jueves, 28 de agosto de 2014

El peor cumpleaños


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling.

EL PEOR CUMPLEAÑOS

Dumbledore le miró por unos segundos y asintió. Cogió el siguiente volumen y leyó en voz alta:

Harry Potter y la Cámara Secreta.

Harry tragó saliva siendo consciente de algo importante. Ginny. Ella lo había pasado fatal ese año. Había sido poseída, había hecho cosas sin poder controlarse, había sido secuestrada y había estado cerca de morir. Sin duda, no le iba a agradar revivir los hechos de ese año y mucho menos de forma tan pública. Harry suspiró, supuso que debía hacer algo.

Estaba sentado junto a sus padres en los cómodos sillones que Dumbledore había colocado. Enfrente de él estaban Ginny, Hermione y Ron. Sonrió, estaban todos cerca de ella, tendría apoyo de sobra.
Harry seguía girando su cabeza de vez en cuando hacia sus padres, comprobando que seguían allí y ellos le sonreían cada vez que les miraba.

Dumbledore comenzó con la lectura:

No era la primera vez que en el número 4 de Privet Drive estallaba una discusión durante el desayuno.

James entrecerró los ojos. Había leído en el libro anterior como su hijo había tenido que dormir en una alacena, como había tenido que usar ropa vieja, como le habían llegado a castigar sin darle de comer y muchas cosas más. Sin duda, James les odiaba y se sentía impotente sabiendo que en cuanto volviese a su época no podría dejarles bien claro unas cuantas cosas porque habría olvidado todo.

—Descuida, James, nosotros nos encargaremos —le dijo Sirius adivinando sus pensamientos con una maliciosa sonrisa.

—Sirius... Te ves fatal —comentó Lily extrañada mientras le miraba a los ojos buscando una explicación. Viendo a Sirius cualquiera diría que se había pasado, no sé, ¿Catorce años en Azkaban? Sirius tragó saliva, nervioso, no quería empezar con este tema ahora.

—¿Y dónde está Colagusano? —preguntó James extrañado. Sirius y Remus se miraron sin saber que decir. Por suerte para ellos Harry les sacó del apuro.

—Tercer libro.

A primera hora de la mañana, había despertado al señor Vernon Dursley un sonoro ulular procedente del dormitorio de su sobrino Harry.

¡Es la tercera vez esta semana! —se quejó, sentado a la mesa—. ¡Si no puedes dominar a esa lechuza, tendrá que irse a otra parte!

Harry intentó explicarse una vez más.

Es que se aburre. Está acostumbrada a dar una vuelta por ahí. Si pudiera dejarla salir aunque sólo fuera de noche…

—¡La tenían encerrada! —bufó Lily con los ojos bien abiertos—. ¡Eso es maltrato animal!

—Lily, esos idiotas han hecho a Harry dormir en una alacena, después de eso yo no sé por qué te sorprendes —se quejó James enfadado.

Snape les observaba intentando permanecer impasible, ¡Había pasado años esperando volver esos brillantes ojos verdes! Y ahora, por fin, estaba teniendo la oportunidad de contemplarlos. Estaba lejos de ella, si, y mucho, pero aun así era capaz de detectar el brillo que siempre había habitado en esos ojos, más potente que nunca, ¡Como deseaba verse nuevamente reflejado en ellos!, ¡Como deseaba poder perderse en la profundidad de estos! Pero no podía ser. Había perdido esa oportunidad hace tiempo, la perdió más todavía cuando le dijo la profecía a Voldemort y aún más cuando comenzó a portarse mal con su hijo.

Pero Snape no era una persona de las que se rinden. Había decidido vivir en sus recuerdos, vivía alimentándose de cada conversación que llegó a tener con ella en un pasado. Eso le daba la fuerza necesaria para seguir adelante, viviendo esa media vida que vivía, la que había decidido vivir para matar a Voldemort y, sobre todo, para proteger a el hijo de Lily, aquel chico que llevaba sus ojos.

¿Acaso tengo cara de idiota? —gruñó tío Vernon, con restos de huevo frito en el poblado bigote—. Ya sé lo que ocurriría si saliera la lechuza.

—¿Qué no te despertaría? —replicó Sirius burlón.

—Me alegra saber que no has perdido tu sentido del humor, Canuto —le dijo James sonriendo.

Cambió una mirada sombría con su esposa, Petunia.

Lily puso una expresión sombría ante la mención de su hermana. Ella sabía que Petunia podía ser desagradable pero nunca llegó a pensar que sería capaz de encerrar a su hijo en una alacena.

Harry quería seguir discutiendo, pero un eructo estruendoso y prolongado de Dudley, el hijo de los Dursley, ahogó sus palabras.

Varios pusieron muecas de asco.

¡Quiero más beicon!

Queda más en la sartén, ricura —dijo tía Petunia, volviendo los ojos a su robusto hijo—. Tenemos que alimentarte bien mientras podamos… No me gusta la pinta que tiene la comida del colegio…

No digas tonterías, Petunia, yo nunca pasé hambre en Smeltings —dijo con énfasis tío Vernon—. Dudley come lo suficiente, ¿verdad que sí, hijo?

—Más que suficiente —murmuró Harry para sí mismo pero su padre le escuchó y le sonrió.

Dudley, que estaba tan gordo que el trasero le colgaba por los lados de la silla, hizo una mueca y se volvió hacia Harry.

Pásame la sartén.

Se te han olvidado las palabras mágicas —repuso Harry de mal talante.

El efecto que esta simple frase produjo en la familia fue increíble: Dudley ahogó un grito y se cayó de la silla con un batacazo que sacudió la cocina entera; la señora Dursley profirió un débil alarido y se tapó la boca con las manos, y el señor Dursley se puso de pie de un salto, con las venas de las sienes palpitándole.

—¿Qué coño? —preguntó Charlie extrañado por la reacción y su madre, tan extrañada como el, no tuvo reparos en golpearle en la cabeza por usar palabras indebidas.

¡Me refería a «por favor»! —dijo Harry inmediatamente—. No me refería a…

—Oh —ahora todos entendieron por qué se habían asustado. Pensaban que Harry estaba hablando de magia.

¿QUÉ TE TENGO DICHO —bramó el tío, rociando saliva por toda la mesa— ACERCA DE PRONUNCIAR LA PALABRA CON «M» EN ESTA CASA?

—La palabra con "M" —bufó Remus negando con la cabeza.

Pero yo…

¡CÓMO TE ATREVES A ASUSTAR A DUDLEY! —dijo furioso tío Vernon, golpeando la mesa con el puño.

—En serio, cada vez que te grita tengo ganas de hechizarle hasta saciarme —le confeso James que hacía un gran esfuerzo por mantenerse sereno para no parecer un padre impulsivo y agresivo. Quería que Harry tuviese una buena visión de él.

Al parecer Sirius no opinaba lo mismo pues gritaba insultos cada rato.

Yo sólo…

¡TE LO ADVERTÍ! ¡BAJO ESTE TECHO NO TOLERARÉ NINGUNA MENCIÓN A TU ANORMALIDAD!

La sala se llenó de quejidos por cómo se refería ese muggle a la magia.

Harry miró el rostro encarnado de su tío y la cara pálida de su tía, que trataba de levantar a Dudley del suelo.

De acuerdo —dijo Harry—, de acuerdo…

—Bien hecho —le felicitó su madre sonriendo—. No te dejes llevar como ellos han hecho.

Tío Vernon volvió a sentarse, resoplando como un rinoceronte al que le faltara el aire y vigilando estrechamente a Harry por el rabillo de sus ojos pequeños y penetrantes.

Desde que Harry había vuelto a casa para pasar las vacaciones de verano, tío Vernon lo había tratado como si fuera una bomba que pudiera estallar en cualquier momento; porque Harry no era un muchacho normal. De hecho, no podía ser menos normal de lo que era.

—Y que lo digas —le dijo Ron de manera burlona.

Harry Potter era un mago…, un mago que acababa de terminar el primer curso en el Colegio Hogwarts de Magia. Y si a los Dursley no les gustaba que Harry pasara con ellos las vacaciones, su desagrado no era nada comparado con el de su sobrino.

—No me extraña —dijeron muchos.

Añoraba tanto Hogwarts que estar lejos de allí era como tener un dolor de estómago permanente. Añoraba el castillo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape, el profesor de Pociones);

—Ese es mi hijo —dijo James mientras ponía su mano en el hombro de Harry mientras Snape le fulminaba con la mirada.

—James —le susurro Lily al oído a su marido—. Sabes que esta es tu oportunidad para disculparte y dejar atrás vuestras diferencias, ¿Verdad?

—¿Qué? Pero tú has visto cómo se comporta con Harry...

—Cada vez que leamos algo sobre eso te apoyaré pero hablo de vuestras estúpidas peleas en la escuela.

—Está bien... Cuando acabe el capítulo —aceptó James resignado, era incapaz de negarle nada a ella.

las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir en su cama con dosel en el dormitorio de la torre; visitar a Hagrid, el guardabosques, que vivía en una cabaña en las inmediaciones del bosque prohibido; y, sobre todo, añoraba el quidditch, el deporte más popular en el mundo mágico, que se jugaba con seis altos postes que hacían de porterías, cuatro balones voladores y catorce jugadores montados en escobas.

—¿Puede un padre estar más orgulloso de su hijo? —preguntó James con la cara iluminada—. No solo le gusta el quidditch sino que empezó como buscador en primer año aun cuando está prohibido.
Harry sonreía como un estúpido. Su padre estaba orgulloso de él.

En cuanto Harry llegó a la casa, tío Vernon le guardó en un baúl bajo llave, en la alacena que había bajo la escalera, todos sus libros de hechizos, la varita mágica, las túnicas, el caldero y la escoba de primerísima calidad, la Nimbus 2.000. ¿Qué les importaba a los Dursley si Harry perdía su puesto en el equipo de quidditch de Gryffindor por no haber practicado en todo el verano?

—Idiotas —bramaron muchos cabreados pero las voces de Sirius y James sonaron por encima de las del resto.

¿Qué más les daba a los Dursley si Harry volvía al colegio sin haber hecho los deberes?

—¡Ni siquiera te dejaban hacer los deberes! —se quejó Lily indignada pero James lo veía de otra manera.

—Bueno, así tienes una excusa para no hacerlos —le dijo guiñándole un ojo.

Los Dursley eran lo que los magos llamaban muggles, es decir, que no tenían ni una gota de sangre mágica en las venas, y para ellos tener un mago en la familia era algo completamente vergonzoso. Tío Vernon había incluso cerrado con candado la jaula de Hedwig, la lechuza de Harry, para que no pudiera llevar mensajes a nadie del mundo mágico.

Muchos sintieron pena por Hedwig.

Harry no se parecía en nada al resto de la familia. Tío Vernon era corpulento, carecía de cuello y llevaba un gran bigote negro; tía Petunia tenía cara de caballo y era huesuda; Dudley era rubio, sonrosado y gordo. Harry, en cambio, era pequeño y flacucho, con ojos de un verde brillante y un pelo negro azabache siempre alborotado.

Lily y James sonrieron inconscientemente, alegres de ver que su hijo llevaba inconfundibles marcas de cada uno de los dos.

Llevaba gafas redondas y en la frente tenía una delgada cicatriz en forma de rayo.
Era esta cicatriz lo que convertía a Harry en alguien muy especial, incluso entre los magos. La cicatriz era el único vestigio del misterioso pasado de Harry y del motivo por el que lo habían dejado, hacía once años, en la puerta de los Dursley.

Todos bajaron la cabeza. Sintiéndose peor todavía ahora que los Potter estaban delante.

A la edad de un año, Harry había sobrevivido milagrosamente a la maldición del hechicero tenebroso más importante de todos los tiempos, lord Voldemort, cuyo nombre muchos magos y brujas aún temían pronunciar. Los padres de Harry habían muerto en el ataque de Voldemort, pero Harry se había librado, quedándole la cicatriz en forma de rayo. Por alguna razón desconocida, Voldemort había perdido sus poderes en el mismo instante en que había fracasado en su intento de matar a Harry.

Todos se sentían fatal pero James y Lily parecían tenerlo asimilado y parecía no importarles. Pero Harry entendió, les dolía, claro que les dolía, pero no querían parecer débiles delante de él. Les sonrió con ganas a ambos.

De forma que Harry se había criado con sus tíos maternos. Había pasado diez años con ellos sin comprender por qué motivo sucedían cosas raras a su alrededor, sin que él hiciera nada, y creyendo la versión de los Dursley, que le habían dicho que la cicatriz era consecuencia del accidente de automóvil que se había llevado la vida de sus padres.

James bufó.

—Por favor —se quejó indignado—. Si algo va a ser capaz de matarme a mí, el gran James Potter, tiene que ser como mínimo el mago oscuro más poderoso de todos los tiempos. Además, seguro que me pilló desprevenido.

Todos le miraban sorprendidos por la facilidad con la que hablaba sobre eso pero Lily rodó los ojos.

—Ya, claro, como si no hubieses pasado todo este año con la varita preparada en todo momento.

—Pero seguro que en ese momento me descuidé. Si no le habría hecho zas, y luego pum y habría salido volando y luego me habría lanzado contra él y le habría lanzado un...

—Ya, James, corta el rollo.

Pero más adelante, hacía exactamente un año, Harry había recibido una carta de Hogwarts y así se había enterado de toda la verdad. Ocupó su plaza en el colegio de magia, donde tanto él como su cicatriz se hicieron famosos…; pero el curso escolar había acabado y él se encontraba otra vez pasando el verano con los Dursley, quienes lo trataban como a un perro que se hubiera revolcado en estiércol.

Sirius bufó.

—Se nota que vosotros no sabéis lo que se siente al hacerlo.

Remus rodó los ojos y le indicó a Dumbledore que continuara.

Los Dursley ni siquiera se habían acordado de que aquel día Harry cumplía doce años.

Harry suspiro, esperando que la gente comenzara a mirarle con pena pero eso no pasó.

—¡FELICIDADES!

Casi todos habían felicitado a Harry y este sonrió, eso era bastante mejor que tener que soportar miradas de pena.

No es que él tuviera muchas esperanzas, porque nunca le habían hecho un regalo como Dios manda, y no digamos una tarta… Pero de ahí a olvidarse completamente…

Ahora si le miraron con pena.

En aquel instante, tío Vernon se aclaró la garganta con afectación y dijo:

Bueno, como todos sabemos, hoy es un día muy importante.

—No puede ser —dijo Sirius con los ojos tan abiertos que parecía la profesora Trelawney.

Harry levantó la mirada, incrédulo.

Como todos en la sala.

Puede que hoy sea el día en que cierre el trato más importante de toda mi vida profesional —dijo tío Vernon.

—Ya me esperaba algo así —suspiró Remus.

—¡Será idiota! —bufó Lily.

Harry volvió a concentrar su atención en la tostada. Por supuesto, pensó con amargura, tío Vernon se refería a su estúpida cena. No había hablado de otra cosa en los últimos quince días. Un rico constructor y su esposa irían a cenar, y tío Vernon esperaba obtener un pedido descomunal. La empresa de tío Vernon fabricaba taladros.

—¿Qué es un taladro? —preguntó Pansy Parkinson (nuevamente).

—No pienso volver a responder a eso —aseguró Hermione exasperada y nadie mas dijo nada.

Creo que deberíamos repasarlo todo otra vez —dijo tío Vernon—. Tendremos que estar en nuestros puestos a las ocho en punto.

—¿En nuestros puestos? —preguntó Ron extrañado.

—Igual van a tenderles una emboscada y a obligarles a cerrar el trato —sugirió Fred.

Petunia, ¿tú estarás…?

En el salón —respondió enseguida tía Petunia—, esperando para darles la bienvenida a nuestra casa.

Algunos soltaron un bufido.

Bien, bien. ¿Y Dudley?

Estaré esperando para abrir la puerta. —Dudley esbozó una sonrisa idiota—. ¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?

—Oh, dios, es repugnante —aseguró Ginny y muchos asintieron con la cabeza.

¡Les va a parecer adorable! —exclamó embelesada tía Petunia.

Los bufidos cubrieron la sala.

Excelente, Dudley —dijo tío Vernon. A continuación, se volvió hacia Harry—. ¿Y tú?

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —dijo Harry, con voz inexpresiva.

James entrecerró los ojos notando como la furia invadía su cuerpo ¡Oh Merlín, que ganas tenía de ir y de darles la paliza de sus vidas!

Lily respiraba pesadamente y su cara se estaba volviendo roja.

Exacto —corroboró con crueldad tío Vernon—. Yo los haré pasar al salón, te los presentaré, Petunia, y les serviré algo de beber. A las ocho quince…

—¿En serio? —preguntó George impresionado—. ¿Intentan controlar el tiempo exacto en el que hacer cada cosa?

—Idiotas —dijo Fred mientras negaba con la cabeza.

Anunciaré que está lista la cena —dijo tía Petunia—. Y tú, Dudley, dirás…

¿Me permite acompañarla al comedor, señora Mason? —dijo Dudley, ofreciendo su grueso brazo a una mujer invisible.

Algunos rieron imaginándose la pena que debía dar el pobre niño haciendo algo tan ridículo.

¡Mi caballerito ideal! —suspiró tía Petunia.

Muchos negaron con la cabeza divertidos.

¿Y tú? —preguntó tío Vernon a Harry con brutalidad.

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —recitó Harry.

La respiración de Lily se volvía cada vez más pesada.

Exacto. Bien, tendríamos que tener preparados algunos cumplidos para la cena. Petunia, ¿sugieres alguno?

La gente comenzaba a exasperarse, era una familia odiosa, ¿Cómo había podido salir Harry de ahí siendo tan buen chico?

Vernon me ha asegurado que es usted un jugador de golf excelente, señor Mason… Dígame dónde ha comprado ese vestido, señora Mason…

Algunos suspiraron.

Perfecto… ¿Dudley?

¿Qué tal: «En el colegio nos han mandado escribir una redacción sobre nuestro héroe preferido, señor Mason, y yo la he hecho sobre usted»?

Todos empezaron a reír ruidosamente.

Esto fue más de lo que tía Petunia y Harry podían soportar. Tía Petunia rompió a llorar de la emoción y abrazó a su hijo, mientras Harry escondía la cabeza debajo de la mesa para que no lo vieran reírse.

Ahora Harry podía reír con los demás sin tener que esconderse.

¿Y tú, niño?

Al enderezarse, Harry hizo un esfuerzo por mantener serio el semblante.

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —repitió.

Lily soltó una bocanada de aire, intentando relajarse. Cada vez que le decían algo a Harry comenzaba a odiarles más.

Eso espero —dijo el tío duramente—. Los Mason no saben nada de tu existencia y seguirán sin saber nada. Al terminar la cena, tú, Petunia, volverás al salón con la señora Mason para tomar el café y yo abordaré el tema de los taladros. Con un poco de suerte, cerraremos el trato, y el contrato estará firmado antes del telediario de las diez. Y mañana mismo nos iremos a comprar un apartamento en Mallorca.

A Harry aquello no le emocionaba mucho. No creía que los Dursley fueran a quererlo más en Mallorca que en Privet Drive.

Y de nuevo miradas tristes se dirigieron a Harry.

Bien…, voy a ir a la ciudad a recoger los esmóquines para Dudley y para mí. Y tú —gruñó a Harry—, manténte fuera de la vista de tu tía mientras limpia.

Algunos bufaron, cabreados.

Harry salió por la puerta de atrás. Era un día radiante, soleado. Cruzó el césped, se dejó caer en el banco del jardín y canturreó entre dientes: «Cumpleaños feliz…, cumpleaños feliz…, me deseo yo mismo…»

Muchos volvieron a mirar a Harry con tristeza.

—En serio, Harry, parece que te encanta hacerte sentir mal a ti mismo —comentó Ginny intentando no pensar en las ganas que tenía de abrazar a ese Harry triste.

No había recibido postales ni regalos, y tendría que pasarse la noche fingiendo que no existía. Abatido, fijó la vista en el seto. Nunca se había sentido tan solo. Antes que ninguna otra cosa de Hogwarts, antes incluso que jugar al quidditch, lo que de verdad echaba de menos era a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger.

Ambos le sonrieron con alegría.

Pero ellos no parecían acordarse de él. Ninguno de los dos le había escrito en todo el verano, a pesar de que Ron le había dicho que lo invitaría a pasar unos días en su casa.

Todos fulminaron a Ron y a Hermione con la mirada.

—¿Por qué? —les preguntó Lavender con el ceño fruncido y algo enojada.

—Oh, claro que le escribimos. Yo le escribí un montón de cartas pero nunca llegaron a él.

Todos se extrañaron ante esa declaración, ¿Qué interfería entre Harry y sus cartas? Ninguno de los que lo sabían quiso decirlo.

Un montón de veces había estado a punto de emplear la magia para abrir la jaula de Hedwig y enviarla a Ron y a Hermione con una carta, pero no valía la pena correr el riesgo.

Lily y la señora Weasley asintieron.

A los magos menores de edad no les estaba permitido emplear la magia fuera del colegio. Harry no se lo había dicho a los Dursley; sabía que la única razón por la que no lo encerraban en la alacena debajo de la escalera junto con su varita mágica y su escoba voladora era porque temían que él pudiera convertirlos en escarabajos.

Algunos soltaron una pequeña risita mientras el resto entrecerraba los ojos.

Durante las dos primeras semanas, Harry se había divertido murmurando entre dientes palabras sin sentido y viendo cómo Dudley escapaba de la habitación todo lo deprisa que le permitían sus gordas piernas.

Los merodeadores, los gemelos y Tonks sonrieron a Harry y Lily le dio un golpe a James.

—Que se porte así es por tu culpa —le regañó pero James se lo tomó como un cumplido y Sirius miró fijamente a Lily.

—¿Y a ti que te pasa? —le preguntó Lily a Sirius.

—¿Y a mí porque no me pegas? —le preguntó Sirius extrañado.

—¿Por qué te tendría que pegar?

—¡Porque soy su padrino! Si Harry se porta así es todo gracias al grandioso Sirius Orion Black.

Lily sonrió alzando una ceja y Sirius la miraba impaciente.

—¡Que me pegues demonios! Es un insulto para mí que no lo hagas.

Lily comenzó a reírse y Harry se maravilló de lo hermosa que era la risa de su madre.

—Ven aquí, Canuto, ya te doy yo, no te preocupes —dijo James sonriendo pero Sirius se hizo el ofendido y se dio la vuelta, algo enojado. Lily seguía riéndose.

—Oh, venga ya Sirius, ¿En serio quieres que te pegue? —le preguntó Lily sin acabar de creérselo.

—¡Te ordeno que me pegues! Si no seré una vergüenza como padrino —bufó este y Lily le dio un buen golpe en la cabeza.

—¡Sí! Soy el mejor padrino del mundo, admiradme —dijo Sirius saltando de alegría y muchos volvieron a reír. Incluso Remus se rió con ganas, en el pasado se limitaba a rodar los ojos cuando sucedían escenas como esta (cosa que pasaba muy a menudo), pero ahora, sintiendo tanta nostalgia que no pudo controlarla, comenzó a reír con ganas mientras alguna lagrima descendía por su rostro.

Dumbledore, que les había estado observando divertido, volvió a leer.

Pero el prolongado silencio de Ron y Hermione le había hecho sentirse tan apartado del mundo mágico, que incluso el burlarse de Dudley había perdido la gracia…, y ahora Ron y Hermione se habían olvidado de su cumpleaños.

—¡No lo hicimos! —se quejaron ambos.

—Lo sé —les recordó este con una sonrisa.

¡Lo que habría dado en aquel momento por recibir un mensaje de Hogwarts, de un mago o una bruja! Casi le habría alegrado ver a su mortal enemigo, Draco Malfoy, para convencerse de que aquello no había sido solamente un sueño…

—Vaya, sí que estabas desesperado —comentó Ginny.

Malfoy se sintió extrañado al ver que las palabras "Enemigo Mortal" no le parecían tan atrayentes como hace unos años.

Aunque no todo el curso en Hogwarts resultó divertido. Al final del último trimestre, Harry se había enfrentado cara a cara nada menos que con el mismísimo lord Voldemort.

La sala volvió a tensarse mientras recordaban lo ocurrido.

Aun cuando no fuera más que una sombra de lo que había sido en otro tiempo, Voldemort seguía resultando terrorífico, era astuto y estaba decidido a recuperar el poder perdido. Por segunda vez, Harry había logrado escapar de las garras de Voldemort, pero por los pelos, y aún ahora, semanas más tarde, continuaba despertándose en mitad de la noche, empapado en un sudor frío, preguntándose dónde estaría Voldemort, recordando su rostro lívido, sus ojos muy abiertos, furiosos…

Muchos tragaron saliva, entendiendo lo frustrante y aterrador que debía ser eso, más todavía para un niño que acababa de cumplir doce años.

De pronto, Harry se irguió en el banco del jardín. Se había quedado ensimismado mirando el seto… y el seto le devolvía la mirada. Entre las hojas habían aparecido dos grandes ojos verdes.

—¿Qué? —preguntaron muchos extrañados.

—¿Por qué todas las cosas raras te pasan a ti? —le preguntó Neville entre exasperado y sorprendido.

—Bueno, yo todavía no he perdido una nalga por guardar la varita en el bolsillo trasero del pantalones—comentó Harry recordando lo que Ojoloco le había dicho ese mismo año y todos le miraron extrañados.

—¿Por qué tendrías que... —empezó a preguntar Ron pero Moody le cortó.

—¡Eso da igual! Sigue leyendo, Albus.

Una voz burlona resonó detrás de él en el jardín y Harry se puso de pie de un salto.

Sé qué día es hoy —canturreó Dudley, acercándosele con andares de pato.

Algunos miraron el libro sin entender, ¿Qué hacia Dudley canturreando que sabía que día era?

Los ojos grandes se cerraron y desaparecieron.

Algunos suspiraron aliviados pero otros seguían curiosos por saber que había sido ese ser.

¿Qué? —preguntó Harry, sin apartar la vista del lugar por donde habían desaparecido.

Sé qué día es hoy —repitió Dudley a su lado.

Enhorabuena —respondió Harry—. ¡Por fin has aprendido los días de la semana!

Muchos empezaron a reír.

Hoy es tu cumpleaños —dijo con sorna—. ¿Cómo es que no has recibido postales de felicitación? ¿Ni siquiera en aquel monstruoso lugar has hecho amigos?

—¡Será idiota! —rugió Ginny—. Que ganas tengo de hechizarlo, ¡Por Merlín!

James miró a Ginny con una pícara sonrisa ladeada. Pelirroja, atractiva, buena persona y con carácter. Llamó disimuladamente a Sirius, que estaba sentado a su derecha junto a unos muy cariñosos Remus y Tonks, y señaló a Ginny con la cabeza de manera disimulada. Sirius sonrió.

—Eso creemos. Hemos hecho una apuesta por en que año empiezan a salir —le susurró Sirius y James sonrió.

—¿Puedo entrar?

—Lo siento por ti, Cornamenta, pero los tres años restantes de Hogwarts están cogidos, como no quieras apostar por que empiezan a salir después de terminar el año escolar no tienes nada.

James bufó asqueado, ahora no podía ni apostar sobre la vida sentimental de su hijo.

—¿Y tú por que año has apostado? —le preguntó curioso.

—¡El quinto! Yo confió en mi ahijado —afirmó Sirius.

James sonrió travieso.

—¿Y si va tras otra mujer?

—No creo que sea tan miope... Ginny es la correcta —opinó Sirius.

Procura que tu mamá no te oiga hablar sobre mi colegio —contestó Harry con frialdad.
Dudley se subió los pantalones, que no se le sostenían en la ancha cintura.

¿Por qué miras el seto? —preguntó con recelo.

Estoy pensando cuál sería el mejor conjuro para prenderle fuego —dijo Harry.

Todos volvieron a reír. Harry vio a su madre disimular una pequeña carcajada.

Al oírlo, Dudley trastabilló hacia atrás y el pánico se reflejó en su cara gordita.

No…, no puedes… Papá dijo que no harías ma-magia… Ha dicho que te echará de casa…, y no tienes otro sitio donde ir…, no tienes amigos con los que quedarte…

Las risas aumentaron más todavía.

¡Abracadabra! —dijo Harry con voz enérgica—. ¡Pata de cabra! ¡Patatum, patatam!

¡Mamaaaaaaá! —vociferó Dudley, dando traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está haciendo lo que tú sabes!

Eso ya fue el colmo. Sirius rodaba por el suelo riéndose mientras Remus le miraba divertido y James se reía golpeando a Harry en el hombro repetidas veces.

Harry pagó caro aquel instante de diversión. Como Dudley y el seto estaban intactos, tía Petunia sabía que Harry no había hecho magia en realidad, pero aun así intentó pegarle en la cabeza con la sartén que tenía a medio enjabonar

—¡Sera bruta! —exclamó Lily enojada.

y Harry tuvo que esquivar el golpe.

—¡Ese es mi hijo/ahijado! —dijeron James y Sirius satisfechos.

Luego le dio tareas que hacer, asegurándole que no comería hasta que hubiera acabado.

Algunos bufaron.

Mientras Dudley no hacía otra cosa que mirarlo y comer helados, Harry limpió las ventanas, lavó el coche, cortó el césped, recortó los arriates, podó y regó los rosales y dio una capa de pintura al banco del jardín.

Harry vio como el color de la piel de su madre era más rojo que el de sus cabellos, parecía estar a punto de estallar.

—¡Explosión Evans! ¡Al suelo! —gritó Sirius mientras si tiraba al suelo y se cubría la cabeza con las manos. Por inercia y costumbre Remus y James le imitaron.

—¡Pero como se atreve a hacerte hacer todo eso! ¡INDIGNANTE! ¡ESO ES EXPLOTACIÓN INFANTIL! —explotó Lily que se había puesto en pie y despotricaba contra su hermana a gritos—. ¡¿Pero quien se cree ella para hacerte hacer todo eso?!

Lily siguió gritando un rato más mientras James intentaba calmarla. Sirius seguía en el suelo temiendo que el techo se le callase encima y Remus se había levantado, avergonzado por haberse tirado al suelo como hacía en la adolescencia mientras Tonks se reía de él y de su sonrojado rostro.

El sol ardiente le abrasaba la nuca. Harry sabía que no tenía que haber picado el anzuelo de Dudley, pero éste le había dicho exactamente lo mismo que él estaba pensando…, que quizá tampoco en Hogwarts tuviera amigos.

—Claro que los tienes —dijeron muchos sintiéndose ultrajados.

«Tendrían que ver ahora al famoso Harry Potter», pensaba sin compasión, echando abono a los arriates, con la espalda dolorida y el sudor goteándole por la cara.

—En serio Harry, deja esos comentarios —le dijo Ginny sintiendo lo que sentía de costumbre cada vez que Harry se comportaba de esa forma; que quería apretarle contra su pecho, acariciarle el cabello dulcemente y decirle cosas bonitas al oído.

Eran las siete de la tarde cuando finalmente, exhausto, oyó que lo llamaba tía Petunia.
¡Entra! ¡Y pisa sobre los periódicos!

Fue un alivio para Harry entrar en la sombra de la reluciente cocina. Encima del frigorífico estaba el pudín de la cena: un montículo de nata montada con violetas de azúcar. Una pieza de cerdo asado chisporroteaba en el horno.

Muchos comenzaron a ensalivar. A nadie le importaba que hubiese pasado menos de hora y media desde que habían desayunado.

¡Come deprisa! ¡Los Mason no tardarán! —le dijo con brusquedad tía Petunia, señalando dos rebanadas de pan y un pedazo de queso que había en la mesa.

—¿En serio? —bufó Charlie—. ¿Ellos comerán cerdo y pudín y el queso con pan?

—Percy —le dijo Bill completamente serio—. Más te vale asegurarte de que el ministro hace algo contra ellos.

—Por supuesto —dijo Percy furioso también, de hecho estaba tan furioso que su voz no sonó para nada pomposa.

Ella ya llevaba puesto el vestido de noche de color salmón.

Harry se lavó las manos y engulló su miserable cena. No bien hubo terminado, tía Petunia le quitó el plato.

¡Arriba! ¡Deprisa!

Muchos gruñeron enfadados.

Al cruzar la puerta de la sala de estar, Harry vio a su tío Vernon y a Dudley con esmoquin y pajarita. Acababa de llegar al rellano superior cuando sonó el timbre de la puerta y al pie de la escalera apareció la cara furiosa de tío Vernon.

Recuerda, muchacho: un solo ruido y…

Harry entró de puntillas en su dormitorio, cerró la puerta y se echó en la cama.

El problema era que ya había alguien sentado en ella.

—¡¿Qué?! —fue un gritó común.

Harry sonrió recordando su primer encuentro con el elfo doméstico. Se había enfadado mucho con él esa vez pero bastante menos que en otras.

—Aquí acaba mi parte —anunció Dumbledore sonriendo mientras todos, alterados, seguían preguntándose quien estaba sentado allí.

—Yo leeré —dijo Charlie mientras avanzaba rápidamente hasta Dumbledore, deseoso de saber cuánto antes que había en la cama de Harry—. La advertencia de Dobby.


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