jueves, 9 de julio de 2015

La predicción de la profesora Trelawney


¡Dale cañita Ernie!

Antes de nada quiero decir que en estás semanas me han pasado más cosas que en el resto de año entero. Y, bueno,  esa gran serie de cosas no planificadas me ha impedido hacer todo lo que me hubiera gustado hacer (como actualizar el fic, convertirme en maestro chocolatero y todo eso) Aunque no todo a sido malo, también ha pasado alguna que otra cosa buena, por ejemplo, han salido las notas del examen de acceso y he aprobado. Eso mola. Y mola más cuando ves que cerca del 70% de personas lo han suspendido. Bueno, técnicamente eso no mola, significa que un montón de personas han suspendido y van a tener que esperar un año entero para volver a intentarlo. Sorry.


Dejando de lado mis problemas personales que a nadie le importan, hablemos sobre el futuro del fic, ¡Ya estoy de vacaciones! ¡Capitulo diario! Ja. No. Ya me gustaría. Aunque por lo menos se acabó este descontrol. Un capitulo a la semana. No esta tan mal, ¿no? Según me vaya librando de cosas iré acelerando el ritmo.


Y sobre el capitulo de hoy... Bueno, sinceramente, el capitulo de hoy es lo escrito por J.K. Rowling a pelo, yo a penas he escrito cosas. Llamarme vago y todo lo que queráis, pero no se me ocurría nada de nada. Y entre eso y el poco tiempo... He tardado mucho en subir nada. En fin, que comience.

Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

LA PREDICCIÓN DE LA PROFESORA TRELAWNEY

—¿Puedo volver a leer? —casi rogó la joven Ravenclaw que había leído el capitulo anterior mirando al profesor Filwick con los ojos muy abiertos.

—Por favor, adelante —le contestó el bajito profesor a su alumna con una sonrisa.

La predicción de la profesora Trelawney.

La euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció cele­brarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvi­sada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.

Pero no podían hacerlo. 

—Malditos exámenes —bufó Ron adivinando la razón.

Los exámenes se echaban en­cima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes es­fuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entra­ban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; 

Fred y George miraron el suelo, incómodos, intentando no ver como su madre les sonreía, feliz de saber que sus revoltosos hijos trabajasen cuando tenían que hacerlo. 

estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordi­naria). Percy se preparaba para el ÉXTASIS (EXámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones. Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única per­sona que parecía estar más nerviosa que Percy era Her­mione.

Harry y Ron habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudie­ron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba:


LUNES

9 en punto: Aritmancia

9 en punto: Transformaciones


Todos se giraron hacia Hermione extrañados, incluso la chica de Ravenclaw que estaba leyendo y tanto odiaba las interrupciones dejó de leer para mirarla. Hermione desvió la mirada, incomoda, y no dijo nada.


Comida

1 en punto: Encantamientos

1 en punto: Runas Antiguas



—¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh... ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exá­menes?

—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el ca­lendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien.

—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.

—Es una buena pregunta —acordó Tonks.

—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática?

—Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.

—Ja, ja —rió Hermione con ironía.

Hermione empezó a revolver entre montañas de perga­minos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.

—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.

—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.

—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.

—¿Llevan un verdugo? ¿Antes de la apelación? —preguntó Lily algo irritada—. Esto no pinta bien.

Hermione levantó la vista, sobresaltada.

—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.

—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.

—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!

Pero Harry tenía la horrible sensación de que la Comi­sión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su deci­sión, presionada por el señor Malfoy. 

Era lo que se temían todos en la sala.

Draco, que había es­tado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su ante­rior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante. 

—Ah... Quiero volver al pasado y pegarme un buen golpe... —dijo Malfoy molesto.

—Bueno, sobre lo de volver al pasado no puedo hacer nada, ¡pero, como tu novia, haré lo que pueda para satisfacerte! —dijo Astoria animadamente antes de darle una colleja a Draco.

Lo único que podía ha­cer Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no tenían tiem­po ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estric­tas medidas de seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del interior de la es­tatua de la bruja.

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y queján­dose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en trans­formar una tetera en tortuga. Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado.

—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadi­lla...!

Algunos rieron al escucharlo.

—Creo que tengo algún tipo de maldición —dijo Neville—. Siempre me pasan cosas raras...

—¿Las tortugas echan vapor por la boca?

—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el capa­razón. ¿Creéis que me quitarán puntos?

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los en­cantamientos estimulantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condi­ciones de llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas sa­las comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

Ron exhaló todo el aire que tenían sus pulmones de forma brusca.

—Estudiar y más estudiar... No me gustaría nada tener que volver a cursar tercero.

—Recuerda que este año tenemos los TIMOs —le dijo Hermione.

—¡Ay Merlín, llévame pronto! —exclamó Ron dejándose caer sobre el hombro de Hermione.

—Ojala sigamos leyendo los libros para siempre... —deseó Ginny.

—¡No! —se quejó Harry molesto con tan solo pensarlo, aunque, después de pararse a pensarlo, se dio cuenta de ese par de enormes ventajas que tendría en ese caso y tuvo que darle la razón a la HERMANA de su MEJOR AMIGO (Que es quede clarito quien es).

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Má­gicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo du­rante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los de­jaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían teni­do nunca, 

—¡Ese es nuestro Hagrid! —dijeron simultáneamente James y Sirius sonriendole y levantando sus pulgares en señal de aprobación.

y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

—Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándo­lo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero.

—Más le vale que no —murmuraron James, Lily y Sirius.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean For­tescue le había contado acerca de la persecución de las bru­jas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde te­nían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguien­te a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.

El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin pres­tar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.

—¡Suena genial! —dijeron muchos alumnos emocionados.

—Oye, pues yo creo que prefiero a Umbridge —dijo Ron con sarcasmo—. Sus métodos son mucho más prácticos.

—Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

—¡Ese es mi hijo! —dijo James dandole unas palmadas en la espalda a Harry.

Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.

—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?

—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!

—Es, sin duda, lo más aterrador que he escuchado en mi vida —se burló Ron.

—No se si lo más aterrador, pero supongo que por lo menos suspender todo debe dar más miedo que una araña ¿no? —le respondió Hermione.

Ginny se giró hacia Harry.

—Como se nota el amor ¿eh?

—Y que lo digas.

Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron se­guía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.

Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, con­templaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.

—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te fal­ta poco para acabar?

—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.

—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry, La Comi­sión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo pre­senciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.

—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lu­gar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.

—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, miran­do a Ron con curiosidad.

—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna eje­cución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!

Antes de que Fudge pudiera responder; dos magos en­traron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comi­sión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:

—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?

El hombre del bigote negro toqueteaba algo que lleva­ba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.

—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, en­trando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!

—¡Eso! —le apoyaron muchos haciendo que el ministro se encogiese en su asiento.

—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak...

Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, sabo­reando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry; Ron y Hermione, preocupa­dos por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen.

El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el úl­timo minuto.

—Nos va a examinar por separado —les informó Nevi­lle, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedica­das a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.

—Nanay —dijo Ron.

Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.

La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:

—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?

Pero nadie aclaraba nada.

—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.

—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.

—Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Oja­lá se dé prisa.

Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.

—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.

Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.

—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conoci­da y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la es­calera de plata.

Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sen­tó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.

Por fin, después de unos veinte minutos, los pies gran­des de Ron volvieron a aparecer en la escalera.

—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.

—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido...

—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuan­do la voz de la profesora Trelawney anunció:

—¡Harry Potter!

En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cor­tinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las si­llas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.

—Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...

Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concen­trándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encon­trarlo.

—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con de­licadeza—. ¿Qué ves?

El calor y el humo aromático que salía del fuego que ha­bía a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.

—Eeh... —dijo Harry—. Una forma oscura...

—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelaw­ney—. Piensa...

La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak.

—Un hipogrifo —dijo con firmeza.

—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escri­biendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contem­plando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente... El hipogrifo ¿tiene ca­beza?

—Sí —dijo Harry con seguridad.

—¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un ha­cha detrás?

—No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.

—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?

—¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de aban­donar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está vo­lando...

La profesora Trelawney suspiró.

—Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí... Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.

Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz po­tente y áspera:

—Sucederá esta noche.

—¿Que ha dicho? —preguntaron muchos confusos.

Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.

—¿Cómo dice? —preguntó Harry.

Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupi­las comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La pro­fesora parecía a punto de sufrir un ataque. El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. 

—¿Que está pasando?

Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:

—El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, aban­donado por sus seguidores. Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alza­rá de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más te­rrible que nunca. Hoy... antes de la medianoche... el vasallo... irá... a reunirse... con su amo...

Todos en el comedor estaban sorprendidos y asustados.

—En serio, ¿Que demonios pasa?

—¿De que habla?

—Inventarse algo así es de muy mal gusto.

—¿Y si de verdad esta adivinando algo?

Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profeso­ra Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.

—Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes...? Me he quedado traspuesta.

Muchos comenzaron a parpadear confusos.

Harry se quedó allí un momento, mirándola.

—¿Pasa algo, Harry?

—Usted... acaba de decirme que... el Señor de las Tinie­blas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él...

La profesora Trelawney se sobresaltó.

—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El que no debe nombrarse? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema... Alzarse de nuevo, Dios mío...

—Entonces no recuerda nada... —adivinó Sirius

— ¡Wow! ¿En serio te has dado cuenta? —se burló Tonks.

(No, ahora en serio, ¿porque tengo esa manía de pintar a Sirius y a Ron como unos cabeza huecas? Es decir, si, lo son, pero tiendo a exagerar. Bueno, tampoco creo que importe.)

—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Se­ñor de las Tinieblas...

—Creo que tú también te has quedado dormido —repu­so la profesora Trelawney—. Desde luego, nunca predeciría algo así.

—Entonces ella es una inútil como adivina con una especie de don que le permite hacer verdaderas profecías pero sin que pueda darse cuenta de ello, ¿me equivoco? —preguntó Remus.

—Así es —confirmó el profesor Dumbledore.

—Tan listo como siempre —le alabó Tonks recostándose sobre el.

—¡Venga ya! —se quejó Sirius—. ¡Si es casi lo que he dicho yo!

Tonks rodó sus ojos.

—Sí, casi casi.

Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, hacién­dose preguntas... ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido aca­bar el examen con un final impresionante?

Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resona­ban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terre­nos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.

—La profesora Trelawney me acaba de decir...

Pero se detuvo al fijarse en sus caras.

—¡No! ¡Buckebeak! —exclamaron algunos al intuir que pasaba.

—Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Ha­grid acaba de enviar esto.

La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

Muchos tragaron saliva.

Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.

Hagrid

Luna cerró los ojos con tristeza.

—Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No pue­de estar allí solo, esperando al verdugo!

James le puso la mano en el hombro a Harry, su hijo era un buen chico.

—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry...

Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.

—Si al menos tuviéramos la capa invisible...

—¿Dónde está? —dijo Hermione.

Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, de­bajo de la estatua de la bruja tuerta.

—... Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un se­rio aprieto —concluyó.

—Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve... ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?

—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —ex­plicó Harry—. Pero...

Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.

—¡Esa es la Hermione que nos gusta! —aclamaron los gemelos.

—¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.

A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.

—¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney...

Hermione se sintió halagada.

Ahora, en cambio, Hermione no se atrevía a mirar a ningún profesor o miembro de la orden.

· · ·

Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cru­zados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habi­tación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste es­tuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione aso­mó la cabeza por la puerta.

—Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.

Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más al­tas de los árboles.

Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tar­dó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor; pá­lido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.

—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.

—No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también su­surrando.

Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Ha­grid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trá­gico verlo así que llorando.

—¿Queréis un té? —invitó.

Sus manos enormes temblaban al coger la tetera.

—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vaci­lante.

—Lo... lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de...

A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.

—Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo.

—Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza.

—¿Otra jarra? —le preguntó Ginny a Harry—. ¿No podía Hermione haber usado simplemente un reparo?

Harry se encogió de hombros, había tenido demasiadas cosas en la cabeza esa noche como para preocuparse por una jarra.

—¿No hay nada que hacer; Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore...

—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede ha­cer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rá­pido y limpio, y yo estaré a su lado.

Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña bus­cando algún retazo de esperanza.

—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta maña­na. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumble­dore...

Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.

—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —co­menzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.

—Tenéis que volver al castillo. Os he dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin permiso, Harry, te verás en un aprieto.

Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.

—¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!

Muchos miraron al trió sorprendidos.

Ron la miró boquiabierto.

—¿Qué dices?

Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.

—¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?

Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desespe­rada por escapar.

—No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.

De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fi­jamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.

—Ya vienen...

Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cor­nelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.

—Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí... Marchaos ya.

Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.

—Salid por detrás.

Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak a po­cos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buck­beak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.

—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, mar­chaos.

Pero no se movieron.

—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.

—No pueden matarlo...

Hagrid no pudo evitar sonreír, Harry, Ron y Hermione era realmente unas buenas personas. No por nada eran sus alumnos favoritos.

—¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bas­tante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.

No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desapa­recer.

—Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escu­chéis.

Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que al­guien llamaba a la puerta de delante.

Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione ro­dearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.

—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar...

Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.

Ron se detuvo en seco.

—Por favor; Ron —comenzó Hermione.

—Se trata de Scabbers..., quiere salir.

Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se es­capara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.

—Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.

Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.

—¡Por favor; Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.

—Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!

Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban de­trás de ellos. Ron volvió a detenerse.

—No la puedo sujetar... Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.

La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Hermione se tambaleó.

—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer; lo han hecho!

Nadie se atrevió a decir nada.

—Harry... ¿te gustaría a ti leer el siguiente? —preguntó Dumbledore haciendo un gesto a Harry para que se acercara.

Harry frunció el ceño, obviamente el no quería leer pero... ¿Quien puede decirle que no al profesor dumbledore.

—Claro, profesor, leeré.

¿Porque he hecho leer a Harry? ¿Queréis saberlo? Pues no hay ninguna razón, ni siquiera me acuerdo de lo que pasa en el siguiente capitulo. Espero que haya algo que de juego a que Dumbledore haya elegido a Harry, sino... Vaya estupidez hacer que lea. Este viejo barbudo...

Ah, por cierto, para que no tengaís que andar mirando cada poco haber si hay nuevo capitulo o no, los MIERCOLES actualizaré.

Bye!


12 comentarios :

  1. Estas vivo!!! Yeah ahora podré seguir drogándose leyendo tu fic, sigue así dait esperó y actualiza pronto, sino se donde vives.
    Pd: enserio tenías que bullear a harry haciéndolo leer

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  2. GENESIS
    ase mucho que no te hablo dait pero te aseguro que sigo tu historia y me gusta el miércoles repare hoy química y esta fue mi recompensa y el miércoles reparo castellano el cap de ese dia será mi recompensa tan bien y claro que nos inporta lo que te pase me preocupaba saves si tu no actualizas quien nos ara reir

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  3. Wii me gusta que vayas a hacer leer a harry xD es su vida la que se esta leyendo, que lea mas! (?)
    No me lo puedo creer Dait... estás superando la denominada "Maldición del Tercer Libro"!! Si te fijas, muchísimos de los autores que escriben este tipo de fanfics de lectura de libros los acaban dejando en el tercero. Escriben los dos primeros y en el tercero empiezan a fallar, suben menos y eventualmente dejan de subir y ya no siguen la historia. Lo he visto mucho ;_; el tercer libro está maldito, una vez que lo termines el siguiente será mucho más fácil de escribir. Yo creo que es que el prisionero de azkaban es el libro más... no es que sea aburrido, pero sí es en el que pasan menos cosas en los capítulos, por lo menos hasta el final (el siguiente cap ya es más interesante). Y claro, como los autores subís capítulo por capítulo, hay algunos en los que realmente no hay mucho que se pueda añadir y se hace tedioso tener que escribirlos. E incuso si quieres escribirlos, la vida se te pone por delante y te lo impide xD tranqui, es la maldición, pasará cuando llegues al cuarto libro (?)
    Hasta el miércoles~!
    LaurieAngel

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  4. Me da mucha alegría que hayas aprobado todo. Ahora a disfrutar del verano y a tostarse al sol.

    El capitulo ha estado genial, no siempre hay que escribir testamentos entre los trozos de libro, de vez en cuando esta bien algún que otro capitulo más light que te deje descansar.

    Y estoy contigo, no recuerdo que pasa en el siguiente capitulo pero como no sea nada importante Harry y Dumbledore se van ha quedar con una cara xD.

    Nos vemos el miércoles que viene.
    Dandelion (Slytherin de corazón, Ravenclaw en Pottermore)

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  5. Phoenix1993
    Me encanta estoy deseando que actualices

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  6. Sí! Por fin actualizaste! Estoy tan orgullosa que... que... BUA, BUA!
    Ya estoy bien :D
    Como sea, no sabes cuanto me alegra que hayas subido el capítulo, lo he estado esperando con ansias.
    Estoy deseando que actualices pronto
    Chao!
    Arte: Paulina6198

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    1. Paulina6198
      A cierto! Lo olvide
      En el próximo capítulo se descubre la traición de Colagusano, aparece Sirius, Remus olvida su poción, Snape es incapacitado por 3 alumnos de tercero (XD), y aparece la horda de dementores...
      Chao!

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  7. Ouuuu Yeah! Me parece perfectísimo tu aprobado. Hala! A continuar con el trabajo bien hecho y disfrutar del verano.
    Te esperamos ��

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  8. ¡Felicidades por tu aprobado!
    No veas la alegría que me has dado al leer que actualizarás todos los miercoles. Estoy deseando leer todos los libros con tus comentarios.
    Quizas piensas que es tontería leerme los libros desde tu blog y esperar cada capítulo tanto tiempo pudiendo leermelos todos seguidos tranquilamente, pero bueno, ahí los tengo y si un día no aguanto la espera me cojo los 7 y me pillo la viciada de mi vida jajajaj

    Pero al caso, que ya sabes que me gustan mucho con tus comentarios y que aquí estaré todos los miércoles puntual para leer el siguiente.

    Te espero impaciente todas las semanas.
    Un saludo.

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  9. Hola! Me encanta leer tu fic, me parece algo genial lo que haces y me muero de ganas de leer el siguiente capitulo.
    Saludos.

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  10. Y el zomby vive, tengo ganas de leer Cómo descubren a colagusano

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  11. Que emocion tuve al ver que habías actualizado

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