffindor, cogió su Nimbus 2.000 y se mezcló con la gente que se dirigía hacia el campo de juego. Pero su mente se había quedado en el castillo, donde sonaba la voz que no salía de ningún sitio, y mientras se ponía su túnica de juego en los vestuarios, su único consuelo era saber que todos estaban allí para ver el partido.

Oliver miró a Harry con desaprobación.

—Tienes que tener siempre la mente en el juego, Harry. Que no se te olvide.

Los equipos saltaron al campo de juego en medio del clamor del público. Oliver Wood despegó para hacer un vuelo de calentamiento alrededor de los postes, y la señora Hooch sacó las bolas. Los de Hufflepuff, que jugaban de color amarillo canario, se habían reunido para repasar la táctica en el último minuto.

La emoción aumentaba rápidamente.

Harry acababa de montarse en la escoba cuando la profesora McGonagall llegó corriendo al campo, llevando consigo un megáfono de color púrpura.

Muchos la miraron extrañada.

El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono la profesora, dirigiéndose al estadio abarrotado.

—¡¿Cómo?! —exclamó James entre sorprendido, extrañado y molesto.

Hubo gritos y silbidos. Oliver Wood, con aspecto desolado, aterrizó y fue corriendo a donde estaba la profesora McGonagall sin desmontar de la escoba.

¡Pero profesora! —gritó—. Tenemos que jugar… la Copa… Gryffindor…

Muchos asintieron.

La profesora McGonagall no le hizo caso y continuó gritando por el megáfono:

Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas. ¡Id lo más deprisa que podáis, por favor!

Las miradas extrañadas que eran dirigidas a la profesora se volvieron ahora miradas de preocupación, ¿Qué ocurría?

Luego bajó el megáfono e hizo una seña a Harry para que se acercara.

Potter, creo que será mejor que vengas conmigo.

—¿Por qué? —preguntó Sirius receloso pero nadie contestó.

Preguntándose por qué sospecharía de él en aquella ocasión, Harry vio que Ron se separaba de la multitud descontenta y se unía a ellos corriendo para volver al castillo.

—No sospechaba de ti —aseguró la profesora McGonagall.

Para sorpresa de Harry, la profesora McGonagall no se opuso.

Sí, quizá sea mejor que tú también vengas, Weasley.

—Oh, no —dijo Lily teniendo una terrible corazonada.

Algunos de los estudiantes que había a su alrededor rezongaban por la suspensión del partido y otros parecían preocupados. Harry y Ron siguieron a la profesora McGonagall y, al llegar al castillo, subieron con ella la escalera de mármol. Pero esta vez no se dirigían a ningún despacho.

Lily tragó saliva, cada vez más convencida de que su corazonada era cierta.

Esto os resultará un poco sorprendente —dijo la profesora McGonagall con voz amable cuando se acercaban a la enfermería—. Ha habido otro ataque… Un ataque doble.

Las miradas de preocupación aumentaron.

A Harry le dio un brinco el corazón. La profesora McGonagall abrió la puerta y entraron en la enfermería.

La señora Pomfrey atendía a una muchacha de sexto curso con el pelo largo y rizado. Harry reconoció en ella a la chica de Ravenclaw a la que por error habían preguntado cómo se iba a la sala común de Slytherin.

Percy suspiró, sabía que era Penélope.

Y en la cama de al lado estaba…

Harry y Ron tragaron saliva, sabiendo perfectamente quien estaba a su lado.

¡Hermione! —gimió Ron.

Hermione no pudo evitar sonreír, le gustaba imaginarse a Ron en ese momento. Preocupado por ella.

Hermione yacía completamente inmóvil, con los ojos abiertos y vidriosos.

Muchos la miraron con tristeza.

Las encontraron junto a la biblioteca —dijo la profesora McGonagall—. Supongo que no podéis explicarlo. Esto estaba en el suelo, junto a ellas…

Levantó un pequeño espejo redondo.

—¿Un espejo? —preguntó Lavender sorprendida.

—¿Desde cuándo Hermione lleva un espejo? —preguntó Sally burlona—. Si se preocupara por su aspecto no iría por ahí con ese pelo.

Algunos rieron divertidos mientras otros la fulminaban con la mirada.

—¿Qué tiene de malo su pelo? —preguntó Ron extrañado, el no veía nada malo en él.

—¿Cómo que qué tiene de malo? —se extrañó Sally—. ¡Tan solo míralo! ¡Es horrible!

—Pues a mí me parece bonito —confesó Ron contemplando el cabello de su amiga, analizándolo—. Sí. Es bonito. Le queda genial, ¿No? Así es Hermione.

Sally bufó molesta y Hermione, que también consideraba que su pelo era horrible, miraba a Ron intentando adivinar si estaba diciendo lo que de verdad pensaba o si tan solo intentaba defenderla.

—Lo digo de verdad —aseguró el pelirrojo al ver la cara de duda que tenía Hermione.

Entonces Hermione se ruborizó. Y entonces, comprendiendo todo lo que acababa de decir, Ron también se ruborizó.

Harry sonreía divertido mientras veía como ambos, ruborizados, evitaban mirarse el uno al otro. Era un comportamiento tan dulce e infantil... Era un comportamiento digno de ellos.

Bill, contemplando la escena con diversión, decidió seguir leyendo.

Harry y Ron negaron con la cabeza, mirando a Hermione.

La sonrisas desaparecieron instantáneamente de la sala ahora que todos recordaban que otras dos alumnas habían sido petrificadas.

Os acompañaré a la torre de Gryffindor —dijo con seriedad la profesora McGonagall—. De cualquier manera, tengo que hablar a los estudiantes.

Todos los alumnos estarán de vuelta en sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor os acompañará siempre al aula. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ir acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá más actividades extraescolares.

Ni siquiera James replicó. Entendía que la situación era grave y que eso era lo mejor que podían hacer.

Los alumnos de Gryffindor, que abarrotaban la sala común, escuchaban en silencio a la profesora McGonagall, quien al final enrolló el pergamino que había estado leyendo y dijo con la voz entrecortada por la impresión:

No necesito añadir que rara vez me he sentido tan consternada. Es probable que se cierre el colegio si no se captura al agresor. Si alguno de vosotros sabe de alguien que pueda tener una pista, le ruego que lo diga.

La profesora salió por el agujero del retrato con cierta torpeza, e inmediatamente los alumnos de Gryffindor rompieron el silencio.

Han caído dos de Gryffindor, sin contar al fantasma, que también es de Gryffindor, uno de Ravenclaw y otro de Hufflepuff —dijo Lee Jordan, el amigo de los gemelos Weasley, contando con los dedos—. ¿No se ha dado cuenta ningún profesor de que los de Slytherin parecen estar a salvo?

—Bueno —razonó Luna—. Si tienes en cuenta que en Slytherin solo hay gente sangre limpia y que el monstruo solo ataca a sangre sucias tiene sentido que no haya habido ningún Slytherin petrificado.

¿No es evidente que todo esto proviene de Slytherin? El heredero de Slytherin, el monstruo de Slytherin… ¿Por qué no expulsan a todos los de Slytherin? —preguntó con fiereza.

—Exagerado —dijo James divertido mientras las serpientes gruñían molestas.

Hubo alumnos que asintieron y se oyeron algunos aplausos aislados.

—¿En serio? —preguntó Daphne entre extrañada y molesta, ¿Por qué todos les odiaban tanto?

Percy Weasley estaba sentado en una silla, detrás de Lee, pero por una vez no parecía interesado en exponer sus puntos de vista. Estaba pálido y parecía ausente.

Harry ahora entendía la razón. Su novia acababa de ser petrificada.

Percy está asustado —dijo George a Harry en voz baja—. Esa chica de Ravenclaw…, Penelope Clearwater…, es prefecta. Supongo que Percy creía que el monstruo no se atrevería a atacar a un prefecto.

—Serás idiota —exclamó Ginny que no se creía que George pensara algo así de Percy—. Percy estaba preocupado por Penelope.

Percy asintió con ganas, ¿Por qué su propio hermano pensaba algo así de él?

Pero Harry sólo escuchaba a medias. No parecía poder olvidar la imagen de Hermione, inmóvil sobre la cama de la enfermería, como esculpida en piedra.

Harry y Ron suspiraron. La imagen de Hermione petrificada les había hecho sufrir muchísimo a ambos.

Y eso no era lo peor, pensó Ron. Lo peor era que, estando petrificada, no podía estar con ellos. Y sin ella ambos se habían percatado de cuanto apreciaban su compañía, ¡Incluso sus comentarios largos y aburridos! Una vida en Hogwarts sin Hermione, sin duda, no podía ser una vida agradable.

Y si no pillaban pronto al culpable, él tendría que pasar el resto de su vida con los Dursley.

La sala se llenó de gruñidos en cuanto escucharon la palabra "Dursley".

Tom Ryddle había delatado a Hagrid ante la perspectiva del orfanato muggle si se cerraba el colegio. Harry entendía perfectamente cómo se había sentido.

Varios miraron a Harry con tristeza.

¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron a Harry al oído—. ¿Crees que sospechan de Hagrid?
Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, decidido—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.

Varios asintieron, eso era un primer paso y, de todas maneras, no tenían otra cosa que hacer.

Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase…

Muchos asintieron, era peligroso salir.

Creo —dijo Harry, en voz todavía más baja— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.

Esta vez, al igual que cuando leyó con Lily lo del espejo de Oesed, no le hizo feliz que su hijo fuera a usar su capa. Era peligroso. Un peligro mucho mayor que cualquiera que él había corrido con su capa a esa edad.

Harry sólo había heredado una cosa de su padre: una capa larga y plateada para hacerse invisible.

—¡Y varias casas, además de toda nuestra fortuna! —dijo James algo molesto.

—Creo que se refería a cosas personales —opinó Lily.

Era su única posibilidad para salir a hurtadillas del colegio y visitar a Hagrid sin que nadie se enterara. Fueron a la cama a la hora habitual, esperaron a que Neville, Dean y Seamus hubieran dejado de hablar sobre la Cámara de los Secretos y se durmieran, y entonces se levantaron, volvieron a vestirse y se cubrieron con la capa.

La preocupación y los nervios volvieron a la sala.

El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Harry, que ya en ocasiones anteriores había caminado por allí de noche, no lo había visto nunca, después de la puesta del sol, tan lleno de gente: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. Como, a pesar de llevar la capa invisible, hacían el mismo ruido de siempre, hubo un instante especialmente tenso cuando Ron se dio un golpe en un dedo del pie, y estaban muy cerca del lugar en que Snape montaba guardia.

Harry fulminó a Ron con la mirada, ¿Es que no podía tener más cuidado?

Mientras, Snape se recriminaba a sí mismo el no haber sido consciente de que dos críos habían pasado a su lado sin que se diera cuenta. No le importaba que tuvieran una capa invisible, él debía de ser capaz de sentirlos. (N.A. Como en la primera película, en serio, me puse muy nervioso la primera vez que la vi y Snape alargó la mano para coger la capa de Harry)

Afortunadamente, Snape estornudó en el momento preciso en que Ron gritó.

Algunos suspiraron, algo impresionados por ese golpe de buena suerte.

—Bueno —dijo Parvati sonriendo—. Siempre tenéis tanta mala suerte que tampoco es tan raro que en algunos momentos os pasen cosas como esta.

Cuando finalmente alcanzaron la puerta principal de roble y la abrieron con cuidado, suspiraron aliviados.

Varios suspiraron aliviados también. No esperaban que el monstruo fuera a atacar a nadie fuera del castillo y eso les permitió relajarse un poco.

Era una noche clara y estrellada. Avanzaron con rapidez guiándose por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.

Los merodeadores asintieron, aprobándolo.

Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.

Muchos miraron a Hagrid extrañados y asustados, ¿Qué hacía con una ballesta?

¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacéis aquí los dos?

¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.

Nada, nada… —susurró Hagrid—. Estaba esperando… No importa… Sentaos, prepararé té.

Eso hizo fruncir el ceño a muchos, ¿A quién esperaba?

Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.

—Estaba nervioso —confesó Hagrid sonriendo levemente.

¿Estás bien, Hagrid? —dijo Harry—. ¿Has oído lo de Hermione?

¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada.

Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té).

Hagrid bajó la cabeza algo avergonzado.

Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.

La tensión se apoderó de la sala en segundos.

Se le cayó el pastel. Harry y Ron intercambiaron miradas de pánico, se echaron encima la capa para hacerse invisibles y se retiraron a un rincón oculto.

—Bien hecho —les dijo Remus sin apartar la vista de Bill, esperando a que siguiera leyendo.

Tras asegurarse de que no se les veía, Hagrid cogió la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.

Buenas noches, Hagrid.

Era Dumbledore.

Algunos suspiraron más calmados.

Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro.

Y volvieron a tensarse.

El desconocido era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba una extraña combinación de ropas: traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta.

Fudge gruñó algo molesto, ¿Acaso Potter estaba diciendo que no sabía combinar su ropa?

Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.

¡Es el jefe de mi padre! —musitó Ron—. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia!

Todos ya lo habían supuesto pero eso lo confirmaba.

Harry dio un codazo a Ron para que se callara.

Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.

¡Feo asunto, Hagrid! —dijo Fudge, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.

—Él no ha hecho nada —comenzó a gruñir Ginny con los ojos entrecerrados.

Yo nunca… —dijo Hagrid, mirando implorante a Dumbledore—. Usted sabe que yo nunca, profesor Dumbledore, señor…

Muchos asintieron, como intentando convencer a Dumbledore de que Hagrid no mentía.

Quiero que quede claro, Cornelius, que Hagrid cuenta con mi plena confianza —dijo Dumbledore, mirando a Fudge con el entrecejo fruncido.

Hagrid le sonrió al director agradecido. Nunca podría pagar todo lo que Dumbledore hacía por él. Era un hombre increíble.

Mira, Albus —dijo Fudge, incómodo—. Hagrid tiene antecedentes. El Ministerio tiene que hacer algo… El consejo escolar se ha puesto en contacto…

Aun así, Cornelius, insisto en que echar a Hagrid no va a solucionar nada —dijo Dumbledore. Los ojos azules le brillaban de una manera que Harry no había visto nunca.

Míralo desde mi punto de vista —dijo Fudge, cogiendo el sombrero y haciéndolo girar entre las manos—. Me están presionando. Tengo que acreditar que hacemos algo. Si se demuestra que no fue Hagrid, regresará y no habrá más que decir. Pero tengo que llevármelo. Tengo que hacerlo. Si no, no estaría cumpliendo con mi deber…

—¡Serás inútil! —exclamó Percy con furia—. ¡¿Qué te presionan?! ¡Gente está siendo petrificada! ¡Gente puede llegar a morir! ¡Y a ti solo te preocupa lo que piensen de ti si esto sigue así! ¡No sé cómo he aguantado trabajando contigo! ¡Me das asco!

Fudge no sabía cómo reaccionar. El mismo se daba asco a sí mismo, ¿Y se consideraba a sí mismo el ministro de magia? Sonrió con tristeza. Y es que no importaba que se esforzara de ahora en adelante, ya había hecho demasiado mal como ministro, alguien debía reemplazarle. Fudge estaba planeando presentar su dimisión.

¿Llevarme? —dijo Hagrid, temblando—. ¿Llevarme adónde?

Muchos tragaron saliva casi temblando, intuyendo a donde querían llevarle.

Sólo por poco tiempo —dijo Fudge, evitando los ojos de Hagrid—. No se trata de un castigo, Hagrid, sino más bien de una precaución. Si atrapamos al culpable, a usted se le dejará salir con una disculpa en toda regla.

Muchos gruñeron y miraron al ministro con furia.

¿No será a Azkaban? —preguntó Hagrid con voz ronca.

Sirius temblaba con violencia. Los recuerdos de su estancia en Azkaban le atormentaban cada noche. Era algo terrible, vacio, lejos de cualquier esperanza. Reviviendo cada día el día en el que descubrió que su hermano Regulus había muerto, el momento en el que se enteró de que James y Lily habían muerto, el momento en el que su propia madre, quien tenía que quererle de manera incondicional, le desheredaba y el momento en el que descubrió que Peter les había traicionado y que, además, no se arrepentía.

Antes de que Fudge pudiera responder, llamaron con fuerza a la puerta.

La tensión aumentó, ¿Quién sería ahora?

Abrió Dumbledore. Ahora fue Harry quien recibió un codazo en las costillas, porque había dejado escapar un grito ahogado bien audible.

El señor Lucius Malfoy entró en la cabaña de Hagrid con paso decidido, envuelto en una capa de viaje negra y con una gélida sonrisa de satisfacción. Fang se puso a aullar.

Malfoy abrió mucho los ojos, ¿Qué hacia su padre en la casa de Hagrid?

¡Ah, ya está aquí, Fudge! —dijo complacido al entrar—. Bien, bien…

¿Qué hace usted aquí? —le dijo Hagrid furioso—. ¡Salga de mi casa!

—Bien dicho, Hagrid —le apoyó Arthur.

Créame, buen hombre, que no me produce ningún placer entrar en esta… ¿la ha llamado casa? —repuso Lucius Malfoy contemplando la cabaña con desprecio—. Simplemente, he ido al colegio y me han dicho que el director estaba aquí.

Muchos gruñeron. El padre de Malfoy era mucho más desagradable que su hijo.

¿Y qué es lo que quiere de mí, exactamente, Lucius? —dijo Dumbledore. Hablaba cortésmente, pero aún tenía los ojos azules llenos de furia.

Es lamentable, Dumbledore —dijo perezosamente el señor Malfoy, sacando un rollo de pergamino—, pero el consejo escolar ha pensado que es hora de que usted abandone.

—¡¿Cómo?! —exclamó Lily alarmada—. ¡No! ¡No pueden hacer eso!

Aquí traigo una orden de cese, y aquí están las doce firmas. Me temo que este asunto se le ha escapado de las manos. ¿Cuántos ataques ha habido ya? Otros dos esta tarde, ¿no es cierto? A este ritmo, no quedarán en Hogwarts alumnos de familia muggle, y todos sabemos el gran perjuicio que ello supondría para el colegio.

Harry percibió que Dobby tenía sus enormes ojos entrecerrados y con una mirada llena de furia. También notó que intentaba contener los continuos arrebatos que tenía de castigarse por ello y eso hizo que Harry se cabreara con Lucius aún más.

¿Qué? ¡Vaya, Lucius! —dijo Fudge, alarmado—, Dumbledore cesado… No, no…, lo último que querría, precisamente ahora…

Muchos asintieron, aunque les molestaba estar de acuerdo con el idiota que tenían por ministro.

El nombramiento y el cese del director son competencia del consejo escolar, Fudge —dijo con suavidad el señor Malfoy—. Y como Dumbledore no ha logrado detener las agresiones…

Pero, Lucius, si Dumbledore no ha logrado detenerlas —dijo Fudge, que tenía el labio superior empapado en sudor—, ¿quién va a poder?

—¡Eso es lo que le interesa! —exclamó Malfoy—. ¡Él no quiere que los ataques se detengan!

Muchos miraron a Malfoy extrañados, ¿Por qué se comportaba tan raro últimamente? Pansy, Crabbe y Goyle no lo entendían para nada pero, eso sí, les molestaba, y mucho.

Ya se verá —respondió el señor Malfoy con una desagradable sonrisa—. Pero como los doce hemos votado…

Hagrid se levantó de un salto, y su enredada cabellera negra rozó el techo.

¿Y a cuántos ha tenido que amenazar y chantajear para que accedieran, eh, Malfoy? —preguntó.

Muchos gruñeron cabreados con Lucius pero sobretodo Draco. Él estaba seguro de que su padre había hecho eso para conseguir las firmas.

Muchacho, muchacho, por Dios, este temperamento suyo le dará un disgusto un día de éstos —dijo Malfoy—. Me permito aconsejarle que no grite de esta manera a los carceleros de Azkaban. No creo que se lo tomen a bien.

—¡Será idiota! —saltó Sirius cabreado—. ¡Pienso matarlo!

James le escuchaba asombrado, ¿Por qué se había alterado tanto? Si, entendía que el comentario de Lucius era más que desagradable, y de haber estado presente le habría dado un buen puñetazo pero, ciertamente, sentía algo raro en Sirius.

¡Puede quitar a Dumbledore! —chilló Hagrid, y Fang, el perro jabalinero, se encogió y gimoteó en su cesta—. ¡Lléveselo, y los alumnos de familia muggle no tendrán ni una oportunidad! ¡Y habrá más asesinatos!

—Eso es precisamente lo que quiere —dijo Hermione enojada.

Cálmate, Hagrid —le dijo bruscamente Dumbledore. Luego se dirigió a Lucius Malfoy—. Si el consejo escolar quiere mi renuncia, Lucius, me iré.

—¡No! —gritaron muchos, aunque la mayoría ya sabían que así había sido.

Pero… —tartamudeó Fudge.

¡No! —gimió Hagrid.

Dumbledore no había apartado sus vivos ojos azules de los ojos fríos y grises de Malfoy.

Sin embargo —dijo Dumbledore, hablando muy claro y despacio, para que todos entendieran cada una de sus palabras—, sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.

Muchos escuchaban extrañados.

—¿Y que se supone que significa eso? —preguntó Ron pero nadie dijo nada.

Durante un instante, Harry estuvo convencido de que Dumbledore les había guiñado un ojo, mirando hacia el rincón donde Ron y él estaban ocultos.

Dumbledore sonrió ligeramente pero no dijo nada, aunque bien sabía el que así había sido.

Admirables sentimientos —dijo Malfoy, haciendo una inclinación—. Todos echaremos de menos su personalísima forma de dirigir el centro, Albus, y sólo espero que su sucesor consiga evitar los… asesinatos.

La mayoría gruñeron.

Se dirigió con paso decidido a la puerta de la cabaña, la abrió, saludó a Dumbledore con una inclinación y le indicó que saliera. Fudge esperaba, sin dejar de manosear su sombrero, a que Hagrid pasara delante, pero Hagrid no se movió, sino que respiró hondo y dijo pausadamente:

Si alguien quisiera desentrañar este embrollo, lo único que tendría que hacer es seguir a las arañas. Ellas lo conducirían. Eso es todo lo que tengo que decir. —Fudge lo miró extrañado—. De acuerdo, ya voy —añadió, poniéndose el abrigo de piel de topo. Cuando estaba a punto de seguir a Fudge por la puerta, se detuvo y dijo en voz alta—: Y alguien tendrá que darle de comer a Fang mientras estoy fuera.

—¿Seguir a las arañas? —preguntó Ginny extrañada—. ¿A qué te referías, Hagrid?

—A eso, simple y llanamente —dijo Ron estremeciéndose—. A seguir a las arañas.

Muchos le miraron extrañados.

La puerta se cerró de un golpe y Ron se quitó la capa invisible.

En menudo embrollo estamos metidos —dijo con voz ronca—. Sin Dumbledore. Podrían cerrar el colegio esta misma noche. Sin él, habrá un ataque cada día.

La mayoría estaban muy preocupados. Sabían que no habría un ataque cada día, que eso era una exageración pero, definitivamente, el colegio estaba mucho peor protegido ahora que no estaba Dumbledore.

Fang se puso a aullar, arañando la puerta.

Hagrid sonrió algo triste pensando en Fang e imaginándose la mal que habría tenido que pasarlo sin él.

—Y fin del capítulo —dijo Bill suspirando con cansancio, pensando que, al parecer, las sorpresas no iban a acabar, ¿Qué clase de locuras quedarían todavía por delante?

—Yo leeré —dijo Hermione poniéndose en pie y caminando hasta Bill. Ella ahora estaba petrificada así que no iba a tener que leer en alto sobre ella misma. Pasó la página del libro y leyó—: Aragog.


1 comentario :

  1. "solo ataca a sangre sucias". Luna hablando eso? Sorpresa és poco para describir como estoy ahora...

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