jueves, 23 de abril de 2015

GRYFFINDOR VS RAVENCLAW


Hola. Tengo que avisaros de algo. Me he dado cuenta de que, ahora que soy mayor de edad, no debería desperdiciar mi tiempo escribiendo estúpidas historias sobre novelas infantiles. Vale, no, no hay modo de que yo pueda decir algo como eso. 

Sí, no he podido actualizar la semana pasada, y no me habéis presionado. Os lo agradezco. Han pasado cosotas. En fin.

Y aquí tenemos otro capítulo de solo lectura, de esos que no me dejan satisfechos porque yo realmente no hago nada.

Por cierto, creo que no debí de expresarme demasiado bien en el capítulo anterior, cuando dije que los 17 era lo mejor me refería a que ya tenía 17 y no quería tener 18. Ahora ya los tengo. Maldición.

¿Respondo? Venga va.

Valentina G. Herrera: Me encanta la pareja que hacen Ginny y Harry, Lily y James, y Hermione y Ron (aunque, por desgracia, estoy convencido de que, menos en el mundo de los fics, acabarían separándose). Mi pareja favorita es, por supuesto Dait y Lily. O Dait y Ginny. O Dait y Luna. Dait y Dait tampoco estaría nada mal. Em... Estoy muy solo xD


Jime Toledo: ¡Sería genial que obligaras a tus hijos a leer Harry Potter! Aunque sería mejor que lo hicieran por iniciativa propia, pero si no te dejan otra opción... Las espinacas existen para algo, tú ya me entiendes.
Gracias por felicitarme :3 (te has ganado mi carita favorita, siéntete orgullosa). Ah, y no, por desgracia no he estado en Orlando todavía, y digo todavía porque tengo la esperanza de ir algún día...
Me encantaría ser Gryffindor, pero todas las páginas insisten en llevarme a Ravenclaw, aunque estoy seguro de que, en el hipotético caso de que existiese Hogwarts y de que yo fuese un mago, el sombrero me mandaría a Slytherin. Y tengo admitir que la idea de estar en Hufflepuff, los considerados inútiles, y cerrarles la boca al resto de casas engreídas sería algo divertido.


Lunatica-Obsecionada: ¡Gracias por felicitarme! Ahora ya tengo 18... Qué tiempos aquellos cuando era menor de edad... Hace tanto ya... Lo echo de menos :c
Por cierto, ¡Felicidades! Algo tarde, pero mejor tarde que nunca, o que dos veces el año que viene, o que tres dentro de dos, o que... En fin, ya paro.


Abyss: ¡Feliz cumpleaños! Aquí tienes tu capítulo de regalo, bueno, no ha sido exactamente así, pero es algo... En cualquier caso, espero que hayas disfrutado de tu cumpleaños y que, por supuesto, hayas comido mucho chocolate, ¿te ha sobrado algo para mí?
Pd: Lo último que he comido han sido mis uñas, debería dejar de mordérmelas...


LegolasPotter: ¿La espada de Obi Wan? Esta chula, pero yo prefiero la de Yoda, aunque... La preferiría en azul. ¿El regalo que más me gustaría? Es una pregunta difícil, ¿Hay límites? ¿Tiene que ser algo real y factible? Porque yo siempre he soñado con una fuente de batido de chocolate ilimitado... Pero bueno, diré algo más realista: Dos fuentes de batido de chocolate ilimitado.


LaurieAngel: ¿Una camiseta de las reliquias de la muerte? ¿Y pone "Together they make one master of death"? Porque si lo pone tenemos la misma camiseta xD ¡Gracias por felicitarme! :3


Queen of Spades: ¡Vaya pedazo de comentario! En serio, se agradece cuando alguien dedica tanto tiempo en escribir un comentario así. Así que, ¡Gracias! Me gustaría responderte con uno igual de largo, pero son más de las doce y media de la noche, tengo que contestar a más gente, y además, seguro que quieres dejar de leer esta respuesta cuanto antes para leer el capítulo... Vale, son excusas, pero en serio, tengo sueño xD ¿Me estás preguntando si tengo pene? ¿No es un poco grosero por tu parte? Vale, no, pero me hace algo de gracia que me preguntes si soy un chico, tampoco es un dato de importancia. Pero contestando a tu pregunta, sí, tengo pene. Digo... soy un chico. Algo diferente de la media, pero ese era mi objetivo, así que... ¿soy un chico? Soy un dátil. Un dátil con pene, ¿te vale? ¡Gracias por felicitarme! Espero que sigas dejándote ver por aquí de vez en cuando ^^


Chica Jackson: ¡Gracias por felicitarme! Mi intención al escribir este fic era llegar al misterio del príncipe, así que tendré que escribir el cáliz de fuego y la orden del fénix primer... ¡Así que cuenta con ellos! Sí, escribir un fic toma mucho tiempo, y se ve k tu vs cn prisas xD
Nah, no me llamo Dait. Nunca pongo datos reales en internet, tengo que mantener a salvo toda la información posible, al fin y al cabo, soy un agente secreto. Puedes llamarme Agente P si lo deseas.


Disabel: ¿Hum? ¿Y tú quién eres? Vale no, lo de Malfoy me lo ha aclarado totalmente. Bueno, con el esfuerzo de que hayas ido hasta gringotts me vale, por el momento, pero el año que viene me toca regalo doble. Y unas grageas de todos los sabores. Ah, las verdes te las dejo a ti, para que veas que te tengo cariño (no es porque crea que van a saber a espinacas y a mocos, no te confundas). Bueno, he tardado en actualizar, pero lo he hecho ¿no? Y eso es lo que importa. ¿O eso solo es una forma de autoperdonarme? Va, no pensaré en ello, estoy autoperdonado. Ja. Qué fácil es la vida. Buenas noches.


Erica: ¿Has salido te tu mundo de lectora silenciosa? No te voy a decir que no vuelvas a entrar, pero procura mostrarte algo más a menudo ;) Siempre es agradable recibir comentarios, sobre todo si dicen cosas agradables, ¡Y gracias por felicitarme!


Alma: Bueno... Puede que internamente no aprecie demasiado a Cedric, sé que es un buen chico y eso pero... ¡Mira en la cuarta peli! ¡Cuando todos llevan las chapas de "Potter apesta" y va Harry a contarle la prueba a Cedric! Sus amigos se burlan de él y Cedric les mira y se ríe con ellos. Malo malo. Hum. Yo creo que le devolvió el favor porque se sentía en deuda. Y sí, ya lo sé, no puedo matarle por eso... ¡Pero hey, yo no le he matado! Bueno, tal vez de manera indirecta. Jo. Ahora me siento una mala persona. ¿Tengo alguna túnica negra? Es mi turno de convertirme un mortifago. ¡Temed, paredes del pueblo! ¡Dátil, el sanguinario mortifago, ha llegado al barrio, y viene armado! ¡Tiene tizas de colores!

Nitrobenceno benceno benceno
Fa do so re la mi ti
Nitrobenceno benceno benceno
Bebebebebebe benceno

Nitrobenceno benceno benceno
Ti mi la re so do fa
Nitrobenceno benceno benceno
Bebebebebebe benceno

¿Esta canción tiene algún significado?
No tiene ningún significado
¿Esta canción tiene algún significado?
Esta canción es nitrobenceno

Nitrobenceno benceno benceno
Fa do so re la mi ti
Nitrobenceno benceno benceno
Bebebebebebe benceno

Nitrobenceno benceno benceno
Ti mi la re so do fa
Nitrobenceno benceno benceno
Bebebebebebe benceno

¿He mencionado suficientes veces benceno como para que me mandes un Howler? Perfecto. Estaré esperando.


Hey, a todas las personas que no he contestado, gracias por comentar y/o felicitarme.


I bet that you look good on the dancefloor
I don't know if you're looking for romance or
I don't know what you're looking for
I said, I bet that you look good on the dancefloor
Dancing to electro-pop like a robot from 1984
From 1984!!!


Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

GRYFFINDOR VS RAVENCLAW

—Yo lo haré —se ofreció Oliver, a quien lo único que le interesaba era saber más sobre la Saeta de Fuego y la primera vez que Harry la montó—. Gryffindor contra Ravenclaw.

Harry no pudo evitar mirar a Cho de reojo, el día del partido fue el día en el que comenzó a fijarse en ella, ¿saldría eso en el libro?

Parecía el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no veía ninguna posibilidad de re­conciliarlos.

A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en serio los esfuerzos de Crookshanks por comerse a Scabbers, que no se hubiera preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de Crooks­hanks y en que Ron tenía que buscar a Scabbers debajo de las camas.

Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no te­nía ninguna prueba de que Crookshanks se hubiera comido a Scabbers, que los pelos canela podían encontrarse allí des­de Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos.

En cuanto a él, Harry estaba convencido de que Crooks­hanks se había comido a Scabbers, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían de­mostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también.

—Sigo sin entender como podías estar tan segura de que Crookshanks no se hubiese comido a Scabbers —comentó Ron—. Quiero decir, todo apuntaba a que eso era lo que había ocurrido...

—Bueno —dijo Hermione encogiéndose de hombros—. Yo confiaba en Scabbers.

"Y mis padres en Colagusano" -No pudo evitar pensar Harry.

Ron se encogió de hombros también, no le parecía una respuesta suficiente la de Hermione, pero no quería seguir hablando de eso.

—¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron! —chilló Hermione—. Primero la Saeta de Fuego, ahora Scabbers, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.

Los tres suspiraron, no les gustaba estar peleados.

Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata.

—Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era Scabbers —dijo Fred, con intención de animarlo—. Y ade­más llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba consu­miendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamen­te. Un bocado... y no se dio ni cuenta.

—¡Fred! —exclamó Ginny indignada.

—Lo único que hacía era comer y dormir; Ron. Tú tam­bién lo decías —intervino George.

—¡En una ocasión mordió a Goyle! —dijo Ron con triste­za—. ¿Te acuerdas, Harry?

—Sí, es verdad —respondió Harry.

—Fue su momento grandioso —comentó Fred, inca­paz de contener una sonrisa—. La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria. Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto?

En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al último entrenamiento del equi­po de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y po­dría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a Ron durante un rato («¡Estupendo! ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se encami­naron juntos hacia el campo de quidditch.

Muchos se emocionaron al pensar que iban a saber cómo era volar en una Saeta de Fuego.

La señora Hooch, que seguía supervisando los entrena­mientos de Gryffindor para cuidar de Harry, estaba tan im­presionada por la Saeta de Fuego como todos los demás. 

James y Sirius no podían hacer más que sonreír con satisfacción al imaginarse la expresión de su profesora de vuelo.

La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional.

—¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un de­fecto, es esa tendencia a escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance. También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo aprendí a volar en una y también era una escoba excelente...

Siguió hablando de esta manera durante un rato, hasta que Wood dijo:

—Señora Hooch, ¿le puede devolver a Harry la Saeta de Fuego? Tenemos que entrenar.

—Sí, claro. Toma, Potter —dijo la señora Hooch—. Me sentaré aquí con Weasley...

Ella y Ron abandonaron el campo y se sentaron en las gradas, y el equipo de Gryffindor rodeó a Wood para recibir las últimas instrucciones para el partido del día siguiente.

—Harry, acabo de enterarme de quién será el buscador de Ravenclaw. Es Cho Chang. 

Harry tragó saliva y Cho sonrió, ¿iba a poder saber que era lo que Harry opinaba de ella? La idea de saberlo le atraía con desmedida, y, aunque ya estaba segura de que Harry sentía algo por ella, comprobarlo con el libro no iba a hacerle ningún mal ¿no?

Es una alumna de cuarto y es bastante buena. Yo esperaba que no se encontrara en forma, porque ha tenido algunas lesiones. —Wood frunció el entre­cejo para expresar su disgusto ante la total recuperación de Cho Chang, y luego dijo—: Por otra parte, monta una Come­ta 260, que al lado de la Saeta de Fuego parece un juguete.

Los Gryffindor sonrieron.

—Echó a la escoba una mirada de ferviente admiración y dijo—: ¡Vamos!

Y por fin Harry montó en la Saeta de Fuego y se elevó del suelo.

Muchos esperaron, expectantes, a que Wood siguiera leyendo.

Era mejor de lo que había soñado. La Saeta giraba al más ligero roce. Parecía obedecer más a sus pensamientos que a sus manos. Corrió por el terreno de juego a tal veloci­dad que el estadio se convirtió en una mancha verde y gris. Harry le dio un viraje tan brusco que Alicia Spinnet profirió un grito. A continuación descendió en picado con perfecto control y rozó el césped con los pies antes de volver a elevarse diez, quince, veinte metros.

Harry no pudo evitar sonreír al escuchar todos esos suspiros soñadores por parte del alumnado aficionado a volar en escoba, ¡Seguro que a todos ellos les apetecía tener un padrino como Sirius Black!

—¡Harry, suelto la snitch! —gritó Wood.

Harry se volvió y corrió junto a una bludger hacia la por­tería. La adelantó con facilidad, vio la snitch que salía dispa­rada por detrás de Wood y al cabo de diez segundos la tenía en la mano.

Varios sonrieron con satisfacción.

El equipo lo vitoreó entusiasmado. Harry soltó la snitch, le dio un minuto de ventaja y se lanzó tras ella esquivando al resto del equipo. La localizó cerca de una rodilla de Katie Bell, dio un rodeo y volvió a atraparla.

Fue la mejor sesión de entrenamiento que habían teni­do nunca. El equipo, animado por la presencia de la Saeta de Fuego, realizó los mejores movimientos de forma impecable, y cuando descendieron, Wood no tenía una sola crítica que hacer, lo cual, como señaló George Weasley, era una absoluta novedad.

Wood fulminó a George con la mirada antes de seguir leyendo.

—No sé qué problema podríamos tener mañana —dijo Wood—. Tan sólo... Harry, has resuelto tu problema con los dementores, ¿verdad?

Lily y James tragaron saliva.

—Sí —dijo Harry, pensando en su débil patronus y la­mentando que no fuera más fuerte.

—Los dementores no volverán a aparecer; Oliver. Dum­bledore se irritaría —dijo Fred con total seguridad.

—Esperemos que no —dijo Wood—. En cualquier caso, todo el mundo ha hecho un buen trabajo. Ahora volvamos a la torre. Hay que acostarse temprano...

—Me voy a quedar un ratito. Ron quiere probar la Saeta —comentó Harry a Wood.

Y mientras el resto del equipo se encaminaba a los ves­tuarios, Harry fue hacia Ron, que saltó la barrera de las tri­bunas y se dirigió hacia él.

La señora Hooch se había quedado dormida en el asiento.

Algunos rieron mientras Luna alzaba levemente la cabeza, mirando hacia el techo (la postura que habitualmente tomaba para imaginar cosas) y comenzaba a imaginarse a la siempre seria y estricta profesora Hooch dormida y, porque no, con algo de baba saliendo de su boca. Y, claro está, con muchos Torposoplos rodeándola, esperando el momento adecuado para embotarle el cerebro.

—Ten —le dijo Harry entregándole la Saeta de Fuego.

Ron montó en la escoba con cara de emoción y salió zum­bando en la noche, que empezaba a caer, mientras Harry paseaba por el extremo del campo, observándolo. Cuando la señora Hooch despertó sobresaltada ya era completamente de noche. Riñó a Harry y a Ron por no despertarla y los obli­gó a volver al castillo.

—Claro, échale la culpa a los niños por tu haberte quedado tu dormida cuando tenías que estar vigilando... —se quejó Molly en un susurro.

Harry se echó al hombro la Saeta de Fuego y los dos sa­lieron del estadio a oscuras, comentando el suave movimien­to de la Saeta, su formidable aceleración y su viraje milimétrico. Estaban a mitad de camino cuando Harry, al mirar hacia la izquierda, vio algo que le hizo dar un brinco: dos ojos que brillaban en la oscuridad. Se detuvo en seco. El corazón le latía con fuerza.

Todos en la sala se tensaron.

—¿Qué ocurre? —dijo Ron.

Harry señaló hacia los ojos. Ron sacó la varita y musitó:

—¡Lumos!

Un rayo de luz se extendió sobre la hierba, llegó hasta la base de un árbol e iluminó sus ramas. Allí, oculto en el fo­llaje, estaba Crookshanks.

Y todos se tranquilizaron.

—¡Sal de ahí! —gritó Ron, agachándose y cogiendo una piedra del suelo. Pero antes de que pudiera hacer nada, Crookshanks se había desvanecido con un susurro de su lar­ga cola canela.

—¿Lo ves? —dijo Ron furioso, tirando la piedra al sue­lo—. Aún le permite andar a sus anchas. Seguramente pien­sa acompañar los restos de Scabbers con un par de pájaros.

Harry no respondió. Respiró aliviado. Durante unos segundos había creído que aquellos ojos eran los del Grim. 

Harry se giró hacia Sirius, quien asintió en silencio. Ambos se entendieron.

Si­guieron hacia el castillo. Avergonzado por su instante de terror, Harry no explicó nada a su amigo. Tampoco miró a derecha ni a izquierda hasta que llegaron al bien iluminado vestíbulo.

—Incauto... —susurró Ojoloco Moody.

· · ·

Al día siguiente, Harry bajó a desayunar con los demás chicos de su dormitorio, que por lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de honor. Al entrar Harry en el Gran Comedor; todos se volvieron a mirar la Saeta de Fuego, murmurando emocionados. Harry vio con satisfacción que los del equipo de Slytherin estaban atónitos.

Los Gryffindor no pudieron evitar sonreír al imaginarlo.

—¿Le has visto la cara? —le preguntó Ron con alegría, volviéndose para mirar a Malfoy—. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo!

Wood también estaba orgulloso de la Saeta de Fuego.

—Déjala aquí, Harry —dijo, poniendo la escoba en el centro de la mesa y dándole la vuelta con cuidado, para que el nombre quedara visible. Los de Ravenclaw y Hufflepuff se acercaron para verla. Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber conseguido un sustituto tan soberbio para su Nim­bus. 

El estómago de Harry se revolvió, como cada vez que alguien nombraba a Cedric. Intentó no mirar a Cho.

Y la novia de Percy, Penelope Clearwater, de Ravenclaw, pidió permiso para cogerla.

—Sin sabotajes, ¿eh, Penelope? —le dijo efusivamente Percy mientras la joven examinaba detenidamente la Saeta de Fuego—. Penelope y yo hemos hecho una apuesta —dijo al equipo—. Diez galeones a ver quién gana.

Fred frunció el ceño.

—¿Tenías diez galeones?

—No.

—¡Ese es mi hermano! —dijeron ambos gemelos chocándole los cinco.

Penelope dejó la Saeta de Fuego, le dio las gracias a Harry y volvió a la mesa.

—Harry, procura ganar —le dijo Percy en un susurro apremiante—, porque no tengo diez galeones. ¡Ya voy, Penelope! —Y fue con ella al terminarse la tostada.

—¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? —dijo una voz fría y arrastrada.

Draco Malfoy se había acercado para ver mejor; y Crabbe y Goyle estaban detrás de él.

—Sí, creo que sí —contestó Harry.

—Muchas características especiales, ¿verdad? —dijo Malfoy, con un brillo de malicia en los ojos—. Es una pena que no incluya paracaídas, por si aparece algún dementor.

—Que burro —dijo Astoria negando con la cabeza, pero sonriendo al fin y al cabo. Vale, era un poco burro, pero tenía su gracia ¿no?

Crabbe y Goyle se rieron.

—Y es una pena que no tengas tres brazos —le contestó Harry—. De esa forma podrías coger la snitch.

Varios rieron divertidos.

El equipo de Gryffindor se rió con ganas. Malfoy entornó sus ojos claros y se marchó ofendido. Lo vieron reunirse con los demás jugadores de Slytherin, que juntaron las cabezas, seguramente para preguntarle a Malfoy si la escoba de Harry era de verdad una Saeta de Fuego.

A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas de visibilidad, y Harry, aunque estaba nervioso, empezaba a sentir la emoción que sólo podía producir un partido de quidditch. Oían al resto del colegio que se dirigía al estadio. Harry se quitó las ropas negras del cole­gio, sacó del bolsillo la varita y se la metió dentro de la cami­seta que iba a llevar bajo las ropas de quidditch. Esperaba no necesitarla. 

Todos asintieron, esperando que no la necesitara.

Se preguntó de repente si el profesor Lupin estaría entre el público viendo el partido.

—Ya sabéis lo que tenéis que hacer —dijo Wood cuando se disponían a salir del vestuario—. Si perdemos este parti­do, estamos eliminados. Sólo... sólo tenéis que hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas.

—¡Animo Gryffindor! —animó Sirius con ganas, sintiendo la emoción del partido y sin importarle que Lily se riera de el de manera disimulada.

Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tu­multuoso. El equipo de Ravenclaw, de color azul, aguarda­ba ya en el campo. La buscadora, Cho Chang, era la única chi­ca del equipo y a pesar de los nervios, no pudo dejar de notar que era muy guapa. 

El comedor se llenó de divertidas risitas mientras Cho sonreía satisfecha y Harry miraba el suelo avergonzado.

Ella le sonrió cuando los equipos se ali­nearon uno frente al otro, detrás de sus capitanes, y sintió una ligera sacudida en el estómago que no creyó que tuviera nada que ver con los nervios.

Harry sentía muchas miradas siendo dirigidas a él y, por una vez, hubiera deseado que estuviesen intentado ver su cicatriz a través de su flequillo. Sabía que Fred y George estarían riéndose de él, pero eso no le preocupaba, también ignoró la extraña sonrisa de Ron que significaba algo así como "Únete al grupo de los con-novias". Estaba demasiado avergonzado como para preocuparse por esas cosas, ¿Qué pasaría cuando llegasen al siguiente libro? No quería ni imaginarlo.

—Wood, Davies, daos la mano —ordenó la señora Hooch.

Y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw.

—Montad en las escobas... Cuando suene el silbato... ¡Tres, dos, uno!

Wood se mordió el labio interior durante un instante antes de seguir leyendo, ahora comenzaba lo interesante.

Harry despegó del suelo y la Saeta de Fuego se levantó más rápido que ninguna otra escoba. Planeó por el estadio y empezó a buscar la snitch, escuchando todo el tiempo los comentarios de Lee Jordan, el amigo de los gemelos Fred y George:

—Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista El mundo de la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año.

La profesora McGonagall suspiró apoyando su frente en su mano, recordando cómo había tenido que reñir a Jordan durante todo el partido por comentarios similares a ese.

—Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? —interrumpió la voz de la profesora McGonagall.

—Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y...

—¡Jordan!

Varios rieron divertidos.

—Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se di­rige a la meta...

Harry pasó como un rayo al lado de Katie y en dirección contraria, buscando a su alrededor un resplandor dorado y notando que Cho Chang le pisaba los talones. La jugadora volaba muy bien. 

Cho le dedicó una bonita sonrisa a Harry, contenta por el comentario.

(Nota: Bien, bien, odiar a Cho todo lo que queráis, pero no es tan mala gente ¿vale? No pienso pintarla tan malvada y asquerosa como en muchos otros fics. Pobrecilla :c)

Continuamente se le cruzaba, obligándolo a cambiar de dirección.

Wood dejó de leer, miró a Harry y negó con la cabeza. No aprobaba ese comportamiento. Si Chang se le cruzaba Harry no tenía por qué cambiar de dirección, al fin y al cabo le pillaría de lado y la que caería sería ella ¿no? En ese caso... ¿Qué sentido tenía cambiar de dirección?

—Enséñale cómo se acelera, Harry —le gritó Fred al pa­sar velozmente por su lado en persecución de una bludger que se dirigía hacia Alicia.

Harry aceleró la Saeta al rodear los postes de la meta de Ravenclaw, seguido de Cho. La vio en el momento en que Ka­tie conseguía el primer tanto del partido y las gradas ocu­padas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo: la snitch, muy próxima al suelo, cerca de una de las barreras.

—¡Vamos Harry! —le animaron los Gryffindors.

—¡Tú puedes Cho! —dijeron con fuerza los Ravenclaws.

Harry descendió en picado; Cho lo vio y salió rápida­mente tras él. Harry aumentó la velocidad. Estaba embar­gado de emoción. Su especialidad eran los descensos en picado. Estaba a tres metros de distancia...

—Sí, sí, sí, sí... —murmuraba James emocionado.

Entonces, una bludger impulsada por uno de los golpea­dores de Ravenclaw surgió ante Harry veloz como un rayo. 

—¡Mierda! —dijeron muchos.

Harry viró. La esquivó por un centímetro. 

Lily suspiró aliviada.

Tras esos escasos y cruciales segundos, la snitch desapareció.

Harry vio como un Ravenclaw de séptimo palmeaba la espalda de otro, supuso que se trataba del golpeador de Ravenclaw y de un amigo suyo.

Los seguidores de Gryffindor dieron un grito de decep­ción y los de Ravenclaw aplaudieron a rabiar a su gol­peador. George Weasley desfogó su rabia enviando la segunda bludger directamente contra el golpeador que había lanzado contra Harry. El golpeador tuvo que dar en el aire una vuelta de campana para esquivarla.

—¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Sae­ta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión y equi­librio de la Saeta es realmente evidente en estos largos...

—¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!

Ravenclaw jugaba a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si Cho atrapaba la snitch antes que él, Ravenclaw ganaría. 

James, Sirius y Tonks se miraron nerviosos, ¿podría Harry ganar? ¡Claro que podría! A no ser que apareciera algún dementor...

Harry descendió evitando por muy poco a un cazador de Ravenclaw y buscó la snitch por todo el cam­po, desesperadamente. Vio un destello dorado y un aleteo de pequeñas alas: la snitch rodeaba la meta de Gryffindor.

Harry aceleró con los ojos fijos en la mota de oro que tenía delante. Pero un segundo después surgió Cho, bloqueándole.

Harry y Cho compartieron una mirada llena de desafío, pero desafío del sano, o eso decía la manera en la que se sonreían.

—¡HARRY, NO ES MOMENTO PARA PORTARSE COMO UN CABALLERO! —gritó Wood cuando Harry viró para evitar una colisión—. ¡SI ES NECESARIO, TÍRALA DE LA ESCOBA!

Wood se dio unos segundos para orgullecerse de sí mismo antes de seguir leyendo.

Harry volvió la cabeza y vio a Cho. La muchacha sonreía. La snitch había desaparecido de nuevo. Harry ascen­dió con la Saeta y enseguida se encontró a siete metros por encima del nivel de juego. Por el rabillo del ojo vio que Cho lo seguía... Prefería marcarlo a buscar la snitch.

Wood asintió en silencio, eso era, claramente, una muy buena estrategia contra un oponente como Harry. Aunque claro, eso no iba a significar que iba a poder con él.

Bien, pues... si quería perseguirlo, tendría que atenerse a las consecuencias...

James sonrió, orgulloso de su hijo.

Volvió a bajar en picado; Cho, creyendo que había vuelto a ver la snitch, quiso seguirle. Harry frenó muy bruscamen­te. Cho se precipitó hacia abajo. Harry, una vez más, ascen­dió veloz como un rayo y entonces la vio por tercera vez: la snitch brillaba por encima del medio campo de Ravenclaw. Aceleró; también lo hizo Cho, muchos metros por debajo. Harry iba delante, acercándose cada vez más a la snitch. Entonces...

—¡Ah! —gritó Cho, señalando hacia abajo.

—¿Qué pasa? —preguntaron muchos asustados.

Harry se distrajo y bajó la vista. Tres dementores altos, encapuchados y vestidos de negro lo miraban.

—¡No! —chillaron muchos, haciendo a todos pasar por alto como Malfoy bajaba la cabeza y enrojecía de forma furiosa.

No se detuvo a pensar. Metió la mano por el cuello de la ropa, sacó la varita y gritó:

—¡Expecto patronum!

Algo blanco y plateado, enorme, salió de la punta de la va­rita. 

¡Genial! —exclamaron muchos emocionados mientras Lily, con los ojos y la boca muy abiertas, parpadeaba sin cesar.

Sabía que había disparado hacia los dementores, pero no se entretuvo en comprobarlo. Con la mente aún despeja­da, miró delante de él. Ya casi estaba. Alargó la mano, con la que aún empuñaba la varita, y pudo hacerse con la pequeña y rebelde snitch.

La sala entera de Gryffindor y muchos más le vitorearon con entusiasmo.

—¡Bien hecho, Harry! —le felicitó Colin.

—Lo hiciste genial —le aseguró Cho sonriendo—. Te merecías ganar.

—Gracias —le contestó Harry devolviéndole la sonrisa—. Tú también estuviste estupenda.

Continuaron mirándose durante unos instantes pero como a Harry no se le ocurría nada que decir se giró hacia Oliver, esperando a que siguiera leyendo.

Se oyó el silbato de la señora Hooch. Harry dio media vuelta en el aire y vio seis borrones rojos que se le venían encima. Al momento siguiente, todo el equipo lo abrazaba tan fuerte que casi lo derribaron de la escoba. De abajo llegaba el griterío de la afición de Gryffindor.

—¡Éste es mi valiente! —exclamaba Wood una y otra vez.

Alicia, Angelina y Katie besaron a Harry, y Fred le dio un abrazo tan fuerte que Harry creyó que se le iba a salir la cabeza. En completo desorden, el equipo se las ingenió para abrirse camino y volver al terreno de juego. Harry descendió de la escoba y vio a un montón de seguidores de Gryffindor saltando al campo, con Ron en cabeza. 

Antes de que se diera cuenta, lo rodeaba una multitud alegre que le ovacionaba.

—¡Sí! —gritó Ron, subiéndole a Harry el brazo—. ¡Sí!

—Bien hecho, Harry —le dijo Percy muy contento—. Acabo de ganar diez galeones. Tengo que encontrar a Penelope. Disculpa.

—¡Estupendo, Harry! —gritó Seamus Finnigan.

—¡Muy bien! —dijo Hagrid con voz de trueno, por enci­ma de las cabezas de los de Gryffindor.

—Fue un patronus bastante bueno —susurró una voz a Harry junto al oído.

Harry se volvió y vio al profesor Lupin, que estaba en­cantado y sorprendido.

—Los dementores no me afectaron en absoluto —dijo Harry emocionado—. No sentí nada.

Lily aún era incapaz de creérselo, ¿Cómo iba a un niño de 13 años poder defenderse de unos dementores?

—Eso sería porque... porque no eran dementores —dijo el profesor Lupin—. Ven y lo verás.

Muchos fruncieron el ceño, sin comprender.

Sacó a Harry de la multitud para enseñarle el borde del terreno de juego.

—Le has dado un buen susto al señor Malfoy —dijo Lupin.

Harry se quedó mirando. Tendidos en confuso montón estaban Malfoy, Crabbe, Goyle y Marcus Flint, el capitán del equipo de Slytherin, todos forcejeando por quitarse unas tú­nicas largas, negras y con capucha. Parecía como si Malfoy se hubiera puesto de pie sobre los hombros de Goyle. 

—¡PERO SERÉIS ASQUEROSOS! —exclamó Molly hecha una furia.

—Calma, cariño, eso pasó hace ya años —intentó tranquilizarla Arthur, pero no había manera.

Y no era la única cabreada, Lily también estaba que echaba chispas.

—¿Que habríais hecho si del susto se hubiera caído de la escoba? ¿eh? ¿acaso sois conscientes de lo que la estúpida broma podía causar? ¡Harry podía haber muerto!

—Mira, con todos los respetos con los que puedo hablarle a una sangre sucia. Me importa una mierda si Potter se asusta y se cae, ¡Aunque se muera! —esas habrían sido, más o menos, las palabras que Draco habría formulado si esto hubiese pasado hace un tiempo. Pero no ahora.

Draco tragó saliva y respiró hondo, tenía que asumir la responsabilidad de sus actos, y lo mínimo que podía hacer ahora era disculparse.

—Tiene razón... Fui un estúpido. Lo siento.

Lily parpadeó varias veces, no se esperaba esas palabras por parte de Malfoy, y eso hizo que tardará más en reaccionar.

—Eh... Bueno... Si entiendes que lo que has hecho está mal... Además, eso ya ha pasado, ya no se puede hacer nada... Pues supongo que está bien entonces... —dijo antes de volver a sentarse.

Draco suspiró, aliviado de que todo estuviese bien. Entonces notó un dedo golpeando repetidamente su pálida mejilla izquierda. Quiso girarse para ver quién era, pero antes de que pudiera hacerlo sintió un beso en su mejilla (la cual adquirió un color rojizo de manera inmediata).

—Me gusta cuando te portas bien —le dijo suavemente una voz cerca de su oído.

Delan­te de ellos, muy enfadada, estaba la profesora McGonagall.

—¡Un truco indigno! —gritaba—. ¡Un intento cobarde e innoble de sabotear al buscador de Gryffindor! ¡Castigo para todos y cincuenta puntos menos para Slytherin! Pondré esto en conocimiento del profesor Dumbledore, no os quepa la menor duda. ¡Ah, aquí llega!

Los Gryffindor sonrieron a McGonagall con orgullo, satisfechos con su reacción.

Si algo podía ponerle la guinda a la victoria de Gryffindor era aquello. Ron, que se había abierto camino para llegar junto a Harry, se partía de la risa mientras veían a Malfoy forcejeando para quitarse la túnica, con la cabeza de Goyle todavía dentro.

—¡Vamos, Harry! —dijo George, abriéndose camino—. ¡Vamos a celebrarlo ahora en la sala común de Gryffindor!

—Bien —contestó Harry.

Y más contento de lo que se había sentido en mucho tiempo, acompañó al resto del equipo hacia la salida del estadio y otra vez al castillo, vestidos aún con túnica escarlata.


Era como si hubieran ganado ya la copa de quidditch; la fiesta se prolongó todo el día y hasta bien entrada la noche. Fred y George Weasley desaparecieron un par de horas y volvieron con los brazos cargados con botellas de cerveza de mantequilla, refresco de calabaza y bolsas de dulces de Honeydukes.

—¿Cómo lo habéis hecho? —preguntó Angelina Johnson, mientras George arrojaba sapos de menta a todos.

—Bueno —dijo Angelina—, ahora ya lo sabemos todos...

—Con la ayuda de Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —susurró Fred al oído de Harry.

Sólo había una persona que no participaba en la fiesta. Hermione, inverosímilmente sentada en un rincón, se esfor­zaba por leer un libro enorme que se titulaba Vida domésti­ca y costumbres sociales de los muggles británicos. 

Dime que fuiste a hablar con ella —casi le rogó Lily a Harry. Este se limitó a señalar a Oliver.

Harry dejó la mesa en que Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de mantequilla, y se acercó a ella.

Lily sonrió, muy contenta. Sentía cierta predilección hacia Hermione, pues, en cierta manera, se veía a sí misma en ella.

—¿No has venido al partido? —le preguntó.

—¡Claro que fui! —bufó Hermione algo molesta por que Harry dudara algo como eso.

—Claro que sí —respondió Hermione, con voz curio­samente aguda, sin levantar la vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes.

—Vamos, Hermione, ven a tomar algo —dijo Harry, mi­rando hacia Ron y preguntándose si estaría de un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra.

—No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione, que parecía un poco histérica—. Además... —también miró a Ron—, él no quiere que vaya.

—Hermione, quiero un giratiempo para volver al pasado y pegarle unas buenas collejas... —dijo Harry algo molesto.

Hermione rió.

—Vamos, sabes que los giratiempos solo pueden retroceder un día ¿no?

—Emm...

—¿En serio no lo sabías? —preguntó Hermione alzando una ceja—. Si se pudiera retroceder más tiempo con ellos ya habrían...

Y se cortó de golpe. Pero Harry no necesitó que su amiga terminara de hablar para comprenderla.

—¿Harry? —preguntó su madre—. ¿Puedo preguntarte como sabes lo que es un giratiempo?

—Emm... ¿Saldrá en los libros?

Lily se encogió de hombros, no tenía prisa, solo curiosidad. Ella había descubierto lo que era un giratiempo al salir de Hogwarts, y lo había descubierto por casualidad. No era algo de conocimiento común.

No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso mo­mento para decir en voz alta:

—Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto...

—A mí también me gustaría volver y darme un par de leches —aseguró Ron—. Tal vez debería preguntarle a los encapuchados estos...

.

—¿Mama? —preguntó una pecosa niña pelirroja—. ¿Puedo...

—Sabes que no, Rose, sabes que si pudiéramos volver más al pasado habríamos venido antes de que Voldemort renaciera.

La niña puso un puchero.

—¡Pero yo quiero que papa se pegue a si mismo!

—¿Has oído eso, papa? —le preguntó Hermione a Ron con una sonrisa burlona.

—Tal vez debería ir al gran comedor y darle una buena colleja a mi yo del pasado —dijo el pelirrojo—. Todo sea por complacer a mi pequeña.

—Oh —dijo Hugo—. Pues yo quiero que el papa del pasado te pegue a ti.

—Lástima que a ti no quiera complacerte, Hugo.

—¿Ves? Es por eso que prefiero a mama —dijo el niño sacándole la lengua.

—¿Qué? Eh... Bueno, tal vez le deje darme suavecito...

—Pues ya que estamos... —dijo Hermione—. Yo voto porque te des un buen beso apasionado con tu yo del pasado.

Ron parpadeó varias veces, intentando comprender, pero no pudo.

—¿Qué?

—Oh, no le busques rollos morales, eres tú al fin y al cabo, no tiene nada de raro.

—Lo que sí que tiene algo de raro es que pidas algo como eso, mama —aseguró Rose.

—¿Qué? ¿Por qué? Sería divertido ¿no?

(Dait-nota: Sin preguntas ¿vale? Ya sabéis que yo no pienso a la hora de escribir.)

.

Hermione se echó a llorar. Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso el mamotreto en la axila y, sin de­jar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista.

—Idiota —murmuró Ron para sí mismo.

—¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja.

—No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione nunca admitirá que obró mal. Es como si Scabbers se hubiera ido de vacaciones o algo parecido. 

La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo, para mandar­les que se fueran a dormir. Harry y Ron subieron al dormito­rio, todavía comentando el partido. Al final, exhausto, Harry se metió en la cama de dosel, corrió las cortinas para tapar un rayo de luna, se acostó y se durmió inmediatamente.

Tuvo un sueño muy raro. Caminaba por un bosque, con la Saeta de Fuego al hombro, persiguiendo algo de color blanco plateado. El ser serpenteaba por entre los árboles y Harry apenas podía vislumbrarlo entre las hojas. Con ganas de alcanzarlo, apretó el paso, pero al ir más aprisa, su presa lo imitó. Harry echó a correr y oyó un ruido de cascos que ad­quirían velocidad. Harry corría con desesperación y oía un galope delante de él. Entró en un claro del bosque y...

—¡AAAAAAAAAAAAAAGH! ¡NOOOOOOOOOOOO!

—¿Qué pasa? —preguntaron muchos, al borde de la histeria, por el enorme chillido que había pegado Oliver.

—No tiene por qué gritar tanto, señor Wood —le dijo la profesora McGonagall.

—Perdone profesora, es que estaba en mayúsculas.

—Aun así.

—Y tenía exclamaciones...

—Tan solo sigue leyendo...

Harry despertó tan de repente como si le hubieran gol­peado en la cara. Desorientado en medio de la total oscuri­dad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía ruidos a su alrededor; y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extre­mo del dormitorio:

—¿Qué ocurre?

A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormito­rio. Tras encontrar la separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su lámpara.

Ron estaba incorporado en la cama, con las cortinas echadas a un lado y una expresión de pánico en el rostro.

—¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo!

Lily y James se miraron, frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó!

—¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean.

—¡Mirad las cortinas! ¡Os digo que estaba aquí!

Todos se levantaron de la cama; Harry fue el primero en llegar a la puerta del dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los interpelaban voces soñolientas:

—¿Quién ha gritado?

—¿Qué hacéis?

La sala común estaba iluminada por los últimos rescol­dos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí.

—¿Estás seguro de que no soñabas, Ron?

—¡Os digo que lo vi!

—¿Por qué armáis tanto jaleo?

—¡La profesora McGonagall nos ha mandado acostarnos!

Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bos­tezando.

—Estupendo, ¿continuamos? —preguntó Fred Weasley con animación.

—¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.

—Percy... ¡Sirius Black! —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!

Todos contuvieron la respiración.

—¡Absurdo! —dijo Percy con cara de susto—. Has comi­do demasiado, Ron. Has tenido una pesadilla.

—Te digo que...

—¡Venga, ya basta!

Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.

—¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti!

—¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a to­dos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla.. .!

—¡NO FUE UNA PESADILLA! —gritó Ron—. PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN CUCHILLO EN LA MANO!

—Menos mal que Ron no se calla hasta decir lo que quiere decir —dijo Hermione—. Menos mal.

La profesora McGonagall lo miró fijamente.

—No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato?

—¡Hay que preguntarle! —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto...

Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon con­teniendo la respiración.

—Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la to­rre de Gryffindor?

—¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan.

Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron ca­llados, anonadados.

—¿De... de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?

—¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!

Muchos miraron inmediatamente a Neville, quien miraba fijamente al suelo, avergonzado y muy arrepentido por su estúpido despiste.

La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.

—¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?

Neville tragó saliva.

Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la mano muy len­tamente.

McGonagall suspiró, intentando no imaginar lo que podía haber llegado a pasar si Black hubiese sido realmente un psicópata asesino.

—Aquí acaba —anunció Oliver—. ¿Quién lee?

—Yo lo haré —dijo Augusta Longbottom mientras se levantaba.

—Mama...

—¿Qué pasa?

—Te olvidas de tus gafas —le dijo Frank, mientras las sacaba del bolso de su madre—. Y luego Neville es el despistado ¿no?

Augusta cogió las gafas sin decir nada y, algo avergonzada, caminó hacia Wood lo más rápido que pudo.

—El rencor de Snape —empezó a leer.



Y se acabó. Espero poder tener el siguiente la semana que viene sin retrasos. Espero.

Por cierto, hace tres días fue el día 20 de abril, ¿alguno de vosotros ha escuchado ese día la canción "20 de abril" de los Celtas Cortos? ¿No? Bueno, aún no es demasiado tarde para hacerlo.

Al final se me ha hecho la una de la mañana... ¿Porque siempre me pasa lo mismo? Como sea. Me voy a la cama. Espera... Aún no me he cepillado los dientes, ni puesto el pijama, ni dado un besito de buenas noches a mi pequeñajo... ¡Aún me quedan cosas por hacer! 

Bye!